En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 21 de marzo de 2021

Las mentiras del narrador del Quijote


El narrador del Quijote es muchas cosas: es un cínico; es un fingidor; es un mentiroso que sabe que miente; es incluso un prevaricador, es cómplice de don Quijote en todo lo que hace, finge distanciarse, pero gracias a él don Quijote puede mantener el artificio de su locura, a pesar de que podamos sostener que la locura de don Quijote es una ficción de Alonso Quijano. En este sentido consideramos a diversos personajes del Quijote, como personajes creadores: Alonso Quijano crea a don Quijote; don Quijote crea a Dulcinea; Ginés de Pasamonte inventa a Maese Pedro… Siempre hay una complicidad del narrador, que, además, proporciona todos los recursos necesarios para que estas invenciones se legitimen y prosperen a lo largo de la historia.

El narrador es también un enorme burlador. A lo largo de la novela se burla del lector y de los personajes; especialmente se burla de Cide Hamete Benengueli, que es la gran ficción que genera este narrador, y sin la cual la novela perdería la naturaleza que tiene.

El narrador es también un gran dictador que nunca deja a los personajes hablar antes que él. Así predispone al lector antes que el personaje actúe o hable, aunque le engañe casi siempre. Cuando don Quijote habla por primera vez, el lector ya sabe que está rematadamente loco; luego, avanzando en la novela, se da cuenta que no todo lo que hace don Quijote son cosas de loco. La novela es un juego narrativo con unas intenciones críticas enormes. El narrador no es más que el ingeniero de un artificio enormemente complejo para disimular la responsabilidad del autor, que pone en circulación un despliegue de consideraciones sobre su tiempo, su sociedad, sobre la política, la religión, la justicia, de una envergadura impresionante. Claro, el responsable de todo es Cervantes, pero usa, a modo de despiste, a un narrador con una capacidad cínica difícil de medir, que no deja hablar a los personajes hasta que no está seguro de haber persuadido al lector. Nos dice de Sancho, que es un bobo, y para nada lo es; nos dice de don Quijote que está absolutamente loco, y no es cierto; hay algo de locura, pero también mucha cordura. Es un personaje muy inteligente y solo los inteligentes pueden enloquecer, ya que la locura es hacer un uso patológico de la razón. Razonar bien es hacerlo conforme a unas normas establecidas, razonar patológicamente es saltarse esas normas.

Hay una diferencia muy grande, un dialéctica, entre cómo ocurren los hechos y la forma que son contados. Además el narrador se distancia enormemente de los personajes que él mismo crea, como si fuera ajeno a ellos; postura muy cínica, al ses él, su creador. Se distancia igualmente de la historia como si fuera otro el que la ha escrito. Esta técnica del distanciamiento que, con los años Beltort Brecht, presentaría como propia, en 1605 ya la había inventado Cervantes, y la había practicado en episodios tan definidos como Las Bodas de Camacho, La Cabeza Encantada, El Retablo de Maese Pedro…, donde todo ese teatro narrado está claramente objetivado.

Don Quijote no habla en la novela hasta que esta está ya avanzada. Con anterioridad el narrador no ha cesado de decir que está “como una cabra”, haciendo creer al lector que es un loco de remate, y la realidad es que la locura de don Quijote hay, al menos que dudarla. En el capitulo 2º de la primera parte, cargando las tintas en la locura, dice el narrador de don Quijote:

Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y con esto caminaba tan despaico, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera.”

Viene a decir que habla con un lenguaje ridículo, antiguo, y con estilo afectado. En todo caso don Quijote es un loco muy astuto.

En medio de este distanciamiento, otras veces el narrador, que lo sabe todo, en una ambigüedad sobrecogedora, finge que no conoce muy bien, que no sabe la historia. En el capítulo 1 dice:

Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.”

Cervantes, ya al principio de la novela tiene en mente distanciarse de la historia, de sus protagonistas. El olvidarse del nombre del protagonista principal no es un detalle pequeño (está claro que lo hace adrede), y de introducir la idea de que en la obra han intervenido diferentes autores, donde el narrador principal va a representar siempre la cordura, la sensatez, la verdad; don Quijote, la locura, la insensatez; CHB el historiador que cuenta la verdad, pero al que el traductor morisco tachará de mentiroso, que cuenta episodios apócrifos, y el narrador remata la faena diciendo que lo que dice es muy poco de fiar, incluso don Quijote duda de él en un momento dado. En definitiva, se desmienten los unos a los otros. El narrador constantemente cuenta episodios extraordinarios, que ademas dice siempre que son verdad, pero de extraordinarios tienen muy poco… Que se topen con molinos en la Mancha no tiene nada de extraordinario, lo extraordinario está en que don Quijote los confunda con gigantes, pero una vez que choca contra ellos y es vapuleado se le pasa de seguida.

El narrador le cede la palabra por primera vez a don Quijote en el capítulo 2, que habla en términos de literatura caballeresca, cuando las novelas de caballería habían pasado hace años de moda; ya nadie hablaba así. Se decía don Quijote a sí mismo con la espada en la mano:

No fuyan las vuestras mercedes, nin teman desaguisado alguno, ca a la órden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas, como vuestras presencias demuestran.”

El narrador quiere dejar bien claro que don Quijote está loco. Desaparece y le da cuerda al protagonista, pero don Quijote aquí está jugando, se está divirtiendo, porque a lo largo de la novela ya no habla así. Le hace parecer un loco para tener una excusa al alterar el orden moral de la época, porque el racionalismo de Cervantes ha abandonado el antiguo régimen. Esto es el Quijote, la disidencia frente al racionalismo de su época: la obra de Cervantes, como lo será, años más tarde, la de Spinoza, se enfrenta al modo de pensar de su época, planteando un sistema político y religioso diferente al que imperaba en Europa, porque la reforma protestante no era mejor que el catolicismo; era de criterios menos uniformes y más psicologistas, aunque maltratara a la gente de la misma manera, con la hoguera y en nombre de dios. En la obra de Shakespeare, que Inglaterra hizo una marca nacionalista de ella, sus personajes se identifican plenamente con su momento histórico, ocurre todo lo contrario que en los personajes de Cervantes, Porque Cervantes no es un nacionalista español, es en todo caso un defensor de la hispanidad. Por eso el Quijote necesitó mucho años para ser comprendido. Cervantes, como su obra es muy complicado de etiquetar, pues su idea de racionalismo es mucho más amplia que la que había en su época, aunque si está muy claro en su obra lo que Cervantes no es.

Cuando se procede a la quema de los libros el narrador cuentas las cosas con una tremenda ambigüedad. Así se relata en el capítulo 6 de la 1ª parte:

...Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño...”

¿Quién califica a los libros como los autores del daño, el cura o el narrador? Parece un estilo indirecto por parte del narrador referido a lo que piensa el cura. Prosigue, y el mismo narrador dice:

Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos.”

Antes eran los autores del daño y ahora son los inocente, y lo dice el mismo, y si no es el mismo es porque el narrador, con ese estilo indirecto referido está diciendo lo que piensa el ama y la sobrina, y, tal vez, el cura, aunque este se aprovecha de la purga de la biblioteca para quedarse los libros que le interesan. Además que objeto tiene quemar los libros si el daño ya está hecho, si don Quijote ya los ha leído, puede ser una simple venganza del ama y de la sobrina, o una apropiación por parte del cura y el barbero que están saqueando la biblioteca al vecino. Es una parodia, un auto de fe, la quema de libros que lleva hasta el nazismo, pasando por la TV3 con la quema de la Constitución Española por un tal Moliner, que nos remite a la novela Fahrenheit 451.

A partir del capítulo 9, con la falla que se produce en la narración, el narrador adopta la primera persona, y se presenta como autor ajeno a la novela, actitud que va a mantener hasta el final. Se presenta como un lector de la crónica en árabe y de la traducción. Este recurso, Cervantes, lo toma de la tradición literaria caballeresca, que abiertamente dice estar parodiando, una mentira como sabemos, pues los libros de caballería son el código que Cervantes usa para parodiar todo tipo de idealismo y la política social y religiosa imperante en el mundo (no solo contra España). La mejor forma de despistar es esa, diciendo, que todo es muy inocente, que nada tiene importancia, que este es un libro de risa, que parodia la caballería andante, cuando es una novela enormemente crítica que exige al mundo un racionalismo que la sociedad, la política, la religión, la historia, no tiene... Pero, es que entonces, por poco, te quemaban vivo.

El narrador habla de don Quijote como si realmente hubiera existido históricamente, Dice cínicamente en este capítulo 9, refiriéndose a Cide Hamete, como el sabio cronista que va relatando lo que hace el caballero andante, dando más valor a la escritura que a la oralidad:

cosa que no faltó a ninguno de los caballeros andantes, de los que dicen las gentes que van a sus aventuras;porque cada uno de ellos tenía uno o dos sabios como de molde, que no solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus más mínimos pensamientos y niñerías por más escondidas que fuesen”

Este narrador, el único que narra en la novela, pues los demás son narrados por él, dice en otro párrafo de este mismo capítulo:

Por otra parte, me parecía que pues entre sus libros se habían hallado tan modernos como Desengaño de celos, y Ninfas y pastores de Henares, que también su historia debía de ser moderna, y que ya que no estuviese escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de las a ellas circunvecinas. Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber real y verdaderamente toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas, y el de desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle; que si no era que algún follón, o algún villano de hacha y capellina, o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido. Digo, pues, que por estos y otros muchos respetos es digno nuestro gallardo don Quijote de continuas y memorables alabanzas, y aun a mí no se me deben negar, por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin de esta agradable historia; aunque bien sé que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudaran, el mundo quedara falto y sin el pasatiempo y gusto, que bien casi dos horas podrá tener el que con atención la leyere.”

De la caballería manchega, parece que está hablando de los ejércitos de Miguelturra. Algo muy chistoso, como lo de llevar la virginidad a cuestas. Y a continuación cuenta que se encontró los cartapacios en el Alcaná de Toledo, unos escritos dispersos que se venden a precio de saldo, “...Estando yo un día...”, recuperando la primera persona, después de que la abandonara en la primera frase con lo de “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero...”. Sigue el relato del encuentro en primera persona y de pronto leemos que

...la suerte me deparó uno, que diciéndole mi deseo, y poniéndole el libro en las manos le abrió por medio, y leyendo un poco en él se comenzó a reír”

Ya no son cartapacios, ni papeles, es un libro. Y se comenzó a reír… Hace una alusión a Dulcinea:

...como he dicho, aquí en el margen escrito esto: esta Dulcinea del Toboso, tantas veces, en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha.”

Vive en un palacio y tiene la mejor mano para salar puercos. Cuánta ironía en estas palabras, que le advirtieron que era la Historia de don Quijote de la Mancha, y que compró por medio real. Luego está la anotación en el margen a las palabras en árabe de Cide Hamete Benengueli, que remiten a una costumbre de cristiano viejo, salar o comer carne de cerdo.

Nos dice que la traducción será fiel, y es mentira, pues el morisco aljamiado corrige al autor arábigo, como el narrador enmienda al morisco. Todo es fraudulento: lo que ocurre en la novela no ocurre como lo cuenta el narrador. ¿Y por qué toma el pelo al lector de esta manera? Simplemente para plasmar una crítica a la idea de estado, de religión, de sociedad, y que pasara desapercibida entre sus contemporáneos. Las claves de todo esto están en el capítulo 9 de la primera parte.

Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente, y con mucha brevedad, pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le traje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda del mismo modo que aquí se refiere.”

Dice que traduce sin añadir ni quitar nada, que le prometió una traducción fiel, luego veremos que esto es mentira.

Si a esta se le puede poner alguna objeción acerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos...”

Trata a los árabes de mentirosos, pero él miente más que nadie. En definitiva que, además de mentiroso, el narrador es un cínico que sabiéndolo todo finge no saber nada.

Hay tres perspectivas claras en la novela:

  • El narrador que plantea la fenomenología de lo verosímil, la apariencia de la verdad, porque conociendo la realidad, presenta su apariencia, lo que le interesa (como el periodismo hoy. Se preguntaba Quevedo, ¿cómo contar la verdad para os guste?).

  • Don Quijote, que sólo ve lo que quiere ver, y que le sirve de pretexto para poner en marcha su iniciativa caballeresca, que el narrador califica de locura.

  • Sancho, que representa el principio de realidad. Aunque también esté manipulado por el narrador, es la parte más fiable.

Veamos dos fragmentos del capítulo 8, la aventura de los Molinos:

Mire vuestra merced, -respondió Sancho-, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino.

-Bien parece, -respondió don Quijote-, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.”

Dicho de otra manera: mira Sancho, si tu no quieres jugar a esto, te haces a un lado, y me dejas que yo me divierta a mis anchas. Luego, su juego, le traerá unos buenos golpes que lo dejarán maltrecho y echará la culpa a los encantadores, pero ¿a cuánta gente le divierte poner en riesgo su vida?

Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas”

El narrador cuenta la película como le da la gana. En el episodio de los batanes, conociendo la verdad de lo que va a ocurrir, informa a los lectores desde la percepción que tienen los personajes de la cosas. Todo se remite a la fenomenología de lo verosímil.

En la aventura del cuerpo muerto, algo similar a la “santa compaña”, almas en pena que vagan con antorchas encendidas. Don Quijote y Sancho se los encuentran en la noche, y el narrador dice:

Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo; tiró el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote...” Cap. 19-1ª.

El lector, progresivamente y tras el oxímoron “iban y venían”, y la metonimia “ no parecían sino estrellas que se movían”, va entrando cínicamente en la fenomenología, y de golpe se encuentra que son “encamisados”, fantasmas que llevan un cuerpo muerto. Don Quijote arremete contra ellos y los apalea. No son otra cosa que curas y seminaristas que trasladan un cuerpo de Baeza a Segovia; y no es la única vez que golpea a hombres de iglesia, ¡y algunos han visto en don Quijote un pacifista! En este episodio le dice uno de los apaleados, al que le había roto las piernas, Aloso López, bachiller de Alcobendas, “a ti te van a excomulgar por apalear a hombres de iglesia”, y don Quijote se excusa diciendo que parecían cosa de otro mundo, que venían como endemoniados...

Pero hay un episodio mucho más expresivo y violento, también de noche, en la aventura de los batanes, cuando oyen un “temeroso y manso” ruido espantoso que los deja perplejos

...comenzaron a caminar por el prado arriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas, no hubieron andado docientos pasos, cuando llegó a sus oídos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba. Alegróles el ruido en gran manera, y, parándose a escuchar hacia qué parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo que les aguó el contento del agua, especialmente a Sancho, que naturalmente era medroso y de poco ánimo. Digo que oyeron que daban unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, que, acompañados del furioso estruendo del agua, que pusieran pavor a cualquier otro corazón que no fuera el de don Quijote.

Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba; añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban...”

Son los golpes de una mazas para curtir el cuero, pero ellos no lo saben; Sancho, para que don Quijote no lo deje solo, le ata las patas a Rocinante, y don Quijote “huele” el miedo de Sancho. Todo se resuelve con la luz del día cuando ven que son mazos de batan. Es entonces cuando Sancho se ríe de don Quijote, parodiando sus palabras, y al que le enfurecen tanto que le atiza un palo con la lanza en cabeza que pudo haberle matado.

Pero la aventura capital es la del yelmo de Mambrino, donde el narrador es ambiguo y cínico. Sancho ve la realidad, don Quijote ve en la realidad el mundo codificado en los libros de caballería. La vacía es un plato con una oquedad y una muesca en el ala, que se usaba en el oficio de barbero; algo parecido a un orinal, un objeto degradante… Es el único momento que llueve en el Quijote. El barbero, que se desplaza de un pueblo a otro, se cubre de la lluvia con la vacía. Veamos las tres perspectivas del episodio:

El narrador, en el momento más cínico de la novela, lo cuenta así:

De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo, que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro”

Todo es mentira: no viene a caballo, es un burro; el narrador sabe lo que trae en la cabeza, pero dice que es una cosa que “relumbra como el oro”. Hace verosímil la apariencia, para que don Quijote hable. Don Quijote dice:

...si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes.”

Sancho responde desde el principio de realidad, corrigiendo incluso al narrador:

Lo que yo veo y columbro no es sino un hombre sobre un asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.”

Ya no dice que relumbra como si fuera de oro, solo relumbra por la acción del sol entre unas gotas de lluvia, atenuando el mensaje del narrador.

Luego todo esto tendrá sus consecuencias porque el cura de su aldea y el barbero le seguirán el juego a don Quijote, entretanto, el otro barbero denunciará el robo de la vacía. Sigue el narrador:

Es, pues, el caso que el yelmo, y el caballo y caballero que don Quijote veía, era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a [él], sí; y así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que, al tiempo que venía, comenzó a llover, y, porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y ésta fue la ocasión que a don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veía, con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos

Cuando habla de dos lugares quiere decir dos núcleos de población muy pequeños (es lo mismo que al inicio de la novela, lo de “En un lugar de la Mancha”, se refiere a una población muy pequeña, que nunca podría ser villa). Luego dice, corrigiéndose a si mismo, que venía sobre un “asno pardo”… Como hemos repetido, las cosas que ocurren en la novela no son como el narrador las cuenta.


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