En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 14 de febrero de 2023

Esto es amor, quien lo probó lo sabe


En el amor no basta con la imaginación, que si bien juega un papel de cierta importancia, solo con ella, quedaría una pobre reducción del asunto. Quiero decir que el amor exige una realidad. De ahí, y apoyado en mis notas o apuntes, comentaré dos poemas magníficos que sobre el amor ha dado nuestra literatura.

Añadiré, por si a algún lector se le escapa, que el amor por sí solo no nos hace mejores personas, para eso, ironizando un poco, están los dogmas, las ideologías, los partidos políticos, nuestro equipo de futbol o los amigos de la parcela. Ampliaré el introito diciendo algo que todos intuimos: para saber qué es el amor no basta con acudir al diccionario, pues los académicos nos lo definen con unos términos semánticos normativos, que nos dejan igual que estábamos, y tampoco nos sirven los versos de los poetas, que solo expresan fingidas emociones del autor, que aportan ideas dispares sobre el amor según el ocasional vate al que acudimos. Adicionaré que todos creemos buscar la sabiduría en los libros, pero, curiosamente, cuando los tenemos en la mano y los leemos, nos damos cuenta, que en realidad, la literatura, la poesía, más que enseñarnos, nos exige conocimientos para digerirla adecuadamente. 

Los poemas a los que recurro para hablar de amor con toda mi subjetividad son muy conocidos, dos poemas clásicos, de distinto enfoque: uno, irregular, de mi siempre admirado Antonio Machado; y otro, magistral de -autor refutado en otros temas por el que suscribe-, Lope Vega.

Comenzamos por Machado: el poema pertenece al libro Nuevas canciones, que no es de su mejor época creativa, como lo es la etapa modernista de Soledades, galería y otros poemas, o Campos de Castilla en su madurez. Dice así:

Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.

Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.

Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pendía, sin flor, fruto en la rama.

Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!

La idea central es de una condena del concepto de amor tímido, insustancial, pacato, frío, sin contenido, muy pensado, apolíneo, un amor que se identifica con el racionalismo. Frente a esta idea, el autor nos dice entre líneas que hay un concepto de amor enérgico, casi diríamos violento, desorbitado, lleno de pasión, que se suele identificar con la locura; una concepción dionisíaca frente a lo apolíneo (la pasión frente al sosiego). Si lo pensamos un poco, identificar este amor pacato con el racionalismo es algo un tanto arbitrario, ya que las pasiones no tienen porque ser irracionales: la locura misma no tiene porque ser irracional, la locura es una falta de cordura (ahora estoy pensando en don Quijote, que para mí, más que un loco, es un adolescente con ganas de divertirse). Un loco puede actuar racionalmente en su locura, y la seducción siempre exige algo de locura que, bien pensada, es racional. Del mismo modo ponerle pasión a los hechos, puede alejarnos en determinados casos de la razón, pero en otros -y esto no podemos dudarlo-, nos ayudan en la empresa emprendida. Para seducir bien hay que pensar, hay que conocer, y establecer una estrategia: como mínimo exige presencia, exige arreglarse, enviar flores, saber aproximarse, hay que preparar un guion…, todo eso no es otra cosa que racionalizar, y lo contrario sería hacer el idiota, descuido que en este asunto se comete con mucha frecuencia.

Esta asociación que hace Machado entre amor pacato y amor racional, refuerza aquel verso en el que decía “todo amor es fantasía”, pues la fantasía conoce poco la realidad, más bien es idealismo pacato. Pero no olvidemos que hablamos desde un punto de vista literario, en el que todos damos por sentado que el amor “pacato” puede ser racional, pero, tan pacatos son esos amores que nada tienen que contar: no son literarios.

El poema se presenta en una dialéctica en la que se nos dice que huyamos del amor triste, sin sustancia, sin peligro, sin venda, que el verdadero amor es ciego, y lleno de aventura. El amor es ciego, impredecible -quiere decir-, porque el enamoramiento, que es el primer paso del amor, ve perfectamente, de hecho por la vista entran las primeras flechas del niño ciego, y como dice la canción: “nunca se ha visto a un tuno dar un beso a la pared”. El amor espera la prenda segura, pues no hay amor desinteresado, siempre busca algo, y casi siempre busca lo mismo; además, el amor, aunque sea lo único en esta vida que no se puede comprar ni vender, no se lleva mal con el dinero, pues su racionalismo le dice, que una buena cartera mal no hace, y, por el contrario, puede venir muy bien. En el cuarto verso nos dice que en amor locura es lo sensato, tomándolo literalmente podríamos decir; “depende”, pero el poeta quiere apuntar que es necesario un poco de chispa, de descarga eléctrica, de que el bello se nos erice ante una mirada, que el pavo se suba ante una sorpresa. Después todo el soneto nos engancha con esa música que provoca la licencia poética de la repetición de sonidos, que los académicos llaman aliteración.

En el segundo cuarteto, nos habla del "niño ciego”, que es el dios Cupido, del que nos dice que no se debe huir -el corazón antes que la cabeza-; y que sería una blasfemia hacerlo. “La brasa pensada y no encendida” un amor falso, interesado; y que el verdadero amor quiere ascuas encendidas, como diría Quevedo: “polvo enamorado”.

El soneto se despide con un tono modernista, proyectando la “negra llave”, con una sucesión de quiasmos de gradación descendente, anunciando que el amor que vendrá, debe evitar: “Desierta cama, y turbio espejo y corazón vacío”.

Podríamos concluir que la pasión no resta valor a la razón, que en el amor, se puede ser pasional y racional a la vez. La locura no es solo un uso patológico de la razón, es también, en muchos casos, el nombre que la ignorancia da a aquellas formas desconocidas de razonamiento.

Antonio Machado es quizás -para mi lo es-, el más grande poeta que jamás dieron los tiempos. Pero, descendiendo a detalles biográficos del autor, no parece ser la persona indicada para hablar de amor desde la experiencia -entiéndaseme-, para hablar literariamente de amor, es el más indicado, pues sufrió pérdida y desengaño..., y todo poeta manierista (refinado y artificioso) no ha ser diestro en lo vivido, en el sentimiento, sino en la capacidad para construir artificiosamente una experiencia, que podrá ser verdadera o fingida. También está eso de la ironía..., sin olvidar la perspectiva con que se enfocan estas líneas: Machado contrae matrimonio en 1909 con Leonor, una chiquilla, una niña de 16 años. Cosas de poetas -diría-; porque me recuerda a Dante, que se enamoró perdidamente de Beatriz cuando ésta tenía nueve años y era una chiquilla rutilante, pintada y encantadora, enjoyada, con un vestido carmesí... pero eso ocurría en 1274, en Florencia, durante una fiesta privada en el alegre mes de mayo. Y también me recuerda a Petrarca que se enamoró locamente de Laura, ésta era una rubia nínfula de doce años que corría con el viento, el polen y el polvo, una esquiva flor de la hermosa planicie que se extiende al pie de las colinas de Vaucluse.

Machado no conoció más amor que el de Leonor, y muchos años después, el de Pilar Valderrama, que no pasó de ser un amor cortés. Un amor sufrido mucho después de la escritura de este soneto, un amor que pudo tener toda la pasión que suponer se pueda por parte de don Antonio, pero ninguna, absolutamente ninguna, por parte de Guiomar, cuya pasión e interés iba unicamente por el lado literario.

Un escenario completamente distinto encontramos en Lope de Vega. Enseguida nos damos cuenta que, aquí, en Lope, de “amor pacato” no hay nada. La modestia de Machado cuando dijo eso, “...Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido…”, es manifiesta. Por el contrario, Lope, fue un crápula en el terreno amoroso, que las “mató callando” hasta donde fue posible. No fue solo Marta de Nevares, antes que ella fueron muchas más (Belisa, María, Elena, Antonia, Micaela...). La locura a Lope, como Platón sopló al oído de Aurora Luque, le viene de un dios: de Eros, como la poética parece llegarle de las propias Musas. 

Pero Lope define el amor con criterios racionales, sin mitologías, desconociendo la inspiración de Calíope o de Erató; su fuente está en la vida, más que en las bibliotecas, viene más de la calle que de la Hélade. Imposible escoger mejor las palabras:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Este soneto solo lo pudo escribir alguien que conoce bien el amor, que sabe que en el amor, en un momento dado, por placer o por dolor, fallan los ánimos, desmayarse; atreverse, por amor es uno capaz de muchas cosas que de otra manera no haría, pues el amor, aunque algunos lo duden, es más fuerte que el sexo. Sigue Lope: estar furioso, quién no se ha enfurecido muchas veces con este tema; quién no se ha puesto áspero o tierno (espachurrado, me gusta decir a mí) en el amor, quién no ha transigido en el amor, quién no ha sido esquivo, aunque, al marcharse, lo haya hecho mirando de reojo; quién no ha tenido un susto de muerte alguna vez, no hallar fuera del bien centro y reposo; quién no se ha sentido cobarde por esa ocasión perdida que no volverá. Quién no ha sido o ha hecho de todo en el amor…

Lope nunca habla de dicha, de felicidad, ni de fidelidad, por eso, porque fue un triunfador en vida que no tuvo necesidad de ciertos desprecios, de entablar ciertas batallas, dije antes que Lope es un crápula, un canalla  que, entre otros saberes, destaca su destreza en la rima y en el amor.

Continúa reiterando las mismas ideas: quien no ha sido valiente, o fugitivo, quién no ha saltado por una ventana alguna vez y ha salido corriendo sin mirar atrás. Quién no se ha sentido despreciado alguna vez “… Huir el rostro al claro desengaño”, que ninguna prevención puede detenerle, que a nada que lo intente le presta cuentas, siguiendo, erre que erre, hasta “beber veneno por licor suave”, esperando una mirada, una atención, dejando incluso de ser un seductor y convirtiéndose en un imbécil. Renunciar a todos los beneficios posibles “olvidar el provecho, amar el daño”; y caer incluso más bajo, admitiendo que “un cielo en el infierno cabe”, ¡qué importa que sea satanás el compañero si es por amor la empresa!

Y, de pronto, el escarmiento, “dar la vida y el alma a un desengaño”, se da todo hasta que te abren los ojos; y al final, por si no nos habíamos dado cuenta, nos dice de lo que nos está hablando: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Intuimos que él lo sabe. Y, con ese "quien lo probó lo sabe", sin duda nos está confesasando que ha vivido.

Una definición impecable, un tanto barroca, basada en la propia experiencia amorosa. Lope no necesita apelar a la locura para dar fuerza a la experiencia amorosa; no necesita acudir a la felicidad para hablar del amor. Está claro que Lope es un experto en vivir pasiones, en saltar ventanas. Lope no entendería el amor pacato de Machado, ni siquiera lo nombraría, para él, eso sería una cursilería, una pérdida de tiempo.

Esta comparación de dos poemas tan dispares nos remite a la idea que la buena poesía también es filosofía que expresa ideas en verso. Creo que el barroco es racionalmente superior al romanticismo, que con mucha frecuencia acude a cuestiones irracionales para definir el amor. Por eso me he olvidado de la diferencia que hace Cervantes de las flechas del "niño ciego", que unas son de plomo y otras son de oro (más eficaces), en la disputa que tienen Lenio y Tirsi (Galatea, Libro IV). En los poemas tratados se plantea el amor en términos humanos, físicos, eróticos. No se habla de mitologías, ni de amores platónicos; ni de amores místicos, como los de Teresa de Avila; ni se habla de un amor ecologista, de contemplar una montaña o una puesta de sol, como en el romanticismo; no se habla de un amor por la naturaleza que, desde el renacimiento, siempre ha estado presente en la literatura; no es un amor floral, o fáunico, aunque el modernismo haya utilizado esa imagen para intensificar los efectos amorosos, como en el caso de Lorca que todos los hombre llevan un clavel en los labios. Aquí, en estos poemas se habla de un amor físico, un amor humano; un amor racional lleno de pasiones. De AMOR: quien lo probó lo sabe.

viernes, 10 de febrero de 2023

Del cinamomo al laurel



Declaraciones y advertencias

Quisiera declararte, también a quienes, inclinados a otorgarme el favor de leer lo que viene, que aquí pueden advertir una autobiografía, pero también encontrarán muchas incógnitas, y algunas necedades, ya que en la recreación de la vida tiene mucho peso aquello que no ha sucedido de veras pero que estuvo a punto de pasar, como lo tiene lo deseado, lo soñado o lo temido. En la mía sin duda alguna, por eso me gusta tanto El Quijote, por eso opto por el sanchopancismo frente al quijotismo. Es arduo penetrar en lo más claro de la memoria, por lo que dejaré aparte, para otro momento en que sienta algo de distancia, los hechos más significativos, los más dolorosos o los más personales, aunque, de soslayo, puede que se me escape algo. Como he advertido, aquí encontraréis tanto hechos reales, como sueños; me dejaré llevar por la quimera, un monstruo que maneja mi mano cuando mi mente se abstrae. Distinguir la ficción de lo real es cosa vuestra, y si estoy cerca no me preguntéis, posiblemente no sepa reconocerlos.

Sé que exijo demasiado a la sangre y amistad: incluso que lea estos renglones y no los desacrediten. Pero, consciente de mis limitaciones, pondré aquí los límites del crédito a que esta narración aspira. Yo mismo, cuando tomo el rol del lector, no me reconozco en estas líneas que aprisionan la efímera realidad de un concierto de luces reflejado en tales nubes que, dispersas, no han vuelto a juntarse como en su día se juntaron. Repaso indiferente el soliloquio de un ser, a veces, desconocido, prisionero de la mano que desfila sin orden por teclado en la búsqueda de horizontes que sobrepasan la realidad. Así podría afirmar que no es autobiografía con nombre y rostro. Es puro signo y artificio entre sentimientos veraces. Pero que nadie se pare en el signo ni en el artificio al leerlo, aunque pudiera que valga el esfuerzo lo significado, la trampa, o el arte, si alguno de vosotros creéis reconoceros en algún momento.

He puesto el mayor esfuerzo en ser leal a mi pensamiento, aquel que se puede hacer público, porque yo también, como tú, me asusto a veces de las voces que nos hablan al oído en el silencio de la noche, esas en el que todos nos recreamos más de lo que reconocemos y que es mejor callar, y de aquellas que, a costa del amor propio, respetan los sentimientos de la persona que fui en otras épocas ya pasadas, pues yo, siempre, a diferencia de lo que otros confiesan, he estado en continuo cambio, lo estoy aún y no quisiera cesar jamás.

No gusto yo, o sí, con afición egoísta, del tiempo pretérito en el que tantas cosas dejamos perder. Aquella juventud, por ejemplo, tan ignorante de su obligada virtud, tan ignorante del valor del esfuerzo; tan gris en su día a día; tan llena de esperanza en aquellos tiempos… Tan deseada ahora que han pasado, pongamos, cincuenta años.

Hoy, pensado en ti, recordando esos días de no hace muchos años, que me llevan sin remedio a otros años más lejanos, cuando yo tenía la edad que tú tienes ahora; cuando comenzaba todo, cuando todo estaba por venir para mí, como ahora lo está para ti, me he dicho las cosas que ahora te digo: Tú, que en este momento sólo quieres jugar con tus legos, o dibujar a Spiderman, pero tal vez, algún día, quieras saber algo de tus raíces. Por eso, y nada más que por eso, me he puesto a escribir. Bueno, quizás también fuese un deseo que llevaba oculto hace años, que tú has sacado de del baúl de una ilusión. Así, estos textos sólo pretenden ser la narración emocionada de una feliz infancia en una familia, que es mi familia, pero que también es la tuya, de un pueblo alpujarreño donde está parte de nuestro fundamento.

En estos textos asomarán personas de nuestro tiempo, un tiempo aún reciente, pero muchas te parecerán pertenecer a un ya lejano entonces. Todas, incluso las que ya no están, aparecen llenas de vida, y la frescura con que se presentan no se puede medir por la escala temporal, sino por el recuerdo de una memoria idealizada a pesar de la vida, caprichosa, desordenada y confusa. Así pues, cuando, dentro de unos años, leas esto, no debes tomarlo todo al pie de la letra (espero haber hablado largo y tendido antes contigo de la ficción y la literatura). Aquí no hay verdades absolutas, como tampoco hay absolutamente una mentira, también sabemos que la memoria nos juega muchas pasadas… Se podría hablar de ficción, diciendo aquella máxima que trajo el barroco que dice que: la ficción es el artificio útil para conocer la verdad que la realidad oculta.Eso un lector inteligente sabe discernirlo. Por ahora nada más digo. Pero, en modo de adulación, exclamo: ¡Quién no se forja la ilusión de escribir para gente avispada!

Añadiré que no voy a colgar mis cualidades o virtudes, eso es fácil. Tampoco mis defectos, eso es más fácil aún. No abusaré de citas de escritores maravillosos o poesías sensibles llenas de utopía. ¿Entonces qué escribo?, ¿quizás lo que me gusta?: bien, pues me gustan los míos, entre otras razones, porque son míos, y yo suyo, me gustan los amigos, la naturaleza, los libros (De entre todos, si tuviera que escoger -espero que no-, me quedaría con El Quijote -ya hablaremos de esto.), me las catedrales y los museos sobre todo cuando veo la ilusión con los contempla tu abuela, me gusta el dominó y el ajedrez -eso ya lo sabes-; me gusta la cocina y el vino… ¡Para! es una lista demasiado larga. Bueno. Pero para no alargarme, hay algo importante que si bien lo he generalizado, no lo he concretado, ¿adivinas qué es? ¡Y si fueses tú!, lo que más me gusta, lo que más quiero.

Desde mí, pensando en ti; desde mí que desconozco la verdad, pero la busco, porque quiero que tú seas Verdad; desde mí que creo en pocas cosas, y esas pocas, con frecuencia, las pongo en duda, desde mí que quisiera creer en muchas más. Desde mí para ti, va todo esto.

Empezando por el principio, te diré que creo en algo: sobre todo creo en las personas y en sus defectos; creo en la naturaleza que hemos heredado de nuestros padres, que con tanta frecuencia se comporta de forma tan poco natural, ¿o es más natural el valle y los árboles en flor, que la tormenta que los arrasa?; creo en el progreso del ser humano, con los peligros que conlleva; creo en la ciencia, y en el riesgo de su manipulación. Y tú pensarás que hay muchas dudas en lo que creo, pero es que es en la duda en lo que más creo. Creo que es un engaño lo del espíritu absoluto, lo del ego transcendental, lo del motor perpetuo, lo del superhombre, lo de un ser superior, en definitiva, que nos controla a modo de un granhermano. Creo que todas la utopías son aplastadas por la distopía que conllevan (No te espantes, con estas últimas líneas; ya hablaremos de ellas).

Fíjate que paradoja: aceptar un principio físico es algo que las personas hacemos y, con frecuencia, buscamos explicaciones a nuestras creencias y así llegamos a creer saber por qué creemos. Sin embargo rara vez buscamos explicación a algo que no creemos, si lo hiciéramos podríamos llegar a cuestionarnos si la vida que creemos vivir es real, si no somos únicamente una masa cerebral a la que le han implantado recuerdos, vivencias, ilusiones, sentimientos; podríamos ser como los replicantes de Blade Runer, creados hace muy poco en un laboratorio, tan bien hechos que nos vemos repletos de defectos y limitaciones, con un deseo de libertad frustrado por los sentimientos y la socialización. Por muy fantástica que sea esta hipótesis, es al menos posible imaginarla. Y si la imaginamos, pues la imaginación no tiene límites (eso es otra cosa en la que creo). ¿Podemos estar seguros de algo en la vida, si ni siquiera podemos descartar nuestra propia falsificación? Descartes ya planteó la hipótesis de todo lo que consideramos real pudiera ser simplemente un sueño. Como me conozco, eso, entre otras anécdotas ficcionadas, creo que es lo aquí hallarás, una miscelánea de vida, de sueños, de ilusiones, anhelos, y esperanza. Pero todo puede girar en cualquier momento. No hay nada seguro, así que esta advertencia te resultará un tanto inútil.


Del cinamomo al laurel


Nuestra casa era una casa grande de pueblo, lo es aún; pronto, después de unos cuantos juegos en familia, una esporádica discusión, o unas lágrimas de emoción, la considerarás también tuya. Cuando yo tenía la edad que tú tienes ahora, estaba habitada por los abuelos, los padres, y los seis hermanos. Ya nos conoces. También estaban las tías, y las primas que nos visitaban ocasionalmente. Ahora está vacía; sólo se llena los veranos, por los Santos, y algún día suelto en el que, por diversos motivos, puede requerir nuestra presencia. Ahora quienes éramos nietos, como tú lo eres, somos abuelos, y los abuelos y padres de entonces se fueron tan lejos que tú ya no los verás, aunque algunas veces, mirando sus fotografías los recordaremos juntos.

Cuando el nieto era yo, la vida transcurría en la calle o en el campo, y nos podíamos manchar jugando en la tierra y el barro, o con el pegajoso líquido de la liria. No te lo querrás creer, pero bebíamos agua en cualquier poza del río o en las acequias, saltábamos balates con la misma facilidad que tú das tus volteretas, comíamos frutas sin lavar, verdes y con las mismas manos de preparar la lechetrezna. Mi madre decía que San Blas nos protegía de todo.

La casa, que ya sabes que es muy grande, está llena de galabernos, de habitaciones sin luz, como de habitaciones luminosas. En la bodega no nos dejaban entrar porque al parecer, hace mucho tiempo, en un tiempo anterior al mío, allí pasó algo, algo de lo que no se podía hablar, pero que más adelante intentaré contarte.

Lo más importante de la casa era el huerto, un huerto repleto de árboles y hortalizas que se repetían a lo largo de los años, con la única precaución de la alternancia de cultivos. A lo largo de mi vida he visto muchos árboles diferentes en el huerto, entre los que puedo destacar el manzano-peral, porque ni era manzano, ni era peral, sino ambas cosas a la vez: una rama echaba peros de esos que seguían siendo verdes cuando maduraban; otra, nos daba unas manzanas dulces; y la tercera, manzanas agrías que nadie comía frescas, pero que mi madre cocinaba, elaborando un plato exquisito, que degustábamos tanto en caliente como en frío en las tardes de agosto, y ¡cómo le gustaba a mi amigo Santiago!, que todos los años tomaba sus vacaciones por aquellos días definidos por las manzanascocidas, y las ceremonias paganas que gustábamos realizar. El manzano parecía a propósito injertado para explicar el misterio de la Santísima Trinidad: ¿había tres árboles? No; sólo había uno con tres patas distintas y un verdadero tronco común. Pero este misterio es mejor que ahora lo olvides; ya te hablaré de él cuando pasen unos cuantos años, aunque son muchos los temas de los que quiero hablar contigo, que le preceden en importancia.

Otro árbol, que recuerdo con predilección, es el caqui que nos daba sus generosos frutos allá por los Santos, pero que seguían radiantes hasta la navidad, extendidos sobre los poyos de la bodega, Se perdió hace unos años, y hemos puesto otro en su mismo lugar, que luce espléndido. Este será de tu tiempo.

Pero de todos los árboles, el primero que quedó entre mis afectos, fue el lilo; el lilo de Mama Rogelia, al que la abuela llamaba cinamomo. Estaba en la mitad del paseo, que entonces era de tierra, frente al postigo del dormitorio de Matilde que, en las mañanas de abril y mayo, se asomaba para ver esas alegres florecillas que trasminaban sus despertares. El lilo estuvo siempre allí, hasta que nos fuimos yendo en busca de nuestras quimeras, y un día -me dijo la abuela, mi abuela-, que cansado de sufrir tanta ausencia, se abandonó y murió. Con él comenzó a irse nuestra infancia.

Ahora el dueño del huerto es el laurel, por eso este título: Del cinamomo al laurel. Entre los dos, lilo y laurel, está escrita la historia familiar que yo recuerdo. El laurel está situado en el rincón de la fraternidad y los conflictos dormidos de la familia; también lo llamamos a veces el rincón de Apolo, recordando cuando éste descansó en la sombra del laurel en el que Zeus convirtió a Dafne. El laurel o su personificación en Dafne, que la imaginación lo puede todo, nos da una generosa sombra, que nos gusta decir que compartimos con el apenado Apolo por el rechazo de la ninfa. Esa sombra refresca nuestras tardes conspiradoras de verano, en las que solemos mezclar la distancia de las generaciones, frías cervezas que se quedan con frecuencia a medio beber, vino cada vez mejor elegido, jamón siempre de Juviles, reproches confesables y querencias que la sangre y el vino nos afloran... De todo hay en el huerto de la abuela. Quiero creer que lo que más abundan son los amores. Tú puedes darlo por seguro.

 

Del cinamomo al laurel. Presentación