En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Juventud, divino tesoro


Poca gente en Las Pasiegas

Ayer, raro en mí, decidí madrugar y con la fresquita, dar un paseo por la ciudad. Tenía, más tarde, cita con el cardiólogo. Recordando sus prescripciones, primero anduve un poco por las calles casi desiertas del centro, mirando los rostros tapados y abstraídos de quienes se cruzaban conmigo. Caminé deprisa y mirando el reloj según las indicaciones del doctor -mínimo cuarenta minutos todos los días a paso alegre-. Cumplida a rajatabla la ordenanza del galeno, me senté a tomar un cafeconleche con churros frente al Cunini. Por debajo de la mesa y cruzando los dedos, le hice unos cuantos cortes de mangas al doctor recordando sus consejos sobre la vida sana.

De camino a la ciudad, en mi emisora de radio favorita, venía escuchado un informe sobre el futuro demográfico que nos aguarda en España, donde, según decía y parece cierto, tenemos la natalidad más baja del mundo. Comentaba el aguafiestas de la radio que la mitad de la población española tendrá más de sesenta años en la segunda mitad del siglo, -si el virus no lo remedia, comentó un conterlulio, con ironía y evidente malaleche-. No sé por qué, en ese momento, con el churro en la mano, no podía dejar de darle vueltas al tema, y de nuevo me sorprendí mirando los ojos de los pocos transeúntes que pasaban por delante de mi mesa.

De inmediato tuve la impresión de que la profecía del agorero locutor se había cumplido, o quizás, pensé para mis adentros, que en lugar de en mi fordfocus había llegado a sanagustín en la máquina del tiempo, hallándome de pronto, tomando un cafeconleche y comiéndomeme unos churros, en el año 2070, pero eso sí, en una terraza con ambiente de principios de siglo, con una antigua música futurista: la neumática artista, Lenina Crowne cantaba aquella feliz y melódica canción titulada “no hay en el mundo ningún Frasco como mi querido Frasquito”. En la terraza sillas de enea en torno a mesas de madera, y gorriones de primavera hambrientos, que revoloteaban a mi alrededor buscando alguna miga que llevarse al pico. La impresión del 2070 me la llevé por los rostros que no veía y la marcial apariencia de aquellos que pasaban sin mirarme; todos muy decorosos pero bien entrados en años. Cerré mis ojos e imaginé la calle abarrotada como otros años por este mismo mes. Vi a turistas británicos con su piel abarcocá, y entre ellos vi escoceses de rubios mostachos y pelos fritos, vestidos con calzones cortos y sandalias de tiras con calcetines blancos, llevando en la mano guías turísticas arrugadas y cubriéndose con sombreros de tela blanca llena de candiles. Espero que esta escena pronto sea real.

Ahora el que pasa es un señor mayor bien vestido, con un impecable sombrero cordobés, sin ningún candil en su ala, paseando a un caniche con un lazo rosa bien planchado en el cuello; y detrás y a una distancia prudente, una anciana cogida del brazo de una mujer joven, pero no tanto, entrada en carnes, más bien bajita y de piel tostada con un jersey de punto de múltiples colores. Antes de lo del churro, cuando el que paseaba era yo, había atravesado Laspasiegas pasando por la puerta del Sagrario donde había un grupo de gente dispersa, entre los que no vi a nadie al que echarle menos de cuarenta años. Por todos lados gente mayor. ¡Madurez, divino tesoro!

Pero ahora por fin veo a un joven que parece despistado. Creo que le conozco. Pasa por delante de mi mesa leyendo el ideal, ¡pero que digo, joven! si éste jugaba al fútbol conmigo en el río. Pero si es un pavico, de “la banda del pollo”. Será que he imaginado su cara de antes, con mis ojos de antes. La mascarilla da para imaginar, añade misterio, y luego está esa facilidad mía para desmaterializarme y viajar por el tiempo sin ni siquiera sacar billete. Me ha mirado de soslayo, con el rabillo del ojo -como el que le pitó el penalti al Barcelona-, por encima de sus gafas y ha respondido con un leve gesto a mi tímido saludo. No me ha reconocido, o quizás no son horas para charlas inútiles, ni posibles contagios, ni mentiras piadosas, y ese joven que ya no cumplirá los sesenta, se pierde, indiferente a mis cavilaciones, en dirección a Bibrambla.

Calle oficios vacía
Ensimismado en mis propios pensamientos y tomando mecánicamente mi desayuno, barruntando en los días felices, salto de 2070, era del jubilado, a 1970, era de la juventud, y recuerdo aquel mensaje de una canción roquera, que a mis amigos y a mí, indómitos sin causa, jóvenes de secano, modernos de pueblo recóndito entre montañas, nos parecía atinado como tantas cosas que llegaban de fuera, que venía a decir algo así como que no nos fiáramos de nadie que fuese padre, que te diera consejos y vistiera corbata. Era entonces el comienzo de la creencia que la juventud, divino tesoro, más que una circunstancia pasajera de la vida, era una condición inherente para los que eramos jóvenes, que nos definía a los nuestros para siempre. Los demás podrían morirse, envejecer o crecer, pero los nuestros, los nuestros siempre seriamos así. Eramos jóvenes e intentábamos vestirnos de una manera determinada -ridícula cuando, ahora, miro las fotos de antaño-, y teníamos preferencias y opiniones que por fuerza debían de ser contrarias a las de los mayores, esa gente enigmática e incombustible que sólo pensaban en trabajar sin apenas sacar rendimiento a su trabajo.

Cuando aún no he acabado con mi desayuno, me pregunto por el dudoso genio que inventó la consigna roquera, ¿quién sería, qué será del él? Los genios del rock, que sería su origen más probable, ya se sabe, murieron jóvenes, como vivieron, o con los años se enriquecieron, se aburguesaron, incluso hasta se pusieron corbata, como es el caso de ese de la sgae que, hace unos años, tanto salió en la prensa. Lo que es notorio, aunque nos pese, es que nadie permanece joven para siempre, ni siquiera los nuestros, pero lo cierto es que aquello que se acabó convirtiendo en una especie de dogma oficial, está hoy día presente en el arte más ideológico de todos que sin duda es la publicidad. En las vallas, en la televisión, en el cine, en la prensa, en las redes sociales, la utopía de los pasados setenta se ha cumplido: no hay nadie que tenga más de treinta años, a no ser un padre muy guai o un político acartonao. Ambos, para su promoción personal, han de hacerse presentes también en los mensajes publicitarios, el político pareciendo simpático y enrollao, y el padre mostrándose coleguita de su hijo, yendo de copas o jugando al fútbol con él, aunque al final no sólo no engañan a nadie, sino que además hacen el ridículo queriendo ocultar su lamentable condición de adultos.

Pero, como he apuntado, si los de nuestra generación hemos hecho realidad la utopía de la eterna juventud, por lo que estamos viviendo, nuestros hijos protagonizarán la conquista de la sociedad por los jubilados. Claro que, para poder jubilarse, o mucho tendrán que cambiar las cosas, o nuestros nietos, como hicieron nuestros padres, tendrán que matarse a trabajar, echando horas como chinos, para poder sacar adelante el cotarro que se les avecina. Visto con los parámetros de hoy, a medio plazo, la actual hegemonía de la juventud dará entrada -ya está pasando un poco-, a un mundo espectral donde proliferará la vejez. Para el 2070, los que lleguemos, tendremos que convertir las aulas de la universidad en hogares de la tercera edad, y los campos de rugby y fútbol en pistas de petanca y minigolf, y el calimocho o el rebujito de las noches de botellón darán paso a tímidas tardes aderezadas de partidas de dominó con la atrevida licencia de una cervezasin o un salobreña como excitante de uso tópico.

Nota: la canción y la artista mencionada es un homenaje a una de mis lecturas de juventud: la utopía o distopía de "Un mundo feliz".
 
 
 
Del cinamomo al laurel, 53
 
 
 

lunes, 25 de mayo de 2020

Cervantes contra Lope


 

Cervantes y el «Quijote» apócrifo.
¿Quién fue Avellaneda?

Alfonso Martín Jiménez.
Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Valladolid).


En 1605, se publicó la primera parte del Quijote de Cervantes. En 1614 se publicó una continuación falsa o apócrifa, firmada con el nombre de «Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas». Por eso se conoce como el Quijote apócrifo de Avellaneda.
En 1615, Cervantes respondió al usurpador, publicando una segunda parte del Quijote. En el prólogo, Cervantes denunció que el nombre y el lugar de origen de Avellaneda eran falsos: «no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad».

Para tratar de aclarar la identidad del autor, se han propuesto las más variadas hipótesis, muchas de ellas absurdas. Y eso ha llevado a creer que es imposible descubrirla.
      1. Un poco de historia

En 1614, cuando Cervantes había escrito los primeros 58 capítulos de la segunda parte de su Quijote, supo que la versión apócrifa había sido publicada. Se menciona el libro de Avellaneda en el capítulo 59 de dicha segunda parte, que tiene 74. Y como en los 58 primeros hay claras alusiones al Quijote de Avellaneda, se ha supuesto que Cervantes los retocó para aludir a la obra apócrifa.
Por ello, los estudios suelen decir que no hay suficientes indicios sobre la identidad de Avellaneda, y que Cervantes escribió los 58 primeros capítulos de la segunda parte de su Quijote antes de conocer el apócrifo. Sin embargo, ambas cosas son falsas, y ya podemos saber lo que realmente ocurrió.
En la primera parte del Quijote, Cervantes atacó claramente a dos personas: a Lope de Vega y a Jerónimo de Pasamonte. Este último fue un soldado aragonés que participó, como el escritor, en la batalla de Lepanto (1571). Cervantes tuvo un comportamiento heroico en esa batalla, pues, a pesar de estar enfermo, se empeñó en pelear, recibiendo varias heridas.
Poco después, en 1574, Pasamonte fue atrapado por los turcos, y pasó dieciocho años cautivo, siendo obligado a remar como galeote en las galeras turcas. Al ser liberado, regresó a España y culminó su autobiografía, conocida como Vida y trabajos.
Y al describir en su Vida la toma de La Goleta (1573), en la que no hubo auténtico combate, Pasamonte se atribuyó un comportamiento heroico similar al de Cervantes en la batalla de Lepanto. Pasamonte hizo circular su autobiografía en manuscritos (es decir, en libros encuadernados escritos a mano, muy frecuentes en la época, que pasaban de unas personas a otras).
Cervantes lo leyó y, tras comprobar la usurpación de Pasamonte, lo satirizó en la primera parte del Quijote, convirtiéndolo en el galeote Ginés de Pasamonte, quien es presentado como un embustero, cobarde y ladrón, e insultado gravemente por don Quijote y Sancho.
      1. ¿La revancha?

Las cosas seguramente sucedieron así: Pasamonte leyó la primera parte del Quijote, y quiso vengarse de Cervantes. Para ello, escribió una continuación de su obra, con la intención de quitar a Cervantes las ganancias de la segunda parte. Y para no ser asociado al galeote cervantino, la firmó con un nombre falso.
Avellaneda indicó en su prólogo que Cervantes, en la primera parte del Quijote, había atacado a dos personas: a Lope de Vega y a él mismo. Y la ofensa contra su persona se había realizado por medio de «sinónimos voluntarios», lo que seguramente se refiere al nombre y al apellido de Ginés de Pasamonte, tan parecidos a los de Jerónimo de Pasamonte.
Avellaneda hizo en su obra un elogio de la Cofradía del Rosario Bendito de Calatayud (una localidad de Aragón). Este dato es esencial, pues indica que Avellaneda conocía esa cofradía y que la tenía en gran estima.
Pues bien, ninguno de los candidatos propuestos a la autoría del Quijote apócrifo pudo conocer esa cofradía ni tuvo motivos para elogiarla, con una única excepción: la del aragonés Jerónimo de Pasamonte. Este explicó en su Vida que a los trece años ingresó en esa misma cofradía, por la que siempre sintió un gran aprecio.
      1. Cervantes lee su secuela

Hacia 1611, Avellaneda hizo circular el manuscrito apócrifo. Cervantes lo leyó y reconoció fácilmente a su verdadero autor. Y en algunas de sus Novelas ejemplares, publicadas en 1613, hizo claras alusiones conjuntas a los manuscritos de la Vida de Pasamonte y del Quijote de Avellaneda. Cervantes se burló alternativamente de los episodios y las expresiones de ambos manuscritos, para dar a entender que pertenecían al mismo autor.
Esas alusiones demuestran dos cosas:
  • En primer lugar, que Cervantes conoció el manuscrito del Quijote apócrifo antes de escribir la segunda parte de su Quijote (y seguramente eso le incitó a componerla).
  • Y, en segundo lugar, que Cervantes creía que Avellaneda era Pasamonte. Y aun en el improbable caso de que Cervantes estuviera equivocado, su convencimiento seguiría siendo esencial para entender la segunda parte de su Quijote.
Al componer esta obra, Cervantes tuvo delante el manuscrito apócrifo. No quiso mencionar el manuscrito de Avellaneda para no darle publicidad, pero trató de superar sus episodios, se burló de los mismos y corrigió las características que Avellaneda había otorgado a don Quijote y Sancho.
Por ello, toda la segunda parte de Cervantes constituye una imitación satírica del Quijote de Avellaneda.
Cuando Cervantes estaba escribiendo el capítulo 58 de la segunda parte de su Quijote, supo que el Quijote apócrifo se había publicado, lo que le hizo preocuparse. Por eso, se decidió a mencionarlo por primera vez en el capítulo 59, criticándolo después con dureza:
«Pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco» (cap. 62).
«Tan malo, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara» (cap. 70).
Además, Cervantes afirmó cuatro veces que Avellaneda era aragonés, y sugirió el nombre de pila de su autor.
En el mismo capítulo 59, don Quijote se encuentra con un personaje que tiene en sus manos el libro apócrifo recién publicado. Este personaje, al ver al don Quijote cervantino, lo reconoce como el auténtico:
«sin duda vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas».
Y ese personaje se llama, precisamente, Jerónimo, como Jerónimo de Pasamonte. Cervantes creó así una escena magistral, haciendo que la representación literaria de Avellaneda, encarnada en ese personaje llamado Jerónimo, reconociera a su don Quijote como el verdadero.



Cervantes contra Shakespeare


 El humor inglés es un remedo de Cervantes: Así lo admitieron los primeros maestros del humor inglés, como Sterne y Fielding. Este hasta plasmó en la portada de su Joseph Andrew, diciendo que la novela estaba escrita “a imitación de Cervantes, autor del Quijote”.
 
Desde el punto de vista de la literatura como construcción política, la crítica debe partir de lo contrario a lo que comúnmente se ha establecido. La dialéctica tiene que tomar como punto de partida la negación de lo que tiene delante; y no como la analítica que parte de lo que siempre se ha afirmado de manera indiscutida. Con esta visión la simetría entre Cervantes y Shakespeare es totalmente falaz y desde el punto de vista crítico inaceptable. Shakespeare no puede compararse con Cervantes, si sostenemos que Shakespeare es el resultado del imperialismo académico del mundo anglosajón, cuestión claramente evidente.

Si Shakespeare hubiera nacido en Madascarcar, jamás hubiera formado parte del canon occidental, pero es que si hubiera sido búlgaro, tampoco. Es decir, es necesario formar parte de un imperio, para que las fuerzas políticas de la sociedad en la cual se inscribe el autor, puedan formar parte de esa referencia. Si Shakespeare no hubiera sido inglés o no hubiera escrito en inglés, de ninguna manera, un imperio depredador como el inglés, lo hubiera colocado a la altura de Cervantes.

Si además tenemos en cuenta que España nunca hizo nada, o hizo muy poco, por poner a Cervantes en el canon occidental, sino que eso lo hicieron precisamente los enemigos tradicionales de España: Francia e Inglaterra. Ese mismo hecho es un detalle destacable de la valía de Cervantes: que hayan sido los enemigos históricos de España los que han reconocido su obra. Algo similar le ocurrió a Mozard, que fue enterrado en una fosa común. Y hubo muchos casos más. Así pues, podemos negar que se pueda identificar a Cervantes con Shakespeare, por que no son iguales.

Cervantes y Shakespeare tratan el mito de manera totalmente opuesta. Las literaturas nacionales tienen un origen que es el estado. Pero la literatura es anterior al estado, ya existía antes de que hubiera organizaciones políticas, teniendo su génesis en sociedades bárbaras, basadas en el mito, la magia y la religión luminosa. En el desarrollo de las tendencias literarias hay autores que convierten el mito en algo que conviene explicar a través de la desmitificación; por este camino transita Cervantes. Sin embargo para otros autores es necesario potenciar el mito, en esta línea se encuentra Shakespeare. Shakespeare estimula y potencia los mitos desde su teatro, llenando la realidad de ilusiones que multiplican los espejismos. Cervantes hace todo lo contrario desmitifica el engaño para llevarnos a la realidad.

Desde el punto de vista de la religión Shakespeare potencia todos los fideismos (fe antes que ciencia) a través de expresiones extraordinariamente irracionales en muchos casos. Todas las obras de Shakespeare están pobladas de brujas y de fantasmas; Hamlet oye voces y ve fantasmas. Nada de esto ocurre en la literatura de Cervantes, donde desmitifican estos fenómenos paranoicos o paranormales.

En cuanto a la locura, los individuos más locos de Cervantes son don Quijote y el licenciado Vidriera, que son locos de diseño, que desarrollan una locura que exige una inteligencia superior a la normal, porque la locura en la literatura suele ser una locura embellecida por el arte, mientras que en la vida real es insoportable (eso lo sabe bien quien tiene un loco cerca). En la literatura de Cervantes, los locos tienen un diseño extraordinariamente racional. Los locos de Shakespeare están o juegan a estar absolutamente locos, complicando la vida con una serie de ilusiones y fantasías que en lugar de llevarnos a una razón crítica de la realidad, nos entretienen y nos deleitan con el espejismo.

En el teatro de Shakespeare hay una tendencia a sacar la realidad fuera de lugar. En El sueño de una noche de verano los personajes se transforman en criaturas maravillosas, todo lo contrario que en el caso del mono adivino, que además de adivinar el futuro, predecía el pasado; y es con este planteamiento ridículo de adivinar el pasado con lo que desmitifica Cervantes las dotes adivinas del mono, explicando después que quien lo maneja es un titiritero, que además es un delincuente, un galeote, Ginés de Pasmonte; es decir, un impostor. Y la literatura cervantina desmitifica a los impostores, como cuando en el Coloquio de los perros, la bruja Cañizares, dice que hace viajes astrales, y en realidad es un individuo que se unta de aceite y otros mejunjes que le convierten en un auténtico esperpento, que además dialoga con un perro, al que le cuenta la historia de su vida. Personajes locos y paranormales que en la literatura cervantina quedan retratados como personas con problemas sociales severos. Personajes que en el caso de Shakespeare son celebrados y exaltados; dos mundos completamente diferentes.

El imperialismo académico anglosajón, es una gran amenaza para el hispanismo aunque no se quiera reconocer: las lenguas son como la tecnología… Y una tecnología hablada por 500 millones de personas es la mayor amenaza para el imperialismo inglés que pretende imponer su tecnología frente a cualquier otra, y esto no es ninguna simpleza, pues la tecnología utiliza el lenguaje como herramienta principal. De tal manera que una literatura que ha construido una obra como El Quijote, solo puede ser contrarrestada por la construcción de una mitología de un autor que de alguna manera pueda compararse con la literatura de Cervantes. Es por eso que el imperialismo académico inglés ha hecho todo lo posible por igualar a Shakespeare con Cervantes. La enciclopedia británica desde 1788, y no se ha modificado hasta hoy, dice:

Shakespeare es en un sentido amplio reconocido como el más grande escritor de todos los tiempos (Claro, reconocido por ellos). Figura única en la historia de la literatura (Bueno, unicas, en literatura, son todas las figuras, pues cada una desempeña valores propios). La fama de otros poetas, tales como Homero (Nada menos que el fundador de la literatura, que antes de él solo había libros sagrados) y Dante; o novelistas como Miguel de Cervantes, León Toltói, o Charles Dickens, han transcendido las barreras nacionales, pero ninguno de ellos ha llegado a alcanzar la representación de Shakespeare, cuyas obras, hoy, se leen y representan con mayor frecuencia y en más países que nunca. La profecía de uno de sus grandes contemporáneos Ben Jonson, se ha cumplido: “Shakespeare no pertenece a ninguna época, sino a la eternidad”.

Nadie puede residir en la eternidad que solo es una hipóstasis (consideración de lo irreal como real) del presente. Una hipérbole. El principal fundamento de la enciclopedia británica es: Shakespeare es fundamental; los demás, han rebasado las fronteras nacionales. Esto lo ha sostenido hasta un vendedor de “bestsellers” como es Harold Bloom: es ridículo, una vergüenza. ¡Ya se podía actualizar la enciclopedia británica! También el idealismo alemán del XIX, que tanto ha gustado en España, se encargó de difundir que Homero no había existido. Claro era griego, si hubiera sido alemán, “otro gallo cantaría”.

El objetivo, sobre todo británico, es buscar entre sus letras algún autor que comparar a Cervantes, para contrarrestar esa obra escrita en español, ¡cómo es posible!, esa obra que se titula El Quijote. De la misma manera, se preguntan que cómo es posible que los españoles hayan llegado a América antes que los británicos. Toda esta lucha subyace en el fondo de esta polémica, mientras los españoles permanecemos callados; aún hoy día el Instituto Cervantes permanece callado.

Buscando emparejar a Shakespeare con Cervantes los ingleses han querido hacer coincidir el día de la muerte de ambos. Cervantes muere el 22 de abril de 1616, Shakespeare también según ha quedado establecido. Pero no es cierto: en la Inglaterra de 1616 se usa el calendario juliano. Conforme al calendario gregoriano usado en España, Shakespeare, muere el 3 de mayo. Los ingleses utilizan el calendario establecido por Julio César en el año 46 antes de nuestra era, que no mide con precisión el paso del tiempo. España usa el calendario gregoriano desde 1582. En el calendario juliano, cada 128 años hay un desfase de un día, mientras el gregoriano ese mismo desfase se produce cada 3.030 años. Los ingleses no lo adoptan porque su capacidad tecnológica no les permitió identificar el desfase horario.

El calendario gregoriano se construye en la Universidad de Salamanca en 1515, donde unos investigadores de esta universidad apreciaron el error del calendario juliano. Afirmaron que el calendario más preciso es aquel que establezca los bisiestos cada cuatro años, excepto los años múltiplos de cien y los divisibles por cuatrocientos. Esta propuesta se lleva a la Iglesia quien no lo acepta, pero en 1578 se vuelve a llevar y el Papa Gregorio XIII lo establece en su bula “Inter gravissimas”.

Inter gravissimas es el nombre de una bula papal dictada por el Papa Gregorio XIII, el 24 de febrero de 1582. Este documento reformó el calendario juliano y creó las bases de un nuevo calendario, llamado a partir de entonces calendario gregoriano, que es ahora el que se usa ampliamente en todo el mundo.

El calendario gregoriano se establece primero en España, después en Portugal, y más tarde en Italia. En Inglaterra no se adoptaría hasta 1752, ciento setenta años después que en España.

Así pues, la literatura no es una construcción inocente, y ese artificio de hacer coincidir las muertes de Cervantes y Shakespeare, abre una puerta siniestra ante una representación de la literatura española sin capacidad de reacción ante esta política.

Por otro lado los mismos ingleses dudan de la paternidad de numerosas obras atribuidas a Shakespeare. Nos consta que de la 44 obras firmadas por él, con seguridad absoluta 17 de ellas, o no son de Shakespeare o las hizo en colaboración con otros autores, o participó en ellas solo de manera parcial. Cuestión que se ha intentado preservar para que nadie ponga en duda la supremacía de este autor. Los investigadores de Oxford han afirmado que Marlowe es coautor de numerosas obras de Shakespeare.

Según Gustavo Bueno, la literatura es una construcción política que se articula en tres capas:

  • Capa basal. Que trata de que la literatura está construida en una geografía, sobre un territorio. La conquista de América supuso un gran acicate para la literatura española al extenderse por esos territorios, y de los que además se alimenta

  • Capa conjuntiva. La obra se escribe, se lee y se interpreta en una lengua. En esta capa toma una gran significación la critica, la interpretación del texto literario. Ese poder del interprete se estructura desde el poder político.

  • Capa diyuntiva. Es la que compara las distintas literaturas poniendo unas frente a otras. Aquí el papel relevante lo adquieren los tranductores. Es la literatura comparada, que presupone esa diferencia entre literaturas, y que también basa sus criterios en la política, que suele venir dictada del imperio dominante.

Hoy día se propugna que todas las literaturas sean iguales. Hablar de igualdad entre literaturas supone suprimir la capa diyuntiva; hacer que la literatura comparada no tenga sentido, al suponer que una y otra valen lo mismo.

Tomando a dos autores cualquiera, ese argumento es una falsedad. Shakespeare, escribe 150 sonetos, si todos son suyos, que hay serias dudas, y escribe 44 obras, si todas son suyas, que hay dudas muy claras. Cervantes escribe una novela en la que está el genoma de la literatura, en la que están todos los géneros literarios anteriores y posteriores a la misma, considerada la más grande de todos los tiempos el Quijote; escribe una tragedia, La Numancia, que seculariza todos los valores de la tragedia antigua y dispone la secularización de las tragedias que se escribirán después; escribe ocho entremeses y nueve comedias que son un teatro alternativo al teatro de su tiempo, y que tres siglos después han demostrado un valor que en su época no se le dio; escribe novelas como La Galatea, y el Persiles, el alfa y el omega de su producción, que subvierten todos los géneros literarios...

Cervantes ha utilizado todos los géneros de la literatura, Shakespeare no rebasó los límites de la dramaturgia; no escribió ni una sola novela. ¿Cómo alguien que no escribió una sola novela puede ser considerado el paradigma de la literatura universal? Eso es tomarle el pelo a la gente. Shakespeare, para Jesús G. Maestro, en el mejor de los casos podría comparársele a Calderón de la Barca, pero no está a la altura de Lope de Vega, y mucho menos a la de Cervantes.

Un caso concreto: cuando se habla de imbuísmo, estilo propio, manierista, barroco, artificial, característico de algunos pasajes de la obra de Shakespeare, que consiste en decir con lenguaje culto expresiones coloquiales, esto tiene relación con la obra de John Lyly, Anatomía del Ingenio, que está inspirada en un autor español, Fray Antonio de Guevara, que en 1529, escribe su famoso Reloj de príncipe, en una prosa cortesana muy cuidada. Ese es el origen del recurso estilístico que luego se ha presentado como una de las características esenciales de Shakespeare. Hasta eso tiene raíces hispánicas. Shakespeare, en gran parte, es una construcción configurada por el academicismo anglosajón que tenía la necesidad de colocar a alguien en el canon occidental. Y todo esto es, cuanto menos, discutible.

En su obra,  Cervantes rompe con lo que había sido la literatura hasta entonces: mitos, brujas, héroes, amor cortés, etc., son todos sustituidos por un personaje que debajo del traje de una falsa locura esconde la razón que más tarde daría paso a las Luces y en general al pensamiento moderno. En este mismo sentido, la sempiterna comparación con William Shakespeare  no se sostiene cuando comprobamos que el bardo inglés  no rompía con nada de lo previo, con la mitología, el amor cortés y el brujo de turno, al contrario que el de Alcalá de Henares. Cervantes  analiza los grandes dilemas del ser humano con soterrada ironía y extraordinaria perspicacia, y crea una filosofía profunda, racionalista, antropocéntrica, moderna, insuperable.

 



Apuntes sacados de la “Crítica de la razón literaria”

Cervantes contra Erasmo


En el XVI, y esto se dice muy poco, fue España quien libró a Europa del
del islam, como en el siglo XX los americanos aplastaron el nazismo europeo.

 
Pedro Insua, en su libro Guerra y Paz en el Quijote, derrumba el mito del erasmismo de Cervantes. El erasmismo de Cervantes es una tesis que se institucionaliza con la publicación del libro de Marcel Batallion sobre la interpretación de Cervantes desde el punto de vista de la filosofía erasmista, con una idea de Cervantes frente a una España negra, legendaria, inquisitorial, y Cervantes un autor incomprendido y reprimido por esa España feroz. Esto además de ser una calumnia más del idealismo europeo contra España, es una estupidez, porque Cervantes nace de esa España que no es erasmista, que no es europeista y que teológica e inquisitorialmente está en contra del islam y del protestantismo, en contra del imperio turco y el neocapitalismo protestante.

No se puede interpretar a Cervantes ni a ningún otro autor sin tener en cuenta la realidad del mundo en el que vive, y esta interpretación se ha de hacer desde una filosofía realista y no desde el idealismo. Mucho menos aceptable es hacerlo con las ideas que le convienen al que interpreta. Hoy día hay nuevas ideas sobre la paz y la tolerancia inconcebibles en la época de Cervantes. Cervantes si fuera erasmista no hubiera estado en Lepanto, porque habría sido humanista antes que escritor y soldado, aunque esto último lo fuese a la fuerza, habría seguido los pasos de Erasmo, pero sobre todo, si hubiera sido erasmista, no se habría comportado como lo hizo en Lepanto.

Pedro Insua escribe liberado del idealismo filológico y filosófico que antepone el humanismo y las letras a todo, como creen los erasmistas. Apoyado en el materialismos filosófico de Gustavo Bueno, demuestra que Cervantes es todo lo contrario, que no es soluble en el europeismo erasmista, que sus ideas sobre la paz y la guerra no son erasmistas, sino aristotélicas, que se explica desde la filosofía española de Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, de Sepúlveda o incluso de Quevedo o Maquiavelo.

Las ideas de Cervantes sobre la política, sobre la paz, sobre la guerra son ideas aristotélicas, no las ideas evangélicas de Erasmo. Si así fuera cabría preguntarse, ¿que hace Cervantes en Lepanto? Para Cervantes la paz es el fin de la guerra, y las guerras no se buscan, se encuentran y Cervantes piensa que lo que toca entonces es defenderse para conseguir la paz, y siendo consciente que la guerra puede ser peor que la derrota (como lo fue para los berlineses al final de la II GM), de la misma forma que la enfermedad puede ser peor que la muerte. La idea de Cervantes sobre la paz y sobre la guerra es una idea materialista, no idealista y acrítica.

La literatura es también la expresión de una serie de ideas que requieren interpretación, por lo que no basta la filología para explicar la literatura, es necesaria además la filosofía, para interpretar la realidad por la que brota esa literatura. No es lo mismo una literatura de una sociedad determinada por la magia, la mitología y la religión luminosa, de las sociedades hebreas del siglo X, que la literatura escrita en una sociedad determinada por el racionalismo crítico, la construcción científica, la disolución de las ideologías, en el siglo de oro. Así la literatura puede ser acrítica, crítica y programática si el uso racional es acrítico.

La obra de Cervantes es profundamente crítica con los idealismos. No se puede ser idealista en política, no se puede ser idealista en la idea de paz, ni en la idea de guerra, a la guerra hay que ir con un realismo que supere el realismo del enemigo, que supere el racionalismo del adversario para no fracasar, y ya sabemos que, en la guerra, la derrota supone la pérdida de la vida o cuanto menos la perdida de la libertad. El Quijote viene a decir, si eres un idealista vas a acabar derrotado como siempre le pasa a don Quijote. Los idealista alemanes adoptaron el Quijote como obra de referencia porque consideran que el Quijote nos libera de los problemas humanos a través de la locura, y ponen en funcionamiento una filosofía idealista, de donde brota el protestantismo, cuando lo que hace es criticar los idealismos medievales de una paz irreal, de una justicia inexistente, de la justicia poética de los libros de caballería. Este idealismo alemán ve en personajes como el Quijote o el Licenciado Vidriera, la encarnación de un racionalismo superior, porque los demás son prosaicos, materialistas, se atienen a intereses materiales y personales de los que están desposeídos los idealista. Con esta soberbia de superioridad se sitúan en el terreno de las letras para su propaganda y su autoengaño, porque para tener razón en el terreno de la práctica es necesario tener poder, desde donde únicamente se puede ejercer la razón, sino será unicamente una razón teórica, en un racionalismo incompetente al no tener el poder para imponer su razón. La razón se impone con la fuerza de las armas: los pederastras, los traficantes, no se recluyen voluntariamente en la cárcel; el nazismo fue derrotado por las armas de un racionalismo democrático, y mientra estuvo en el poder su racionalismo era el que se ejercía. La razón nunca se impone por sí sola.

Determinados personajes a menudo dicen que las palabras nos liberan, pero si no hubiera un orden político militar, un estado que garantice a esos intelectuales decir lo que dicen, todo esto sería imposible. La exaltación de la anomia, que es lo que hizo el idealismo alemán, es algo que no permite explicar a Cervantes. La realidad no tolera el idealismo, por eso la ontología de Cervantes no se le puede explicar desde Erasmo, ni desde Lutero, ni desde el idealismo alemán, sino que hay que explicarlo desde Spinoza. Para Cervantes, que ha estado en Lepanto, el mundo no está hecho solo de palabras como piensa Erasmo, el cautiverio de Argel no son solo palabras, no se resuelve solo filológicamente, todo lo que Cervantes ha vivido no solo es cuestión de palabras, siempre estuvo luchando por su vida y su libertad. Cervantes no habla, como habla Erasmo, desde una vida cómoda.

La anomia, la locura, nos hace incompatibles con la realidad, es una forma patológica de razonar y el desenlace es el fracaso. Ese es el mensaje del Quijote. Como afirma Spinoza, la libertad tiene que ver más con el entendimiento o la inteligencia que con la voluntad o el deseo, está diciendo que no se puede razonar de manera ideal, ni tomando como referencia nuestras pasiones. Advertimos que Erasmo, Heidegger, Emilio Lledó, son gente obsesionada, con una idea de filología completamente ideal, patológica. En Heidegger era una verdadera obsesión su estética en la construcción del leguaje, y trataba de buscar en las palabras una retórica y una poética que legitimara incluso la estética del nazismo. Son gente que se relacionan con el mundo a través del idealismo del lenguaje, cuestión fácil de hacer con el puesto asegurado, como diría Sancho “bien predica quien bien vive”, si tienes que estar a medianoche en el invernadero, o en el andamio en el mes de julio, las humanidades humanizarían menos. Erasmo, cuando escribe “Prefiero un turco sincero a un cristiano hipócrita” Insua le apostilla “… Y lo prefiere sobre todo porque no lo tiene delante. Erasmo se permite sostener la idea poética de paz”. Esta gente creen que el mundo está ahí, creen que la paz está hecha de palabras, como Zapatero que la paz es una construcción verbal, que todo se construye filológicamente, por eso cabría preguntarles si cuando se encuentran enfermos van al filólogo o al médico. Pero esa visión del mundo es totalmente falsa es de imbéciles y de querer hacer imbéciles a los demás (No es ofensa, porque imbécil es el que carece de báculo en el que apoyarse, y el que considera, como Erasmo, que la paz o la guerra se resuelve verbalmente es que no sabe conducirse por la realidad).

La idea protestante plantea una solución con los turcos basada en el diálogo, un ideal para su tiempo idealista. Entonces, en el XVI, y esto se dice muy poco, fue España quien libró a Europa del turco, como en el siglo XX, americanos y rusos aplastaron el nazismo europeo. En el siglo XVI de no ser por los españoles, Europa, el protestantismo habría sido devorado por los turcos, por el islam, así que el protestantismo existe gracias al catolicismo español que fue quien puso las armas para que el turco no devorara a Europa en ese momento, y la obra de Lutero se habría evaporado.

Tradicionalmente se ha identificado a Felipe II con la prudencia, Pedro Insua no lo identifica con la prudencia sino con la indolencia, que con su falta de capacidad para sacar rentabilidad diplomática a los logros militares de don Juan de Austria. Dicho de otra manera que Felipe II perdió en la paz lo que don Juan de Austria ganó en la guerra, cuestión que se les pasó por alto a los filósofos y filólogos idealistas, pero no se le pasó a Cervantes, cuando en el soneto al túmulo de Felipe II adviente: “fuese y no hubo nada”.

Al Túmulo del Rey Felipe II que se hizo en Sevilla
Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla,
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y nobleza!
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado,
Y el que dijere lo contrario, miente."
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Y así fue, Felipe II se fue y no hubo nada, más propio de la la indolencia que de la prudencia. Gestionó desde el idealismo de las letras, lo conseguido desde el realismo de las armas. Esto lo asumió muy bien el libro de la Leyenda negra de Iván Vélez, o Imperiofobia y leyenda negra, de
María Elvira Roca Barea. Y hoy en día mucha gente cree que la inquisición fue malísima y mató a mucha gente, pero que la revolución francesa que mató a diez veces más seres humanos fue buenísima. Y es que todo es tan relativo: si consideramos que la Declaración Universal de los DH es excelente, supone tener en cuenta que es excelente considerar conforme a esa declaración que los seres humanos negros son seres inferiores. Con esto se quiere apuntar que siempre hay que tener en cuenta el momento histórico en el que suceden los hechos. La leyenda negra sobre la España inquisitorial es producto de sus enemigos holandeses, franceses, protestantes e ingleses, que fueron los que tomaron el relevo en el desarrollo, y son los mismo argumentos que se utilizan hoy día contra el colonialismo americano o inglés.

Marcel Bataillon, autor de Erasmo en España, donde hace erróneamente un erasmista de Cervantes, que nada tiene que ver con la idea de Europa ya que Cervantes pertenece a la tradición hispánica, que lo explica con una idea clara de estado. Este mito erasmista lo derrumba con claridad Pedro Insua, demostrando que Cervantes mantiene una relación dialéctica con Europa, una actitud beligerante contra el protestantismo al que considera mucho más intolerante que el catolicismo y que manifiesta que la paz se puede conseguir rezando. Cervantes piensa que con el enemigo se dialoga una vez vencido con las armas.

Claramente y resumiendo, Pedro Insua, critica la indolencia de Felipe II, demostrando que al monarca le importaba muy poco la cristiandad, le importaba muy poco los cautivos de Argel, postura que sufrió Cervantes. Felipe II, por su desidia, por su indiferencia perdió en la paz todo lo que don Juan de Austria había ganado en la guerra. Y una vez más demuestra que Cervantes era cristiano frente a los turcos, católico frente al protestantismo, y ateo frente al catolicismo. Que para Cervantes no hay posibilidad de paz teológica, que las cosas hay que resolverlas desde un racionalismo antropológico, y que por lo tanto son las armas las que sostienen a las letras, situándolo en la línea de un Sepulveda, de un Maquiavelo, de un Spinoza, de un Aristóteles, y que nada tiene que ver con Erasmo.

Guerra y Paz en el Quijote. pedro Insua
Erasmo en España. Marcel Bataillon
Imperiofobia y leyenda negra. M. Elvira Roca Barea

jueves, 21 de mayo de 2020

Tardes de pequeñas cosas

Persiguiendo los tonos naranjas del atardecer

Nos íbamos a la playa a esa hora en que el calor afloja y las sombras comienzan a alargarse sobre la arena. Era una playa distinta a las de por aquí, una playa muy larga, despoblada de edificios y chiringuitos y, a los lejos, unas pocas casas de tejados blancos que se desvanecían sobre el monte por la distancia, la vegetación y la calima. Solíamos ponernos a la izquierda de la playa, junto a las ruinas de la Basílica Paleocristiana, dónde, propio de nuestra educación, todos llevábamos traje de baño. Hacia la derecha de la playa, poco a poco, los bañistas se iban adanizando, hasta llegar al último tercio donde el nudismo se generalizaba con total naturalidad. A esa hora, el disco rojo e inmenso del sol bajaba cada tarde con una sobrecogedora lentitud y se ocultaba al final de la línea que separa el agua y la tierra protegiendo a los de la derecha de las indiscretas miradas de los de la izquierda.


Llegábamos cada tarde con nuestro “gsa” cargado de cosas innecesarias: la tabla de windsurf que usábamos poco, pero servía para sentarnos en ella con los ojos cerrados y la mirada perdida en la Contraviesa; la nevera con la cena, que, en esos años, siempre era poca; la caña de pescar con la que dábamos de cenar a los peces, y nunca faltaba un libro del que apenas leíamos unos renglones.

Caminábamos de la mano siempre junto al rompeolas persiguiendo los tonos naranja del atardecer, esa luz que se va haciendo cada vez más dorada y densa sobre la arena, a la par que la playa iba recobrando esa soledad de comienzos del mundo, una sugestión de eternidad rimada con nuestros pasos y el suave golpear de las olas.

Playa de son Bou, año 1987
Como he dicho surfeaba un poco y lo dejaba de momento. Me tumbaba, dispuesto a leer, pero lo cierto es que apenas si leía, que a las pocas líneas cerraba el libro, o ni siquiera llegaba a abrirlo, se quedaba olvidado sobre la esterilla o la toalla con las hojas agitadas y humedecidas por el Mitjor de la tarde. Cualquier cosa me abstraía de la lectura: aquel mar azul que, al sur, se resbalaba del cielo haciendo desaparecer el horizonte; mi sombra, al este, larguísima sobre la arena; y sobre todo una niña de cinco años que hacía castillos con la arena, o corría con los brazos abiertos detrás de las gaviotas, compartiendo con ellas el bocadillo de sobrasada y un baile de constantes idas y venidas en el que los pájaros describían, en un reducido campo de juego, arcos sobre el horizonte que pasaba del naranja de poniente, por el azul fuerte del sur, al gris ceniza del levante. La niña jugaba y corría hasta caer rendida para descansar abrazada, junto a su hermano, a su tío, con la melena movida por la brisa y la mirada fija en las gaviotas que nos rodeaban por miles, esperando una migaja de pan que arrebatarnos o que les lanzásemos al vuelo.

Son Bou, año 2020
Misma Playa 2020. Teo por Pablo
Metía entonces los pies en el agua y andaba más de cincuenta metros para llegar allí donde rompen las olas, me subía en una roca plana en la que se deshacía la gasa limpia y cálida de la espuma. El agua se arremolinaba en mis pies y yo, repleto de mística y perdido en mis dudas, recordaba los salmos olvidados de mis años jóvenes tras aquella tapia de la Placeta de Gracia: “
Purifícame con hisopo, y seré limpio”, “Lávame y seré más blanco que la nieve”. Volaba a mi infancia, a aquel mundo brillante de calles abiertas, libros de aventuras, cuentos fantásticos junto a la chimenea, olivos centenarios, acequias de agua limpia, naranjos amargos para el morcón, perros amistosos, paisajes agrestes y rostros sonrientes. Sólo veía lo que no debía cambiar para aquellos niños. En torno a mí, aquella imagen giraba como una especie de universo privado, un cosmos blanqueado dentro del otro más vasto y azul que resplandecía fuera, en otro tiempo y espacio.

Teo, esos días de julio de 2020 cumplió los dos años.
Teo en la Playa de son Bou. Julio 2020
Sumido en pensamientos contradictorios miraba más lejos y observaba los cambios en la tonalidad del mar, la dirección de los vientos, la textura fresca y húmeda de la brisa. Sentía que eso era todo, no había más mundo que aquella esquina de la playa. Ni siquiera el tiempo parecía existir. Uno se cree, ahora, que esas olas de sosiego y de dudas no volverán ya más a romper sobre sus tobillos, que esas tardes de nada, llenas a rebosar de todo lo que uno quiere cuando no se pregunta qué quiere, difícilmente volverán.

Allí en aquella playa de aquella isla del centro del mediterráneo, según se iba quedando vacía a la caída de la tarde, de pie en el tenue rompeolas, abstraído, soñando tal vez con estas añoradas tierras del sur, jugando con un fragmento de roca que se me resbalaba entre los dedos, y botando las piedras planas que encontraba sobre la superficie del mar, o mirando el baile de aquella niña y las gaviotas, yo me daba cuenta de lo irrelevante de mi presencia, un grano más, nada más, de aquella fina arena. En aquella pequeña y tranquila isla de horizontes abiertos, con la que hoy sueño, allí, como en ningún otro sitio, creo que percibí la inmensa plenitud de este mundo formado de pequeñas cosas inconexas. Cualquier detalle por nimio que sea, ese que no se ve, el que nada es si hemos de referirlo, esas pequeñas cosas que no se perciben cuando suceden, esas son las que llenan los grandes momentos.
 

 


Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.


Como un ladrón
te acechan detrás
de la puerta.
Te tienen tan
a su merced.


Como hojas muertas

que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve.







Texto inédito de: Del cinamomo al laurel.35