En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

lunes, 23 de noviembre de 2020

Preciosa y el aire

Es el segundo romance del Romancero Gitano de Federico García Lorca. Está dedicado a Dámaso Alonso, por la admiración que ambos sentían hacia la obra de Cervantes, al que habían homenajeado en unas actividades culturales organizadas en la Residencia de estudiantes.

Es, pues, un poema con un personaje de tradición literaria: la gitanilla Preciosa de Cervantes, famosa bailarina y cantante de romances al son de la pandereta; la más cautivadora de las creaciones femeninas del autor del Quijote.

Si Cervantes habló de la dualidad de la vida, de la libertad, de la marginalidad, Preciosa, a Lorca, le interesa para proyectar sus aspiraciones y sus sueños íntimos, sus deseos de unos modos de vida marginales y libres, su anhelo de libertad. Preciosa es como una pintura que le sirve para captar el drama de la vida, expresándolo con la metáfora más atinada y creativa; la emplea para plasmar en una breve escena el sentido más íntimamente humano.

Como en Cervantes, en Lorca, constantemente coinciden dos temas opuestos: lo real con lo irreal; lo sagrado con lo profano; la gracia con el dramatismo; la vida con la muerte. Pero, una clara diferencia hay ente Cervantes y Lorca: el primero es un racionalista antropológico, y el segundo es un naturalista rusoniano que se interesa especialmente por la naturaleza, las pasiones, y los elementos numinosos como la magia, el duende, etc.

Lorca, en el poema, Preciosa y el aire, convierte a la mortífera luna de otros de sus poemas en objeto de metáfora. Ahora es el pandero ("luna de pergamino") que viene tocando Preciosa a través de un camino encharcado ("anfibio sendero") por las aguas del cercano mar.

El sonsonete del pandero ahuyenta el silencio de una tarde tranquila, haciéndole caer al mar en el que bulle la vida. Nada parece presagiar la cercanía de la tormenta: los carabineros duermen "vigilando" una colonia inglesa, mientras los peces son presentados como gitanos que juegan con caracolas y con ramas de pino. De pronto, se levanta un viento de tormenta, rasgado de relámpagos ("lenguas celestes", "estrellas bajas"); se escucha el rumor del mar, y sus olas son vistas metafóricamente como el fruncimiento del ceño de una superficie lisa hasta entonces. 

Toda la naturaleza reacciona al ser sacada de su sopor. Las nubes que ocultaban el sol hacen que los olivos palidezcan; el viento arranca sonidos, "las flautas de umbría" de los árboles y consigue que en las blancas rocas erosionadas se oiga el chocar de las olas ("el liso gong de la nieve"). Preciosa se siente perseguida por el caliente viento estival, convertido ante los ojos de su imaginación en el viejo sátiro al que una antigua mitología había atribuido el papel de violador de doncellas. 

La gitana se refugia en la casa del cónsul inglés quien en su duda de sí se encuentra ante una niña o ante una mujer, le ofrece leche y ginebra, a fin de que ella elija, para reponerse de su miedo, la bebida que prefiera. He aquí la encantadora ambigüedad de este romance: al final, el lector no sabe exactamente si a la niña (la ginebra no la bebe) le ha asustado la tormenta o la proyección de sus fantasías eróticas en el "viento hombrón" que le ha perseguido esgrimiendo la "espada caliente" de su falo. Una vez más el fuerte erotismo de la poesía lorquiana.


Preciosa y el aire

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.

El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.

En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.

Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracoolas y
ramas de pino verde.

*

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.

Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante
tu vestido para verte.

Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.

Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.

El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.

Los olivos palidecen.

Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!

¡Preciosa, corre, Preciosa!

¡Míralo por donde viene!

Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.

*
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra el
viento, furioso, muerde.


Ref: Basado en la Crítica de la Razón Literaria del Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno; Mooc uvigo.

La gitanilla: dos ideas de libertad

Cervantes. El conocimiento del mundo gitano, una cuestión de familia


Cervantes tenía sobrados motivos para conocer bien a los gitanos y para estar prevenido contra ellos, a la par que era capaz de tenerle cierto afecto. En efecto, el abuelo de Cervantes, el licenciado Juan de Cervantes (+1556), tuvo tres hijos: dos varones, Juan, Rodrigo, padre de nuestro autor, y una hija: María, tía de Cervantes. Esta última estuvo amancebada con un arcediano de Talavera y Guadalajara, llamado don Martín de Mendoza, conocido por el apodo de "El Gitano". El citado abuelo de Cervantes era personaje de rango, hombre de confianza del tercer duque del Infantado, por tanto, los amoríos de su hija produjeron mucho escándalo entre los años 1528-1533, y causaron un gran enfrentamiento con la casa del Infantado, llevando a una serie de pleitos con los consiguientes problemas para toda la familia. El núcleo principal del problema radicaba en que el tal arcediano, don Martín de Mendoza, era en realidad hijo ilegítimo del primogénito del segundo duque del Infantando: Don Diego Hurtado de Mendoza.

Don Diego Hurtado de Mendoza, antes de casarse con la hija del Conde de Benavente, tuvo una aventura con una gitana bellísima llamada María Cabrera. El asunto comenzó tal como lo cuenta El nobiliario del Cardenal Mendoza. Dicha crónica narra como en 1488 acudió a Guadalajara una cuadrilla de gitanos con motivo de la fiesta del Corpus. Todos quedaron prendados de una joven gitana: María Cabrera. El joven conde de Saldaña, don Diego, hasta el punto de que le ofreció uno de los mejores caballos de su establo, y una vez más la gitana admiró a todos con la gallardía de su cabalgar. Don Diego ya no paró hasta que poseyó a la gitana. De esa unión nació Martín Mendoza en 1489. El niño llegaría a ser "hombre de buena estatura, seco y moreno, conforme a la madre". Don Diego regaló a la gitana una posada, para que "sin peregrinar viviese, y desde entonces les duró por hartos años a todos los gitanos de aquella cuadrilla el que viniendo a Guadalajara luego visitaran la casa de los duques como muy parientes della, y se la mostraban con lo cual iban muy contentos de tal parentesco", porque cuando alguno se casa con una gitana se casa con toda su tribu, y las ventajas y privilegios que saca la faraona son para todos.

Don Diego Hurtado de Mendoza tuvo muchos hijos de su enlace legítimo con María Pimentel, pero también tuvo varios hijos ilegítimos. De todos (14 en total), por el que sintió particular predilección fue por Don Martín de Mendoza "El Gitano". Lo consagró a la Iglesia, le dio una educación esmerada y consiguió para él numerosas prebendas: arcedianato de Talavera, curato de Galapagar, abadías de Santillana y Santander... Para ello, en 1514, logró obtener de la Reina Juana (La Loca) un especial decreto que le legitimaba para detentar beneficios públicos "y gozar de las preeminencias de los hijos legítimos de legítimo matrimonio". Hasta llegó a pedir para su hijo la mitra toledana, petición que Carlos V denegó cortésmente en carta fechada el 30 de enero de 1523.

En el contexto de estas circunstancias, el abuelo de Cervantes, "velando por la honra de su hija", se quejó al duque del Infantado de los amoríos de ésta con el Arcediano, y -puesto que su clerical condición le impedía salvar su honra con el matrimonio-, al menos, solicitó un arreglo monetario "que le permitiera dotar a su hija". Finalmente se llegó a un acuerdo, por el cual el clérigo firmó una carta de obligación el 30 de noviembre de 1529. Por este documento, se comprometía a entregar a María de Cervantes la suma de 600.000 maravedíes antes de la Navidad de ese año. A partir de ese momento, la familia de Cervantes no dejó constantemente de sacar dinero al arcediano. Por el momento, éste accedía, a la par que continuaba haciendo numerosos regalos a su amante. Regalos de la talla de valiosas joyas, costosos ajuares, vistosas jacas y elegantes caballos de silla, sin faltar libranzas y regalos en metálico hasta un total de 146.000 maravedíes.

Todo ello, permitía a la abuela de Cervantes ser "una gentil amazona, cabalgando en su jaca blanca con la guarnición de terciopelo, por las calles de Guadalajara, o asombrando en las fiestas, juegos de cañas y torneos con aquella cargazón de joyas y perlas orientales ".

Muerto el Duque, su padre, el hermanastro de Don Martín se cansó de las estafas y malversaciones, y le cortó todas las "subvenciones" a que estaba acostumbrado.

Acosado por estas circunstancias, el abuelo de Cervantes concibió una estratagema legal: hizo que, el 2 de abril de 1532, su hija -haciéndose pasar por menor de edad- se presentara ante el alcalde ordinario de Guadalajara con la petición de que se le designase un curador, y que éste embargara los bienes de los fiadores de don Martín "El Gitano". Su estratagema falló, porque los interesados burlaron el embargo. Pero el abuelo de Cervantes, terco leguleyo al fin, se enfadó y acusó de parcialidad al alcalde Cañizares, que -en respuesta- le mandó encarcelar en su propia casa, e inició los trámites para demandarle ante su majestad o ante la Cancillería de Valladolid.

"El Gitano" y su hermanastro, el Duque Iñigo, aprovecharon la circunstancia y acusaron al viejo abogado de tercería con su hija, cuya honra había vendido por 600.000 maravedíes, dejando voluntariamente que la muchacha se amancebara con el clérigo, de quien tuvo un hijo.

El licenciado Cervantes contestó al ataque formulando acusaciones de cohecho contra los justicias de Guadalajara por venderse a la familia del Duque del Infantado. Pero Don Martín reaccionó con violencia, y el abogado, por miedo al vengativo gitano, huyó de Guadalajara y se acogió a la protección del Arzobispo de Toledo, don Alonso de Fonzeca. Finalmente, la familia Mendoza llevó el asunto al alto tribunal de Valladolid y el Licenciado Cervantes acabó en la cárcel de esa ciudad el 29 de julio de 1532. Pero el viejo abogado siguió revolviéndose astutamente, y logró que el tribunal de Valladolid anulara la decisión de los alcaldes de Guadalajara, le absolvieran de todo delito personal y condenaran a los fiadores de "El Gitano" al pago de los 600.000 maravedíes de la inicial demanda. Como respuesta, "El Gitano" y la casa de los Mendoza iniciaron una verdadera persecución, utilizando incluso al Santo Oficio, aunque no lograron que la Inquisición tomara acción contra el experimentado abogado.

A partir de entonces, empiezan las desventuras y empobrecimiento de una familia que, en tiempos, gozó de toda la preponderancia que le daba su relación con la casa del Infantado. No obstante, María de Cervantes, la antigua querida del Arcediano, continuó viviendo con cierto lujo, gracias a los 600.000 maravedíes conseguidos en el infame pleito. Entre otros bienes, con esos dineros compró varias propiedades en Alcalá. Don Juan, su padre, se separó de su mujer y se trasladó a Córdoba. El hijo mayor de la familia, Juan, murió pronto, y el segundo, Rodrigo, -padre de Cervantes- por su sordera no logró ser médico como quería, y hubo de conformarse con ser cirujano practicante, poco más que barbero. Se casó con Leonor de Cortinas y vivieron en una casa de Alcalá, propiedad de su hermana María. En esa casa nacería Cervantes. Una casa cuyo sostén económico era la riqueza de Doña María, una gran ayuda por bastante tiempo, aunque sus dineros no pudieron evitar la ruina y encarcelamiento del padre de Cervantes y la ulterior época de privaciones. De modo que, durante toda la niñez de Cervantes, la influencia familiar de la antigua querida de "El Gitano" fue considerable, y nuestro autor aprendió de ella la historia y costumbres gitanas: la danza al son del pandero, el recitado de romances, el arte del penar bahí o decir la buenaventura, la historia del arcediano, la exaltación de las costumbres gitanas y -a la par- los excesos de su conducta.


Preciosa, "La Gitanilla": dos modos de vivir

Esos antecedentes de Cervantes explican su conocimiento del mundo gitano, su modo de vida y concepción moral frente a la de la España tradicional de su tiempo. Cervantes combina una clara postura ante los excesos de la moral gitana con una cierta simpatía por ellos y algunas manifestaciones de su modo de vivir. Así con ocasión del "noviciado gitano" de Andrés, se declara:

"De todo lo que había visto y oído, y de los ingenios de los gitanos quedó admirado Andrés, y con propósito de seguir y conseguir su empresa sin entremeterse en sus costumbres, o, a lo menos, excusarlo por todas las vías que pudiese, pensando exentarse de la jurisdicción de obedecellos en las cosas injustas que le mandasen a costa de su dinero".

Y en otro lugar, pondrá las siguientes palabras en boca de Preciosa:

"Los ingenios de las gitanas van por otro norte que los de las demás gentes: siempre se adelantan a sus años; no hay gitano necio, ni gitana lerda; que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros despabilan el ingenio a cada paso, y no dejan que críe moho en ninguna manera".

Este combinarse de simpatía vital y rechazo de lo negativo se encarna magníficamente en la figura de Preciosa, "La Gitanilla". Es verdad que se trata de una pintura excesivamente perfecta:

Cuando Preciosa el panderete toca

Y hiere el dulce son los aires vanos,

Perlas son las que derrama con las manos;

Flores son que despide de la boca.

Sin embargo, Cervantes supo hacer de La Gitanilla una figura encantadora:

Y tal es mi Preciosa

Que es lo menos que tiene ser hermosa:

Dulce regalo mío

Corona del donaire, honor del brío.

Preciosa es un arquetipo ideal para la comunicación de las ideas que laten detrás de la novela, porque aprecia a los gitanos -"no hay gitana lerda", dirá- y a la vez es capaz de rechazar sus ideas y costumbres cuando las considera reprobables: "Yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas cuando se les antoja".

Pero resulta que el personaje creado para la contraposición moral no es realmente gitana: ella es Costanza Meneces, robada en los primeros albores de su vida por una vieja gitana. Luego, ¿será la concepción moral algo ligado en cierto modo a la sangre? ¿Por qué, habiendo recibido la misma educación que las demás gitanas, expuesta a las mismas influencias, viviendo la misma vida, por qué Preciosa rechaza concepciones aceptadas con normalidad por todos "los suyos?”

Cervantes transmite con delicadeza una convicción, y tiene que acudir al recurso literario de una niña robada, porque sería imposible que un gitano de verdad rechace esos elementos de su modo de vivir. Hay cierto fatalismo racista, que al mismo tiempo es disculpa. No es prejuicio, sino fatalismo:

"¿Ven estas muchachas mis compañeras, que están callando y parecen bobas? Pues éntrenles el dedo en la boca y tiéntenles los cordales, y verán lo que verán. No hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinte y cinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habrían de aprender en un año".

Ese reconocer los defectos de los gitanos no es prejuicio, porque Cervantes no calla los de su propio mundo. Así, Preciosa es consciente que en el otro lado -en el de los payos- no faltan los desvíos:

"Mucho sabes, Preciosa -dijo el Teniente-. Calla, que yo daré traza que sus Majestades te vea porque eres pieza de reyes. Querranme para truhana -respondió Preciosa-, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para discreta, aun llevarme hían; pero en algunos palacios más medran los truhanes que los discretos. Yo me hallo bien con ser gitana y pobre, y corra la suerte donde el cielo quisiere".


Verdad y libertad, contraste de los dos mundos

A Cervantes lo que más le caracteriza en su obra es la indeterminación consciente, un dualismo antropológico. Esa dualidad aparece singularmente perfilada en la contraposición del concepto de libertad según el ideal cristiano y el concepto de libertad en la vida gitana, una libertad pragmática, naturalista, que parece anclada en la ley del más fuerte, pero que no deja de tener cierto encanto.

Toda la concepción cristiana de la libertad podría ser el siguiente. La libertad consta de tres posibles elementos: En primer lugar, la intensidad del querer (en palabras castizas: "querer con toda la fuerza del corazón"). En segundo lugar, la ausencia de toda coacción ("quiero algo porque me da la gana, no porque nadie me obliga"). En tercer lugar la posibilidad de elegir bienes diversos: el típico: "Prefiero esto". Como se verá, Cervantes conoce bien el tema, porque prácticamente en sus obras encontramos una referencia literaria a cada uno de esos aspectos.

El hombre es libre porque decide, porque "quiere" querer, como contrapuesto al instinto necesario. Decisión de querer que ni la más fuerte coacción exterior puede quitar: con toda la fuerza del mundo nadie puede "hacerme querer" lo que no quiero. Así declarará Preciosa:

"La mujer que se determina a ser honrada entre un ejercito de soldados lo puede ser",

y en otro lugar:

"Conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada" o "Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que antes de que aquí vinieses entre los dos concertamos" (...) "Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre, y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere".

El segundo elemento, la ausencia de coacción externa es condición para el ejercicio de la libertad:

"¡Desdichada de la vida

a términos reducidas

que busca con ceguedad

en la prisión libertad

y en lo imposible salida!".

No se puede ser libre en prisión. La misma idea que plasma en en el discurso de Marcela: no se puede ser libre cuidando cabras en el monte, donde no hay nada que hacer. También en quijote se habla de la cautividad de las conveniencias, chismorreos y convenciones sociales: "Pasé a Italia y Alemania y allí me pareció que se podía vivir con más libertad porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia", declaraba Ricote a Sancho cuando lo encontró tras el desastre de la ínsula Barataria.

Pero siendo dura la cautividad externa, la libertad exterior es la única que puede perderse por culpa de otro:

"Vi que volaban los tiempos

y que encerraban las rejas

el cuerpo, más no el deseo

que es libre y muy mal se encierra".

Libertad muy cuestionada, en otros párrafos por Cervantes, que no lleva al tercer elemento: la posibilidad de elección entre bienes diversos es circunstancia, que conforma la verdadera libertad.

Como racionalista, para Cervantes, dado que el hombre siempre quiere "lo bueno", lo que considera "bueno" para él, la libertad depende de la verdad, en el sentido de que sólo cuando la inteligencia conoce de verdad la realidad, sólo entonces el hombre ejerce de verdad la libertad. En ese sentido, la libertad absoluta sólo es posible cuando salgamos de la limitación del conocimiento terreno. Idea de la que se hace eco Cervantes en La Gran Sultana:

Mártir soy en el deseo

y aunque por agora duerma

la carne frágil y enferma

en este maldito empleo,

espero en la luz que guía

al cielo al más pecador

que ha de dar su resplandor

en mi tiniebla algún día,

y desta cautividad

adonde reino ofendida

me llevará arrepentida

a la eterna libertad.

La moral gitana, tal como es presentada en la novela, supone necesariamente una concepción de la libertad y la justicia totalmente opuesta, por cuanto se declara que la verdad y la mentira no existen como realidades contrapuestas: "Del sí al no no hacemos diferencia cuando nos conviene". Para el gitano no hay diferencia entre la verdad y la mentira, con lo cual la elección de la libertad, no es la del bien -en sentido moral-, sino la de la apetencia:

"Para nosotros se crían las bestias de carga en los campos y se cortan las faltriqueras en las ciudades. No hay águila, ni ninguna otra ave de rapiña que más presto se abalance a la presa que se le ofrece, que nosotros nos abalanzamos a las ocasiones que algún interés nos señalen".

Consecuentemente, no hay respeto a la propiedad, a la justicia, a lo suyo de cada uno. Por eso roban con toda paz "y, de noche hurtamos, o, por mejor decir, avisamos que nadie viva descuidado de mirar donde pone su hacienda". Es más, la caridad se considera una debilidad incompatible con su modo de vida. Así, cuando el pretendiente de Preciosa decide indemnizar con su dinero a los labradores afligidos, el viejo gitano le reprende:

"...que era contravenir a sus estatutos y ordenanzas que prohibían la entrada a la caridad en sus pechos, la cual, en teniéndola, habían de dejar de ser ladrones, cosa que no les estaba bien en ninguna manera".

Sin embargo, hay aspectos de la libertad que los gitanos saben vivir muy bien: cierta falta de esclavitud por las cosas de la tierra: "Porque la libre y ancha vida nuestra no está sujeta a melindres ni a muchas ceremonias". Es como un cierto estoicismo, sólo que -en vez de estar fundada en el los bienes superiores- lo está no dejarse atar por nada fuera de su mundo:

"Con éstas y otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos: los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles frutas; las viñas uvas (...) Para nosotros las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños las lluvias (...) nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros (...) No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos domina la ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni madrugamos a dar memoriales, ni a acompañar magnates, ni a solicitar favores (...) un mismo rostro hacemos al sol que al yelo, a la esterilidad que a la abundancia".


Un peculiar aspecto de la libertad gitana: maltrato de la mujer

Las mujeres son medidas por un rasero distinto, como el único objeto de propiedad particular:

"Pocas cosas tenemos que no sean comunes a todos, excepto la mujer o la amiga, que queremos que cada una sea del que le cupo en suerte. Entre nosotros así hace divorcio la vejez como la muerte: el que quisiere puede dejar la mujer vieja, como él sea mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años”.

Y poco antes se dice:

"Nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda del otro; libre vivimos de la amarga pestilencia de los celos. Entre nosotros aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio; y cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo: nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas y amigas; con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos como si fueran animales nocivos: no hay parientes que las vengue, ni padre que nos pida su muerte. Con este temor y miedo ellas procuran ser castas y nosotros, como hemos dicho, vivimos seguros".

Esa castidad de la mujer es como un valor que si se pierde hace a las mujeres "inservibles". Para los gitanos sólo la castidad corporal tiene importancia. La obscenidad, chistes, gritos, etc. es para ellos totalmente irrelevante, hasta el punto de que puede darse el caso de una gitana que baila provocativamente en un cabaret, pero detrás de una cortina se esconde la madre, una gitana fea, sucia y tuerta que vigila a su hija provocadora. Esa mentalidad la explica muy bien Preciosa:

"Una sola joya tengo, que la estimo en más que la vida, que es la de mi entereza y virginidad...; flor es la de la virginidad, que, a ser posible, aun con la imaginación no había de dejar ofenderse. Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Este la toca, aquel la huele, el otro la deshoja y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace".

Preciosa considera que sólo al matrimonio ha de ceder ese bien de la virginidad:

"Si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser a este santo yugo; que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen".

Cervantes, moralista aquí -por boca de Preciosa, como rechace el divorcio, esta moralidad peculiar de los gitanos que pueden dejar mujer porque es vieja:

"Yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas cuando se les antoja; y como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por su gusto me deseche".

En definitiva, La Gitanilla dibuja magistralmente los elementos esenciales del mundo gitano; con una yuxtaposición de simpatía y reprobación por parte de Cervantes.

...

Referencias: Dra. Mary C. Iribarren; La gitanilla de Cervantes/ Walter Starkie, Cervantes y los gitanos/ Américo Castro; El pensmiento de Cervantes.

domingo, 15 de noviembre de 2020

El retablo de Maese Pedro en la evolución de don Quijote


[...] porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan ni saben alzar estas figuras que llaman «judiciarias», que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia (Quijote, II, 25).

En su camino topan con un mozo que iba a la guerra, quien recibió los parabienes y los consejos del caballero y con un alcalde, quien les narró la historia de su pueblo y la afrenta por los rebuznos. El relato del alcalde tiene lugar en una venta, hacia la que se encaminaron y que don Quijote percibe como tal, lo que asombra a Sancho y le hace pensar que tal vez lo vivido en la cueva de Montesinos haya tenido repercusiones en el comportamiento del caballero. En la venta también aparece maese Pedro con su mono adivino y su retablo. Maese Pedro entraña una especial relevancia en el texto. Se trata de Ginés de Pasamonte, uno de los galeotes a quien liberó don Quijote en la primera parte y que fue quien robó el asno de Sancho.

Es interesante que sea de los pocos personajes de la primera parte que, sin pertenecer al núcleo central de la trama, haya sido recuperado para la segunda. En su anterior aparición, se jactó de su inteligencia y de estar escribiendo un libro que daba cuenta de su vida; es más, en ese momento citó, en comparación con su vida, El Lazarillo de Tormes y se refirió con cierta superficialidad al resto de obras de la picaresca. Además, se le hizo responsable del robo del rucio de Sancho al comienzo de la segunda, cuando el escudero corregía, ante el bachiller Sansón Carrasco, las inexactitudes de la obra impresa. Por otra parte, desde su primera aparición, se destacó en él una sagacidad que ahora comprobamos que vuelve a manifestarse. Por ello, con el objetivo de procurarse una manera de vivir, se pasea de pueblo en pueblo como un titiritero, con el ojo tapado por un parche verde, un retablo y un mono que dice ser adivino del pasado. Para realizar esta función, antes, se entera de las cualidades de los vecinos; su mono simula una adivinación que consta de lo averiguado, más aquello que ha conseguido deducir de las respuestas dadas. Con don Quijote y Sancho se aprovecha de su saber, lo que justifica esa presentación altisonante ante el caballero y esos datos que desvelan su conocimiento de la esposa de Sancho; pero además, su actitud, en exceso comedida, responde a un cierto temor ante el posible reconocimiento y también ante la ira del caballero de la que ya fue testigo en su día, pese a que entonces fueran el caballero y el escudero los peor parados. Esto explica la delicadeza en el trato que les procura a lo largo de todo el pasaje. Así, una vez comienza la representación, trata de que su ayudante siga la pauta marcada por el caballero, sabedor de que a este no le gustan las bromas en asuntos de la caballería.

Don Quijote desconfía del mono adivino por considerarlo cosa del demonio. Todo el pasaje responde a un cierto desaliño argumental que tal vez se deba al intento de su autor por introducir un guiño en relación con la obra de Avellaneda, en la que también se produce un cruce entre los personajes y lo representado en una escena. Sancho le insta a que pregunte si fue verdad lo sucedido en la cueva, teniendo en cuenta que dicho mono solo podía referirse a lo pasado. El caballero pregunta si fueron soñadas o verdaderas las vivencias y la respuesta que se le da confirma la misma inquietud sin resolver nada. Maese Pedro traduce las palabras del mono, indicando que este hacía saber que en lo contado había parte falsa y parte verosímil. De manera que con ello no puede despejar las dudas que su relato suscitó en el escudero; además, con el adjetivo “verosímil” no se confirma la veracidad sino la apariencia de hecho verdadero.

Todo ello está íntimamente relacionado con un contexto teatral que devuelve al personaje, recuperado de la primera parte, al horizonte de la literatura. Esta vez, representa en su teatrillo el rescate que realiza don Gaiferos de su esposa Melisendra, prisionera de Almanzor.

Lo interesante es comprobar cómo el caballero se introduce en el hecho representado; corrige al joven que narra la acción desarrollada en la escena y, ante el desenlace apasionado, saca su espada y destroza todas las figuras. Posteriormente, y una vez que ha recuperado la cordura, resarce económicamente y de forma generosa a maese Pedro, quien pone precio a cada personaje.

Si sorprendió antes que el caballero reconociera la venta como tal y no como palacio, ahora, su generosidad y actitud humilde ante el destrozo de las figuras nos hacen pensar en algún cambio operado en su ser tras el descenso a la cueva, como así creyó Sancho. Ignacio Arellano, en el comentario que dedica a este capítulo, señala que la obra de Avellaneda contiene una acción pareja en la que el personaje central se introduce con su acción para destrozar una representación, en este caso de Lope de Vega, amigo y al creer de Cervantes, consejero de letras de Gerónimo de Pasamonte. Por ello, podemos vislumbrar que Cervantes ya conociera esta continuación del Quijote y que quisiera poner distancia entre el suyo y el del otro autor.

Pero además, nos hemos de detener para analizar las palabras que utiliza el caballero al ser consciente del destrozo. En esta intervención, parece que quiere asumir el sentir de su desvarío y por primera vez manifiesta una responsabilidad, aunque siga manteniendo, a modo de justificación, la acción de los enemigos encantadores. Más allá de esta responsabilidad que señalamos, las palabras traducen un desencanto ante la verdad que los otros ven y que al caballero se le ha burlado, además de subrayar las tretas utilizadas para engañarlo.

Con ello se adelanta a los acontecimientos posteriores, que vivirá en el palacio de los duques, indica el final de la obra y, desde luego, recalca el sentido que quiere para toda su acción: la buena intención, que siempre está en su horizonte y que lo distancia de forma sobresaliente de la imagen que circula de su persona y de la segunda parte de Avellaneda:

-Ahora acabo de creer lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que en ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra [...]. Por eso se me alteró la cólera y por cumplir con mi profesión de caballero andante quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto: si me ha salido al revés, no es culpa mía, sino de los malos que me persiguen; y con todo esto, deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas. (Cap. II, 26)

A partir de este suceso, don Quijote siempre pagará sus estancias en las ventas, percibidas como tales. Será frecuente la duda en su mirada, no tan segura como en la primera parte y con menos poder trasformador. Esta percepción no tan nítida de aquello que quiere ser visto de una determinada manera, pues es la que consigue encajar la realidad en los axiomas que fundamentaron su ser como caballero andante, es la que va a incidir de forma decisiva en la actuación de don Quijote y en la respuesta posterior acerca de sus hechos. Ejemplo de ello lo tenemos en la rectificación que lleva a cabo tras la violencia con la que destruyó las figuras de maese Pedro o posteriormente, ante la realidad de lo que pensó ser barco encantado.

Merece un comentario la actitud de Sancho, quien asume una posición con respecto a don Quijote mucho más nivelada que la que le corresponde como escudero. La relación que tiene con el caballero, en virtud de su convivencia, lo lleva a comentar lo vivido en una posición de igualdad e incluso a intervenir activamente. Esto explica que se inmiscuya con consecuencias nefastas para ambos, como en el asunto del ejército de rebuznadores. Pero lo cierto es que dicho ascenso, del personaje de Sancho como auténtico protagonista, es necesario para su futuro papel de gobernador y para que lo allí vivido responda de manera verosímil a la naturaleza del escudero.

En el episodio, don Quijote, asigna a la ciencia el estatuto de verdad y la literatura la ficción. En este episodio, dice, con mentiras e ignorancias se hecha a perder la verdad maravillosa de la ciencia, que es lo que hace Maese Pedro con la actuación del mono adivino.

Es el narrador del Quijote, quien, como intermediario cervantino, desmitifica el trampantojo y artificio del mono adivino y su facineroso amo, el más que ingrato Ginés de Pasamonte (una crítica más de Cervantes a quién supone autor del Quijote de Avellaneda, Gerónimo de Pasamonte), que oculta su malicia y su pasado tras la figura de maese Pedro. Y no es necesario avanzar demasiado en la segunda parte de la novela para encontrar episodios desmitificadores de esta naturaleza.


Miguel de Cervantes (Quijote II, 27)

Dice, pues, que bien se acordará el que hubiere leído la primera parte desta historia de aquel Ginés de Pasamonte a quien entre otros galeotes dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada. Este Ginés de Pasamonte, a quien don Quijote llamaba «Ginesillo de Parapilla», fue el que hurtó a Sancho Panza el rucio, que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta. Pero, en resolución, Ginés le hurtó estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usando de la traza y modo que usó Brunelo cuando, estando Sacripante sobre Albraca, le sacó el caballo de entre las piernas, y después le cobró Sancho como se ha contado. Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos, determinó pasarse al reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero, que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por estremo.
Sucedió, pues, que de unos cristianos ya libres que venían de Berbería compró aquel mono, a quien enseñó que en haciéndole cierta señal se le subiese en el hombro y le murmurase, o lo pareciese, al oído. Hecho esto, antes que entrase en el lugar donde entraba con su retablo y mono, se informaba en el lugar más cercano, o de quien él mejor podía, qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar, y a qué personas; y llevándolas bien en la memoria, lo primero que hacía era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una historia y otras de otra, pero todas alegres y regocijadas y conocidas. Acabada la muestra, proponía las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasado y lo presente, pero que en lo de por venir no se daba maña. Por la respuesta de cada pregunta pedía dos reales, y de algunas hacía barato, según tomaba el pulso a los preguntantes; y como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacía la seña al mono y luego decía que le había dicho tal y tal cosa, que venía de molde con lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable, y andábanse todos tras él. Otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían bien con las preguntas; y como nadie le apuraba ni apretaba a que dijese cómo adevinaba su mono, a todos hacía monas, y llenaba sus esqueros.
Así como entró en la venta conoció a don Quijote y a Sancho, por cuyo conocimiento le fue fácil poner en admiración a don Quijote y a Sancho Panza y a todos los que en ella estaban; pero hubiérale de costar caro si don Quijote bajara un poco más la mano cuando cortó la cabeza al rey Marsilio y destruyó toda su caballería, como queda dicho en el antecedente capítulo.

 

 

 

Bibliografía:

Sun-Me Yoon. La aventura del retablo de maese Pedro. CVC

Jesús G. Maestro, Sobre el retablo de Maese Pedro y el mono adivino. CVC

 Arellano, Ignacio. Historia del teatro español del siglo XVII, Madrid, Cátedra, 1995.


sábado, 14 de noviembre de 2020

El Dios de Spinoza


Spinoza, filósofo holandés del siglo XVII, decía que el mal es solo un acto de ignorancia y de torpeza.
La humanidad es parte de Dios y no creación, está en nosotros, por eso la heterodoxa filosofía de Spinoza fue considerada un peligro y una blasfemia por judíos y cristianos. Su pensamiento es mucho más complejo, pero en términos prácticos la filosofía de Spinoza tiene una enseñanza maravillosa y conmovedora: no hay recompensa ni castigo, el bien mismo es la recompensa, el mal es el castigo.

Similar es el pensamiento de Cervantes, que vivió unos años antes que Benito, como le llamaban sus padres a Spinoza, por su orígenes castellanos (Espinosa de los Monteros, mi pueblo del norte). Cervantes, como Benito, un racionalista, dirige a sus personajes en toda su obra, para que ellos manejen su propia vida, no dejándola en manos de Dios a quien se encomendaban todos los autores contemporáneos al autor del Quijote. Cervantes busca siempre la solución antropológica a los problemas humanos. Como Spinoza, piensa que Dios está en cada uno de nosotros.

Igualmente el racionalismo crítico aparece en la obra de Unamuno. En San Manuel Bueno, rtir, novela de contenido filosófico y existencial, el cura de Valverde, don Manuel es un hombre habilidoso y trabajador, de ahí que ayude con ganas a sus vecinos, auxilia a los enfermos y entierra en lugar sagrado a los suicidas porque piensan que son personas que se han equivocado. Insiste a los feligreses en que no pierdan la alegría de vivir, como la en Dios, que él no tiene del todo, pero de que nadie aprecia su duda porque ha decidido vivir haciendo el bien y sorteando las pruebas a las que le somete la vida. Como Benito parece decir que Dios es parte de nosotros.

Racionalistas son también las palabras de Abel Martín cuando reflexiona con mucha ironía sobre Dios, en Juan de Mairena de Machado, y dice: “...no sé una palabra acerca de Su misericordia, pero podría decir que es infinita y muchos lo verían correcto; no sé cuán horrible le parecerá a Él el corazón humano, pero podría atisbar mucha comprensión para con sus debilidades. Y sé, o me atrevería a decir que si alguno de vosotros se condena, entonces me condenaré yo también, y si alguno se salva, entonces me salvaré yo. Pues ¿qué diferencia hay?, acaso unas milésimas en una escala de cien: unas horas, unos días más en el pulgatorio; pero allí lo malo es la primera llamarada”.

Y el actual Papa, el Papa Francisco, un Papa que, para bien o para mal, está moviendo los cimientos de la iglesia, que ha dicho en más de una ocasión que tenemos que convertirnos en los autores de nuestras propias vidas ¿No es lo mismo que nos dice Cervantes y Benito Spinoza? Que los problemas mundanos hemos de resolverlos las personas actuando más y rezando menos.



viernes, 13 de noviembre de 2020

Baruch Spinoza, según Borges

Baruch Spinoza (1632-1677)

Borges dio una conferencia en Buenos Aires sobre Spinoza,
en la que muchos críticos, Diego Tatián entre otros, han visto una extraordinaria ignorancia de la filosofía y de Spinoza, y en la que convirte a la filosofía en un juego para la literatura.

Dice Tatián que la característica principal de la prosa de Borges es la arbitrariedad tanto en la expresión como en las referencias que están en la misma línea de los ensayos de Lladó, Harol Bloom o Steiner.

Añada que Borges basa su argumentación en ocurrencias, profundizando muy pocas veces en ellas, de igual manera que los ensayos de Saramago no contienen nada importante a tener en cuenta. En la conferencia se aprecia un narcisismo de la ignorancia y de la modestia, sustrayéndose a las cualidades pretendidas por cualquier académico como son el conocimiento y la inmodestia, exhibiendo todo lo contrario la modestia y la ignorancia más absoluta: cuando habla de las fuentes dice “he leído la Ética de Spinoza, algún artículo de Russel y ...”

Habla de la filosofía y de Spinoza moviéndose en el terreno de la creencia, “creo entender a Spinoza como una religión”, sin dar una explicación del porqué de esta creencia. Y Tatián añade, “tengo la impresión que leyendo a Borges no se aprende nada, si acaso un poco de cinismo.”

Dice Borges más adelante: “Hay un hecho que me aleja de Spinoza”, pero no dice qué hecho es el que le aleja. Yo podría decir que hay un hecho que me aleja de los nacionalistas, pero debería explicarlo; o que hay un hecho que me aleja del vino tinto, pero si no digo cual, es como no decir nada, o es mejor quedarme callado.

Mas adelante vuelve a las andadas y dice de la misma manera que había dicho de Cervantes: “prefiero leer a Spinoza en una traducción inglesa, que es más claro y más preciso. En este caso explica algo, que es más claro y más preciso; en cuanto a Spinoza podríamos aceptar la explicación si no conoce el holandés, lengua madre de Baruch (o de Benito que era como le llamaban sus padres, que tenían su origen Espinosa de Los Monteros. Burgos -mi pueblo del norte-).

Para lo que he leído de Borges sobre Spinoza, sobre Cervantes o sobre Lorca, da igual que él lo hubiera leído en inglés o bable, o no leerlo porque a lo que dice no se le encuentra fundamento. Y con un complejo de superioridad dice “Spinoza es una figura patética de igual modo que Alonso Quijano”, pero no dice porque son patéticos; Tatián dice al respecto que si hay alguien que siempre huyó de lo patético ese es Spinoza: su filosofía no es ni dolorosa, ni triste, ni penosa, ni lamentable, y tampoco lo es su propia vida. De cualquiera que se nos ocurra podríamos decir que es patético: Borges es una figura patética, y esto si que podríamos apoyarlo en su propia imagen, parece separar el trigo de la paja y preferir la paja al trigo, como prefiere la biblioteca a la vida. Y la osadía de calificar a Borges solo se apoya en la calificaciones que él hace de otros. Para Tatian afirmar esto además de no conocer la filosofía de Spinoza es no tener el más mínimo interés en hacerlo.

Borges que tanto ha escrito sobre la ficción, sobre el laberinto y que no tiene nada más que las metáforas, no es capaz de darse cuenta del racionalismo de Spinoza, de su mayor dimensión de la Sinagoga de Amsterdan, de sobreponerse a grandes acontecimientos, un hombre políticamente heterodoxo que desarrolla una hermenéutica racionalista y que convierte a los referentes de las sagradas escrituras en ficciones equiparables a las literarias utilizando el racionalismo para situar a estas figuras en contextos desacralizados en el siglo XVII.

Y dice Borges que “Spinoza tiene que ser sentido como un santo”, es una metáfora sin sentido, a no ser que Borges se esté riendo de sus lectores u oyentes. Y añade “he encontrado siempre una dificultad en la fe cristiana y hay algo en mi que rechaza esa idea; esta dificultad es la idea de un dios personal”. Claro, si tuviera que buscar para comer todos los días, otras y mayores serían la dificultades; y sigue “Spinoza la reemplaza por la idea del dios infinito”. Como si la filosofía fuese una poética, que puede, pero es simplificar tanto las cosas, para decir esta obviedad sin explicarla, para ese viaje no se necesitan alforjas. Al decir esto parece que quiere decir que los referentes de la filosofía son tan falsos como los de la literatura; si es así lo racional sería decirlo y no lo hace.

Pero es que la gran diferencia entre filosofía y literatura es que los literatos no creen en las ficciones que contienen sus obras, mientras que los filósofos si creen en las que contienen las suyas:

  • Heguel cree en el espíritu absoluto, y es una ficción pura.

  • Gustavo Bueno cree en el ego transcendental, y es una ficción completa.

  • Spinoza cree en la idea de sustancia, y es una ficción, una ficción explicativa, pero ficción. También son explicativos los paralelos y los meridianos, y son ficciones, si bien resultan operatorias en un determinado contexto, la medición de los usos horarios.

  • Carlos Marx cree en la idea del estado, y es ficticia.

  • Acaso no es ficticio el dimiurgo platónico.

  • O el motor perpetuo de Aristóteles.

  • O el dios de Tomás de Aquino.

  • O el Leviatán de Hobbes.

  • Descartes cree en la glándula pineal, y cree que ahí está metida el alma lo que es una de las mayores ficciones.

  • Froid cree firmemente en el inconsciente, la mayor de las ficciones del siglo XX. Como aquel famoso pintor que decía que él pintaba desde el inconsciente. No sé como podía distinguir los colores.

  • Las mónadas de Leibniz (la fuerza, la voluntad, el valor) y de las que tanto se burlaba Voltaire en Cándido.

La filosofía está llena de ficciones con la única diferencia que los filósofos creen en ellas firmemente, incluso hasta dan la vida, en tanto que los literatos nos creen en absoluto en sus ficciones.

Dice Cervantes que la literatura es una trampa, un juego lúdico que muchos se toman en serio, sobre todo los filósofos, los moralistas, los religiosos, las feministas. La gente que busca dogmas, busca seguridad; y claro al final siempre tropiezan con la realidad.

Todo filósofo tiene la pretensión de que su sistema va a cambiar el mundo, lo intentaron Platón que con su ingenuidad quiso gobernar el estado, y lo afirmó Marx considerando que todos antes que él se habían dedicado a interpretar la realidad y que él iba a transformarla. Cierto es que no todos lo filósofos pretenden cambiar el mundo, pero ese sistema de pensamiento de cambiar el mundo es propio de aquellos sistemas que contienen algo de filosofía en su interior. Es decir que si el filósofo no intenta cambiar el mundo, sí cree que su sistema puede hacerlo, y la realidad es que todos los sistemas quedan disueltos en la historia. La transformación de la realidad tiene que ver con muchas cosas, no solo con la interpretación filosófica. La filosofía y la ideología tienen en común la forma de operar, necesitan movilizar gremialmente a los individuos, trabajando en realidad con más ficciones que la literatura.

Sigamos con la interpretación que hace Borges de Spinoza. Dice Borges, “Spinoza declara que solo conocemos dos de los atributos de la sustancia, la extensión y la conciencia”. Tatian dice que no, que no son esos lo atributos que son extensión y cogitación, el cógito no es la conciencia; la conciencia es un término que es más luterano que spinocista. Spinoza, como Descartes habla de cógito, la red extensa y la red pensante, y la conciencia no es red pensante exactamente.

Borges además hace unas analogía metafóricas, retóricas completamente, en virtud de las cuales interpreta la extensión con el espacio y la conciencia con el tiempo. Se monta unas comparaciones filosóficas con metáforas literarias (lo dicho, literaturizando la filosofía); y dice montándose un narcisismo inmodesto, “creo delusoria la oposición entre los dos conceptos incontrastables de espacio y tiempo”, cree que es engañosa la relación conjugada de espacio y tiempo, y sigue con frases que nada significan y que lo mismo se podría decir otra cosa, moviéndose en un mundo semántico un tanto alucinante.

Y añade algo “muy bueno”: “ yo me creo capaz de imaginar un mundo sin espacio; no sé si ustedes pueden hacerlo”. ¿Qué no? Otra cosa no, pero imaginación el ser humano tiene de sobra y son capaces de imaginar eso y mucho más… Y sigue Borges, “un mundo en el que hubiera un número infinito de individuos, de conciencias y que pudieran expresarse por medio de música, de palabras; podría existir y no tendría porque haber espacio”. Eso es como hacer una sopa de ajo sin ajo; o un flan de huevo y leche sin huevo y sin leche. Por imaginar... Todo parece una burla.

Dice en otro momento: “todo lector de Spinoza ha sentido algo que no le hubiera interesado a Spinoza”. Es tan gratuita esta frase, claro de cualquier cosa que leamos, todos vemos algo que ni había pensado, ni seguramente le interesa al autor.


Hasta ahora hemos hablado del Borges crítico de la filosofía de Spinoza. Nada relevante, un juego semántico para sorprender a los lectores. Borges escribió dos sonetos relacionados con Spinoza: es una mezcla del soneto español (dos cuartetos ABBA, ABBA y dos tercetos encadenados CDE, CDE) y del soneto inglés que escribe Shakespeare (dos serventesios ABAB, ABAB y al final dos estrofas de tres versos, un pareado y verso suelto que rima con el suelto de la otra estrofa CDE, CDE en el primero, y CDD, CDD en el segundo).


Spinoza

Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)

Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.

No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.

Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.

En El Otro el Mismo (1964)


Constituye una glosa mítica de la imagen de Spinoza, podrá ser un imagen pictórica: un pintor los podría pintar “con manos traslúcidas de judío labran en la penumbra los cristales y la tarde que muere es miedo y frío.” Viene a decir que tiene una vida desangelada, medrosa, porque su heteroxia no le permite muchas libertades políticas debido a que se ha tomado muchas libertades filosóficas. En el segundo serventesio se va elevando hacia lo irracional, se parte de la realidad y desembocamos en el mito. Borges, como toda su literatura sofisticada y reconstructivista parte de términos reales y plantea relaciones totalmente irreales, de términos operatorios a sueños en su laberinto (nótese el oxímoron “soñando un claro laberinto”, algo que ya no está en este mundo, algo metafísico).

No lo turba la fama, ese reflejo de sueños en el sueño de otro espejo,”, de nuevo la metáfora recursiva del sueño como tema y la recursividad del sueño como procedimiento. La multiplicación de los métodos recursivos, el universo como laberinto… Es una muestra de literatura sofisticada que plantea exigencias críticas a partir de conceptos irracionales; no se cree el irracionalismo que practicamos, pero lo exhibimos, apareciendo Spinoza como un hombre indiferente a todo, que vive en el ghetto, en la monotonía, la tarde que es miedo y frío, la tarde que muere, manos de muerte, manos enfermizas (metáforas acumulativas); “el hombre que no es ni temeroso del amor de las doncellas, libre de la metáfora y del mito labra un arduo cristal: el infinito...” Retrata la imagen de laberinto que da para todo. El poema es únicamente una semblanza evocadora, mítica y legendaria de la imagen de Spinoza y de uno de los referentes de su filosofía, condensado en una imagen poética, el laberinto.


En el segundo poema nos viene a decir que si bien la filosofía es literatura, la teología es un poética


Baruch Spinoza

Bruma de oro, el occidente alumbra
la ventana. El asiduo manuscrito
aguarda, ya cargado de infinito.
Alguien construye a Dios en la penumbra.

Un hombre engendra a Dios. Es un judío
de tristes ojos y de piel cetrina;
lo lleva el tiempo como lleva el río
una hoja en el agua que declina.

No importa. El hechicero insiste y labra
a Dios con geometría delicada;
desde su enfermedad, desde su nada,

Sigue erigiendo a Dios con la palabra.
El más pródigo amor le fue otorgado,
el amor que no espera ser amado.

En La moneda de hierro (1976)


El soneto que lo escribe doce años después tiene pocas variaciones con el anterior, podemos decir que es complementario con el anterior, una recurrencia temática y una repetición formal, invirtiendo los serventesios por sonetos y el orden de los pareados. En los dos sonetos tenemos la penumbra, el termino judío, su relación don Dios en tanto que el hombre está construyendo a Dios. En el primero construía el mapa de Dios que era el propio Dios (o sea un mapa que tiene la misma extensión que el terreno que representa, a tamaño natural -los juegos semánticos de Borges -).

Lo lleva el tiempo como lo lleva el río”, la tarde que va muriendo con miedo, con frío, con penumbra; la imagen clásica manriqueña que van a dar en la mar que es el morir, “en una hoja en el agua que declina”, que otoñalmente cae indiferente al tiempo, todo es tiempo. Y sigue erigiendo a Dios con la palabra, somo lenguaje, la ontología reducida a filología, la teología reducida a poética y a la retórica, la filosofía a literatura. Continuamente subrayando que la filosofía es una ficción, que detrás no hay nada, con la diferencia dicha de que el filósofo cree en sus ficciones y el poeta no.

Para Borges Dios es la figura retórica de lo absoluto.

La imagen de Dios es una creación humana a imagen y semejanza del ser humano, construida verbalmente y fundamentada en la poética y en la retórica, no una imagen de los animales como sostiene Gustavo Bueno en el Animal divino. Dios es la figura retórica de lo absoluto; Dios es el nombre que los creyentes dan a nada. Para Borges Dios es una autentica ficción.


"La conjura de los justos", por Diego Tatián

Jorge Luis Borges: Baruch Spinoza [Conferencia en la Sociedad Hebraica Argentina, 1° de abril de 1985]