En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

No es no


La gran protagonista femenina en el Quijote es la sin par Dulcinea, que nunca aparece en el libro
pero que es constantemente mencionada. Tampoco aparece Aldonza Lorenzo, su otra cara.

Don Quijote -o Cervantes, debería decir-, fue, sin duda, un defensor de la mujer. Dice amar “de oídas” y anhela socorrer a las “doncellas menesterosas”: amor platónico o amor cortés le distingue; y aunque los ogros de quienes defenderlas no existen, como en cualquier tiempo, abundan los monstruos de apariencia humana.

Las mujeres cervantinas exigen su derecho a elegir con quién se casan o a quién rechazan. Cuando dicen no es no. No cabe llamarlo feminismo incipiente, pero es una visión muy abierta, muy moderna. Aunque hoy día, probablemente, no encajara con la visión posmoderna de esta cuestión.

La bella y rica Marcela exige su derecho a vivir sola en los montes, sin casarse y rechaza que se la culpe del suicidio por amor de aquel a quien no le ha dado pie para esperar nada, de aquel al que, con toda claridad, ha dicho "no". Grisóstomo, un estudiante “brillante” de Salamanca que, ante Marcela, se dedica a lo que hoy veríamos como un claro acoso, yace a sus pies muerto por amor. Ambos jóvenes, han decidido huir de la vida cómoda persiguiendo sus chifladuras u obsesiones en el monte entre cabras. dice Marcela: “en libertad y en amena y honesta conversación con zagalas; solo zagalas, que de zagales no quiere saber nada, aunque los pastores del monte sean singularmente zagales.

Y hete aquí que la obsesión del falso pastor es la susodicha y no menos falsa pastora. Pero Marcela no quiere saber nada de Grisóstomo, que parece que le seduce poco o nada. Este rechazo conduce al estudiante al suicidio, que es una forma radical de protesta -se podría decir que de ejemplar protesta, pues últimamente suele protestarse en demasía matando antes de matarse; forma que si es del todo ruin-. Con su muerte, Grisóstomo, escandaliza y pone a los pastores, zagales todos ellos, en contra de Marcela.

En el entierro, un entierro civil en el que caben todos los actores (reparad aquí: en aquellos años, cuando Skespeare, Calderón, Lope..., dejaban todo en manos del mito, la magia y la religión, Cervantes lo deja en la voluntad del hombre: racionalismo antropológico frente a un mundo impregnado de teología). En el entierro, Marcela, aparece en escena y desde un peña alta, lanza un profundo mensaje de defensa del “no es no”, alegando que ella es libre, y no está obligada a querer por imposición. Entre otras cosas dijo:

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad.

La no menos bella Dorotea lucha por el hombre que, tras conseguir sus amores, olvida sus promesas. Hoy día lo normal hubiera sido mandarle a freír espárragos; pero su triunfo en aquel tiempo es conseguir que don Fernando, un burguesito ligero de cascos, rectifique su afrenta, que un sí es un sí, y la palabra es la palabra. La solución tampoco queda en manos de Dios, sino que es la propia Dorotea quien se la trabaja. Eso, entre otras ideas tan actuales, es lo que hay en la literatura de Cervantes. En el camino, Dorotea tendrá que librarse de dos acosadores. “En estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna mujer”, argumenta el caballero andante. Y yo digo: pues anda que en estos, ni la mujer ni el hombre.

Leonor, la madre de Miguel, sabía leer y escribir, algo raro en la época para una mujer, y además se ocupó de que también sus hijas supiesen. Poco sabemos de Catalina, esposa de Cervantes, pero durante años muchos cervantistas la intuyeron plúmbea y un lastre para la creatividad del escritor, algo que hoy ya no percibimos así gracias a visiones más ecuánimes. Por ejemplo, el apodo de las ‘Cervantas’ con que se referían en el barrio a la familia del escritor ha perdido para biógrafos actuales su sentido peyorativo, ahora se es interpretado como un reconocimiento del carisma femenino; algo que Cervantes tenía e imprimió a todas sus mujeres, reales o de ficción.

En sus Novelas Ejemplares, así como en el Persiles, plantea historias de amor en las que nunca la mujer carece de personalidad: Segismunda se disfraza de Auristela y Persiles de Periandro, se inventan una falsa peregrinación y se van de viaje de novios a Roma (no digáis que no era moderno). Fuerza y determinación no les falta: si una tiene que disfrazarse de hombre, se disfraza; si el otro se viste de mujer, lo lleva con soltura, aunque tenga que pelear con príncipes enamoradizos. Si hay que empuñar la espada, se empuña. Si hay que amar… se ama

Por ello, muy segura de sí, Marcela proclamó ante quienes la condenaban: El verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso”. Y don Quijote asintió complacido.

Y hoy hay políticos que se creen que han inventado el “no es no”. Como aquellos alcaldes, unos y otros, rebuznaron en balde, pues pasaron por alto que todo está en Cervantes.


jueves, 7 de septiembre de 2023

Sancho sería hoy un falso autónomo


En el capítulo VII de la Segunda parte, Sancho reclamó a don Quijote su salario:

Voy a parar —dijo Sancho— en que vuesa merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda, que no quiero estar a mercedes, que llegan tarde o mal o nunca; con lo mío me ayude Dios. En fin, yo quiero saber lo que gano, poco o mucho que sea, que sobre un huevo pone la gallina, y muchos pocos hacen un mucho, y mientras se gana algo no se pierde nada. Verdad sea que si sucediese, lo cual ni lo creo ni lo espero, que vuesa merced me diese la ínsula que me tiene prometida, no soy tan ingrato, ni llevo las cosas tan por los cabos, que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la tal ínsula y se descuente de mi salario gata por cantidad.

Sancho pide “salario conocido y mensual, así como no servir a merced, es decir, con promesas de ínsula y de futuro ascenso en el escalafón social, que quedarse pueden en agua de borrajas. “Yo quiero saber lo que gano, poco o mucho sea”, le pide escamado.

Pero el caballero andante en ningún libro leyó que los escuderos cobrasen; así que le adelanta que se ha acordado de él al testar. "Si tan largo me lo fiais...", le habría respondido el desconfiado escudero.

La demanda salarial estuvo a punto de dar al traste con la tercera salida, pero, con Sansón Carrasco, apareció la competencia, dispuesto a ocupar su parte con contrato que hoy se consideraría en fraude de ley, y Sancho claudicó. Con criterios de hoy, Sancho sería un falso autónomo.

Pero el verbo cobrar tiene también otra acepción menos grata. El desconocimiento de don Quijote acerca de que en las ventas había de pagarse lo consumido provocaría que su escudero fuese manteado, dolorosa gimnasia donde la haya. Lo que el jefe no pagó lo cobró en sus huesos el trabajador. Siempre es lo mismo.

En nuestros días, al soñador hidalgo se le hubiera caído el pelo si los manteadores llegan a romperle algo al escudero y Sancho, tras pasar por el ambulatorio, acude a la Guardia Civil con el parte de daños.

Sin embargo, ninguna explotación más aberrante que la del rico labrador Juan Haldudo a su criado Andrés, a quien ata a un árbol y lo azota porque le pierde, o le roba -que esto no está claro- las ovejas. Este, por su parte, le reprocha que le debe “soldadas”. El caballero andante defiende al maltratado, aunque Andresillo después le espetará que con ayudas como la suya no necesita enemigos, pues cuando don Quijote se hubo marchado, la patronal, sin los medios delante, se vengó en sus carnes y le puso los puntos sobre las íes. En esos días, en la solución de conflictos laborales no se contemplaba el despido, la cuestión se podía dirimir con unos cuantos latigazos, que si el sindicato quijotesco mediaba, con todo seguridad, el perjuicio para el trabajador se elevaría de forma algebraica. De aquella España venimos; en esta España seguimos.

Finalmente, en la conciliación, don Quijote y Sancho se dieron un abrazo, pero, por incumplimientos de lo pactado en horarios y riesgos de la profesión, volvería a salir el debate salarial.

Por cierto, en el apócrifo si se le paga salario fijo a su escudero: es la crítica ultracatólica a las relaciones krausistas del verdadero. ¡Ah!, el vil metal. Antes y ahora, origen de conflictos.

En un pasaje don Quijote recomienda a Sancho: “Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”. A lo que antes y hoy solo cabe decir: amén. Claro, si te lo dice el galeno, un Pedro Recio de (mal) Agüero, como diría Sancho…; para enseguida precisar a la patronal si es quien aconseja: ya, mi señor, pero pan con pan, comida de tontos, que estómago vacío no tiene oídos. El Sancho de Avellaneda diría que “lo primero y principal es oír misa y almorzar”; a lo que el verdadero Sancho respondería que “en habiendo prisa, almorzar antes que misa”.


lunes, 4 de septiembre de 2023

Cada uno es hijo de sus obras

Por sus frutos los conoceréis (Mateo 7:16)

Lo más atractivo en Don Quijote es el inconformismo con el mundo en que vive. La crítica social se advierte a cada paso en los diálogos de los protagonistas. Crítica sutil, sin finalidad trascendental aparente. Don Quijote expresa en no pocos de sus discursos el inconformismo y la protesta contra el mundo en que vive Cervantes. En la discrepancia del autor contra aquella sociedad, uno de los elementos del inconformismo es su opinión con respecto a la jerarquía social que dominaba. Podemos encontrar que en el Quijote aparece frecuentemente, expresada así o de diferente forma, la idea que resume la frase “Cada uno es hijo de sus obras”, la cual nos hace pensar que Miguel de Cervantes niega a la nobleza histórica fundada en los linajes, "rh" y árboles genealógicos desde el ángulo de su humanismo renacentista, racionalista y antropológico. Cada uno es hijo de sus obras”, encierra un concepto moderno de la vida, una idea política del imperio, el ideal con que soñaba Cervantes para el primer estado moderno de la historia: España. O, mejor dicho, la hispanidad, pues esa es la visión que Cervantes nos muestra en toda su literatura.

¿Cuáles son las ideas de Cervantes acerca de la nobleza? El tema de los linajes es uno de los argumentos sociales que más se mencionan en el Quijote, y ocupa relativamente mucho espacio. En el capítulo 21, de la Primera parte, don Quijote explica a Sancho las dos clases de linajes que hay en el mundo:

Hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derivan su descendencia de príncipes y monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha deshecho y han acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros tuvieron principio de gente baja, y van subiendo de grado en grado, hasta llegar a ser grandes señores, y de manera, que está la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron.

Como observamos en la mención arriba citada, Cervantes no reconoce a la nobleza histórica, cimentada en la sangre azul, ya que para él no existe más que una nobleza: la de la virtud y el saber. Sin embargo, esta idea, por razones obvias, no está presentada por Miguel de Cervantes en forma clara, sino como la orientación general de su ideología social y política; pero se manifiesta con bastante transparencia, tanto en sus líneas generales, como en algunos pormenores que, a modo de piedras de mosaico, forman un cuadro entero.

Veamos su forma general en el capítulo 18,1. Don Quijote dice a su escudero, después de la batalla de las ovejas: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro”.

Confirmamos también que toda la novela está impregnada de cierta idea de igualdad, que siglo y medio más tarde, al desarrollarse, se convertirá en una de las ideas principales de la Revolución Francesa. En el capítulo 11,1, don Quijote trata a su escudero de igual a igual, convidándole a sentarse a su lado y comer del mismo plato:

-Por que veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería, y cuán a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una misma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor: que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere: porque de la caballería andante se puede decir lo mismo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.

Aquí vemos evidentemente que el caballero manchego pasa por alto las diferencias de clase que se expresaban también en el trato entre los individuos de distintas clases sociales, conforme lo prescribían los reglamentos caballerescos. Don Quijote pone un signo de igualdad entre un caballero y su escudero, y lo justifica evocando la caballería andante; y al achacar a esta -la propia igualdad de los hombres- finalidades que no tienen nada de común con la institución de los caballeros y sus órdenes, la emplea como sinónimo de la Edad dorada igualitaria, y para fines de cautela defensiva.

Entonces, ¿de dónde viene esta idea de igualdad humana? Su fuente es nada menos que su idea de que “cada uno es hijo de sus obras”. Para Miguel de Cervantes, la virtud y las buenas obras son el único criterio según el cual se determina la calidad de un ser humano. En el capítulo 4,1, don Quijote responde al pastor Andrés hablando de los caballeros:

Importa poco eso... que Haldudo puede haber caballeros; cuánto más, que cada uno es hijo de sus obras.”

Esta idea está tan asentada en el Quijote, que reaparece en varios pasajes más: Sancho Panza contesta a las palabras del barbero que considera al escudero tan loco como su amo, en el capítulo 47,1:

Yo no estoy preñado de nadie -respondió Sancho-, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese, y aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa, cuánto más gobernador de una ínsula ...

En el capítulos 17,2, referidas a don Quijote dice el narrador unas palabras semejantes, "tus mismos hechos sean los que alaben".

En el capítulo 32, 2, don Quijote replica al duque, cuando este pone en duda la alteza de linaje de Dulcinea:

Dulcinea es hija de sus obras y que las virtudes adoban la sangre, y que en más se ha de estimar y tener un humilde virtuoso que un vicioso levantado ...

En el capítulo 25,1, don Quijote aconseja a su escudero Sancho en el gracioso coloquio que los dos tuvieron acerca del amor platónico y el carnal, refiriéndose al nacimiento de Dulcinea:

y así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta, y en lo del linaje, importa poco, que no han de ir a hacer la información de él para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo.

Para Cervantes, "ningún hombre es más que otro si no hace más que otro" (18, 1), porque la verdadera nobleza consiste en la virtud (36, 1); Y de esta forma el individuo que demuestra en sus actos un valor y unas aptitudes superiores, puede sentirse por encima de aquellos que han heredado rentas, honores y privilegios, y que se llaman nobles sin merecerlo. Lo que percibimos en sus opiniones es la presencia de un nuevo modelo de ordenación social, el anhelo de anteponer el valor y las virtudes individuales a los valores y los privilegios derivados de la adscripción al estamento.

Cervantes piensa que es el individuo quien, con sus buenas obras, puede hacerse ilustre o miserable, pese a la aparente firmeza e inmortalidad de ciertos valores sociales:

es grande la confusión que hay entre los linajes, y que solos aquellos parecen grandes y ilustres que lo muestran en la virtud, y en la riqueza y liberalidad de sus dueños. Dije virtudes, riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será vicioso grande y el rico no liberal será un avaro mendigo. (6, 2)

Aunque los nobles piensan que sus poderes, seculares e inamovibles, son el premio otorgado por Dios a sus pretendidos merecimientos, la historia, maestra de los humanos y archivo de verdades -como diría Mariano Blanco-, nos enseña cómo los hombres de bajos principios subieron a grandes estados y señoríos:

Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. (42, 2)... que de entre los bueyes, arados y conyundas sacaron al labrador Wamba para ser rey de España.

El hombre es, para don Quijote, lo que cada uno hace. El mérito va con lo que cada uno alcanza y el pensamiento de la época insiste en valorar lo que se hereda. Este tópico es una pieza necesaria en la construcción caballeresca que coincide con la concepción pastoril (don Quijote es un personaje del medievo). Miguel de Cervantes, que escribe su obra avanzado ya el Renacimiento, sostiene, apoyado para sortear la censura en un personaje del medievo, que la hidalguía adquirida por propia excelencia se ha de tener en más que la heredada de los pasados, respecto a la persona que la adquiere. El valor de la persona va ligado a su ser.

¿En qué fuentes se inspiró Cervantes para plasmar la tendencia social de su descripción de “Cada uno es hijo de sus obras?

  1. El Renacimiento elogió las virtudes individuales, el principio de que las obras hacen linaje y a este no pueden serle imputables los méritos o deméritos de sus padres o antepasados. Ante Dios el hombre solo es responsable de sus obras. A Cervantes, que era un lector apasionado, le influyó en ciertos aspectos el erasmismo. Erasmo de Rotterdam influyó mucho en el desarrollo del pensamiento humanístico y oposicionista de la primera mitad del siglo XVI, es decir, del primer período de la historia del Renacimiento español. Mas su influencia decayó considerablemente en la segunda mitad del siglo, cuando, después del Concilio de Trento, empezó la gran campaña del catolicismo militante contra toda manifestación de pensamiento libre e independiente. Uno de los maestros de Cervantes, Juan López de Hoyos, por ejemplo, era aficionado a Erasmo. Cervantes, nos da cuenta en el Quijote de su interés por la literatura erasmista, cuando en ocasión de la visita a una imprenta en Barcelona, menciona y recomienda el libro erasmizante, de Felipe de Meneses: Luz del alma. Erasmo enseñó muchas cosas a los humanistas españoles del siglo XVI, mas sus opiniones y su crítica de la actividad feudal y eclesiástica resultaron insuficientes en las condiciones especiales de la vida social española de ese período. Cervantes, no se limitó a los pareceres y reflejos de las ideas de Erasmo, sino que tomó sus propias posiciones originales con respecto a la realidad de su época: fue el precursor de la filosofía de Spinoza, apuntando de manera altamente heterodoxa un racionalismo antropológico frente a la razón teológica de la mayoría de los autores de su época. Cervantes vivía y escribía sus obras en el siglo de oro español, cuando Europa comenzaba a organizarse de acuerdo con las nuevas formas políticas del Renacimiento.

  1. Recordemos la frase que aparece en el noveno acto de La Celestina, otra obra de gran calado en la idea que tratamos:

    Las obras hacen linaje, que al fin todos somos hijos de Adán y Eva. Procure de ser cada uno bueno por sí y no vaya a buscar en la nobleza de sus pasados la virtud”.

  2. En conexión con este asunto, en tercer lugar, quiero citar al Lazarillo de Tormes, que dice:

    Los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto”.

Las obras son las que diferencian a los hombres, las que a unos elevan sobre otros. “No es un hombre más que otro si no hace más que otro” afirma don Quijote en el capítulo 54, II. Cada uno, por consiguiente, depende de uno mismo y puede llegar hasta donde alcance la fuerza para obrar de su singular e insustituible individualidad. De los hombres, de ser hombre y nada más, igual en condición natural a cualquier otro, se parte para llegar al estado social que sea. Afirma Sancho Panza en el capítulo 47, I, que “cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa”. Solo importan los méritos que se tengan o, a lo sumo, que se reconozcan. El pesimismo social que avanza con el siglo hará que se acentúe progresivamente la importancia del reconocimiento ajeno, sobre la real posesión de virtudes y méritos. Pero a fines del siglo XVI y aún a comienzos del siglo XVII se conserva suficiente confianza en el éxito del propio merecer.

En conclusión, la ideología cervantina hondamente renacentista y materialista sobre los linajes, emana del propio hombre, de su esfuerzo; a diferencia de los dogmas discriminatorios del feudalismo y de la Iglesia, que ideados para eternizar y santificar los privilegios exclusivos de la nobleza histórica, emanan de Dios.

Se puede decir que la visión de Cervantes está representada por la aspiración a un mundo nuevo más justo denunciando el idealismo y los estamentos sociales ociosos por la tradición y la cuna. Cervantes no ha hecho una obra dedicada a describir una sociedad utópica, como ocurre en la Utopía de Tomás Moro, sino que en el Quijote encontramos aspectos sugeridos en buena parte por esos ideales utópicos, así como una tremenda crítica a los idealismos. Don Quijote decide hacerse caballero para el servicio de su república, deshaciendo todo el agravio con que se pudiera topar. La Edad de Oro elogiada por Cervantes es el reino utópico, pastoril, donde no existe la propiedad privada, donde se ignoran las palabras “tuyo” y “mío”, y la vida feliz es alcanzada por los hombres. Cervantes niega a la nobleza histórica fundada en los linajes y árboles genealógicos; y defiende el concepto de la dignidad, la libertad y el honor cimentados en las propias obras y no en la sangre heredada. Hasta el propio rey, Felipe II, es criticado por Cervantes, al que más que prudente considera un rey indolente, fuese y no hubo nada” nos dice de él en el poema Al Túmulo del Rey Felipe II, por el contrario de su bastardo hermano, don Juan de Austria, por sus obras es “el hijo del rayo”, que dirigió “la más alta ocasión que vieron los tiempos”.

Cervantes subraya que el hombre crea su linaje por sus propias obras. Todos los hombres, al ser libres, están en igualdad de condiciones para merecer por lo que ellos obren. Como hemos visto, el pensamiento cervantino sobre los linajes se asemeja al pensamiento moderno de nuestros días.

Cervantes, desde el ángulo de su humanismo renacentista radical, somete a una crítica aniquiladora a las instituciones sociales, políticas y eclesiásticas del reino monárquico en declive. De esta manera, Don Quijote de la Mancha se convierte, en manos de Cervantes, en un instrumento para soñar con una sociedad justa donde la verdadera nobleza reside en la virtud. Y es que en Cervantes está todo.



Bibliografía

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