En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Aquel vacío de aquella tarde



Aquella tarde, sin saber que hacía, salí fuera y descubrí la oscura luz de la tormenta. Había dejado de llover. Decidí abandonar la abstracción a la que mi mente me llevaba y percibí la realidad con la intensidad con la que en una época remota las cosas habían atravesado mis sentidos. Sin ignorar que transgredía alguna norma, escrutaba rostros y conversaciones que nada me interesaban. Entré en un bar buscando el optimismo de un vaso de vino, pero iba solo y el camarero se escondía serio, lacónico, huraño, tras un enorme bigote. El vaso de vino me hizo caer un poco más bajo.
Pasé por delante de la basílica, miré el cartel del mendigo y leí en su cara sonriente, ¡no puede ser verdad! En las vidrieras vi mi rostro deformado por el cristal y por mi estado, ¡en realidad no era mi rostro, era el de ese que me suplanta! Entré. Había mujeres mayores en los bancos, y algún hombre también mayor, desordenados como las notas de un pentagrama con renglones juntos. Entre las sombras, la intimidad de la huida y el recogimiento que el lugar requería, subí hacia el altar mayor sintiendo la humedad, la cera, el incienso y una mezcla de perfumes antiguos; evocando escenas de mi infancia, ya tan lejana. De pronto, abstraído e invisible, me imaginé en el balcón del campanario, mirando hacia abajo con ojos de adolescente, y vi una sombra otoñal que parecía la mía, esa que me acompaña y tendré que dar por mía, junto al confesionario de una capilla lateral, fuera del tiempo, fuera de mí, fuera del pentagrama que dibujaban los bancos. Fue cuando todo se iluminó, las cien pesetas o los cincuenta céntimos, habían caído por la ranura, oí su rodar metálico, para que el dorado del retablo me sacara de la penumbra, de mi concentrada abstracción. Cuando el altar se apagó de nuevo me senté en un banco, dibujando una nueva nota, un “do” o un “fa” sería, u otra; lo que no era seguro es un “mi” ni un “sol”. Quise buscar el recogimiento para que, como nota musical que era, no desafinar saltando de un “re” a un “la”, quise detener mi pensamiento pero tenía abierto un boquete de irracionalidad tan grande como un agujero negro y oía el eco de mis pasos que me arrastraban hacía el altar mayor de mis obsesiones, hacía el santuario de mis miedos. Sonó un golpe a mis espaldas y vi dos notas que se escapaban del pentagrama desafinando en su huida, buscando en silencio la sinfonía de la calle.
Volví la cara y vi la espalda de una joven arrodillada en el banco de delante, baje la vista con la codicia de mejores años que, para mi sorpresa, aún me quedaba, y después, atrevido e irreverente, imaginé formas que la ropa interior no dibujaba sobre los pantalones vaqueros. Subiendo un poco vi que tenía una sensual media melena. Abstraído pero concentrado en su geografía mis ojos subían o bajaban llevados por la batuta del invisible director, entonces, de pronto se interrumpió la música, la joven de suaves curvas, de sensual melena, de imaginadas costuras, se levantó y al girarse golpeó mi imaginación mostrándome una barba desaliñada de talibán occidentalizado o, tal vez, de seminarista arrepentido metido a ideólogo de la tendencia cristiana del pesoe.
Salí atolondrado. De nuevo deambulé confundido. Regresé a casa ignorando mi nombre, mi edad y dudando de la escala Kinsey, tan aturdido que no sabía quien era ni a donde iba, pero, avispado de mí, lo intuí enseguida, cuando tropecé con un arisco naranjo que alguien como yo debió poner en la acera, y una mujer que barría las flores caídas de un enmarañado jazmín; supuse, que me tomó por su marido y, con una voz familiar, me mandó fregar los platos de la comida; me reforzó esa opinión cuando una chica que se parecía a la mujer me tomó por su padre -supuse con más firmeza-, y me mandó cambiar la botella de butano; y no me quedó duda alguna cuando un joven al que le asomaba el bigote me pidió diez euros y nada más dárselos se dio media vuelta en dirección a la calle diciendo: -¡hasta luego tronco!- Respiré profundamente por el alivio de saberme en casa y que mi familia me reconociese. Esos son los momentos que, a veces, marca la felicidad.
 
Del cinamomo al laurel, 56


martes, 18 de noviembre de 2014

La verdad sobre la muerte de Federico García Lorca


Artículo de Francisco Cuaresma.

En los últimos años, los historiadores Miguel Caballero y Pilar Góngora han aportado una serie de datos muy importantes para conocer y entender toda la trama que rodeó el asesinato del poeta granadino. Datos desconocidos durante muchos años sin los que no se puede construir el puzzle de lo ocurrido en agosto de 1936. No deja de ser sorprendente que hasta hace unos pocos años no se hayan descubierto estos datos, pues sobre Lorca se han escrito ríos de tintas durante décadas. Y no es menos sorprendente que una vez descubierto estos nuevos datos, se orillen de manera intencionada a la hora de hablar de la muerte del poeta. Choca esto bastante con ese presunto interés de determinados investigadores e historiadores por la figura de Lorca.

Con este artículo no se pretende hacer utilización política de la figura de Lorca; simplemente se van a detallar una serie de circunstancias que rodearon su muerte y que se han pasado por alto durante estos años para no destruir el mito del poeta de izquierdas.

El último viaje a Granada

La noche del 13 de julio de 1936, el día del asesinado de Calvo Sotelo, Federico García Lorca cogería el que sería su último tren con destino a Granada, donde sería asesinado apenas un mes después. Aquella noche quedó sellado el destino del poeta, pero lo cierto es que la trama de su muerte había empezado a tejerse muchos años atrás.

Habría que trasladarse incluso 50 años antes de aquella fatídica noche veraniega de 1936 para conocer la verdad sobre la muerte del poeta, fruto de los enfrentamientos entre las tres familias más poderosas de la Vega de Granada: Los García Rodríguez, familia del padre del poeta; Los Roldán, primos del poeta, y los Alba.

La familia de Federico, desde finales del siglo XIX, era una de las más poderosas de la zona, contando con grandes extensiones de terreno e importantes negocios. En esa época, las tres familias se casan entre ellas para aumentar su poder económico y social, llegando por ello a ser primos en la época de la guerra. El padre del poeta era un verdadero tiburón para los negocios.

A principios del siglo XX, empezaron a proliferar en la Vega de Granada los negocios de remolacha azucarera. García Rodríguez, el padre de Lorca, se convierte en 1904 en accionista de la azucarera Nueva Rosario. Los Roldán harían exactamente lo mismo en el año 1909, convirtiéndose en accionistas de una nueva fábrica que se creó con el nombre de San Pascual. En ese momento, García Rodríguez compra todas las tierras que rodean la fábrica de los Roldán para evitar su expansión. Años más tarde, en 1931, Federico García Rodríguez presenta una denuncia por contaminación de las aguas del río y logra paralizar la producción de San Pascual, consiguiendo así que toda la venta de remolacha vaya a parar a la fábrica de Nueva Rosario, de la que él era accionista. Aquello provocó un enfado enorme entre los Roldán.

Ambas familias parecían perseguirse: donde está una, termina estando la otra. Hay muchísimas coincidencias en el espacio físico y temporal que provocan roces. Podríamos afirmar que la vida de ambas familias eran paralelas. La rivalidad entre ambas familias llega a unos extremos ridículos, hasta el punto de que los Roldán se mudaron a Granada capital después de haberlo hecho la familia del poeta.

En 1918, Alejandro Roldán Benavides, miembro del partido conservador Acción Popular, se presentó como concejal al ayuntamiento de Granada por el distrito de San Idelfonso. La comisión provincial encargada de velar por el normal desarrollo de los comicios, anuló los resultados de las elecciones en aquel distrito, ya que quedó demostrado que un grupo de personas armadas entró en el colegio electoral y manipuló los votos a favor de Alejandro Roldán. Federico García Rodríguez, que era concejal por el partido liberal de Maura, formaba parte de aquella comisión, votando a favor de anular el resultado de las elecciones. Uno de los tres votos contrarios a anular los comicios fue el del abogado Juan Luis Trescastro, miembro del partido Acción Popular. Desde entonces, Trescastro sería una persona muy cercana a los Roldán.

Otra de las coincidencias de ambas familias tiene lugar en la universidad. Federico y Francisco García Lorca estudiaron derecho en la universidad de Granada, al igual que su primo Horacio Roldán (hijo de Alejandro). Profesor de todos ellos fue Fernando de los Ríos, que en un futuro sería ministro de la Segunda República. En el año 1922 se graduarían Francisco y Horacio, haciéndolo Federico un año después. A Horacio Roldán le calificaron el examen final con un simple aprobado, mientras que a Francisco García Lorca le otorgaron un sobresaliente. Con los años, Miguel Caballero y Pilar Góngora han analizado los expedientes de los 2 alumnos y han llegado a la conclusión de que el sobresaliente de Francisco fue exagerado, mientras que el aprobado de Horacio fue menor de la nota que realmente merecía. Además, al parecer, el padre de García Lorca intervino para que aprobasen la carrera a su hijo Federico, ya que el poeta no era precisamente buen estudiante. Todo ello haría aumentar el sentimiento de inquina de los Roldán hacia la familia de García Lorca.

El gobernador civil tras el 18 de julio fue José Valdés, siendo el principal responsable de las detenciones y la represión posterior. Valdés era vecino de Horacio Roldán, teniendo una relación fluida con la familia rival de Lorca.

Otra figura importante en todo este entramado fue la del capitán Antonio Fernández Sánchez, número dos del gobernador militar Valdés y hombre de su máxima confianza. Horacio Roldán, enemigo declarado de los García Lorca, estaba casado con su hermana. Por ello, los Roldán, enemigos de la familia García, mantenían una estrecha relación con Valdés, jefe militar de los sublevados en la provincia de Granada.

A mediados de 1936, García Lorca culmina su afamada obra La casa de Bernarda Alba, un drama basado en la «sexualidad andaluza». La famosa obra del poeta fue publicada justo antes del estallido de la guerra civil y trataba sobre la vida de Francisca Alba, matriarca de la familia, y sus hijas. En la obra no se dejaba en buen lugar a los Alba, familia cercana a los Roldán. Fue la gota que colmó el vaso.

El poeta tuvo la osadía de dar a los protagonistas de la obra los mismos nombres que tenían los miembros de la familia en la vida real. Al parecer, la madre del poeta y su hermano Francisco pidieron al autor de Yerma que cambiase los nombres de los personajes. Federico se negó. Este hecho provocó un gran enfado tanto en la familia Alba como en los Roldán. Eran dos familias muy cercanas, que habían estrechado uniones matrimoniales entre miembros de ambos clanes. Debido a las uniones matrimoniales que durante años se habían producido entre los García Rodríguez, los Roldán y los Alba, José Benavides (Pepe el romano en la obra) era tío de Horacio Roldán.

El día 9 de agosto, se produce en la huerta de San Vicente un registro por parte de las autoridades y algunos civiles que le acompañaban. En ese grupo se encontraban los hermanos Roldán y José Benavides, que inspiraba el personaje de ‘Pepe el Romano’ en la obra ‘La Casa de Bernarda Alba’.

Lorca, al ver que su vida estaba en peligro, abandonó la casa familiar para mudarse temporalmente a la casa de su amigo Luis Rosales, poeta afiliado a Falange y miembro de una familia formada por importantes ‘camisas viejas’ de Falange. Tanto él como su familia creyeron que en casa de unos ‘camisas viejas’ de Falange su vida no correría peligro. Allí se alojó desde el 9 de agosto hasta el 16, día de su detención.

La denuncia

El hombre que denunció a García Lorca fue Ramón Ruiz Alonso, afiliado durante muchos años al partido Acción Popular y diputado de la CEDA entre 1933 y 1936. Un dato curioso sobre este personaje es que era el padre de la famosa actriz Emma Penella. Ruiz Alonso fue tipógrafo del periódico El Ideal de Granada, del que eran importantes accionistas los Roldán. Además, Ruiz Alonso y Roldán mantenían cierta amistad porque los dos habían sido compañeros en Acción Popular. Por otra parte, hace unos años, los historiadores Miguel Caballero y Pilar Góngora pudieron comprobar que Juan Luis Trescastro era padrino de una de las hijas de Ruiz Alonso. Es decir, uno de los enemigos acérrimos de la familia del poeta tenía una relación estrecha con el hombre que denunció a Lorca.

¿Qué llevó a Ruiz Alonso a poner la denuncia? Además de su relación de amistad con enemigos declarados del poeta, era un hombre que tenía cierto resentimiento porque había perdido su escaño por Granada en las elecciones de 1936. De alguna manera quería hacer carrera política en el nuevo régimen que se vislumbraba. Y qué mejor manera que cobrarse una pieza como García Lorca. Por otra parte, Ruiz Alonso había tenido algunas desavenencias anteriormente con la familia Rosales, la familia de falangistas que tenía oculto a Lorca. Todo ello sin olvidar la rivalidad que existió durante los años 30 entre la CEDA y la Falange.

El día 16 de agosto, se produjo la detención de García Lorca. Los que encabezaban el tropel eran Ramón Ruiz Alonso y Juan Luis Trescastro. Ambos eran muy amigos y al mismo tiempo tenían una estrecha relación con los Roldán.

Finalmente, el poeta fue fusilado la madrugada del 18 de agosto entre las localidades de Víznar y Alfacar. Entre los que formaban del escuadrón de fusilamiento se encontraba Juan Luis Trescastro, que fue el que iría presumiendo por las tabernas de Granada de haberle dado a Lorca «tres tiros en el culo por maricón». El hombre que durante tantos años había sido rival de su padre vería en directo la muerte del autor de Bodas de sangre.

Como se puede ver, todos los enemigos de la familia García Lorca estaban relacionados entre sí. Y a su vez todos ellos tenían una relación fluida con los responsables del golpe de Estado en la provincia de Granada.

Todos los datos enumerados hasta ahora han sido conocidos gracias a las investigaciones de Miguel Caballero y Pilar Góngora, dos historiadores apasionados del mundo lorquiano que han dedicado muchos años de su vida a investigar la obra, vida y muerte del poeta.

Con todos los datos anteriormente expuestos cae por sí solo el discurso simplista y sesgado de que Lorca murió exclusivamente por causas políticas. Tuvieron más peso en su muerte los enfrentamientos con los Roldán-Alba que cualquier otra circunstancia.

La verdad sobre la muerte de Federico García Lorca (II)

Una vez narrados los datos aportados por Caballero y Góngora, voy a enumerar una serie de datos igualmente fríos y objetivos que han sido de sobra conocidos durante décadas pero que siempre se han orillado a la hora de hablar de la muerte del poeta.

Durante años, se ha hablado en inmensidad de ocasiones sobre las amistades de Lorca con políticos y escritores de izquierdas, ocultando su amistad con destacados líderes derechistas. Es cierto que el poeta se movía en círculos sociales y culturales de tendencia izquierdista, pero no es menos cierto que García Lorca tenía grandes amigos en la derecha. Probablemente la mayoría de los que están leyendo este artículo desconozcan la gran amistad que unía a Lorca con Alfonso García-Valdecasas, uno de los fundadores de Falange. A él le dedicó Thamar y Amón, uno de los poemas del Romancero Gitano.

También tenía una buena amistad con Alfonso Ponce de León, miembro destacado de Falange. Ponce de León, pintor vanguardista, llegó a ser jefe de Propaganda y Prensa de Falange. A petición de Lorca, fue el escenógrafo y figurinista de La Barraca, la compañía teatral creada por el poeta andaluz. Ponce de León fue detenido por unos milicianos izquierdistas en la puerta de su domicilio, apareciendo su cadáver unos días después en una cuneta. Ambos amigos fueron víctimas de esa inmensa capacidad del ser humano para el horror.

José Bello, fallecido en 2008 a la edad de 104 años, coincidió con García Lorca en la residencia de estudiantes, donde ambos entablaron buena amistad. En una entrevista realizada en 2006, Bello aseguró que Lorca «era el hombre más apolítico del mundo». Según Bello, Lorca no era «ni de derechas ni de izquierdas», pero en caso de decantarse por alguna tendencia, el poeta lo haría por la derecha, ya que su padre era uno de los grandes terratenientes de Granada.

También hay historiadores que afirman que el poeta granadino mantenía una relación de amistad con José Antonio Primo de Rivera. Otros lo niegan tajantemente porque no existen pruebas fehacientes de esa amistad. El testimonio principal en el que se basa esta supuesta amistad es el del poeta Gabriel Celaya, de ideología comunista, que afirmó que Lorca y el fundador de Falange eran amigos y se veían todos los viernes. Lo cierto es que la gran mayoría de investigadores que han indagado en el universo Lorca han omitido toda referencia a esta posible amistad, posiblemente para no destruir el mito de poeta de izquierdas y antifascista.

En cuanto al asesinato por su condición sexual, puede que hubiese algo de eso, pero desde luego no fue la causa fundamental. La homofobia era un sentimiento relativamente frecuente en la España de la época, también entre las personas de izquierdas. Pero en caso de influir en la muerte del autor de Yerma, desde luego no fue una de las razones fundamentales.

No fueron pocos los homosexuales que vieron proliferar sus carreras durante el franquismo. Sin ir más lejos, Emilio Aladrén, quien fue compañero sentimental de Lorca y considerado su gran amor, descubrió el éxito como escultor en los primeros años del franquismo. Hasta su muerte, triunfó haciendo bustos a diversos dirigentes del régimen. Otro de los romances de Lorca fue el famoso pintor Salvador Dalí. El máximo representante del surrealismo no ocultó nunca sus simpatías por el franquismo, etapa en la que cosechó innumerables éxitos.

Rafael de León, poeta y compositor, fue otro conocido de García Lorca. Abiertamente homosexual, estuvo en la cárcel durante la guerra civil en el bando republicano por sus ideas derechistas y monárquicas. Durante toda la dictadura franquista vivió las mieles del éxito, convirtiéndose en un primer espada de la canción española y maestro de grandísimas tonadilleras y cantantes de copla.

El compromiso político de Lorca

Respecto al tan cacareado compromiso político de Lorca, él rechazaba todo lo relacionado con la política, como dejó de manifiesto en alguna entrevista. Nunca se podrá ver una reivindicación partidista en sus versos. Tampoco participó en mítines políticos ni pidió el voto para ninguna formación, como sí lo hizo el también poeta Rafael Alberti. En una entrevista llegó a afirmar: «Soy católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico; soy hombre del mundo y hermano de todos…». Realmente eso era Lorca: un poco de todos y de nadie al mismo tiempo.

Por otra parte, no tiene sentido que a un hombre al que se le atribuyen tan firmes convicciones ideológicas no tomase partido de forma decidida en unos momentos de gran tensión y polarización política como eran los meses previos a la guerra. Además, una vez estalló el conflicto bélico, nunca intentó huir de Granada hacia el bando republicano.

Con este artículo tampoco pretendo lanzar la idea de que Lorca era hombre de derechas, pues no hay pruebas para afirmar tal cosa. Lo que sí es cierto es que su padre era un gran terrateniente y afiliado al partido liberal de Maura, por el que fue concejal en el ayuntamiento de Granada.

Fuese cual fuese la causa de su muerte, lo cierto es que Lorca fue víctima —una de muchas— de aquel tsunami que partió España en dos y que dejó tantas heridas entre compatriotas. Una tragedia que permitió que salieran a flote muchos odios larvados durante años y que muchos aprovecharon para saldar deudas y resarcir odios del pasado. En muchas ocasiones no se ondearon banderas políticas, sino las del odio, miedo y el resentimiento. Aquellas heridas permanecieron abiertas durante décadas, costando otras tantas que cicatrizaran. Por ello, ningún político debería jugar al irresponsable juego de desenterrar odios pasados por pura estrategia electoral.

En el caso de Lorca, su obra es tan inmensa y rica que no deberían importarnos las causas de su muerte. Debería ser patrimonio de toda España y no una bandera política. Él lo hubiese querido así.

Nota: No conozco a Francisco Cuaresma, pero sí conozco bien a dos amigos 
que me han recomendado el artículo, Miguel Angel, y Manuel, quien me regaló 
un bello poema dedicado  a mi pueblo. Ambos son verdaderos especialistas en 
la vida y obra de Federico, y uno de ellos, no quiero adelantar nada, en los próximos 
años nos va a sorprender a todos con pruebas irrefutables sobre el poeta...

martes, 4 de noviembre de 2014

Pollo con granada

Ingredientes para cuatro personas
2 pechugas de pollo
4 cebolletas
1 guindilla
Medio vaso de vinagre de manzana
3 cucharadas de salsa de soja
2 cucharadas de semillas de sésamo
2 granadas
Aceite de oliva virgen

Preparación
Desgranamos las granada y la reservamos.
En una sartén, con un chorreón de aceite, salteamos las pechugas de pollo cortada en cubos y la cebolla picada en juliana. La cebolla ha de ser abundante para que el pollo salga jugoso. Cuando la cebolla comience a transparentarse añadimos la guindilla bien picada o una cayena y bajamos el fuego para que no se queme la cebolla.
Movemos un poco y añadimos el vinagre y dejamos que se evapore en parte.
Añadimos las semillas de sésamo y la salsa de soja y mezclamos todo bien.
Echamos un cuarto de los granos por encima y apagamos el fuego. El resto de la granada se pone en la mesa y que cada comensal añada los mismos a su gusto.

El truco de esta receta es que ha de salir jugosa, por eso hay que ser generoso con la cebolla, el vinagre y la soja. La granada la podríamos poner toda con el guiso y calentarla, pero he visto que tiene más éxito echándola fresca por encima a gusto de cada uno. Así el contraste con el resto de los ingredientes es más sugerente.
La receta me la ha pasado mi amigo Salvador García Valdearenas.

Presentación
Esto es cosa de cada unos. Se podría poner en un molde, cubierto por los granos de la granada.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Dios habita en la izquierda


Yo siempre he oído que Dios está en todas partes. Sin embargo acabo de leer un comentario, en la sección de Babelia del El País, que hace de un libro de V. S. Ramachandra en el que dice que Dios “vive” en el lobulo temporal izquierdo de nuestro cerebro, un poco por encima de la oreja izquierda. Por lo que entiendo de este artículo lo que quiere decir el autor en su obra (Phantoms in the brain. Ediciones William Morrow. Nueva York) es que en esa masa blanducha, grasienta y grisácea de nuestro cerebro, parecida a los requesones que Sancho guardó en el Yelmo de Mambrino, que en ese grumo de materia semejante al queso de untar es donde reside la idea de Dios. 

Así me explico yo los dos extremos, lo de los místicos y los indiferentes. Idea débil en estos, tal vez porque su cerebro dormita, porque los requesones han chorreado por las mejillas al ponerse el casco por montera, e idea fuerte en los primeros dónde la divinidad palpita con virulenta actividad. Y entre ellos nos encontramos el resto de los mortales, en una escala continua, en la que nuestra posición está en función de la actividad cerebral de nuestra parte izquierda, en relación a las manchas verdes que tiene nuestro queso cerebral.

Esto se afirma sobre la base de unos estudios neurológicos que se vienen desarrollando desde hace años. Como ejemplo, cita como algo incuestionable que en determinados casos de epilepsia, los ataques se originan justo en ese lado del cerebro, y que pueden, en determinados casos, experimentar visiones místicas durante sus crisis. Deslumbramientos divinos como muchos lo han considerado al hablar de los mismo. Sugiere, que esas sacudidas electrodivinas pueden cambiar el comportamiento del individuo de por vida, hasta el punto de que se habla de la “personalidad del lóbulo temporal” en esos enfermos, que consistiría, más o menos, en la falta del sentido de humor, exhacerbación de las emociones, tendencia a otorgarle un sentido cósmico a las cosas, incluso a las más menudas de las nimiedades, egolatría y obsesivo interés por los temas filosóficos, religiosos y morales.

Por supuesto este diagnóstico difiere mucho en diferentes pacientes, pero en sus grados más altos no cabe duda de que es el retrato de un fanático. Pensando en esto me imagino a ciertos individuos que no quiero nombrar con sus cabezas iluminadas por el resplandor que produce, en las noches de verano, ese chisporroteo de las tormentas neuronales debido a la fermentación incesante de su lóbulo temporal.

Con el mismo argumento pienso en esa venerable gente que la iglesia se ha encargado de mostrarnos, como Santa Teresa o San Pablo, porque el cerebro es una máquina prodigiosa que lo mismo que es capaz de producir monstruos, realiza divinidades y ensueños. Todos conocemos que estos dos grandes santos, como tantos otros, vieron la luz divina que todo lo ilumina, Santa Teresa en su enfermedad, y San Pablo cuando se cayó del mulo, momento en el que seguramente se atizó un golpetazo en la sien izquierda que le llevó a su conversión tras esa repentina visión. En el santoral podemos encontrar numerosos ejemplos de santos donde el punto de inflexión de sus vidas viene motivado por visiones repentinas más o menos comprensibles, pero entre ellos destacan claramente los místicos que serían los campeones de estas ensoñaciones que sólo con la fe se entienden.

Dice el artículo, que en este estudio, una de la pruebas realizada es la presentación de diversas imágenes como fotos familiares, imágenes de objetos neutros como una silla, fotos eróticas, escenas de gran violencia, imágenes sagradas. Las personas no afectadas “normales” se activaban emocionalmente con las fotos familiares y eróticas y se disparaban o alteraban con las imágenes de violencia. Los pacientes sólo mostraban emoción ante los símbolos sagrados. Así que me lleva a pensar que algunos “santones” pueden haber sido enfermos cerebrales capaces de ignorar el dolor del ser humano, pero que se ponen a levitar con la simple visión de una cruz.

Puede que el Mal sea ese dios enfermo y lesionado que llevamos en el interior de nuestro cráneo. Esa enorme mancha verde de queso con la que untamos nuestro pensamiento. Esos requesones con los que Sancho soñaba, y su amo malogró en la emoción de la aventura que se le avecinaba retando al león real ante el asombro erasmista del Caballero del Verde Gabán.

Del cinamomo al laurel, 59

sábado, 19 de julio de 2014

Asado de pollo de la tata

Ingrediente para cuatro personas:

Un buen trozo de pollo por persona
Quince o veinte granos de pimienta negra
Un pimiento rojo seco
Un buen trozo de puerro
Una cebolla
Un tomate
Una zanahoria
Una hoja de laurel
Tres dientes de ajo enteros
Un vaso de vino blanco seco
Si es temporada un par de alcachofas en cuatro trozos
Dos patatas
Un vaso de agua
Aceite de oliva del bueno
Curcuma, azafran y una pizca de sal.


Preparación:


En una cacerola o sartén honda doramos el pollo por las dos partes en poco aceite. Ya dorado, con el fuego bajo, vamos añadiendo en este orden: la pimienta, el laurel, los ajos, la zanahoria cortada en cuatro trozos, la cebolla partida por la mitad, el trozo de puerro, el pimiento rojo, el tomate entero, las alcachofas y la sal. Movemos un poco, subimos el fuego y le ponemos el vaso de vino y la cúrcuma. Dejamos hervir.
Mientras pierde el alcohol doramos las patatas, cortadas en cuadros, en abundante aceite y con el fuego fuerte. En el momento que vemos que han cogido color, aunque no estén hechas las sacamos y las escurrimos.
Cuando consideremos que el vino ha perdido el alcohol le añadimo un vaso de agua y al comenzar a hervir de nuevo añadimos las patatas y el azafrán.
Bajamo el fuego, dejamos reducir un poco hasta que las patatas estén blandas. Apagamos y dejamos reposar con la tapadera puesta.

Presentación:

Suelo presentarlo como plato único acompañado del arroz mejicano que me enseñó Encarni. Al centro, para los cuatro, una ensalada.

Retrato de un héroe



Lo más profundo de mi autoconocimiento es oscuro, interior, informulado, secreto como una complicidad conmigo mismo. La mayoría de los hombres gustan de resumir su vida en una fórmula, a veces jactanciosa o quejumbrosa, casi recriminatoria; el recuerdo les fabrica, complaciente, una existencia explicable y clara. Mi vida tiene contornos menos definidos. Como suele suceder, lo que no fui, o tal vez lo que quise ser, es quizá lo que más ajustadamente la define: buen soldado y por eso en modo alguno hombre de guerra; aficionado a las letras; capaz de cualquier cosa y por tanto un poco abrumado al pensarlo, porque los límites ahora no sé dónde situarlos. Sin embargo no me considero de esos hombres que se sitúan en posición extrema, aunque temo que si soy capaz de llegar a ella, de donde resbalo cuando me veo o me pienso en esa posición. No soy melindroso ni tiquismiquis. Tampoco puedo jactarme, como situaba el filósofo al virtuoso, de una existencia ubicada en el justo medio. Creo que como la mayoría de los hombres mis pensamientos, mis hechos, mi potencial de vida se distribuye a lo largo de un amplio espectro, en una escala muy larga, y como la mayoría de los hombres, en un muestreo, mis sucesos potenciales o reales, estarían en torno a la media, aunque, por la influencias de mi geografía y mi tiempo, seguro que soslayando la moda.

El paisaje de mis días parece estar compuesto, como la montaña, de materiales diversos amontonados sin orden alguno. Veo allí mi naturaleza, ya compleja, formada por partes semejantes de instinto y de cultura, como dicen los sociólogos de parte innata y parte adscrita. Aquí y allá afloran los granitos de lo inevitable; por doquier, los desmoronamientos del azar. Trato de seguir un plan, de establecer unos parámetros en mi vida, pero pronto me doy cuenta que este plan es ficticio, una ilusión óptica formado por un relámpago de mi mente como reflejo de un recuerdo pasado o tal vez futuro. De tiempo en tiempo, por un encuentro, por un presagio, un rosario de sucesos me hacen reconocer una fatalidad; pero demasiados caminos no llegan a ninguna parte, como demasiadas sumas de sucesos no se adicionan. Percibo la presión de las circunstancias; sus rasgos se confunden como un reflejo en el agua. Entre yo y los actos que me constituyen existe una red indefinible. La prueba está en que sin cesar siento la necesidad de pensarlos, explicarlos, justificarlos ante mí mismo. Ciertos trabajos efímeros fueron despreciables, pero otras ocupaciones que abarcan toda mi vida no me parecen más significativas; y también podría decir lo contrario. Esencial hay muy poco. Yo podría haber sido otro. Tal vez lo sea; siempre lo he pensado, siempre me lo he preguntado, ¿y si el “yo” nada tiene que ver con el ser?.

De todas maneras la mayoría de mí "yo" escapa a esta definición por los actos: la masa de mis veleidades, mis deseos, mis proyectos, mis sueños, están ocultos como en una nebulosa y salen, huyen de mí confundidos o tapados por velados deseos, proyectos, sueños nuevos, que si se repiten, sólo es en una pequeña parte, moldeados por el brazo inconformista de un exigente escultor. El resto es la parte palpable más o menos autentificada por los hechos, apenas si es más distinta, y la sucesión de los acaecimientos se presenta tan confusa como en los sueños. De pronto mi vida me parece trivial, indigna para mis propios ojos, como la del que pasa por la cera de enfrente sin mirarme a la cara. De pronto me parece única, y por eso sin valor, inútil. No puedo explicar mis pocos vicios y mis escasas virtudes no dan para ello; mi felicidad vale algo más, pero a intervalos, sin continuidad, y sobre todo sin causa aceptable. Pero como todo humano me resisto a dejarme caer en los brazos del azar, a no hacer nada esperando que suceda algo. Una parte de mi vida, como en cualquier vida por insignificante que sea, trascurre en buscar las razones de ser: el origen, la vida misma, el fin. Traspaso también este espacio temporal que me inquieta lo desconocido y sobre todo aquí la duda se eleva por procedimientos geométricos.

A lo largo de mi vida, sucesivamente, diversos personajes han reinado en mí, ninguno por mucho tiempo, pero el tirano caído recobraba rápidamente el poder y volvía a gobernarme. He albergado así, con el tiempo van desapareciendo muchos, al joven escrupuloso, inclinado a la disciplina que compartía alegremente las privaciones del campo; al melancólico soñador de imposibles quimeras, al idealista defensor de dogmas fracasados, al amante dispuesto a todo por un momento de vértigo, al joven altanero que se quería comer el mundo, sin ocultar a sus amigos su desprecio por la forma en que van las cosas, al revolucionario que quería hacer astillas la comodidad de la que gozaba. Pero tampoco olvidemos al adulador que para no desagradar tragaba sapos y culebras, al jovenzuelo que opinaba sobre cualquier cosa con ridícula seguridad; al conservador apasionado y frívolo, capaz de perder a un buen amigo por una frase ingeniosa; al soldado que cumplía con precisión maquinal sus tareas de guerrero. Y he sido también ese personaje propio del dieciocho, vacante, sin nombre, sin lugar en la sociedad, pero tan yo como todos los otros, simple juguete de las cosas, ni más ni menos que un cuerpo, vagando por la nada, por el capricho ajeno, tendido en un colchón de farfolla, distraído por un olor, ausente por un dolor, ocupado por un aliento, vagamente atento a un eterno zumbido de origen dudoso.

He dudado de quién soy, pero como buen Quijote, sé que soy el que soy, pero también el que piensan que soy, y sobre todo “sé quién puedo llegar a ser”. Vivo bajo el estigma de
l héroe, y soy, por tanto, victima de mis dudas, de mi educación y sus compromisos: me atormentan a veces ciertas cosas sencillas, el temor a perder las pocas cosas que me tienen, y la intimidad más cotidiana. 
 
 
 Texto inédito de: Del cinamomo al laurel. 57

martes, 8 de julio de 2014

Ensaladilla de "Pradonegro"

Ensaladilla de "Pradonegro"
Ingredientes para cuatro personas

3 patatas
1 huevo
300 gramos de atún
¼ de repollo
1 cebolleta
2 zanahorias
Mahonesa casera con un poco de limón y sin ajo

Preparación

En agua sal cocemos las patatas y el huevo y reservamos ambos
Igualmente cocemos el repollo y lo reservamos.
En un molde vamos poniendo las capas: primero las patatas que previamente hemos chafado con el tenedor; después la cebolleta bien picada; como tercera capa el atún al que hemos quitado el aceite; después el repollo bien escurrido; como quinta capa van las zanahorias que antes rallamos y doramos ligeramente en una sarten con muy poco acite. Acabamos cubriendo con la mahonesa y decorando con la yema del huevo rallada.


miércoles, 2 de abril de 2014

Gachas picantes con chorizo para una noche de truenos

Ingrediente para cuatro personas

Para las gachas:
Agua 1,5 l.
Harina Sémola
Sal.

Para el caldo de pimentón:
3 Tomates secos
2 Tomates frescos
2 Pimientos verdes de asar
2 Pimientos secos choriceros
3 Dientes de ajo
1 Guindilla
Aceite de oliva 2 dl.
Sal
8 Rodajas finas de chorizo ( también puede ser longaniza o costilla de cerdo)
Media cucharadita de comino
Una cucharada de pimentón de la Vera


Preparación
Hacemos primero el caldo de pimentón de la siguiente forma:
Asamos los pimientos verdes, le quitamos la piel, los hacemos tiras y los reservamos.
En una olla sofreimos ligeramente el chorizo con los dientes de ajo, los pimientos choriceros y la guindilla. Sacamos los ajos y los ponemos en el vaso de la batidora, lo mismo con la guindilla, igualmente sacmos los pimientos, los limpiamos quitándole todas las briznas y los ponemos en el vaso de la batidora.
Echamos en la olla el agua y ponemos los tomates secos, los tomates frescos, a los que le hemos hecho dos cortes en cruz para después pelarlos, y la cucharadita de comino. Llevamos el agua a ebullición y la dejamos hervir durante 5 minutos.
Sacamos los tomates y le quitamos la piel a los frescos. Echamos los frecos y los secos en el vaso de la batidora y trituramos bien con un chorreón de aceite de oliva virgen. Agregamos el batido a la olla y, con la ayuda de otro recipiente, colamos el caldo (este es un truco para que el caldo esté limpio, que no tenga mijillas del batido).
Con la olla de nuevo en el fuego, le echamos las tiras de pimientos asados y el pimentón.
En el momento que va a empezar a hervir apagamos (ya sabéis aquello de “pimentón hervido, pimentón perdido”).


Para hacer las gachas:
Ponemos el agua al fuego hasta que hierva. Cuando comience a hervir le echamos la sal. A continuación le agregamos poco a poco la harina y no dejamos de remover hasta que esté cocida. Unos diez minutos apróximadamente. Entre tanto la probamos y rectificamos de sal si es necesario.

Presentación

En el centro de un plato hondo colocamos las gachas y echamnos un par de cazos de caldo por encima. Sobre la masa ponemos unas tiras de pimientos y los tropezones.
Es para comer caliente.
¡Y a sudar!

 ...   ...   ...

Gachas colorás
Esta receta me la envía una amiga de Tímar. La pego tal cual la recibo:
  
Para el caldo.
En una olla se hecha un poco de aceite, lo calentamos y sofreímos tres o cuatro pimientos choriceros, apartamos los pimientos y en ese aceite sofreímos cebolla, pimiento verde y tomate natural, cuando esté todo bien sofrito añadimos agua y cuando empiece a hervir añadimos el pimiento choricero majado con cuatro o cinco dientes de ajo, se añade también un par de pimientos asados hechos tiras. Yo le he puesto boquerones desraspados fritos y hay quien los hecha directamente crudos al caldo, ya depende de gustos. Lo dejamos un poco a fuego lento para que se cojan todos los sabores y listo.

Para las gachas.
En una sartén se pone agua y cuando empiece a hervir se le echa sal. Vamos incorporando harina de maíz y removiendo sin parar para que no se hagan grumos. Se cuece hasta que se vea que la harina está hecha una masa consistente. Yo no tengo medidas, lo hago todo a ojo, se rectifica de sal y cuando estén hechas se le hecha el caldo encima y se come en la sartén.
Si no tenéis pimientos choriceros, se puede sustituir por una cucharada sopera rasa de pimentón ahumado de La Vera, pero la receta de la Alpujarra es con pimientos choriceros.


domingo, 30 de marzo de 2014

Harugos: dos recetas de nuestra infancia


Harugos rebozados como los hacía Mama Rogelia

Ingredientes:
Habas tiernas con vaina
Tempura
Aceite de girasol

Aclaramos los términos:
Los harugos, término usado en algunos pueblos de La Alpujarra, son las habas jóvenes, muy tiernas que se comen con su vaina.
La tempura se hace con harina y agua. Es como una gacheta en la que, momentos antes de echarlos a la sarten, emborrizamos los harugos. El truco para que salgan bien es que el agua esté muy fría por lo que es conveniente tenerla un par de horas en el frigorífico,

Modo de hacerlo:
Los harugos se cuecen ligeramente en agua sal para que no estén muy blandos y se ponen en un chino que suelten el agua.
Se hace la tempura y se pone una sartén con abundande aceite.
Se van emborrizando los harugos con la tempura y friendo por tandas. Se pueden hacer con aceite de oliva pero están algo más pesados.



Harugos cocidos en ensalada a estilo de la Tata

Ingredientes:
Habas tiernas con vaina
Huevos cocidos
Cebolleta
Bacalao desmigao
Aceite de oliva

Preparación:
Se cuecen bien en agua con sal, se trocean y se dejan enfriar.
Se ponen en una fuente y se les añade los huevos cortados en trozos, la cebolleta picada, y el bacalao desmigado. Se aliña con aceite de oliva.


La tía Rogelia dice que también podemos comerlas en sobreusa, que es una salsa muy de nuestro pueblo parecida al ajoarriero, con almendras, ajo, pan frito y unas gotas de vinagre.

Otra variante, más sencilla y muy rica, es picarles solo cebolleta y aliñarlos con aceite y vinagre.

sábado, 1 de marzo de 2014

Viajar para conocer

Más que en el juego o en la mesa, viajando es como conocemos a las personas: les vemos reaccionar ante los imprevistos, la incomodidad, el riesgo; vemos su curiosidad o su abulia ante las cosas. Conocemos así del carácter de nuestro compañero de viaje más verdades íntimas que en varios años de relación sedentaria, tranquila y amistosa.

Cuando te fuiste con Lucia, tan buenecita ella en lo cotidiano, de fin de semana a Cazorla, te sorprendió que acaparara durante horas el cuarto de baño, para salir al cabo dejando en la bañera un pantano de espuma con isletas de pelos y en el lavabo lunares verdes del licordelpolo con sabor a pino. Entonces dudaste de sus dientes blancos y de su fresco olor a naturaleza salvaje, y se desmoronó el mito de la bella aseada por culpa del cuarto de baño.

 

Quince años después unos dudosos concejales
Un verano decides ir con un chaval muy simpático, muy educado, amigo de un amigo tuyo, a pasar unos días de tus vacaciones en peregrinación por el Camino de Santiago. Te das cuanta que, tu amigo ya, porque en el viaje habéis intimidado y porque es muy buen tío, no te da un respiro, solo piensa en salir el primero cada mañana y en andar más que nadie, sin detenerse a mirar el paisaje, acaso una iglesia en el lugar de destino. Bajas desde Roncesvalles a Larrasoaña a carajo salio; enfilas Pamplona y te cuesta trabajo convencerle para tomar un café en Villaba y, de paso, saludar a Miguel, que tanto admiras; en Puente la Reina haces una excepción para tomar un tomate con sal asomado al río Arga, mientras te echas unas fotos con unos lugareños que se han acercado a ti al oír tu acento andaluz y que, entre dientes, critican a los aberzales, mostrándote su desacuerdo; y así pasas Estella, Los Arcos, Viana, Navarrete. Ves que le salen ampollas en los pies y las acepta como una bendición porque limpian sus pecados, pero al día siguiente no aminora la marcha, ¡quiere más yagas en sus pies para limpiar su alma! A ti te parece demasiado. Entonces te das cuenta que la limpieza de espíritu es importante, pero también lo es un buen plato de lentejas, unos pimientos riojanos y buen tinto de la zona. En esto que llegas a Logroño. Has pasado siete días de penitencia, pasando de largo por lugares maravillosos, apenas hablando con la gente con quien te cruzas. Enfilas el puente de piedra sobre el río Ebro en silencio, meditando. Te preguntas, también en silencio, si estas disfrutando. Como te conformas con poco te dices que no está mal, pero que de todo ha de haber en la viña del señor, y ¡con las viñas que has pasado estos días, la de caldos que te esperan!...Poco antes de llegar al puente ves un torreón de ladrillo, no sabes por qué te llama la atención, te fijas en él y lees “Bodegas Ijalba”. Esta es la mía, te dices para tus adentros. Le dices a tu amigo: espérame en el refugio, y si tardo déjame una nota en el libro. Entras en la bodega con la mochila y la concha. Sales, aún relamiéndote, con la mochila y la concha, satisfecho por haber roto la monotonía de la semana. El paladar aún te recuerda los caldos, aún ves su precioso aspecto, sus tonos rubí y cereza brillantes y luminosos; su aroma delicado pero bien marcado, añadirías que jóvenes pero de cierta edad, afrutados con fondo de especies; en la boca aún aprecias su excelente equilibrio, amplio, carnoso, sabroso, pleno, y de un posgusto prolongado, tanto, que después de sudar subiendo por la ciudad aún te dura. Te dices: en Ijalba descubrí el verdadero Camino, el que a mí me gusta llevar, el camino que yo quiero hacer, un poquito de esto y otro poquito de aquello. En los días siguientes, a veces, notas la falta de tu amigo que cada día está veinte kilómetros más lejos de ti según lees en el libro de los refugios. Sabes que ya no lo alcanzarás, ni siquiera se te ocurre intentarlo. Otros, con otras virtudes, te hacen compañía.

En primavera decides, con un grupo de amigos, daros un garbeo por los pueblos blancos. Descubres que Mariano, en la oficina el tío más campechano, se echa mano a la cartera y se convierte en un avaro que os obliga a dormir en los tugurios más infectos, y se transforma en un energúmeno autoritario. Hasta se niega a parar el coche cuando Manolo se lo pide porque le aprieta la vejiga. No quiere parar no vaya a ser que mientras tanto Joaquín, que tiene un saque impresionante, se pida un cubata o unos bollos rellenos, que lo mismo da, la cuestión es fastidiar, porque lo hace por eso. Entonces os dais cuenta que el bueno de Mariano es sólo un espejismo.

En el mismo viaje, a Rosa, muy lista pero algo latosa, todo le parece mal y no se priva en sus comentarios: en este pueblo llevamos ya demasiado tiempo para lo que hay que ver; en el anterior no me dejasteis ver bien el altar mayor rococó; en el burro taxi desperdiciamos tiempo y dinero (en esto coincide con Mariano); lo del botellón de anoche ya no es propio de nuestra edad, sin contar con el follón que armasteis en el hotel; ¡ah! Y esta tarde me voy con Mariano que Jóse va a carajo salío por estas carreteras. Bueno, de Rosa esperabais algo así, ya la conocíais y así, como buenos amigos, la aceptáis, pero esto no quita que penséis que el viaje tal vez fuese mas tranquilo sin ella.

Y lo peor del viaje fue la discusión con “la parienta”. Por una nimiedad, aunque, para ti, reconoces que te pasaste tres pueblos. Después de tu reacción, que achacas a un momento de vulnerabilidad, ni siquiera te sientes con derecho a esperar nada de ella. Y ahora, ya de regreso, cuando lo piensas, no sabes qué argumento ofrecerle. Esperas que te llame, pero no sabes si lo hará, no las tienes todas contigo. Abatido te dices: “puede que ni siquiera sea digno de entre en mi casa”. Tú mismo te contestas: “pero una palabra suya bastará para sanarme…”

Tan bueno es esto de viajar para contemplar en toda su salsa las miserias y las grandezas del contrario/amigo, que es recomendable que todas las parejas, antes de convivir, se dieran un garbeito de prueba por las Rías Bajas y no sólo, sino también, para degustar el marisco. Y que digo yo de las parejas: también deberían hacerlo los futuros socios, los amigos de una peña de futbol, la asociación de la Casa de Cádiar, o los miembros del departamento de sociología de la EU de RRLL. Es un sistema espléndido para descubrir el lado interior de las personas. Sobre todo sería recomendable para los concejales de un pueblo mediano, como el mío: alguno del PP descubriría que le cae mejor el de IU, y alguno del PSOE se olvidaría del aparato y descubriría a las personas, y todos aprenderían de los lugares por donde pasan, porque está todo inventado. Es todo tan sencillo: la limpieza de Vitoria me gusta para mi pueblo y además no cuesta dinero, es cuestión de conciencia cívica y en mi pueblo de eso hay; en Burgos ven un ejército de jardineros salir por la mañana y todos los jardines preciosos, esto también me gustaría para mi pueblo pero como cuesta dinero sólo podemos tener dos jardines, pero bien cuidados; en un pueblo de Málaga ven que todas las casas tienen sus balcones llenos de flores, -esto quedaría bonito en nuestro pueblo dice un socialista- y resulta que el del PP está de acuerdo, y juntos se ponen a pensar en algo que incentive, siempre con poco dinero, a la gente para embellecer sus balcones. Y es que viajar abre los sentidos y hace más tolerantes a los ediles.

Viajar nos exhibe tal y como somos, delata nuestros sueños, manías y pavores, pero también nos instruye. Hay viajes diversos, como distintos somos los seres humanos. Y así, hay turistas frenéticos que se recorren La Alpujarra y sólo paran en Trevélez para comerse un plato alpujarreño y decir, frotándose las manos, ¡qué fresquito hace aquí!, y viajeros parsimoniosos que llegan y, como Brenan, se quedan aquí varios años. Los hay que vienen en busca de la ruina del verano pasado, a retomar una y otra vez el paisaje que conocen, a bañarse en el mismo río. Y los hay, por el contrario, aventureros y agitados, que hacen puentin sobre el río Dúrcal, luchan en la vía más difícil del Mont Blanc, o se lanzan en ala delta desde el albergue universitario. Hay quienes siempre buscan el mar, y otros, en cambio, se chiflan por las montañas o por atravesar el desierto en moto. O por las grandes ciudades. O por las ruinas árabes que paralizan la remodelación de un mercado en el centro de una ciudad. O por una montaña del valle del Trueba llenas de ovejitas y vacas lecheras. En definitiva, hay gente pató.

En el borde del mundo
A mi me gustan los lugares remotos y a menudo desolados en los que te sientes en el borde del mundo, en la frontera de tu inquietud. Tres pasos más y el abismo, pero lugares de los que vuelves reconfortado. No necesito marcharme lejos: en la junta de los ríos o en la sierra de Mecina puedo sentirme así. Puedo ir sólo, pero se me antoja, sé que es mejor acompañado y, sin rubor, mostrarme cual soy, solapar mi conciencia con mis actos reflejos, pegar mis sueños a la vigilia, observar a mis compañeros con ataduras más leves que de ordinario. Observarlos con la comprensión a que ese ambiente me predispone. Disfrutar de la compañía. Y, por supuesto, cuando viajo, me gusta detenerme a contemplar el paisaje; a echar un trago, despacio, cascaillo con un amigo. Me gusta aprehender las cosas que veo, para imaginar, para imitar, para trasladar lo bueno a mi casa. Copio, como copian para su pueblo los buenos concejales.
 
Del cinamomo al laurel, 81