En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 29 de marzo de 2023

Una visión "buenista" de Sancho.

 


La semana pasada en el teatro de la Universidad fui espectador del Retablo jovial de Casona. ¿Quien me iba a decir a mí cuando, de joven, interpreté a Mauricio, personaje de Los árboles mueren de pie, que Casona iba por donde iba, y que, como ahora, tan de moda estaban entonces esas ideas posmodernas?

En el Quijote, a pesar de que el narrador se empeñe en lo contrario, los hechos, lo que realmente está sucediendo en la novela, nos confirman que Sancho no tiene nada de tonto, que actúa con ingenio, inteligencia, y buena fe.

Alejandro Casona, en su Retablo jovial, parafrasea, a través de un hipertexto, el hipotexto de Cervantes, donde reinterpreta teatralmente los episodios de la ínsula Barataria, juega con el idealismo armonista, ingenuo, de la ideología krausista, y se burla, desde la clave de la gente humilde, de la gente poderosa. Es un teatro bien intencionado de ideología socialista del siglo pasado. Un ejemplo en Casona, un dialogo entre el cronista y el mayordomo del duque.

- Cronista: Es posible que nuestros señores los duques hayan elegido para gobernador a este zoquete de alforja, labrador y con barba de dos semanas.

- Mayordomo: Los duques nos lo envían, en efecto, pero habéis de saber que todo esto no es nada mas que una burla. Este gobernador que aquí llega no es otro que el gran Sancho Panza, rústico simple y sin sal en la mollera.

Son términos, tomados de Cervantes, situados en un contexto muy diferente. No estamos en el siglo de oro y no tenemos que defender a la gente humilde de la preceptiva clásica, sino satisfacer a un público krausista, empático con el socialismo. Estamos en La Barraca, en la II República, es decir, en unos señoritos que seducen a la izquierda y trabajan para el pueblo pero sin formar parte de él. Es el cinismo social. Es Casona.

Ya sabemos que el narrador del Quijote, como he dicho, miente más que habla: Sancho es muy inteligente y de él dice que no tiene sal en la mollera. La inteligencia de Sancho evita la burla, el escarnio, y por tanto el carnaval. La inteligencia de Sancho está muy por encima de la inteligencia de sus burladores. Hay una dialéctica entre lo que ocurre, lo que hace Sancho, que es muy digno y admirable, y lo que cuenta el narrador, tildando una y otra vez de torpe a Sancho. Sancho está en el Quijote, no para ser motivo de burla, ni de carnaval, sino para dar un paso en contra de la preceptiva clásica, que reduce a los de su condición a personajes despersonalizados y de pura comedia, a los que se identificaba por la condición o por el vicio que se le representaban como arquetipo social (el avaro, el celoso, el ruin, el hipócrita, el tartufo…). Sin embargo Sancho Panza, tiene su propio nombre. No por casualidad el Avellaneda, que se dio cuenta de todo esto, trata de verter sobre Sancho un montón de vicios, o feas costumbres, como la de esconderse albóndigas, u otra comida en su propio cuerpo, pero Sancho es irreductible a personaje cómico. La risa disminuye conforme avanza el Quijote, y se extingue del todo en Barataria, donde, como en un melodrama, Sancho se va porque descubre la burla, la degeneración de las élites. Sancho podría hacerse el tonto y vivir a cuerpo de gobernador, pero no lo acepta; no se deja corromper. Cervantes nos quiere decir con este episodio que no se puede vivir en la ficción.

Casona trata de buscar la complicidad del público y establece un dialogo, entre rebuznos, de Sancho con un mayordomo altivo de los duques:

- Mayordomo: mayordomo soy de este palacio con licencia vuestra -se oye el rebuzno de fondo -

- Sancho: pues a vos mando, sr. mayordomo, cuidad de ese rucio que me ha traído como si fuese mi propio hermano.

- Mayordomo: ¿Qué rucio decís? -fingiendo no verlo.

- Sancho: mi pollino, que por no avergonzarle le llamo rucio por el color de su pelaje.

- Mayordomo (altivo): ¿y pareceos que yo soy hombre para cuidar pollinos?

Avanzando en el diálogo dice Sancho:

- Devuélvanme mi pollino, mi único amigo fiel, del que no pienso volver a separarme más…

Nótese el animalísmo de la escena en el teatro de Casona. Dice. “mi burro que es mi propio hermano”. En una sociedad no animalista sería ridículo hacer esta comparación, pero es muy lógico en la que si lo es; la risa determina el grado de racionalismo de una sociedad. Y el mayordomo marcando esa distancia que lo convierte en un personaje ridículo. Solo la modernidad, y mucho más la posmodernidad, a los nobles, a los poderosos, se les ha convertido progresivamente en personajes de comedia, en objeto público de risa. Cervantes, una vez más, fue el primero, lo hace con don Quijote, que era un hidalgo venido a menos, lo hace con toda la corte ducal.

Casona, en su obra de teatro, “narra” como Sancho abandona su gobierno; en el Quijote, que es una novela, se “dramatiza”, este abandono. Es curioso este quiasmo.

Leemos a Casona en su obra de teatro El retablo jovial donde narra este abandono:

Después de una pausa con una tranquila tristeza dice Sancho:

- Digo señores que si así es el oficio de gobernador, no es el hijo de mi madre el que nació para esto…

Comienza a despojarse de las insignias.

- Si he de mandar ejércitos, y velar por las armas y sentenciar pleitos a todas horas, para que la una parte se vaya contenta y la otra me saque el pellejo, y vivir con el temor de que me maten enemigos a los que nunca ofendí, y no comer ni beber sino como manda ese médico verdugo… Si todo eso es gobernar, quédense aquí mis llaves y mis galas. A mi trabajo y a mi tierra me vuelvo, que más quiero vivir entre mantas que morir entre holandas. Devuélvanme mi pollino, mi único amigo fiel, del que no pienso volver a separarme más...”

De nuevo el animalismo, esa misantropía, que es el resultado del fracaso de las relaciones personales. Un ser humano no está hecho, por mucho que nos empeñemos y por muchp que regulemos, para convivir de tú a tú con los animales.

Sigue Sancho:

- … Y si algo merezco por lo que hice, solo pido a vuestras mercedes que me den medio pan y medio queso, que yo comeré de camino, a la sombra de una encina, mejor que comí en palacio entre manteles y brocados.

Dirigiéndose al público dice Sancho. Un joven actor, con tablas, parecía que me señalaba a mí, que me encogí retrepándome en la butaca:

- Y a vosotros ciudadanos de la ínsula, adiós. Si no os hice mucho bien, tampoco quise haceros mal. Fui gobernador y salgo con las manos limpias; desnudo nací, desnudo me hayo; ni pierdo ni gano. Adiós.

Y como siempre que aflora una idea de este tipo, que tiene mucho que ver con el narcisismo de la modestia me viene el gran Machado a la cabeza. Eso de exhibir el “que yo me voy como vine”, es muy de don Antonio, pero también es muy krausista.

Casona desprecia al rico, mientras que Cervantes degrada al noble. Casona juega con la antipatía del pobre frente al rico, con esa dialéctica tan socialista, mientras Cervantes presenta la degradación ociosa de la nobleza. No es baladí la diferencia.

El pasaje cervantino en la capítulo 53, 2ª, es totalmente dramático, porque suprime cualquier intermediario entre el personaje Sancho y el lector de la novela. En él Sancho apela a la libertad, algo que en Casona no está presente, ni se le espera. Dice así:

Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir, que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador; más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre; y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios, y digan al duque mi señor que, desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Y apártense: déjenme ir, que me voy a bizmar; que creo que tengo brumadas todas las costillas, merced a los enemigos que esta noche se han paseado sobre mí.

No son estas burlas para dos veces.

Esta última afirmación revela que Sancho era plenamente consciente de la burla. Sancho no es tonto, no es un personaje de comedia. Habla de libertad genitiva, de hacer las cosas que su cuerpo le permita hacer. En ese momento, irse de allí… Sancho habla por Cervantes que quiere despojarse de lo que representa la preceptiva clásica; alejarse de los que le impiden vivir su libertad, que no es protestante, que no es de pensamiento, sino de acción, de poder hacer lo que quiere hacer en un momento dado, sin dañar a terceros: comer cuando quiere y dormir donde quiere. Cervantes, a través de Sancho, plantea que la libertad es lo que los demás nos dejan hacer.



Definiciones subjetivas de palabras usadas en este texto:

Animalista: Que defiende el derechos de los animales hasta considerarlos semejantes a los seres humanos.

Hipertexto: texto que se nutre de otro anterior o hipotexto.

Hipotexto: texto que se puede identificar como la fuente principal de significado de un segundo texto, el hipertexto.

Idealismo: Pensamiento de que las cosas son buenas de por sí y los problemas se solucionan por arte de magia y por consiguiente condenado al fracaso.

Krausismo: corriente filosófica con un visión “particular” de Dios, la tolerancia, y la libertad.

Posmodernidad: considera que todas las culturas son iguales. Si alguien habla de una cultura como superior a otra queda maldito para los posmodernos, porque está despreciando a otras culturas. Pero la realidad es que no todas las culturas son iguales: eso lo podría comprobar cualquier posmoderno europeo yéndose a vivir, no a pasar unos días, a vivir a cualquier tribú del amazonas…, o simplemente a Cuba o Venezuela, o ¿por qué no?, simplemente a un país islámico cercano. Además los posmodernos se creen en posesión exclusiva de la moral. Un pensamiento limitado, que solo quiere llevar a la gente a un sistema público de opinión, algo totalmente irracional.

Preceptiva: normativa tácita por la que se ha de discurrir. Suele ser ortodoxa y apegada al poder, olvidando que los genios, los nobeles, suelen ser heterodoxos. Como lo fue el Quijote.

Progre, diría a bote pronto, que es la prolongación, más de forma que de fondo, de un krausismo decadente, que intenta parecer independiente pero en realidad solo quiere ser empático con el buenismo, el animalismo, el feminismo, y tantos “ismos” más. En definitiva, gentes que seducen a la izquierda y dicen trabajar en beneficio del pueblo, pero que doblan poco el espinazo y para nada forman parte de ese pueblo. Es el cinismo social, ese que enarbola banderas de muchos colores, y defienden causas dudosas, pero que les vienen muy bien para distraerse un poco, engañarse un mucho, y reafirmarse en dogmas caducos y fracasados.

¡Ah! Y como han estudiado un poco, saben que la libertad es lo que los demás nos dejan hacer. Saben que los de enfrente les dejarán hacer y decir mentiras y otras sinrazones... sin embargo cuando los otros expresan su opinión, que no coincide con la suya, les tachas de fascistas y otras cosas peores, ya sean jueces, políticos, o un vecino que le expresa su verdad tomando una caña.

Misantropía: se usa aquí en la sospecha de todo animalismo encierra algo de ella.

viernes, 17 de marzo de 2023

Sobre la soberbia

Sólo odiamos, lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, y de una o de otra manera, se nos parece; lo absolutamente contrario o en absoluto diferente de nosotros no nos merece ni amor ni odio, sino indiferencia. Y es que, de ordinario, lo que aborrezco en otros aborrézcolo por sentirlo en mí mismo; y si me hiere aquella púa del prójimo, es porque esa misma púa me está hiriendo en mi interior. Es mi envidia, mi soberbia, mi petulancia, mi codicia, las que me hacen aborrecer la soberbia, la envidia, la petulancia, la codicia ajenas. Y así sucede que lo mismo que une el amor al amante y al amado, une también el odio al odiador y al odiado, y no los une ni menos fuerte ni menos duraderamente que aquél.

Así comienza un sabroso texto de Unamuno Sobre la soberbia (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes que he leído en mi pc). Como me ha dado por los clásicos, sigo una referencia que me lleva a el Ejercicio de perfección y virtudes cristianas del padre Alonso Rodríguez (de 1616), al referirse a aquello de que quien se humille será ensalzado. Choca la advertencia que nos hace: el humillarse con el fin de ser ensalzado, es la mayor y más refinada soberbia. Algo que, con otras palabras, siempre le repito medio en broma a un amigo excepcional que peca de modestia.

Situándose en otra perspectiva añade que San Ambrosio decía que:

muchos tienen la apariencia de la humildad, pero no tienen la virtud de la humildad; muchos que parecen que exteriormente la buscan, interiormente la contradicen”.

Unamuno expone al respecto que la falta de sinceridad lo echa todo a perder, y añade sabiendo que puede escandalizar:

..no pocas veces la comisión de un acto pecaminoso nos purifica del deseo terrible de él, que no nos dejaba vivir, que nos estaba carcomiendo el corazón. ”

Lo peor son los malos sentimientos contenidos; es mejor que la mala sangre estalle hacia fuera. Al menos avisa, y todos reconocemos cierto eso de “perro ladrador…” Y, desde luego, no es lo mismo hacer el mal que ser malo. Con el instinto a veces lo distinguimos y es por eso que admiramos a ciertos pícaros, y por el contrario despreciamos a personas de conducta irreprochable. Aquí veo yo una diferencia entre la moral y la religión: la primera nos enseña ha hacer el bien, mientras la segunda persigue que seamos buenos, no sólo a hacer el bien, a pagar la bula para poder pecar. Pero es combatiendo como se aprende a amar; de la miseria surge la compasión, y de la compasión el amor. Desconfío del que no lucha, y presiento un mayor enemigo en el que se somete que en el que se resiste.

Son muchos los que creen que es un buen camino para llegar al Cielo romperle a un hereje la cabeza de un cristazo, esgrimiendo a guisa de maza un crucifijo. Después van y se confiesan de sus malas acciones pero nunca lo hacen de sus malos sentimientos. En este punto recuerdo la vida de Lope de Vega, uno de los grandes de la historia de la literatura, que tuvo una vida tan activa en lo personal como en su obra literaria. Fue amigo de la Inquisición (colaboraba con trabajos para ella); en cuanto a su vida, ya ordenado sacerdote salia todas las noches y pecaba, sobre todo con mujeres, que era su mayor debilidad, pero, por la mañana se confesaba para que todo quedara arreglado.

Pensando en la fe misma en el infierno. Lo desean muchos para el prójimo; supongo que temen que la gloria sea pequeña para albergarnos a todos, y que cuantos más vayamos a ella, más pequeña será la parcela que nos toque a cada uno; se les amargaría la eternidad si la compartieran con un hereje a quien en vida combatieron a sangre, fuego, y cristazos.

La humildad rebuscada no es humildad, y lo más verdaderamente humilde en quien se crea superior a otros es confesarlo, y si por ello le tachan de soberbia, sobrellevarlo tranquilamente con elegancia. Todo lo rebuscado es malo, y lo es, por tanto, la humildad rebuscada, que no es sino soberbia.

Ciertas personas se tienen a sí mismos por genios cuando, a su alrededor, muchos les ven como majaderos. No es soberbia, es falsa soberbia y lo hacen con la esperanza de que a fuerza de mostrarse como tal, alguno llegue a creérselo, porque saben que lo difícil de los hombres es conocerse. Sin embargo cuando los hombres se enfrentan a sí mismo llegan a conocerse bastante bien, se juzgan con severidad, reconociendo sus propias faltas y si se les hiere al echarles sus defectos en cara, es porque ellos mismos se lo han echado antes, pero que, ante los demás, las justifican.

Pero la peor de las soberbias es la soberbia ociosa, que se limita a la propia contemplación y a repetir “¡Si yo quisiera!...”, “¡Con lo fácil que es...”! Pero no hacen nada. La mala soberbia de que por no ver discutida, o aun negada, su superioridad, no la pone a prueba. Y son estos los soberbios de verdad, los que se enfurecen de que se pongan en duda su virtud, los que se amedrentan ante la censura pública. Estos, sólo se decidirían a obrar si se les garantizase el éxito.

Sin embargo cuando es activa puede llegar a ser virtud, desde luego es un valor, que es la etimología de virtud. La lucha purifica toda pasión. Así el acto mayor de humildad es obrar. No se puede huir para encontrarse a sí mismo, generalmente su peor enemigo. Obrar, fracasar, y seguir obrando es el mayor acto de humildad.

Acabo como empecé, con Unamuno:

Muchas veces se ha fustigado, aunque nunca tanto como se merecen, a nuestras clases neutras, a los que se están en sus casas, so pretexto de que corremos malos tiempos para que los hombres honrados se den a la vida pública; pero no sé si al fustigarlos se ha visto que es soberbia lo que principalmente lo retiene en sus casas.

En resumen, participa, actúa; si te equivocas, reconócelo y vuelve a actuar. Esa es la menor de las soberbias. El obrar es el mayor acto de humildad.

 

Del cinamomo al laurel, 80