En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 27 de junio de 2023

La Celestina

 Tiempo ha que andaba con ganas de visitar el Corral de Comedias de Almagro; siempre con dudas para encontrar un hueco, siempre haciendo y postergando proyectos. Pero no ha mucho que dí con la horma de mi zapato, alguien que es más de hacer que de proyectar, alguien que su vida se cuenta por pasos y por propósitos seguidos de emprendimientos. Con ese “Alguien” hablé de mi anhelo; incluso hasta comentamos hipotéticos detalles del viaje, y he aquí que tengo en mis manos las entradas con fecha y hora para ver La Celestina, punto inicial de otra ruta pensada y aplazada muchas veces. Pero a ella me referiré una vez realizada.

Dos retos hay en la vida a los que siempre respondo: uno, a ese cuando te espetan un “a que no hay h...”, cosa que no se le puede decir a un soldado español; y la segunda, cuando te facilitan tanto las cosas. Entonces no tienes más remedio que cumplir para conseguir la mejor satisfacción de los actores implicados. Y en ello me hallo.

Pero, ¿qué sé yo de La Celestina? Bueno algo si sé: que es una tragicomedia, que va de amores, que Melibea es una joven con altos valores morales, que se enamora de Calisto, un tarambana, con nada más verle. Por otro lado sé que su autor, Fernando de Rojas -quiero recordar-, era un judío converso, que "denuncia" de modo poético, la división y separación de clases en la baja edad media, y que al parecer perdió una hija en plena juventud, por lo que puedo identificar su sentimiento con lo que Pleberio, padre de Melibea, expresa en su monólogo final.

Leo ahora en mis apuntes que desde la aparición de La Celestina, una de las diez mejores obras de la literatura universal, la mezcla de géneros, materias y estilos fue abriendo brecha en la ficción hispánica. Y tengo un texto, pero desconozco el autor, que dice:

Es innegable que Fernando de Rojas vivió esa experiencia y desde ella sancionó y sentenció, casi como un jurista que profesionalmente era, el desenlace de su obra, La Celestina. Un extraordinario precursor tanto de la literatura de Cervantes como de la filosofía de Spinoza, en tanto que los tres, Rojas, Cervantes y Spinoza, eran hombres que sabían que la explicación de los conflictos humanos, no tenía, no tiene y no tendrá una solución religiosa. Ni el cristianismo, ni el judaísmo, ni el islam, explican la realidad de la compleja vida humana; los idealismos religiosos no sirven y el nihilista niega ante todo la servidumbre a las creencias: la vida no puede estar vertebrada por las creencias religiosas. Esto es lo que afirma el racionalismo crítico y literario de La Celestina de Fernando de Rojas. Benito de Spinoza, el mayor personaje nihilista del siglo XVII, encuentra sin buscarlo y sin saberlo, en la literatura de Rojas y de Cervantes, un camino bien roturado y bien sembrado; la filosofía transita, una vez más, sin saberlo, los caminos abiertos por la literatura.

Así que toca profundizar un poco en todo esto, y a ello me pongo:


El mito nihilista de La Celestina

Lo primero que uno saca de la lectura de esta obra es que los personajes de La Celestina no creen en nada. Aparte del amor-pasión entre Calisto y Melibea, en clave puramente sensual, los únicos sentimientos que afloran en la obra son el egoísmo, el cálculo económico, el interés individual. Dice Menéndez y Pelayo:

Si el autor es un judío converso, del que se sospecha que no es muy fervoroso de la religión cristiana, y si La Celestina no la escribe sino por haber dejado de ser judío, sin hacerse de corazón cristiano, entonces todo queda explicado.

La Celestina parece escrita con un objetivo fundamental: el suicidio de una hija muy joven. Este suicidio justifica la razón literaria, el llanto final de un padre que tras la muerte deliberada de su hija no sabrá que hacer con su propia vida, ni con la realidad que desde ese momento está condenado a vivir. Melibea, es el contenido le la vida de su padre, Pleberio, quien en adelante será el continente de un mundo vivo pero vacío. Pleberio ha perdido el hilo de cualquier consecuencia posible, ha perdido la filiación. La parca que ha roto el hilo de la vida de Melibea, ha roto también el hilo de la vida de Pleberio.

La Celestina es la primera de las obras de la literatura universal que introduce el nihilismo: la negación de toda creencia o todo principio moral, religioso, político o social en la literatura, y lo hace en la geografía literaria más potente del mundo, la española del siglo de oro en ciernes, en 1499. No hay mayor experiencia vital y literaria que la de la España de los siglo XV, XVI, y XVII. El nihilismo, la negación de toda filiación, es la quiebra de toda teleología (doctrina filosófica que estudia las causas finales de las cosas), la negación de todo proyecto, la negación en suma del futuro, no es otra cosa que la saturación frustrante de experiencias vitales. La vida se agota, fracasada en la propia vida. No hay ya nada más que hacer. El nihilismo es la negación de un proyecto racional para seguir actuando, para seguir viviendo conforme a cualquier itinerario posible; no hay hilo, no hay camino, no hay discurso que trazar.

Pero el nihilismo admite muchos disfraces, y formas de autoengaño para continuar, aún sin razones legitimadas o visibles. Sin embargo en La Celestina no se opta por ninguna de ellas, no hay a la muerte de Melibea ninguna solución religiosa. Tampoco la vida del padre, superviviente al suicidio de la hija, encuentra justificación posible para proseguir ningún objetivo o empresa. La Celestina, muy en la línea de la literatura española, como es el caso histórico de la Numancia de Miguel de Cervantes, sitúa a la tragedia fuera de toda dimensión metafísica, negando por completo un más allá punitivo o paradisíaco, y la implanta en una cruda realidad de la vida terrena y material del ser humano. Una vida a la que califica con crudeza desde los términos más espantosos y desoladores. He aquí las palabras de padre, y su idea de mundo, al que considera:

laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajos sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor.

Eso es el nihilismo: la afirmación de una impotencia, la confirmación de una ruptura con el futuro, la rendición al extravío, la pérdida del hilo conductor, la negación de un contenido perdurable. Es la conciencia que si no hay continuidad, lo que hacemos, lo que hemos hecho, no sirve, ni servirá para nada, ni para nadie.


La Celestina  y el saber

El saber que evoca Celestina no es el saber puro, incontaminado, la contemplación de las esencias de los seres, el saber medieval de raíz aristotélica y platónica, sino el saber práctico, el saber hacer, en otras palabras, la técnica. Tanto si consideramos a Celestina como bruja y hechicera, o como una simple manipuladora psicológica, vemos que su saber sirve a un fin concreto, a la consecución de unos objetivos. Estos objetivos no tienen nada que ver con ninguna valoración ética: son pragmáticos, sirven para ganar dinero.

Celestina no es un personaje medieval, como Don Quijote o Don Juan, sino que es renacentista. Es en el Renacimiento cuando desaparece la distinción aristotélica entre seres naturales y artificiales y por consiguiente entre las artes mecánicas y las liberales. En este contexto nace la mentalidad técnica, de la cual la magia es su predecesora más inmediata. El saber es un saber hacer para objetivos inmediatos, para mayor gloria del hombre.

Pero además, y en consonancia con todo ello, la Celestina no es un mito católico. Su autor, como dijo Menendez Pelayo, era un judío converso, que había abandonado la fe de Israel para abrazar el catolicismo, pero que en realidad había perdido toda fe religiosa. Podríamos añadir pues que, Celestina, el personaje literario, podrá creer en la magia, el mito, o la religión, pero su autor, Fernando de rojas, no. Un ejemplo de esto es el conjuro que solo parece concebido para que se lea, no para que surta efecto, y la prueba más clara es que no tiene consecuencia alguna.   No hay nada más irónico en la propia obra que la mismísima presencia de Celestina, desde el momento en que su mediación es absolutamente innecesaria, ya que Calisto y Melibea se desean eróticamente desde el comienzo de la obra, y Celestina en lo único que puede mediar es señalarle a Calisto el camino de la alcoba de Melibea.

La Celestina es una negación de todo poder extraordinario y sobrenatural, incluyendo todo lo concerniente a la religión, al mito y, por supuesto, a la magia.


La idea de libertad y de religión en La Celestina

Los personajes de La Celestina viven en el seno de una sociedad política, reglada y fundamentada en un ordenamiento jurídico objetivo. Sin embargo luchan por disfrutar de ciertas libertades que discurre al margen de la Ley, e incluso pretende instituir una justicia propia del grupo que, cual gremio de rufianes, prostitutas y clientes, en clara dialéctica con la Justicia que instituye el ordenamiento jurídico de un Estado.

Pármeno y Sempronio se creen con derecho a disponer de las riquezas de Celestina en sus negocios con Calisto. Areúsa y Elicia se consideran autorizadas a ajusticiar a Calisto y a Melibea, contratando a Centurio para ajustar las cuentas con una clase social que dispone de ventajas económicas y laborales frente a la forma de vida que llevaban Celestina, Pármeno, Sempronio. Desde este punto de vista, una obra como La Celestina plantea un conflicto dialéctico entre la Ética del individuo, como ser humano, que lucha por su bienestar personal, la Moral del gremio, como sociedad natural o gentilicia, que lucha por la preservación de sus privilegios frente a otros grupos, incluido el Estado, y frente a otros individuos, y el Derecho del propio Estado, como sociedad política, que lucha por hacer cumplir una Ley objetivada en un ordenamiento jurídico cuya operatividad está garantiza por un sistema policial y militar.

El concepto de Libertad que mueve a los personajes de La Celestina no es un concepto anarquista, ni acausalista, es decir, no se basa en el ejercicio ilimitado de la libertad del individuo frente a la imposición controlada de la libertad del Estado. No es la libertad del hombre salvaje, la libertad del bárbaro frente a la civilización, la libertad que desea el individuo depredador frente al Estado generador. No. Es la libertad determinada por los impulsos del individuo que opera, frente al Estado, desde la iniciativa del grupo social. Es la libertad individual o gremial, que, en su lucha por satisfacerse, tropieza con la libertad objetiva del Estado. Es, en suma, la libertad de unos rufianes cuyo desenvolvimiento y materialización conduce al fracaso a cuantos se sienten seducidos a participar en su ejercicio. El desenlace de la obra condena, desde una justicia secular, a los personajes que han ejercitado una libertad contraria a las normas de una sociedad política definida. Y es el mismo desenlace de la obra el que impide una solución metafísica y trascendente de los hechos. Se impone una solución política y materialista. La religión se descarta y anula. Ningún dios heredará las consecuencias de los actos de los personajes. Ningún dios escucha las últimas voluntades de Melibea ni las imprecaciones del monólogo de Pleberio. Las palabras de este último son una rogativa destinada a la nada. Ni siquiera los seres humanos prestarán atención a las últimas voluntades de una suicida como Melibea, que pretende ser enterrada junto al cadáver de alguien tan antiheroico como Calisto. Ni siquiera la Religión se presenta en La Celestina como una Ley que esté por encima del Estado, como décadas más tarde sucederá en la mayoría de las obras literarias del Siglo de Oro, y como de forma especialmente singular sucede en el Quijote, donde la Religión es ante todo, y de forma exclusiva, una Ley institucional, y no un sentimiento, frente a lo que, entonces contemporáneamente, propugnaba el erasmismo y el protestantismo. ¿Por qué? Porque en La Celestina la Religión no es un estado anímico, ni una demostración de fe, ni una experiencia interior, ni una cuestión personal, como pretenderían inmediatamente Lutero y Erasmo, frente a la articulación institucional, estatal y política, que insistía en conferirle el catolicismo, y que de hecho le confirmó Trento. En La Celestina la Religión es un código muy ajeno a la intimidad de los personajes, del que éstos se sirven, y en el que participan, en la medida en que se integran en un orden social del que disienten, y dentro del cual se comportan como hipócritas, cínicos y embaucadores. No por casualidad Sempronio advertirá tempranamente a Calisto con estas acusativas palabras:

Sempronio.– Porque lo que dices contradice la cristiana religión.

Calisto.– ¿Qué a mí?

Sempronio.– ¿Tú no eres cristiano?

Calisto.– ¿Yo? Melibeo sóy a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo

El propio autor de La Celestina no revela en la composición de la obra ninguna afinidad hacia ningún código religioso específico, ni hebreo, ni cristiano, ni musulmán. La Religión, como sentimiento, es un ejercicio de hipocresía, de cinismo y de parodia, al fingir e invocar unas creencias que se adulteran eficazmente en el curso de la vida práctica.

Sucede en La Celestina que la libertad obedece, en primer lugar, al proyecto de un sujeto frente a, o en contra de, otros sujetos. No hay libertad sin dialéctica, del mismo modo que no hay libertad sin causas ni determinismos. Sólo desde la impotencia, cuya consecuencia es el nihilismo, y cuyas causas —que siempre habrá que explicar— pueden ser varias, cabe hablar de negación o inexistencia de libertad.

Uno de los personajes que menos planifica su ejercicio de libertad es Pármeno, llevado de un lado a otro, entre Celestina, Sempronio y Calisto, por los caminos que parten de sus resistencia a enriquecerse ilegítimamente hasta desembocar en la cama de Areúsa y en la deriva ambiciosa y criminal que le induce finamente a asesinar a la alcahueta. El parlamento con el que Pármeno concluye el auto segundo, despechado por su amo Calisto, es fundamental para explicar y justificar su modo de actuar. La dialéctica entre el amo y el siervo resulta aquí especialmente luminosa desde el punto de vista del desarrollo ulterior de la acción:

¡Oh desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos, yo me pierdo por bueno. El mundo es tal; quiero irme al hilo de la gente, pues a los traidores llaman discretos; a los fieles, necios. Si yo creyera a Celestina con sus seis docenas de años a cuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me porná escarmiento de aquí adelante con él, que si dijere «Comamos», yo también; si quisiere derrocar la casas, aprobarlo; si quemar su hacienda, ir por huego. Destruya, rompa, quiebre, dañe; dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá. Pues dice «A río revuelto, ganancia de pescadores». ¡Nunca más perro a molino!

Muestra este parlamento cómo el criado no se corrompe exactamente por causa de Celestina, sino de Calisto, dada la impotencia de su amo para razonar y para comprender la verdad de los hechos. Pármeno se percata de que no hay solución racional para advertir a Calisto de los errores que está cometiendo. Si los hechos no tienen solución, mejor no perder el tiempo tratando de resolverlos. Pármeno renuncia a ejercer su libertad para ayudar a Calisto, y en su lugar se dispone a seguir los planes de Celestina y de Sempronio. Es decir, asume una teleología ajena, una prolepsis que nunca controlará, dado que no se incorpora a ella como artífice, sino como consecuencia, por lo demás, tardía. La razón, piensa Pármeno, no sirve, porque el mundo —el mundo de su amo— la rechaza. En adelante, Pármeno actuará conforme a este postulado, pero sin iniciativa propia. No combatirá los prejuicios, sino que se aprovechará de ellos, pero siguiendo dictados ajenos, de la mano de Celestina y de Sempronio, no de su propia razón.

El desenlace determina la libertad de casi todos los personajes de La Celestina. El asesinato de la protagonista a manos de sus supuestos colaboradores o cómplices, el ajusticiamiento, casi popular, de Pármeno y Sempronio, la muerte accidental y decisiva de Calisto, completamente antiheroica, y el suicidio racional, con ribetes de estoicismo, de la propia Melibea, son un despliegue de situaciones letales que sitúan a cada uno de los personajes en una posición de impotencia absoluta y de completa nulidad en cuanto a los logros y pretensiones derivados de su ejercicio de libertad. Lo único que consiguen es verse abocados a la muerte. Sólo se encuentran con razones que los excluyen políticamente del mundo de los vivos. El ejercicio de su libertad les ha conducido a perecer a través de un repertorio de formas nada casuales: Celestina, a manos de rufianes, de forma ilegal; Pármeno y Sempronio, como delincuentes, mueren ejecutados ante la Ley y la Justicia, conforme a Derecho; Calisto, en su ociosidad clandestina, fallece calamitosamente como consecuencia accidental de su torpeza y la de los suyos; Melibea, privada de honor público y social, y arropada en la dignidad de una suerte tan personal como subjetiva, opta por el suicidio.

La libertad de Celestina tropieza, y perece, ante la libertad de Pármeno y Sempronio, que, más fuertes físicamente que ella, la matan ante la impotencia de Elicia, que carece de libertad de acción para evitar el crimen. Lo único que Elicia puede hacer es gritar e invocar a la justicia política para que prenda a los asesinos, y los ejecute. Pero no ha podido evitar el crimen. A su vez, la libertad de Calisto se orienta a lograr el cuerpo de Melibea, sirviéndose de su dinero como único medio y poder, superando inicialmente los obstáculos que se plantean, y que sin embargo acabarán poco después por hacerle perecer. Elicia y Areúsa dispondrán que los hechos provoquen en Calisto un accidente mortal, aunque no exactamente de la forma en que ellas los habían previsto. La libertad de Melibea, orientada a la consecución del gozo de Calisto, se ve cercenada por la muerte lamentable y pública de su amante, así como por el descubrimiento ignominioso de unas relaciones secretas y prohibidas. Melibea no ha conseguido nada en el ejercicio de su libertad. Su única salida es la supresión de sí misma, no sólo como ser humano político (privación de vida pública, posible reclusión en un convento, etc.), sino como ser humano físico (privación voluntaria y consciente de vida biológica: suicidio).

En conclusión, la existencia o no de Libertad dependerá esencialmente del resultado final del proceso, porque la libertad no se da al margen de causas, determinaciones y consecuencias.

Para ver cómo entendemos la libertad:  http://lacocinaquenosgusta.blogspot.com/2023/04/la-libertad-sancho-es-unos-de-los.html


El conjuro 

El conjuro que prepara Celestina para facilitar los amores de Melibea y Calisto, es algo que no tiene operatividad alguna, es como un teatro dentro de la propia representación, un metateatro, que ni ella misma parece tomarse en serio. De hecho, ni la propia Inquisición, que lo entendió como un artificio literario, se lo tomó en serio.

Dos pruebas claras hallamos en la obra al respecto: una, cuando Sempronio amenaza a Celestina con contar sus mentiras; la otra, cuando Pármeno advierte a Calisto que Celestina es “sagaz en cuanto a maldades hay, y todo muy en ello burla y mentira.”

Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hervientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera, y Aleto, administrador de todas las cosas negras del regno de Éstige y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las volantes harpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza destas bermejas letras, por la sangre de aquella noturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado, vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas, y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre, y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición. Y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calixto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje; y esto hecho pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceres tristes y escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre, y otra y otra vez te conjuro, y así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto (Rojas, La Celestina, III, 1499/2000: 108-110).

Una mezcla de lenguaje mitológico, administrativo (Fernando de rojas era jurista, y aquí parece que está formulando una instancia) y sobre todo paródico.

Celestina, acaba, mostrado su fuerza, y amenazando al demonio de que si no cumple se ha de atener a las consecuencias de su enemistad. Es de risa todo, la propia Celestina parece no creer en lo que hace, pero si esta creyera, si podemos afirmar que su autor, Fernado de Rojas, no cree en absoluto. Pero la brujería, como el mal de ojo, era un arma que estas tenía para dominar al pueblo ignorante, y que servía de paso a los dirigentes para culpar a las brujas de cualquier contratiempo o catástrofe que viniese. Esto se acentuó, años más tarde, en el mundo protestante, donde la brujas eran culpadas de una peste o una mala cosecha.

Parecida importancia se da a lo que ocurre en La Numancia de Cervantes, que hay dos conjuros: cuando resucitan a un cuerpo muerto, y cuando abren las vísceras de una animal, para que un chamán pronostique el futuro, hechos que son tachados por los propios personajes de la obra como quimeras, fantasías, ilusiones y mentiras. Justo lo contrario que había practicado San Agustín, maestro en el saber que bebió Lutero, que, a pesar de que después fue santo, cuando confesaba, abría la Biblia por una página al azar, y según el texto que aparecía interpretaba la vida del confesado.


El monólogo de Pleberio

La muerte de Melibea ha sorprendido por completo a Pleberio, que no es capaz de explicarse la causalidad de los hechos, y que desde este momento encuentra su propia existencia carente de todo sentido.

¡O mi hija y mi bien todo, crueldad sería que biva yo sobre ti! Más dignos eran mis sesenta años de la sepultura, que tus veynte. Turbóse la orden del morir con la tristeza que te aquexava” (XXI).
El racionalismo que dispone la conducta de Pleberio no le permite comprender la muerte de Melibea. La lógica de la causalidad que podría imaginar Pleberio en la suma de las adversidades sería la pérdida de su hacienda y de sus bienes económicos, mas nunca la de su hija. Pleberio interpreta tales hechos como resultado de una auténtica subversión del orden natural, que el propio viejo desearía dominar como una realidad más del mundo material. Como Calisto en su mundo, y como Celestina en su trabajo, el padre de Melibea está acostumbrado a que con dinero todo se consigue:
Dexárasme —implora a la Fortuna— aquella florida planta en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la moçedad con vejez alegre; no pervertieras la orden.”
En segundo lugar, y por la razón que se acaba de apuntar, Pleberio es incapaz de comprender el valor final de su vida sin la presencia de su hija. Pero tan importante o más que el impulso burgués del padre, es la pérdida de todos los valores finales en la vida del ser humano. En el momento de enunciar su monólogo, Pleberio está convencido de que sólo desde el nihilismo se puede responder ahora a uno de sus interrogantes más dramáticos:
¿Para quién edifiqué torres; para quién adquirí honrras; para quién planté árboles, para quién fabriqué navíos?”.
Es como si más allá de esta vida humana en la que sólo la producción material adquiere un sentido reconocible, no existiera nada.
En tercer lugar, Pleberio arremete enérgicamente contra la existencia o fundamentos de un posible orden moral, dominante o regidor en la causalidad de los hechos humanos. Paralelamente, despliega una violenta diatriba contra el sentido último de los actos humanos en un mundo al que califica esencialmente de falso, perverso y estéril. Los atributos de crueldad y miseria que identifica en el desarrollo terrenal de la vida humana son de una fuerza devastadora. Descarga ahora su ira contra el “mundo”, expresión metonímica desde la que sin duda se apela a un orden moral trascendente, y advierte que si hasta ahora no lo había hecho fue por temor a no encender su ira, todo lo cual nos hace suponer que el padre de Melibea no había sido hasta ese momento un perfecto conformista con la ética imperante, aunque sí lo hubiera sido con las condiciones sociales que hacían posible para él y los suyos una determinada expansión económica.
Yo por triste experiencia contaré, como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mudo ha hasta agora callado tus falsas propiedades por no encender con odio tu yra (XXI).

...

Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden (XXI)”

Aquí cambia de destinatario en su monólogo; deja de dirijirse a su hija para dirigirse al Cosmos, a un orden moral transcendental, a un demiurgo, a un dios…, entendiendo una lógica en la historia, un funcionamiento de la vida humana con un destino, una providencia, una razón, un fundamento (...y todavía habrá alguien que diga que el nihilismo comenzó con Nietzsche).

...agora visto el pro e la contra de tus bienandanças, me pareces vn laberinto de errores, vn desierto espantable, vna morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado [220] lleno de serpientes, huerto florido e sin fruto, fuente de cuydados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin prouecho, dulce ponçoña, vana esperança, falsa alegría, verdadero dolor...

Parece que está describiendo Auschwitz. Es el desengaño más absoluto, no un desengaño cristiano, ni hebreo, ni islámico; no está sellado por ninguna religión (aún no había cisma): no hay solución religiosa a los problemas humanos, que solo los hombres pueden resolver.
Y sigue con su lamento diciendo que él era hasta ahora un buen ciudadano para evitar problemas, pero ya no tiene nada que perder (un marxista diría que el burgués acaba de descubrir los problemas del mundo, y su tragedia le rebaja un tanto su burguesía).
Especial mención han merecido en el monólogo de Pleberio las palabras que refiere a los impulsos del amor, encarnados en la imagen del dios correspondiente, contra el que arremete identificándolo expresamente con un dios de muerte y dolor. De nuevo se insiste aquí en el motivo del mundo al revés, para desembocar una vez más en la negación de toda causalidad trascendente.
¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? […]. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traydos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congoxosa dança. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? (XXI).
La razón que da la hija para explicar su suicidio es la del amor (la tradición del amor cortés se basaba en la idea de que el que ama vale mas que el que no ama), pero el amor de Calisto vale bien poco, como hemos visto.
En la Celestina se plantea el nihilismo (400 años antes que lo inventara Nietzsche), y su principal mensaje es el desengaño. Fernando de Rojas viene a decir, que a las personas hay que educarlas para enfrentarse a la adversidad, para superar el desengaño, porque los problemas de los seres humanos solo los pueden solucionar los seres humanos. No estamos en la linea de Berceo, ni de Calderón, ni de Manrique, que piensan que la religión es el camino correcto. Estamos en la misma línea del Arcipreste de Hita, de Cervantes, en una solución antropológica.


Plaza de Almagro, donde está, a la izquierda de la imagen, el Corral de Comedias


Para ver La Celestina

martes, 20 de junio de 2023

Es de noche, en mi estudio


Miguel de Unamuno 1864-1936,
cuenta con una obra poética que por su importancia no se puede ignorar. En ella destaca:

  • 1907. Poesías

  • 1911. Rosario de sonetos líricos. Conflictos religiosos del autor, entre los que sobresale La oración del ateo.

  • 1920. El Cristo de Velázquez

  • 1922. Andanzas y visiones españolas. Libro en prosa que contiene algunos poemas.

  • 1924. Teresa. Un libro clave en la poesía de Unamuno. Un cuadro narrativo que contiene rimas becquerianas (aunque el amor ya existía antes de Bécquer; así la influencia puede ser solo una apariencia, pues a don Miguel le han influido muy poco y muy pocos), logrando en idea y en realidad la recreación de la amada. Una fabula construida como si los versos fueran de otro, que encierra un diálogo personal del propio Unamuno, que objetiva los conflictos como si dentro de sí mismo hubiera varias personalidades, cuestión que se ha explotado mucho en la poesía y el teatro del siglo XX

  • 1925. De Fuerteventura a París. Es una etapa política en la que ocurrió el enfrentamiento a la dictadura de Primo de Rivera, en la que fue condenado al destierro en Fuerteventura, del que se fuga a Paris. Después se le levantó el destierro pero él se negó a volver a España hasta que cayó la dictadura. A su regreso fue muy aplaudido por la República, a la que se enfrentaría en favor del Alzamiento Nacional, del que solo fue fiel dos meses. Muere la Nochevieja del 36; acababa de publicar Del sentimiento trágico de la vida

  • 1928. Romancero del destierro. Publicación con una carga política muy fuerte contra Primo de Rivera y la Monarquía.

  • 1936. Cancionero. Recopilación del resto de su obra poética, que sería completado en 1953.

Comentaré un poema en concreto del que hablamos no hace mucho entre amigos. Lo hago, no porque lo que vaya a decir sea más importante que lo que dijimos, o puedas decir tú -sabes que me refiero a ti-. Lo hago siguiendo la máxima unamuniana de la que tanto hemos hablado, esa que dice “que el obrar es el mayor acto de humildad, o la menor de las sobérbias”.

Es un poema que se escribe 30 años antes de su muerte, en la nochevieja de 1906, una prolepsis de su propia muerte, que puede ser comparable a Así que pasen cinco años de Federico García Lorca, una obra de teatro sobre el amor y la muerte.

Estoy convencido de que Miguel de Unamuno no fue capaz de imaginar, muchos años antes de que ocurrieran, cómo iban a ser sus últimos meses y días, abatido por ver a España envuelta en una Guerra Civil, como por encontrarse él mismo en la tierra de nadie que se creó entre los dos bandos. Asediado, posiblemente, por un sentimiento de culpa, como por la tristeza de verse impotente y superado por los acontecimientos. Fue tan terrible todo aquello que es fácil pensar que Unamuno no previera tal situación, pero sorprende, en la recreación del poeta, cómo imaginó algunos detalles de sus instantes postreros.

Unamuno falleció en la tarde del 31 de diciembre de 1936. Pasó aquella tarde de fin de año en su biblioteca, acompañado por un joven llamado Bartolomé Aragón, con quien discutió sobre la situación en España, y tras comentar que era imposible que Dios hubiera abandonado así a España; esa fue su última sentencia o pensamiento: lo dijo y se desplomó sobre la mesa camilla. No debió ser muy notorio el desplome, pues, en un primer momento, su acompañante lo asoció a la desesperación y la tristeza. Tal es así que se percató de que algo iba mal cuando comenzaron a quemarse las zapatillas de don Miguel en el brasero de la mesa camilla y el tufo se hizo patente. Entonces, salió de la habitación asegurando a voces que él no lo había matado. Así murió Unamuno en la tarde del último día de 1936. Exactamente treinta años antes, la tarde del último día de 1906, Unamuno escribía un poema titulado Es de noche, en mi estudio.

Es de noche, en mi estudio.
Profunda soledad; oigo el latido
de mi pecho agitado
es que se siente solo,
y es que se siente blanco de mi mente
y oigo a la sangre
cuyo leve susurro
llena el silencio.
Diríase que cae el hilo líquido
de la clepsidra al fondo.
Aquí, de noche, solo, este es mi estudio;
los libros callan;
mi lámpara de aceite
baña en lumbre de paz estas cuartillas,
lumbre cual de sagrario;
los libros callan;
de los poetas, pensadores, doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre las sombras
su sombra vaga,
pienso en la angina;
pienso en mi edad viril; de los cuarenta
pasé ha dos años.
Es una tentación dominadora
que aquí, en la soledad, es el silencio
quien me la asesta;
el silencio y los sombras.
Y me digo: “Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme
que me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y frío
la cosa que fuí yo, éste que espera ,
como esos libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del blando aceite,
lámpara funeraria.”
Tiemblo de terminar estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.

Es, sin que el poeta pudiera confirmarlo en la creación, sin duda un poema autobiográfico, que habla de las cosas que ocurren en ese justo momento. Está hablando de una realidad, así podríamos decir que es una obra literaria donde no existe la ficción, pues está hablando de lo que en ese momento siente fisiólgica y psicológicamente. Nos hace pensar en el soneto De repente de Lope de Vega, así como en en el de Quevedo Desde la torre de Juan Abad.

Unamuno, vivió treinta años más, pero murió un día como ese, el último día del año. Un poema lleno de vitalidad en la proximidad de la muerte, con una interiorización dramática del final. El siglo XX, que acababa de comenzar es el siglo del existencialismo, del ser y del tiempo, de reducir la esencia del hombre a su existencia condicionada por el sentido de la muerte (algo que ya estaba en los estoicos, y en el racionalismo del barroco hispano, aunque hoy día pueda parecer, porque así lo dice la crítica europea, que lo inventó Heidergger).

El poema de Unamuno es una recreación de todo lo que le rodea, los libros de sus estudio, que parece que están en el más allá y que le llaman. Entremos en detalle:

El poema es un nocturno (propio del barroco o en el romanticismo), “Es de noche, en mi estudio.”, en el primer verso nos sitúa en el tiempo y en el espacio, y en una “ Profunda soledad”, tan alejada de lo que hoy es una noche de fin de año, y es tan profunda que oye la música de su organismo “el latido de mi pecho agitado” de sus conocidos problemas cardíacos, de los que moriría ese mismo día, pero treinta años después. Sentía su corazón “se siente blanco de mi mente”, que nos indica una fuerte crisis emocional, de las que hoy día ya no se estila, pero muy propia del siglo XIX.

Baroja decía que la conciencia era una enfermedad, que intensifica el dolor, porque cuanto más conscientes somos de lo que nos rodea más sufrimos -aunque yo diría que los inconscientes también sufren, quizás sepan explicar menos su sufrimiento: el ser idiota es mentira que te hace feliz; el analgésico quita el dolor, pero no elimina la causa-. Quiero decir que si aceptamos que la conciencia trae el dolor, estamos diciendo que el racionalismo es una fuente de problemas, algo que me parece racionalmente inaceptable. Froid también decía algo parecido a que “la razón reprime”, y que en el inconsciente está la verdad, pero a mi me gustaría preguntar que dónde está el inconsciente; conozco un amigo que diría en los alrededores del ... Aclaro, que creo que el inconsciente es una ficción de las filosofías irracionalistas.

El “se siente blanco de mi mente” es un temor a la salud, una aprensión ante el mal presagio que le marcan los latidos agitados, y los presagios siempre se cumple, aunque tarden treinta años; pero un gato negro no sabe que es negro, y si se atraviesa en nuestro camino, solo hay de cierto que el gato camina de un lugar a otro. Pero el caso es que Unamuno parece tomarse en serio ese sesgo interpretativo, pues además “ se siente solo, y es que y oigo a la sangre cuyo leve susurro llena el silencio.” una imagen plenamente barroca (solo falta la calavera en la mano para la decoración tenebrista). De romanticismo hay muy poco en estos versos.

Diríase que cae el hilo líquido de la clepsidra al fondo.”, se refieres al reloj que marca el paso del tiempo. “Aquí, de noche, solo, este es mi estudio”, remarcando el tiempo y el espacio, repitiendo lo de “la noche en mi estudio”, que me recuerda aquello que repetía Lorca en el Llanto de Ignacio Sanchez Mejías, “a las cinco de la tarde”, como un epímone que se repite a lo largo del poema; “los libros callan”, una metáfora verbal, en que parece que los libros le observan en un silencio de premonición; y una metáfora casi modernista, que podría suscribir Rubén Darío: “mi lámpara de aceite baña en lumbre de paz estas cuartillas”; una lumbre de sagrario, que nos habla de su conflicto metafísico, de su implicación personal tan alta que podemos afirmar la ausencia total de ficción en el poema como hemos dicho antes. Con lo difícil que es hacer literatura sin ficción, imposible podríamos afirmar, sin embargo este poema parece desafiar esa afirmación, porque, si hay alguna, es la dramatización de los sentimientos. Luego parece acordarse de Quevedo, y con un verso romántico, “los espíritus duermen”, nos muestra la anulación creadora que siente el poeta, que se afirma con unos versos muy expresivos, casi tragicómicos: y ello es como si en torno me rondase cautelosa la muerte. Me vuelvo a ratos para ver si acecha, escudriño lo oscuro, trato de descubrir entre las sombras su sombra vaga,”, con estos versos vemos a don Miguel paseando por su habitación asustado por esa muerte que le ronda, por esa sombra que representa la muerte -como en Lorca lo hace la luna-, cogiéndose el pecho que le oprime esa angina, que acabaría con él treinta años más tarde, dando clara muestra de su hipocondría. Le siguen dos versos tremendos: “pienso en mi edad viril; de los cuarenta pasé ha dos años.”, que al leerlo no sé si reírme de don Miguel o llorar por mí; él tenía 42 cuando esto escribió, yo ya he perdido la cuenta por los míos.

A continuación vuelve a hablarnos de su soledad, algo que lleva mal sin duda; y de nuevo parece que vuelve a Quevedo con ese “silencio y las sombras”.

Entonces se da la voz a sí mismo con cierto toque narcisista, al contemplar de forma modernista recreándose en su propia muerte (como “la carne que tienta y la tumba que aguarda” de Rubén Darío; o cuando Juan Ramón dice eso que tanto repite el "errático": “y yo me iré y se quedaran los pájaros cantando”), que aquí es, la cena y el cuerpo pálido y frio. Podríamos comentar esto diciendo, “El modernismo aflora ya también en el 98”; y es que don Miguel es también, como pocos, un precursor.

El poema concluye con una glosa final, con el sesgo interpretativo de que se puede morir. Todos nos podemos morir en cualquier momento, solo es necesario estar vivo; presentimientos también todos hemos tenido alguna vez, y de ir al “allende sombrío”, esperemos que al menos pasen 30 años, aunque, como él, lo consigamos “por el ansia de vida eterna”, que de eso no nos falta a ninguno de los mortales, y de paso terminar lo iniciado aún vivo para poder celebrar un poco el fin de año.

No cabe duda alguna que Unamuno le tenía miedo a la muerte, que para él es la nada, el nihilismo, una idea que se repite mucho en el XIX y gran parte del siglo XX, que fueron años de fuertes confusiones tanto ideológicas como metafísicas (Unamuno no dejó de dar vueltas tanto en un sentido como en otro, y ambas le hicieron sufrir en exceso).

Es como si la verdadera filosofía hubiera acabado con Newton, que en toda preposición filosófica solo ve dos tipos de respuestas, por un lado la científica y por el otro la retórica o literaria. De hecho la historia de la filosofía es, en primer lugar la preocupación religiosa o metafísica, y posteriormente la inquietud política. La filosofía en realidad no tiene un contenido propio, es filosofía de la ciencia o de la literatura, o de la música, o del derecho. Por eso a mi me gusta comerme el “coco” con la literatura, que es menos tramposa que la filosofía, a la que veo como un autoengaño para todo el que la practica. De hecho ninguna filosofía aceptará que sus pilares se basan en la ficción: Heguel, jamás aceptará que el “Espíritu absoluto” es una ficción y nos llevó donde nos llevó; heidergger, tampoco lo hará con el “daseim”; Froid, con el “Inconsciente”; Spinoza, con la “Sustancia pura”; Platón, con el “Demiurgo”; Hobbes, con el “Leviatan”; Aristóteles, con el “Motor perpetuo”; Nietzche, con el “Superhombre”… Todas las filosofías tienen un poder totalitario para sus seguidores sobre la realidad del mundo, hasta llegar al “Gran hermano”, que es la mónada mayor, que desprecia la debilidad humana, frente a la superdotación transcendente, sobre la base de que el ser humano siempre ha tenido una cierta inclinación a someterse.


Referencias:

- Centro Virtual Cervantes, Antología crítica.

- Unmuno, Miguel. Obras completas. VERGARA EDITORIAL, B. 1958 Ferrol.