En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Sinfronismo

 

¡Va por ti!

 

¡Oh, tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin

tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado espíritu [...]” (II, 20)

Palabras que bien nos podrían remitir a tu beatus ille.


Y ¿podrá vuestra merced pasar en el campo las siestas del verano,

los serenos del invierno, el aullido de los lobos? ” (II, 73)


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Todo es nuevo cada día, todo está por descubrir, todo por estrenar: el río desde el recodo donde descansaste aquella tarde de tormenta nunca es el mismo, como no lo es el sauce que te cubrió del agua, como no lo eres tú, aunque lo parezca. Y no lo serás mañana: como nos dice Machado nos vamos haciendo cada día, y no hay nada predeterminado, sino posibilidades, "estelas en la mar". Eso mismo nos lo enseñó Alonso Quijano cuando se volvió loco -o se lo hizo, que a la postre es lo mismo-, que vio el mundo desde una insólita y maravillosa novedad. Ya sabes lo del baciyelmo, aquel azafate que ya no era ni yelmo ni bacía sino ambas cosas a la vez. Pues igual le ocurre al que como tú sabe mirar el mundo, con asombro y entusiasmo, con los mismos ojos con que don Quijote miraba la bacía para verla como yelmo reluciente. Así, empezaré por decir que eres una persona baciyélmica. Y eso, no lo dudes, es un elogio. Los mejores momentos vividos, las mejores experiencias, los mejores libros, son siempre baciyélmicos (lo hemos hablado alguna vez: son una cosa y otra, nos producen emociones encontradas) ¡Y cómo sabes, amigo, cuidarte de los malvados encantadores a los que tanto les gusta disfrazar con grisura la diaria realidad!

También está "el cómo nos lo cuentas". Tus crónicas, ese anhelo literario de “A vueltas de veleta”, que tantos entendemos como tu propia forma de interpretar la vida, donde el motor principal de tu día a día y de tu creación es la lectura; sobre todo, la lectura de los clásicos como Galdós, Unamuno, Pessoa o Saramago. En todas tus páginas destaca la reacción vital ante el estímulo que supone el conocimiento de dichas lecturas, que después complementas con sugestivas imágenes y detallados estudio de las geografías. Los libros y el terreno, a los que están unidos los autores y personajes que tratas, no sólo son tu principal fuente de inspiración y de creación, sino la más importante forma de entender y de vivir la realidad. Pero también de hacernos vivir, de hacernos viajar contigo. Nos llevas a tu lado descubriendo las cosas que nos hacen felices, cosas sencillas como la cabeza de Ariadna, una silva de Machado, una pintura de Van Gogh, un hotelito en Colliure, la imagen altiva de nuestro héroe en el golfo de Corinto …, un lugar remoto, buscado o hallado por casualidad. Por casualidad, pero siempre pensadoY es de mucho agradecer que nos lleves contigo como lo haces: haciéndonos creer que somos nosotros los que vamos, no los que son llevados. 

 

Charlando con Sally

 

...y a mí ¿quién podría salvarme?

¿tus ojos, que ahora crean mi tarde inexistente?

Lector, esfuérzate y enciéndela:

está donde un olor de rosas te llega del camino.

Si existo es porque existes

Tú repites mi vida, y no la reconozco.

(La tarde imaginada, Francisco Brines)


Siempre vas tras el camino por hacer del que hablaba Machado, el camino por recordar de aquellos mejores días, caminos que ya amabas antes de conocerlos o porque los conocías de sobra, y ese eterno ir despidiéndote de lo amado... ¿Cuántas veces te habrás despedido del Mulhacén, del triángulo manriqueño, o del Madrid de Benina y Almudena? ¡Cuantas veces has ido por última vez a tantos lugares! Pero sobre todo cuántas veces te quedan aún por repetir esa despedida; cuántas por dejar tus botas gastadas, nuevas botas que aún no has comprado, entre riscos, para peregrinar a ellas, una y otra vez, como el que va en romería a la Virgen de Fátima todos los 13 de mayo, y repite en adviento por unos abrazos, un pobre plato puchero calentito, y ese tarro que se cuela en tu mochila (ridículo, diría Galdós mirando el equipaje).


Es en ese peregrinar, en ese hacer camino, en ese vivir, donde buscas libertad, donde encuentras tu verdad, y la asumes como nadie. Como Quijano, eliges tu propia vida y le das sentido la vida. Por eso, a nosotros, nos seduce la vida de ese “Errático” personaje que no cesa de dar vuelta por un mundo al que se le han caído las fronteras. Lo que no estoy seguro es que fueras Quijano antes que Quijote, desconozco y dudo que hubiera metamorfosis, o si la hubo fue a una edad mucho más temprana que nuestro héroe cervantino. ¡Ah!, si reparo un poco, puedo afirmar que, como en don Quijote, aquí no hay nada de locura (que ya sabes que soy de la idea de Torrente), aquí lo que hay es una determinación de libertad -como he dicho-; y no sé si se podría hablar de “juego”, desde luego no de un juego infantil, del niño que tiene que quemar calorías para crecer, pero puede que haya un juego de adulto persiguiendo ese sosiego que no se encuentra en la anodina y enmarañada vida posmoderna. Si, podría decir, que hay un juego que equilibra lo trascendental con la realidad vulgar y una esperanza imprecisa; la metafísica y lo mundano o material, como las dos supuestas mitades del alma humana. Algo, para muchos, incomprensible en nuestro tiempo, pero los que hemos leído despacio a Cervantes, sabemos que todos nuestros sueños, ideas e imaginaciones son reales para nosotros. Tú aceptas el mundo como es, o no te lo cuestionas demasiado, en eso te alejas de don Quijote que enfrenta su sentido al mundo establecido, tú lo tomas como algo inevitable, aquí te pareces más al autor, racionalizas la situación y te adaptas a la realidad, pensando que pasará de moda, quizás por otra moda incluso peor, para nuestras esperanzas y nuestras neuronas. Y lo aceptas dando pasitos para atrás y pasos adelante: para atrás recordando el mundo de tus padres, de nuestra infancia, de nuestro seminario, pero sin olvidar la realidad del presente. Muy al contrario, el nuevo presente es el que te permite dar el salto hacia adelante, el nuevo presente donde está “lo correcto”, los caminos por hacer, la opresión de los dogmáticos, los achaques de la edad; donde está la literatura y los amigos.

Tus entradas podrían ser parte de un libro de viajes. Parece una escritura fácil, porque basta con mirar e ir tomando notas en cualquier servilleta, posavaso, o papelito. Pero no, no es tan simple: hay que saber mirar -¡si yo supiera mirar cómo tú miras! Hacer el camino y mirar bien no es nada fácil. Sé que el propósito de tus crónicas no es el periodismo de viajes, sino sentir, vivir, y transmitir, lo que has leído, y lo consigues de la forma más fresca, directa y formidable, que es posible hacerlo. A esto (que ahora me sirve de título para este “obsequioque hoy te hago, y que sé que te va a gustar, porque te conozco un poco), Ortega, hablando de Azorín, lo llamó sinfronismo: la coincidencia de sensibilidad, pensamiento y estilo de Azorín con sus lectores. Sinfronismo, quizás hasta te sirva para tu colección de palabras, porque ésta tiene esa acercanza de la que tanto gustas.

Y es que, amigo Antonio, eres un clásico para muchos de nosotros. Un clásico, sí, sencillamente porque reflejas con sensibilidad, en nuestros aburguesadas vidas, sueños de aventuras, y porque nos revives constantemente a los clásicos: ante un párrafo, una frase o un detalle de un libro escrito por Machado, percibimos que estás sintiendo lo mismo que en su día sintió el profesor de francés de nuestra querida Baeza; por un instante se caen las barreras del espacio y del tiempo y te vemos paseando por el Espino, o por los campos bordados de olivares polvorientos, entre Úbeda y Baeza. Esta identificación la he relacionado, ahora, de pronto, casi sin pensar, con la idea del eterno retorno de Nietzsche. Me digo, nadie como Antonio consagra esos instantes de eternidad una y otra vez; siempre el mismo minuto con diferentes detalles. De nuevo podría decir, de una forma distinta, que aparece tu sinfronismo: ante un paisaje o lugar descrito por Manrique, aparentas sentir lo mismo que en su día sintió el poeta.

No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.”

 

Aurora Luque en un bello poema, titulado "Literatura aplicada" de Carpe Noctem, parece hablar por ti:

Siempre me consoló viajar a cualquier parte
con un vago pretexto literario:
(...)
Casi gasté la vida en aplicarla
a la literatura, a sus fetiches
ilusorios e inútiles,
al extraño amuleto
que con denuedo arropan las palabras.

 
 

 Como parece preguntarse sobre ti en su poema "El marino adulto", con "esas islas imantadas de mitos" tras las que vas, esas que ponen en consonancia tu sentido poético con la autora; esa búsqueda a la que quieres llegar antes de que tus botas acaben por desgastarse o que los mitos, a pesar de esa conjetura de eternidad, se desvanezcan en la realidad del presente:

¿Cuándo la decisión

de vivir lo leído –las pasiones

que podría estrenar, malignas y entreabiertas

como prendas de seda minuciosas,

horizontes supuestamente cálidos

las islas imantadas de los mitos

supuestamente eternos?

Porque los paraísos se desploman

al pisar el umbral, irremediables

con la primera huella del que acude 

jubiloso a vivirlos.

Era el miedo a saber del otro lado.

Tú sabes además quien eres, cosa que no todos lo sabemos, cuando debería ser nuestra tarea esencial. Como Ulises, has navegado por miles de islas y has superado, airoso, peligrosas aventuras en busca de tu Ítaca. Todos, como Ulises, vamos en busca de nosotros mismos, pero ¡cuanto cuesta dar con uno! Todos vamos en pos de alguien o de algo, siguiendo un asombro, temiendo un desencanto. Solo que Ítaca no está lejos, ni cerca, Ítaca juega con nosotros. 

 

He regresado y nada me esperaba.

Quizá se vuelve como a la patria o al padre

con un algo de herida

y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.

Quizá se vuelve tarde,

se vuelve ya sin tiempo.


(Itaca no existe. Iglesias, 1984: 26)

 

Se trata de abrid los ojos y mirad el mundo como tú lo haces, con entusiasmo y capacidad de asombro, como un niño mira a un tiovivo dar vueltas. Como miró Van Gogh los girasoles. Como don Quijote miró las ventas, las ovejas, o la bacía del barbero.

Y cruzas fronteras geográficas con la mayor naturalidad posible, y las fronteras humanas, esas que hasta en nuestra misma escalera existen, las superas con solo la mirada. Hablas con las gentes que te encuentras sin importante el código del lenguaje, siempre tienes a mano un gesto y una sonrisa. Hablas con personas a las que parece faltarle un tornillo, y sacas lo mejor de ellas; bueno, la verdad, es que a la inmensa mayoría de la gente nos falta o parece faltarnos un tornillo, pero esas con las que tú hablas aparentan, en tus crónicas, estar recién salidos del taller, con todos los tornillos bien puestos, y cómo te identificas con ellas compartiendo sus sentimientos.

En uno de tus textos te preguntaste, “¿valió la pena?”, y en tu admirado Pessoa encontraste la respuesta: “Todo vale la pena si el alma no es pequeña”. Pocos sabemos cómo se mide el alma, pero algunos conocemos que tu alma es tan recta como torcida está tu columna, y que sería patrón de referencia para eventual medida. Yo te contesté aquel día, que todo aquello que se lleva a cabo con determinación, vale la pena. Ibas caminando cual peregrino por la vía Augusta…

PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Por estos versos, otro día te dije: no te engañes amigo, Cernuda no apostilló a Kavafis, no escribió esos versos por Ulises, esos versos van dirigidos a ti. Tú sabes que es así. 



Ítaca


La página que ha motivado esto:  http://avueltasdeveleta.blogspot.com/2022/12/nafpaktos-y-cervantes.html

El blog del Errático: http://avueltasdeveleta.blogspot.com/