En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Sinfronismo

 

¡Va por ti!

 

¡Oh, tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin

tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado espíritu [...]” (II, 20)

Palabras que bien nos podrían remitir a tu beatus ille.


Y ¿podrá vuestra merced pasar en el campo las siestas del verano,

los serenos del invierno, el aullido de los lobos? ” (II, 73)


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Todo es nuevo cada día, todo está por descubrir, todo por estrenar: el río desde el recodo donde descansaste aquella tarde de tormenta nunca es el mismo, como no lo es el sauce que te cubrió del agua, como no lo eres tú, aunque lo parezca. Y no lo serás mañana: como nos dice Machado nos vamos haciendo cada día, y no hay nada predeterminado, sino posibilidades, "estelas en la mar". Eso mismo nos lo enseñó Alonso Quijano cuando se volvió loco -o se lo hizo, que a la postre es lo mismo-, que vio el mundo desde una insólita y maravillosa novedad. Ya sabes lo del baciyelmo, aquel azafate que ya no era ni yelmo ni bacía sino ambas cosas a la vez. Pues igual le ocurre al que como tú sabe mirar el mundo, con asombro y entusiasmo, con los mismos ojos con que don Quijote miraba la bacía para verla como yelmo reluciente. Así, empezaré por decir que eres una persona baciyélmica. Y eso, no lo dudes, es un elogio. Los mejores momentos vividos, las mejores experiencias, los mejores libros, son siempre baciyélmicos (lo hemos hablado alguna vez: son una cosa y otra, nos producen emociones encontradas) ¡Y cómo sabes, amigo, cuidarte de los malvados encantadores a los que tanto les gusta disfrazar con grisura la diaria realidad!

También está "el cómo nos lo cuentas". Tus crónicas, ese anhelo literario de “A vueltas de veleta”, que tantos entendemos como tu propia forma de interpretar la vida, donde el motor principal de tu día a día y de tu creación es la lectura; sobre todo, la lectura de los clásicos como Galdós, Unamuno, Pessoa o Saramago. En todas tus páginas destaca la reacción vital ante el estímulo que supone el conocimiento de dichas lecturas, que después complementas con sugestivas imágenes y detallados estudio de las geografías. Los libros y el terreno, a los que están unidos los autores y personajes que tratas, no sólo son tu principal fuente de inspiración y de creación, sino la más importante forma de entender y de vivir la realidad. Pero también de hacernos vivir, de hacernos viajar contigo. Nos llevas a tu lado descubriendo las cosas que nos hacen felices, cosas sencillas como la cabeza de Ariadna, una silva de Machado, una pintura de Van Gogh, un hotelito en Colliure, la imagen altiva de nuestro héroe en el golfo de Corinto …, un lugar remoto, buscado o hallado por casualidad. Por casualidad, pero siempre pensadoY es de mucho agradecer que nos lleves contigo como lo haces: haciéndonos creer que somos nosotros los que vamos, no los que son llevados. 

 

Charlando con Sally

 

...y a mí ¿quién podría salvarme?

¿tus ojos, que ahora crean mi tarde inexistente?

Lector, esfuérzate y enciéndela:

está donde un olor de rosas te llega del camino.

Si existo es porque existes

Tú repites mi vida, y no la reconozco.

(La tarde imaginada, Francisco Brines)


Siempre vas tras el camino por hacer del que hablaba Machado, el camino por recordar de aquellos mejores días, caminos que ya amabas antes de conocerlos o porque los conocías de sobra, y ese eterno ir despidiéndote de lo amado... ¿Cuántas veces te habrás despedido del Mulhacén, del triángulo manriqueño, o del Madrid de Benina y Almudena? ¡Cuantas veces has ido por última vez a tantos lugares! Pero sobre todo cuántas veces te quedan aún por repetir esa despedida; cuántas por dejar tus botas gastadas, nuevas botas que aún no has comprado, entre riscos, para peregrinar a ellas, una y otra vez, como el que va en romería a la Virgen de Fátima todos los 13 de mayo, y repite en adviento por unos abrazos, un pobre plato puchero calentito, y ese tarro que se cuela en tu mochila (ridículo, diría Galdós mirando el equipaje).


Es en ese peregrinar, en ese hacer camino, en ese vivir, donde buscas libertad, donde encuentras tu verdad, y la asumes como nadie. Como Quijano, eliges tu propia vida y le das sentido la vida. Por eso, a nosotros, nos seduce la vida de ese “Errático” personaje que no cesa de dar vuelta por un mundo al que se le han caído las fronteras. Lo que no estoy seguro es que fueras Quijano antes que Quijote, desconozco y dudo que hubiera metamorfosis, o si la hubo fue a una edad mucho más temprana que nuestro héroe cervantino. ¡Ah!, si reparo un poco, puedo afirmar que, como en don Quijote, aquí no hay nada de locura (que ya sabes que soy de la idea de Torrente), aquí lo que hay es una determinación de libertad -como he dicho-; y no sé si se podría hablar de “juego”, desde luego no de un juego infantil, del niño que tiene que quemar calorías para crecer, pero puede que haya un juego de adulto persiguiendo ese sosiego que no se encuentra en la anodina y enmarañada vida posmoderna. Si, podría decir, que hay un juego que equilibra lo trascendental con la realidad vulgar y una esperanza imprecisa; la metafísica y lo mundano o material, como las dos supuestas mitades del alma humana. Algo, para muchos, incomprensible en nuestro tiempo, pero los que hemos leído despacio a Cervantes, sabemos que todos nuestros sueños, ideas e imaginaciones son reales para nosotros. Tú aceptas el mundo como es, o no te lo cuestionas demasiado, en eso te alejas de don Quijote que enfrenta su sentido al mundo establecido, tú lo tomas como algo inevitable, aquí te pareces más al autor, racionalizas la situación y te adaptas a la realidad, pensando que pasará de moda, quizás por otra moda incluso peor, para nuestras esperanzas y nuestras neuronas. Y lo aceptas dando pasitos para atrás y pasos adelante: para atrás recordando el mundo de tus padres, de nuestra infancia, de nuestro seminario, pero sin olvidar la realidad del presente. Muy al contrario, el nuevo presente es el que te permite dar el salto hacia adelante, el nuevo presente donde está “lo correcto”, los caminos por hacer, la opresión de los dogmáticos, los achaques de la edad; donde está la literatura y los amigos.

Tus entradas podrían ser parte de un libro de viajes. Parece una escritura fácil, porque basta con mirar e ir tomando notas en cualquier servilleta, posavaso, o papelito. Pero no, no es tan simple: hay que saber mirar -¡si yo supiera mirar cómo tú miras! Hacer el camino y mirar bien no es nada fácil. Sé que el propósito de tus crónicas no es el periodismo de viajes, sino sentir, vivir, y transmitir, lo que has leído, y lo consigues de la forma más fresca, directa y formidable, que es posible hacerlo. A esto (que ahora me sirve de título para este “obsequioque hoy te hago, y que sé que te va a gustar, porque te conozco un poco), Ortega, hablando de Azorín, lo llamó sinfronismo: la coincidencia de sensibilidad, pensamiento y estilo de Azorín con sus lectores. Sinfronismo, quizás hasta te sirva para tu colección de palabras, porque ésta tiene esa acercanza de la que tanto gustas.

Y es que, amigo Antonio, eres un clásico para muchos de nosotros. Un clásico, sí, sencillamente porque reflejas con sensibilidad, en nuestros aburguesadas vidas, sueños de aventuras, y porque nos revives constantemente a los clásicos: ante un párrafo, una frase o un detalle de un libro escrito por Machado, percibimos que estás sintiendo lo mismo que en su día sintió el profesor de francés de nuestra querida Baeza; por un instante se caen las barreras del espacio y del tiempo y te vemos paseando por el Espino, o por los campos bordados de olivares polvorientos, entre Úbeda y Baeza. Esta identificación la he relacionado, ahora, de pronto, casi sin pensar, con la idea del eterno retorno de Nietzsche. Me digo, nadie como Antonio consagra esos instantes de eternidad una y otra vez; siempre el mismo minuto con diferentes detalles. De nuevo podría decir, de una forma distinta, que aparece tu sinfronismo: ante un paisaje o lugar descrito por Manrique, aparentas sentir lo mismo que en su día sintió el poeta.

No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.”

 

Aurora Luque en un bello poema, titulado "Literatura aplicada" de Carpe Noctem, parece hablar por ti:

Siempre me consoló viajar a cualquier parte
con un vago pretexto literario:
(...)
Casi gasté la vida en aplicarla
a la literatura, a sus fetiches
ilusorios e inútiles,
al extraño amuleto
que con denuedo arropan las palabras.

 
 

 Como parece preguntarse sobre ti en su poema "El marino adulto", con "esas islas imantadas de mitos" tras las que vas, esas que ponen en consonancia tu sentido poético con la autora; esa búsqueda a la que quieres llegar antes de que tus botas acaben por desgastarse o que los mitos, a pesar de esa conjetura de eternidad, se desvanezcan en la realidad del presente:

¿Cuándo la decisión

de vivir lo leído –las pasiones

que podría estrenar, malignas y entreabiertas

como prendas de seda minuciosas,

horizontes supuestamente cálidos

las islas imantadas de los mitos

supuestamente eternos?

Porque los paraísos se desploman

al pisar el umbral, irremediables

con la primera huella del que acude 

jubiloso a vivirlos.

Era el miedo a saber del otro lado.

Tú sabes además quien eres, cosa que no todos lo sabemos, cuando debería ser nuestra tarea esencial. Como Ulises, has navegado por miles de islas y has superado, airoso, peligrosas aventuras en busca de tu Ítaca. Todos, como Ulises, vamos en busca de nosotros mismos, pero ¡cuanto cuesta dar con uno! Todos vamos en pos de alguien o de algo, siguiendo un asombro, temiendo un desencanto. Solo que Ítaca no está lejos, ni cerca, Ítaca juega con nosotros. 

 

He regresado y nada me esperaba.

Quizá se vuelve como a la patria o al padre

con un algo de herida

y esa ansiedad de no reconocerse en los viejos espejos.

Quizá se vuelve tarde,

se vuelve ya sin tiempo.


(Itaca no existe. Iglesias, 1984: 26)

 

Se trata de abrid los ojos y mirad el mundo como tú lo haces, con entusiasmo y capacidad de asombro, como un niño mira a un tiovivo dar vueltas. Como miró Van Gogh los girasoles. Como don Quijote miró las ventas, las ovejas, o la bacía del barbero.

Y cruzas fronteras geográficas con la mayor naturalidad posible, y las fronteras humanas, esas que hasta en nuestra misma escalera existen, las superas con solo la mirada. Hablas con las gentes que te encuentras sin importante el código del lenguaje, siempre tienes a mano un gesto y una sonrisa. Hablas con personas a las que parece faltarle un tornillo, y sacas lo mejor de ellas; bueno, la verdad, es que a la inmensa mayoría de la gente nos falta o parece faltarnos un tornillo, pero esas con las que tú hablas aparentan, en tus crónicas, estar recién salidos del taller, con todos los tornillos bien puestos, y cómo te identificas con ellas compartiendo sus sentimientos.

En uno de tus textos te preguntaste, “¿valió la pena?”, y en tu admirado Pessoa encontraste la respuesta: “Todo vale la pena si el alma no es pequeña”. Pocos sabemos cómo se mide el alma, pero algunos conocemos que tu alma es tan recta como torcida está tu columna, y que sería patrón de referencia para eventual medida. Yo te contesté aquel día, que todo aquello que se lleva a cabo con determinación, vale la pena. Ibas caminando cual peregrino por la vía Augusta…

PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Por estos versos, otro día te dije: no te engañes amigo, Cernuda no apostilló a Kavafis, no escribió esos versos por Ulises, esos versos van dirigidos a ti. Tú sabes que es así. 



Ítaca


La página que ha motivado esto:  http://avueltasdeveleta.blogspot.com/2022/12/nafpaktos-y-cervantes.html

El blog del Errático: http://avueltasdeveleta.blogspot.com/



sábado, 5 de noviembre de 2022

El Quijote Unamuno

Unamuno fue el escritor que más apasionadamente reflexionó sobre el valor de Don Quijote para la vida de sus compatriotas y para la suya propia. De hecho, construye su autobiografía espiritual al hilo de estas especulaciones sobre el ingenioso hidalgo, al que convierte no sólo en símbolo y figura mesiánica de una nueva religión –el quijotismo–, sino en su otro yo, hasta el punto de caracterizarse como un nuevo y desafiante Don Quijote del siglo XX, en permanente lucha contra todo lo que le rodea.

Aunque el Quijote ya había aparecido en algunos de sus trabajos previos, es en su ensayo En torno al casticismo, de 1895, donde Unamuno interpreta de manera sistemática la historia, el ser y las esperanzas de regeneración de los españoles a través del personaje cervantino, que considera símbolo y mito nacional a la vez que universal.

Para el bilbaíno, en una concepción que mezcla el determinismo con la sugestión simbolista del paisaje como estado de alma, la árida tierra castellana conforma el espíritu quijotesco, el de los místicos y el de los conquistadores, valores parejos que explican la historia, la cultura y el carácter de la nación, tanto en sus momentos de gloria como en los de decadencia (sugiere además Unamuno el paralelo entre el caballero andante y San Ignacio de Loyola, que luego desarrollará en su Vida de Don Quijote y Sancho, y que Ganivet también apunta en 1897 en su Idearium español). Por otra parte, para Unamuno, el espíritu nacional está disociado en las figuras de Don Quijote y Sancho, que encarnan lo ideal y lo real, lo absoluto y lo individual, aunque en la actualidad, según afirma, el más vulgar sentido común del peor sanchopancismo, y la razón del bachiller Sansón Carrasco, triunfan sobre la fe y la esperanza de Don Quijote. Esto, digo yo, en la actualidad, se ha hecho muy confuso, pues tanto el sentido común, como la fe o la esperanza se han diluido en ideologías paralelas de imposibles convergencias.

En este “marasmo”, sigue Unamuno, España lleva la vida retirada de Don Quijote, aunque corre el peligro de realizar otra salida, dada su estima a la voluntad desnuda y a los actos de energía anárquica (Ganivet, todavía más pesimista, escribiría en El porvenir de España: “Don Quijote hizo tres salidas, y […] España no ha hecho más que una y aún le faltan dos para sanar y morir”). En este punto, si lo llevamos al presente, se equivocan tanto el vasco como el granadino: ya no hay posibilidad de una nueva salida, ya no hay involución posible. Solo la envejecida y agotada Europa, con muchos condicionales de por medio, puede traer algo de esperanza

A esta situación, Unamuno, encuentra una vía de escape que unifica pasado y presente, tradición y universalismo, en el último capítulo del Quijote, “que debe ser nuestro evangelio de regeneración nacional”: “el sublime final de su Don Quijote señala a nuestra España, a la del vasco, el camino de su regeneración en Alonso Quijano el Bueno”, quien renunció a su individualismo para llegar “al espíritu universal, al hombre que duerme dentro de todos nosotros”; “Alonso Quijano el Bueno se despojará al cabo de Don Quijote […], y morirá para renacer”. Afirma Unamuno, “Hay que matar a Don Quijote para que resucite Alonso Quijano el Bueno”. Se equivocó de nuevo, todos sabemos lo que vino entonces, y en la España de hoy Alonso Quijano no podría vivir. Nadie le haría caso.

Esta propuesta alcanza su corolario en los artículos de 1898 “¡Muera Don Quijote!” y “¡Viva Alonso Quijano el Bueno!”, así como en las cartas que Unamuno cruza con Ángel Ganivet, publicadas en El porvenir de España. Allí expone el vasco que el honrado hidalgo, símbolo de la España moribunda, renunció al morir a sus locuras, “volviendo así su muerte en su provecho lo que había sido en su daño”, y que es esto lo que tiene que realizar la España (la de Unamuno) si quiere sobrevivir y regenerarse. El grito de “¡Muera Don Quijote!” también supone un rechazo del gobierno que, con su actitud irresponsable, hizo que la aventura colonial acabara en desastre, y una apuesta a favor de la sensatez del pueblo.

En otros artículos de esta última década del XIX, Unamuno enriquece la figura de don Quijote con algunos elementos determinantes que configuran su particular interpretación. En el titulado “Quijotismo” (1895) insiste en que Alonso Quijano, en el momento de morir, convierte las locuras de Don Quijote en acciones positivas, dada la bondad con la que se realizaron. Además, considera a Don Quijote como norma de conducta y como su otro yo, dado que sobre él proyecta biográficamente sus propias obsesiones: la búsqueda de la inmortalidad y de la gloria, que simboliza en Dulcinea, como mantendrá en Vida de Don Quijote y Sancho. Tampoco estoy de acuerdo en esto con el rector de Salamanca: las acciones de don Quijote solo fueron locuras de un ser inadaptado a su tiempo, quizás estuvieron hechas con bondad, pero en ellas, creo que lo que hay que ver son las ideas de su autor -cuestión que nada importa a Unamuno-, y la principal idea, en la que Cervantes se reitera en muchas de sus obras, es que todo idealismo está condenado al fracaso. Pero Unamuno, como Borges en su Pier Menard parecen ignorarlo para hacer su libre interpretación del héroe.

En el ensayo “El Caballero de la Triste Figura” (1896) varias certezas se proyectan hacia el futuro: principalmente, la de que Don Quijote no es ente de ficción, sino “un ser vivo y real” que ha tenido, y tiene, una “existencia real, heroica y efectiva”. Ello es así porque, para Unamuno, “Existir es vivir, y quien obra existe. Existir es obrar, y Don Quijote, ¿no ha obrado y obra en los espíritus” de todos sus lectores? Por otra parte, el héroe no es “otra cosa que el alma colectiva individualizada”, y éste es el caso de nuestro caballero andante. Por tanto, quien quiera retratar a Don Quijote, deberá hacerlo “como símbolo vivo del alma castellana”. Estoy con Unamuno en que Don Quijote es un ente real, no tanto en la generalización del alma castellana, pero don Miguel gustaba de provocar, y eso, quizás, sea parte de su genio y de su valentía: genio y valentía propia de un Quijote.

La otra idea que el escritor vasco sostiene es consecuencia de la anterior: si Don Quijote es un ser real, Cide Hamete Benengeli fue su biógrafo, y Cervantes, un mero traductor del historiador árabe. Puesto que Unamuno va a procrear en sus entrañas un Quijote a su imagen y semejanza, debe acabar con su primer progenitor, Cervantes, al que le va a negar la paternidad del mito. En esto es en lo que menos estoy con el vasco, en el ninguneo a Cervantes, que sin embargo, en el epílogo de su nivola de 1902, Amor y pedagogía, Unamuno se retracta de lo que hasta ahora ha sido su interpretación de Don Quijote. A partir de este momento, sustituye la salvación a través de la cordura de Alonso Quijano por lo contrario: la redención mediante la locura de don Quijote. Unamuno volverá a mostrar su arrepentimiento en Vida de don Quijote y Sancho (1905) y, nuevamente, en Del sentimiento trágico de la vida (1912).

La Vida de Don Quijote y Sancho es una peculiar “autobiografía espiritual” (como la llamó Azaña), en la que su autor reúne y amplía todas sus obsesiones sobre el ingenioso hidalgo, para fundar con ellas su nueva religión del quijotismo. Lo que formalmente se presenta como una glosa capítulo a capítulo de la novela cervantina, convierte en realidad a esta en un soporte abstracto, despojado de todo lo que no sea focalización de Don Quijote y su escudero, sobre la que engarza las reflexiones que al hilo del texto cervantino se le suscitan sobre los más diversos temas, predominando las que atañen a la crisis sobre su propia trascendencia. De hecho, el protagonista del libro es el propio Unamuno, quien casi al final del ensayo declara que “mi vida y mi obra son una confesión perpetua”, en la que introduce su desaliento y sus dudas.

Este procedimiento, consistente en meditar y escribir a partir de un texto ajeno, que para el polemista Unamuno actúa como una especie de reactivo, es uno de los métodos más comunes de su creación. Por ello mismo, su discurso se constituye en una verdadera polifonía textual por la cantidad de intertextos de que está preñado. Además, hay que tener en cuenta la variedad de tipologías genéricas y textuales con las que constituye su discurso ensayístico: glosa y juicio crítico, reflexión filosófica, religiosa, histórica o sociopolítica, meditación, confesión biográfica, discusión y autodiálogo, sermón, exposición doctrinal y oración, prosa lírica o visionaria, en una variedad de registros que va del más coloquial al más retórico y del tono más distante hasta el más apasionado. Por todo esto creo que la crítica unamuniana sobre el Quijote he de entenderla como una crítica propia de este autor, apoyada en las numerosas ideas filosóficas que Cervantes vierte en su texto.

El propio Unamuno, en el prólogo a la segunda edición (1914), explica el principio que guía su escritura: por encima de eruditos y críticos, el Quijote pertenece a “todos y cada uno de sus lectores”; esta libertad de recepción de una obra eterna, hace que cada lector deba “darle una interpretación, […] como a las que a la Biblia suele darse”. Es lo que ha hecho en su ensayo, que “es una libre y personal interpretación del Quijote, en la que el autor no pretende descubrir el sentido que Cervantes le diera, sino el que él le da”; Unamuno declara polémicamente que “pretendo libertar al Quijote del mismo Cervantes”, operación que justifica en que los personajes tienen una vida propia y autónoma al margen de la de su autor, como demostrará en Niebla. Por ello, aunque Cervantes sacó a Don Quijote y Sancho “de la entraña espiritual de su pueblo”, afirma que su comprensión de los mismos puede ser mejor que la de su propio autor. Con una salvedad, totalmente de acuerdo: del Quijote se pueden hacer numerosos análisis, incluso contrarios unos de otros, como irónicamente hace Unamuno. Pero que sepan los lectores de ambos que no cabe todo. ¿Dónde está el límite? Esto habría que marcarlo según el autor o el crítico.

En el prólogo a la tercera edición su desplante todavía va más lejos, puesto que, en respuesta a la carta de un profesor, donde este que le avisa de que en un pasaje de su ensayo pone en boca de Sancho palabras que son de Sansón Carrasco, Unamuno contesta que tiene el manuscrito de Benengeli y que fue Cervantes quien leyó mal el texto, y no él. Propio de Unamuno, con esto se entiende perfectamente su libre auto-análisis y su ironía provocadora.

Unamuno se apropia de don Quijote por encima de Cervantes, al que dice considerar su evangelista, y de Cide Hamete, su historiador. Acata la autoridad del texto cervantino en todo lo que se refiere a los hechos, pero desmiente en varias ocasiones las opiniones e interpretaciones de ambos. Es la fe lo que guía al autor de Niebla para conocer incluso el sentimiento del caballero andante, y escribe que si este “no nos lo revela Cervantes es porque no estaba capacitado para penetrar en él”. Más Unamuno aún: Cervantes, sugiere a través de sus personajes, del narrador que parece un mentiroso, del falso historiador, y del traductor morisco aljamido, muchas ideas, y esas ideas las plantea desde diferentes perspectivas, y si hay dudas, ambigüedades u olvidos sobre su personalidad es porque el autor lo ha querido así; luego los críticos pueden interpretarlas, pero no negar capacidad del creador.

Todavía en Del sentimiento trágico de la vida añade: “¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos”. En la introducción a Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920) vuelve a esta defensa activa del lector y del personaje, por encima de su autor, uno de sus temas favoritos. Lo dicho, Cervantes solo pasó por allí.

En la Vida de Don Quijote y Sancho, la minusvaloración de Cervantes todavía va más allá. Para el rector salmantino, que aquel escribiera El ingenioso hidalgo no deja de ser un milagro, puesto que en el resto de sus obras se muestra muy por debajo de lo que consiguió en esta novela. Por ello, Unamuno idea que fue el propio don Quijote, envuelto en Cide Hamete, quien le dictó su historia a Cervantes, de la misma manera que ahora el espíritu del caballero manchego ha penetrado en él para redactar su libro. Estarán de acuerdo conmigo que Cervantes no es el burro flautista. Cervantes, en su tiempo, fue un heterodoxo con un nivel de crítica inigualable y una capacidad notable para eludir la censura: le dio fuerte a la nobleza ociosa que se divertía a costa del pobre o el loco; a Felipe II, “que se fue y no quedó nada”; a la iglesia, no tienen más que ver qué hacen y cómo se comportan los curas en sus obras; al Concilio de Trento, que, entre otras cosas, había prohibido el suicidio en la literatura y él en La Numancia, suicida a un pueblo entero; a la universidad, ahí están los personajes del Licenciado vidriera, que alcanza su máxima imbecilidad justo cuando se gradúa en Salamanca; el socarrón de Sansón Carrasco; o el licenciado del primo que le acompaña a la Cueva de Montesinos. Cervantes. Muchos han descubierto el teatro épico leyendo a Beltor Brech, eso ya está en Cervantes, en el Quijote y en el Persiles. Para Francisco Ayala las Novelas ejemplares en su conjunto son incluso mejores que el Quijote...

De esta forma, inspirado por don Quijote, Unamuno se convierte en su verdadero y único exegeta. Un exegeta de quien considera un discípulo de Cristo, y que tuvo una verdadera vida, como insiste una y otra vez: “La historia del ingenioso hidalgo fue […] una historia real y verdadera, y además eterna, pues se está realizando de continuo en cada uno de sus creyentes”. “Si Don Quijote obra, en cuantos le conocen, obras de vida, es Don Quijote mucho más histórico y real que tantos hombres”. Por lo que concierne a la constitución del mito, Unamuno sostiene que “en lo eterno son más verdaderas las leyendas y ficciones que no la historia”. Reflexiones de este tipo aparecen por todo el ensayo y su autor incluso se propone escribir un libro futuro para probar que Don Quijote y Sancho existieron realmente.

El tema de la existencia del ingenioso hidalgo está incluido en otro mayor, que es el de la verdad. Para Unamuno, como para Nietzsche, “la verdad es lo que hace vivir”, opinión, fácil de compartir, que también hizo suya Luís Rosales. Además, “el arte es la suprema verdad, la que se crea en fuerza de fe”, y este es el caso de don Quijote. Según este vitalismo de base irracionalista, la verdad se forja con la fe, con el corazón, y por ello se opone a la lógica, creada con la razón, dioses idolatrados en los tiempos modernos y enemigos ambos de la vida, según Unamuno. Este es Unamuno, provocación sobre todas las cosas, por eso suelo decir que hay autores con los que no aprendes nada, hay autores que para entenderlos hay que llegar a ellos con muchas lecciones aprendidas. Quizás esos sean los más grandes, como sin duda lo es Unamuno.

Por tanto, don Quijote, caballero que, según el escritor vasco, pelea “por la conquista del reino espiritual de la fe” y que, con su locura, la de no morir, hace cuerdos, es el ejemplo que debe imitar todo aquel que quiera vivir por la eternidad. Y aquí llegamos al verdadero motivo que llevó a Unamuno a escribir su ensayo: el anhelo de inmortalidad, su obsesión permanente, que convierte en el motor de su escritura y también, como ya había adelantado en el artículo de 1902 “Glosas al ‘Quijote’”, de la actuación del caballero andante. Es más: una no se explica sin la otra, según escribe al final de su ensayo: “No puede contar tu vida, ni puede explicarla ni comentarla, señor mío Don Quijote, sino quien esté tocado de tu misma locura de no morir”.

Esto explica el quijotismo de Unamuno, su fe y su idealismo, porque eso es lo que es don Quijote, como explica su anticervantismo, porque Cervantes crea a don Quijote precisamente para criticar los dogmas y los ideales, que Unamuno parece defender, y que quizás, en una segunda lectura, comprendamos que no defiende tanto. Esta ansia de vida eterna de Unamuno y según él, de don Quijote, es extendida al pueblo español. Y ello deberá constituir la esencia del ser nacional: “¿Hay una filosofía española? Sí, la de Don Quijote. […] ¿Hay una filosofía española, mi Don Quijote? Sí, la tuya, la filosofía de Dulcinea, la de no morir, la de creer, la de crear la verdad”, la que “surge del corazón”. Para ello, se necesita “el valor de más quilates”, el que tuvo don Quijote, “que le tomen a uno por loco”, porque, según Unamuno, frente a la cobardía moral contemporánea, sólo hay “un modo de triunfar de veras: arrostrar el ridículo”. Y para ello, el ejemplo a imitar es “la burlesca pasión de nuestro Caballero”.

Este vivir en la verdad no es sólo norma de vida de don Quijote y de Unamuno, puesto que este la extiende a todo el pueblo español: al igual que el hidalgo tras su combate con el Caballero de la Blanca Luna, el pueblo español vuelve de América derrotado. Recogido en su interior, su misión histórica será “la batalla del Amor y de la Verdad”, pelea en la que “ha de ser el pueblo todo un don Quijote, un pastor Quijotiz más bien”, siguiendo el ejemplo de lo que se proponía el ingenioso hidalgo. De hecho, afirma Unamuno, “Si Don Quijote volviera al mundo sería pastor Quijotiz”, “pastor de almas”, “pastor de pueblos”, “empuñando, en vez del cayado, la pluma o dirigiendo su encendida palabra a los cabreros todos”. Está clara la analogía con el propio escritor vasco, quien añade: “Y ¡quién sabe si no ha resucitado!...”.

La misión de este don Quijote será la que ya practica el autor de Niebla, según escribe, “libertar a los pobres galeotes del espíritu”, “aunque luego te apedreen”, porque “la mayor caridad que puedes rendir a tu prójimo no es aplacarle deseos ni remediarle necesidades, sino encenderle aquellos y crearle estas”; “hay que desasosegar a los prójimos los espíritus […] aun a sabiendas de que no han de alcanzar nunca lo anhelado”. Es lo que intenta Unamuno en toda su obra, y particularmente en esta Vida de Don Quijote y Sancho, como él mismo confiesa.

Unamuno interpreta la muerte de don Quijote como la coronación de su vida; es lo que le vuelve inmortal. En sus últimos momentos, don Quijote hace el mayor acto heroico: renunciar a su gloria y a su obra. La bondad lo eterniza y la gloria lo acoge para siempre. Al confesar que su vida no fue más que un sueño de locura, don Quijote se hermana con Segismundo. Y si la vida es sueño, Unamuno se plantea una sospecha que le obsesiona y cuya formulación más conocida es Niebla: “¿Será acaso también sueño, ¿Dios mío, este tu Universo de que eres la Conciencia eterna e infinita? ¿será un sueño tuyo? ¿será que nos estás soñando? ¿Seremos sueño, sueño tuyo, nosotros los soñadores de la vida?”. Ante la duda, Unamuno lanza un ruego desesperado: “¡Sueñános, Señor!”, “¡Suéñanos, Dios de nuestro sueño!”.

El propio Unamuno clamaría en el desierto como el caballero andante en su destierro durante la dictadura de Primo de Rivera, al cual marchó acompañado de un ejemplar del Quijote, que le serviría de inspiración, aliento y de rebeldía, como bien consta en diversas composiciones de su Cancionero.

Unamuno, todo ironía y sutil provocación, e igualmente postergado por su heterodoxia como lo fuera ante Galdós y mucho antes el propio Cervantes.

 

 

Referencias:

- Centro Virtual Cervantes, Antología crítica.

- Unmuno, Miguel. Obras completas. VERGARA EDITORIAL, B. 1958 Ferrol.

sábado, 29 de octubre de 2022

La sima de Cabra, la verdadera Cueva de Montesinos



Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha."

Este es el título real del capítulo 22 de la Segunda Parte es el siguiente. Para cualquier lector de Cervantes, coetáneo o actual, la cueva de Montesinos es un lugar imposible para esta grande aventura. La cueva es visitable y se encuentra en el término municipal de Ossa de Montiel. Tras dar en su interior los primeros pasos se comprueba la imposibilidad de ambientar en ella la aventura que relata Cervantes. De esta cueva menciona nuestro autor que para “entrar en ella, era menester proveerse de sogas, para atarse y descolgarse en su profundidad”. Tras coger los protagonistas más de 100 brazas (1 braza = 2 varas = 1,6 m), dándole soga el primo y Sancho, don Quijote “se dejó calar al fondo de la caverna espantosa”.

Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro, y creyéndolo así Sancho, lloraba amargamente y tiraba con mucha priesa por desengañarse; pero llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en estremo se alegraron”.


Estando ya agotadas las cien brazas de soga, Sancho y el primo piensan en “volver a subir” a don Quijote. Don Quijote nos dice que “iba cansado y mohíno de verme, pendiente y colgado de la soga” (II, 23); explica que “Fui recogiendo la soga que enviábades, y, haciendo della una rosca o rimero, me senté sobre él pensativo además, considerando lo que hacer debía para calar al fondo, no teniendo quién me sustentase”. De hecho, don Quijote no sale por sí mismo de la cueva, sino que es izado de la misma por Sancho y el primo: “Pero no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido”. Sin embargo, todo esto es imposible: la horizontalidad del acceso y del interior de la cueva de Montesinos, no permite que personas colocadas fuera de la misma icen a nadie del interior. De hecho, es imposible que estas personas mantengan a nadie “pendiente y colgado de la soga”. Sorprendentemente, esta disposición de la cueva es de antiguo conocida e incluso publicada: en la edición de Rico del Quijote (Rico, II: 983) se reproduce la planta y perfil de la cueva en los grabados atribuidos a Luis Paret de la edición de Pellicer. Este grabado aparece en la publicación de la Biblioteca Nacional Los mapas del Quijote (Biblioteca: 64-65).

Ahora bien, si la topografía de esta cueva hace imposible que sirva de base para la imaginación de Cervantes, hemos de preguntarnos qué referentes reales podrían existir en la mente de Cervantes para fraguar esa aventura en los términos en que hemos reseñado. Nuestra hipótesis es que Cervantes está asignando a una cueva que no conoce personalmente las características de una que sí conoce.

Entrada a la sima de Cabra

Nos referimos a la Sima de Cabra. Esta sima se sitúa a unos cuatro kilómetros del municipio de Cabra (Córdoba). Se trata de un pozo vertical de una profundidad de 116 m por unos 7 m de circunferencia de boca, donde las palabras del texto cervantino cobran un sentido que no tienen referidas a la Cueva de Montesinos. Esta sima formaba parte del imaginario colectivo de la época y, por supuesto, del de Cervantes. Astrana cree que Cervantes vivió algún tiempo en Cabra entre 1558 y 1564; su abuelo Juan fue Alcalde Mayor de Cabra, oficio que después desempeñará su hijo Andrés. Cabra figura como uno de los lugares a donde Cervantes está comisionado para la saca de trigo, garbanzo y habas en 1591.

Cervantes menciona esta sima en varias de sus obras. En el Quijote, Casildea de Vandalia mandó bajar al caballero del Bosque:

“Otra vez me mandó que me precipitase y sumiese en la sima de Cabra, peligro inaudito y temeroso y que le trajese particular relación de lo que en aquella oscura profundidad se encierra” (II, XIV).

También la menciona en el Celoso Extremeño y en Viaje del Parnaso:

«Guardaos, niños, que viene el poeta fulano, que os echará con sus malos versos en la sima de Cabra o en el pozo Airón”. Celoso Extremeño (1613)

¡Mal haya yo si más quiero que jures, pues con sólo lo jurado podías entrar en la misma sima de Cabra! Viaje del Parnaso Cáp. 8 (1614).

Otros autores también la mencionan: Luis Vélez de Guevara, en el Diablo Cojuelo (1641):”Cabra, celebrada por su sima, tan profunda como la antigüedad de sus dueños” (Tranco VI). Que la sima tenía fama lo sabemos por aparecer en la documentación desde el periodo musulmán; la citan geógrafos de esa época. Después siguen existiendo múltiples referencias históricas a esta sima; así la cita Ambrosio de Morales (1513-1591): "que tiene creído el vulgo que esa abertura no tiene suelo en su profundidad”. La sima aparece representada en varios mapas de Tomás López: Mapa Geográfico del Reyno de Córdova (1761); Reyno de Granada (1795).

Bajada a la sima de Cabra

En cualquier caso, todo esto entra en conflicto con quienes, como Navarrete, sostienen “la exactitud en las descripciones topográficas de La Mancha... y las particularidades que refiere de las lagunas de Ruidera, curso del Guadiana, cueva de Montesinos... “. Si Cervantes hubiera estado en esa cueva, convendremos en que se aleja del pretendido realismo y exactitud que el tópico asigna a sus descripciones. Aunque ya hubo otras voces que, como la de Astrana, tras recordarnos la inexistencia de documentos que apoyen su residencia en La Mancha, sugieren que “algunas de sus incongruencias pueden obedecer a emplear referencias de oídas” (Astrana, V: 251).

Sobre la obra de Cervantes recuerda el profesor granadino Rodríguez Marín la afirmación de Marcelino Menéndez Pelayo sobre que “fue Andalucía verdadero campo de su observación y verdadera patria de su espíritu” (Rodríguez Marín 1915: 19). Fue Rodríguez Marín quien ha reclamado “El cordobesismo y el andalucismo de Miguel de Cervantes”. Este supuesto andalucismo de Cervantes se basaría en los años en que se forja de su personalidad: entre 1553, en que con 6 años marchó de Alcalá a Andalucía y 1566, en que con 19 años la familia se traslada de Sevilla a Madrid. A ello se añadiría el largo periodo de las comisiones andaluzas. No es difícil suponer esta influencia a la hora de tomar Cervantes los modelos humanos y los referentes sociales con los que ambientar los episodios de que se surten sus obras.


Referencias: 

AGOSTINI BANUS, EDGAR (1936): Itinerarios y parajes cervantinos. Ciudad Real, Diputación Provincial. 

EISEMBERG, DANIEL (1995): La interpretación cervantina del Quijote, Compañía Literaria, Madrid.


domingo, 9 de octubre de 2022

“Aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas”

Reparo ahora en la tesis principal que expone Torrente Ballester en El Quijote como juego, según la cual Alonso Quijano finge ser, de forma absolutamente consciente, don Quijote, con todas las afirmaciones, algunas fácilmente rebatibles, que esto implica.

Torrente Ballester celebra de Cervantes su demostración de una libertad sin límites, en cuanto artista que manipula, ordena y da expresión verbal a unos determinados materiales libremente elegidos a contrapelo de las convenciones vigentes, e incluso de algunas de las suyas propias, pues en su obra expone múltiples perspectivas de toda idea que sugiere.

Otro aspecto interesante es la formulación de lo que Torrente Ballester denomina “el principio de realidad suficiente”, basado en la creencia de que autor y lector participan en un “juego convenido, base de la ficción misma, en que uno y otro fingen creer que se trata de una realidad”. En efecto, si recordamos las palabras finales de El coloquio de los perros, la famosa defensa de la novela ideal que realiza el canónigo en el Quijote (I-49) o la autodefinición del propio Cervantes como «raro inventor» en El viaje del Parnaso (cap. primero 225), parece claro que se nos está hablando no de identificar la ficción con la realidad, sino de incorporar a la literatura diversos elementos imaginativos que el lector percibe después de haber aceptado el pacto del que nos habla Torrente Ballester: todos sabemos, por seguir con el ejemplo mencionado, que no es posible que dos perros hablen, pero podemos disfrutar de su quimérico diálogo si el autor -en palabras de Cervantes - acierta en el artificio y la invención.

Tenemos, pues, tres premisas básicas, que no es difícil reconocer en Cervantes y que ha hecho suyas en su obra Torrente Ballester:

  • la libertad creadora,

  • la omnipotencia de la invención, y

  • la aplicación de una y otra a un juego que sólo tiene una norma: que el autor imagine y que el lector disfrute.

Como ejemplo de todo esto, a continuación os dejo un texto sublime de Torrente Ballester, en El Quijote como juego, que corresponde al capítulo 4º: La conciencia del caballero. Apartado titulado:


Aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas”.

A don Quijote acaban de sacarlo de Sierra Morena gracias a la colaboración de Dorotea. Para convencerlo, ha habido que inventar una novela, es decir, «entrar en el terreno de don Quijote, aceptar su ficción», y proponerle otra que pasa inmediatamente a formar parte de la suya por cuanto se le requiere como personaje con papel en ella. En el camino, después de una cuestión con Sancho Panza, don Quijote le dice: «Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora (...) ¿dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió?...» Después del viaje de Sancho Panza, don Quijote solicita un relato fiel, detallado, aun a sabiendas de que tal relato es imposible, porque en esto consiste el juego: para cualquiera, no para él, que hace a Sancho preguntas formuladas de tal modo que, para complacer al caballero y, sobre todo, para mantenerse dentro de la ficción, no tiene Sancho más que responder: Sí, sí..., ya que la respuesta va incluida en la pregunta. «Llegaste, y ¿qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo pata este su cautivo caballero.» ¿Qué caro le costaba a Sancho decir que sí, que así la había hallado? Sin embargo, su respuesta es no sólo negativa, sino decepcionante para don Quijote, por cuanto le destruye la «imagen principesca que le propone»(1), y cuando don Quijote acepta y recoge la versión realista (aunque falsa) que Sancho opone a la suya poética, y la poetiza a su vez («trigo candeal»), Sancho la degrada nuevamente («trigo rubión»), y no cesa en su degradación sistemática de cuanto don Quijote inventa hasta que a éste no le queda ya nada que poetizar. ¡Es para darle de bofetadas a Sancho! ¡Aún si dijese verdad! Pero no le queda ni tan siquiera esta justificación, porque todo lo que opone a la hipótesis poética de don Quijote es, como se acaba de indicar, «pura mentira»; no solamente pretende salir del paso, sino, además, reírse de su amo, destruir sus fantasías, quizá ponerse así por encima de él. ¿Se da cuenta don Quijote de este juego de Sancho? El diálogo sigue de esta manera: «... si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascua. Yo la veré y se satisfará todo. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y viniste por los aires, pues como más de tres días has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas. Por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas y es mi amigo, porque por fuerza le hay y le ha de haber (...), digo que este tal te debió de ayudar a caminar sin que tú lo sintieses...»

Conviene volver a la situación. Después del regreso del cartero, don Quijote y Sancho llevan ya un tiempo juntos: la escena del encuentro y lo que va de camino. Si a don Quijote le sorprende «de verdad» la rapidez del regreso de Sancho Panza, es lo primero que debiera preguntarle, y «no lo hace». Deja la pregunta para el momento preciso en que Sancho le ha echado a perder un importante momento de su ficción. Pero, ¿cómo está esto narrado? Se ha dicho en otro lugar que el narrador se vale a veces de trucos por omisión, y que miente. He aquí el primer truco por omisión, que se sitúa precisamente entre las palabras de don Quijote: «...habiendo de aquí allá más de treinta leguas» y «por lo cual me doy a entender...». Lo omitido es una acotación en que se describa el susto de Sancho Panza ante la pregunta de su amo, o se informe, al menos, de que la pregunta le asustó, porque ninguna de sus mentiras (salvo el recurso a los encantadores) podría servirle de explicación satisfactoria. Está cogido en su propio juego, y la cara que puso tuvo que ser de asombro y de terror. El narrador se lo calla, pero es legítimo imaginarlo como adición al texto, ya que es evidente que Sancho se haya asustado, y tenerlo en cuenta para el entendimiento de la escena. Y ahora, una hipótesis que se considera igualmente legítima: Si don Quijote se detiene en la palabra «leguas», ¿qué puede hacer Sancho que no sea arrojarse a los pies de don Quijote y confesar su mentira? Pero semejante confesión ¿no puede traer como consecuencia, de una cosa en otra, que la ficción se desbarate? A don Quijote no le importa que Sancho le mienta, a condición de que la mentira pueda caber en su ficción, y si por el carácter excesivamente realista, «verídico», de la de Sancho, hubiera ciertas dificultades de encaje, don Quijote tiene siempre el remedio a mano, el remedio indiscutible del encantador, con lo cual logra dos cosas simultáneas: tranquilizar a Sancho, «que se ve descubierto», y, al hacer de su viaje una especie de prodigio, insertarlo con todo derecho en la ficción y ganarle el peón a Sancho. Se puede pensar que don Quijote, en un primer movimiento de ánimo, quiera castigarle por su crueldad descubriendo su mentira; pero, si esto piensa, se arrepiente en seguida por temor a las consecuencias: una mentira destruida puede destruir el inverosímil, maravilloso edificio de don Quijote, pero frágil, como hecho de palabras, y le da la salida. Con lo cual todo vuelve al orden. Pero esa pregunta, por el lugar en que está colocada (por el momento de la acción en que se sitúa), demuestra con toda claridad que don Quijote está al corriente de la verdad, que es consciente de todas las falsedades urdidas por Sancho. Y no puede ser de otra manera, pues cuando lo envía con la misión (la carta ha quedado en su bolsillo) sabe que Sancho no puede llevarla a cabo. Hay que interpretar el episodio como un momento, entre otros, del juego que se traen el amo y el escudero.”

(1) Con toda consciencia por parte de don quijote y Sancho. Recuérdese lo sucedido en el capítulo XXV, donde uno y otro están conformes de que la princesa Dulcinea es Aldonza, la hija de Lorenzo Corchuelo; don Quijote invita a Sancho a continuar el juego de la princesa; Sancho le responde con el juego de la aldeana (puesto que le ha mentido en su misión de cartero). Es, como dice Torrente, "la lucha de la ficción poética con la ficción verosímil".

Al juego entre don Quijote y Sancho dedica todo un capítulo Luís Rosales en su libro, Cervantes y la libertad.

Otras entradas de este blog que complementan la idea de juego, en las que se respeta y valora la visión de Gonzalo Torrente Ballester y de Luís Rosales sobre el Quijote, autores paradigma de la crítica cervantina: https://lacocinaquenosgusta.blogspot.com/search/label/Juego