En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 11 de abril de 2023

Sancho Panza quiere una ínsula

  A mi amigo Mariano, al que admiro por tantas cosas...

 

El reto


«Tïtulo: 
Sancho Panza quiere una ínsula: Cervantes y la política de los labradores gobernantes”

Texto:

Sin ínsula no habría Sancho: el sueño de convertirse en gobernador de una isla es tan esencial para el personaje de Sancho Panza como éste lo es para las aventuras de Don Quijote. El hidalgo atrajo a Sancho al puesto de escudero con la promesa de la ínsula. Esta loca ambición de Sancho nos revela la codicia y vanidad de ese mentecato «de muy poca sal en la mollera» (I.7, 125), que anhelaba una vida de hombre poderoso e ir más allá de su indigna condición de labrador. Las primeras palabras de Sancho en la novela son para recordarle a su señor, por primera de las muchas veces que lo haría, la promesa que le había realizado: «Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar, por gran- de que sea» (I.7, 127). Don Quijote no sólo asiente, sino que menciona la posibilidad de que dentro de una semana el escudero se convierta en conde, marqués o, incluso, en rey. Si se convirtiera en rey, Sancho le responde, su mujer sería reina y sus hijos infantes.

Pues, ¿quién lo duda?—respondió don Quijote.

Yo lo dudo—replicó Sancho Panza—porque tengo para mí que, aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dos maravedís para reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda (I.7, 128).


Sancho no podía imaginarse a su mujer convertida en reina, pero, por lo visto, no tenía problema alguno en verse a sí mismo como rey, por no decir gobernador.

Pero nadie podía imaginarse a Sancho de gobernador. Era una idea absurda, cuya clara intención es hacer reír y, como tal, serviría de inspiración para la burla llevada a cabo en la segunda parte de la novela, cuando el Duque y la Duquesa nombran al escudero gobernador de la Ínsula Barataria. La toma de posesión del cargo de gobernador por Sancho ofrece nuevas oportunidades para reír, aun cuando la broma acaba al revés de lo esperado (II.49, 406). Al final, lo inimaginable ocurre, más allá de toda expectativa: el menguado de Sancho consigue su isla y la gobierna mejor de lo que él mismo hubiera jamás imaginado.

En este artículo me propongo explorar las implicaciones políticas de la ridícula aspiración de Sancho Panza de convertirse en gobernante y de su sorprendente éxito como gobernador. Cervantes no declara de manera explícita cuál es la moraleja del episodio, dejando al lector la tarea no fácil de adivinar las posibles implicaciones.»


Advertencia

Este comentario podría ser interminable, por lo que me limitaré a contestar las preguntas del texto, así como comentar las teorías apuntadas por Redondo, Nieto, y Maravall. Al final concluiré con un comentario un tanto subjetivo, en el que puede verse que tomo partido por algunas de las muchas críticas que sobre el Quijote han sido. De todas ella, tú sabes, porque lo hemos hablado algunas veces, hay dos que me han cautivado sobremanera:

1. El Quijote como juego de Torrente Ballester, a través del que veo a don Quijote, no como un loco, sino como un adolescente de 50 años, que aburrido en un pueblo donde no se puede hacer nada, decide hacerse el loco para divertirse, bajo las premisas de la libertad creadora, la omnipotencia de la invención, y su aplicación al juego. En esto, muy pocos cervantistas estarán de acuerdo conmigo, porque si hay algo que los cervantistas no están dispuestos a aceptar es que don Quijote finge su locura, quizás pensando que si lo hacen se les acaba el negocio, ya que ellos viven de hablar de un loco, sin darse cuenta que podría ser más rentable hablar de un cínico, pues el cinismo es una forma de vida, en tanto que la locura es una enfermedad.

2. Cervantes y la libertad de Luís Rosales, que entra con una inigualable e inimitable estética en la psicología de los personajes.



La respuesta


Sin ínsula no habría Sancho.

No cabe duda que Sancho, a lo largo de toda la Primera Parte, actúa bajo la codicia y la ambición, y en esto la ínsula juega un papel muy relevante, ocupa el mismo estadio que Dulcinea, al tener ambos, dama y gobierno, la misma naturaleza para el caballero y el escudero. Sancho pone a prueba la fe de don Quijote pensando en la ínsula Barataria y tratando de averiguar hasta qué punto es válida la confianza que tiene puesta en su señor, mientras que don Quijote pone a prueba la fe de Sancho con Dulcinea. Lo necesario une. Cada uno de los protagonistas busca en el otro precisamente aquello que necesita. Así, se puede afirmar que tanto sin Dulcinea como sin la ínsula Barataria, el Quijote no sería tal, en todo caso sería otra obra muy distinta.

Pero Sancho no es ningún tonto (es tonto para el narrador, que es un mentiroso compulsivo -esto debemos tenerlo en cuenta a lo largo de la novela para bien comprenderla-); Sancho va aprendiendo de su amo, que es un listo que desvaría cuando se mete en asuntos de caballerías. Sancho evoluciona hasta el punto de abandonar su gobierno desengañado, pero de forma voluntaria, como evoluciona en su codicia, cuando suplica a su amo para echarse a pastores, perdida ya, por culpa del zoquete de Sansón Carrasco, la opción de la caballería. Al final, a Sancho, aunque eche de menos su casa, se olvida de su ambición, y le puede más el amor que el dinero.


Implicaciones políticas de la aspiración de Sancho a gobernador.

Creo que no es necesario apuntar que en la realidad no tiene influencia alguna la aspiración a gobernador de Sancho, más a allá de la interpretación que determinados lectores pueden darle a la ficción literaria. Sancho es un personaje de ficción en la novela del Quijote; la ínsula es una ficción argumentada dentro de la de la misma novela, en la que todos conocen la farsa, excepto el propio Sancho.

Sin embargo, en la ficción tiene unas implicaciones muy claras:

Su codicia y su anhelo por ser gobernador le ha motivado para superar todos los padecimientos de la Primera Parte, acompañando a un hidalgo de su pueblo que incomprensiblemente razonaba o desvariaba según soplaba el viento.

Por la ambición del gobierno se mete de lleno en el juego, al mentir a su amo, como antes lo había hecho en el encantamiento de Dulcinea, con su visión aérea a lomos de Clavileño.

Participa de forma muy destacada, siendo el único que desconoce la farsa, en la burla que los Duques y su corte montan para él como gobernador, realizando un esfuerzo por seguir los consejos y los modos que su amo le ha enseñado, con lo que el rústico va siendo, poco a poco, menos rústico.


Sorprendente éxito de Sancho como gobernador.

Sorprende a todos los que le rodean porque le consideran un tonto sin mollera, pero Sancho demuestra que no lo es. Asume el mando de la Ínsula Barataria con los consejos de su amo bajo el brazo, y sale muy airoso de ello. Como lector, lo veo así, a pesar de que el narrador constantemente intenta engañarme.

Quizás no sorprenda su primer enojo cuando el doctor Pedro Recio “de mal agüero” no le deja comer lo que quiere; puede que tampoco sorprenda el enojo definitivo, que le hace desistir de su gobierno, cuando los habitantes de la ínsula fingen que sufren un ataque, una revolución que debe ser sofocada cuanto antes por Sancho Panza. Pero en todo lo demás nos sorprende: a la hora de hacer justicia, desenmascarando a los codiciosos, o saliendo airoso en las trampas a las que le someten, como es el caso, sin solución, de la paradoja del ahorcado, que resuelve recurriendo a la misericordia.

Pero lo que claramente representa el texto es el desengaño del personaje, que menciona a las claras el error de subirse "sobre las torres de la ambición y de la soberbia", de lo que no ha sacado sino "mil miserias, mil trabajos y mil desengaños" (II, 53)

 

Relación “buen gobernador-buen juez”.

Se puede decir así, pero yo prefiero achacarlo a la prudencia del campesino y a las enseñanzas de don Quijote. Por ejemplo, aquel consejo que, como he dicho, le habla de la misericordia: si acaso doblaras la vara de la justicia que no fuera por dádiva, sino por la misericordia…”

Y Sancho, no cabe duda, aprende rápido y se mejora junto a su amo. Evoluciona.

Igualmente podemos ver en el abandono del gobierno, además del desengaño, una derrota militar de Sancho frente a sus muchas victorias como gobernante o como juez, como una parodia que estaría enmarcada en el tópico del discurso de las armas y las letras.

No comparto del todo la opinión de Agustín Redondo sobre los aspectos carnavalescos en los episodios de la ínsula de Barataria. Puede haber apariencias así consideradas en la burlas, pero no es el caso del “el mundo al revés” que caracteriza al carnaval, sino, al contrario unos nobles que se burlan del que creen un campesino ignorante y glotón. En el carnaval es el pueblo quien se burla del poder. En la ficción, podríamos apuntar, el aspecto carnavalesco que representa el lance final, similar al combate entre don Carnal y doña Cuaresma.

Pero no debemos olvidar la burla. El carnaval representa valores serios revertidos en tres sentidos: cómico, paródico, y grotesco. Todos estos valores serios se proyectan a todos los referentes sociales sin discriminación, sin consideración, sin respeto, y en cierto modo con un componente de escándalo, de heterodoxía. En el Quijote no vale hablar de este tipo de representaciones, lo que no quiere decir que no haya determinados pasajes en los que los personajes se disfrazan y representan una dimensión lúdica, actuando de forma cómica, incluso más allá de sus intenciones personales, pero cuando esto se produce, lo que plantea Cervantes no es la estética del carnaval, cuanto el uso de una forma cómica para exponer una materia fuertemente crítica que rebasa lo previsto en la estética carnavalesca.


Cervantes erasmista.

Cervantes era cristiano frente a los turcos, católico frente al protestantismo, y un escéptico frente al catolicismo. Para Cervantes no hay posibilidad de paz teológica, piensa que las cosas hay que resolverlas desde un racionalismo antropológico, y que por lo tanto son las armas las que sostienen a las letras (entiendase leyes), situándose en la línea de un Sepulveda, de un Maquiavelo, de un Spinoza, de un Aristóteles, que nada tienen que ver con Erasmo. La idea de Cervantes sobre la política, la guerra y la paz -como demuestra Pedro Insúa en Guerra y paz en el Quijote- son aristotélicas: si fuese erasmista no habría estado en Lepanto, pero sobre todo, no se habría comportado como lo hizo en Lepanto. Para él, el mundo no se basa sólo en las palabras, como piensa Erasmo. Cervantes no habla desde una vida cómoda, como lo hace Erasmo, sino desde su constante lucha por la vida y por la libertad: sabe de sobra que podía pensar libremente en su cutiverio, pero al contrario que Erasmo, para él, eso no es suficiente para considerarse libre.


Dice José Nieto que la verdad interior del episodio estriba en una defensa radical de una utopía democrática basada en la abolición de los títulos de nobleza y en la separación entre iglesia y estado.

Siempre te he comentado que sobre el Quijote se pueden decir muchas cosas, incluso contrarias entre sí, pero que debemos explicarlas. Nieto, puede saber lo que dice, pero no me gusta como lo dice. No cabe duda que Cervantes fue un adelantado en todo, también en política, en su manera de ver el mundo, tan actual, tan moderna. Podemos dar por seguro que no le gustaba el comportamiento de los nobles, pero su racionalismo le hizo acudir a ellos a lo largo de su vida; seguro que deseaba mejorar el mundo, pero insinuar la democracia me parece excesivo (aseguraría que él, si le dan la opción, a principios del XVII, no hubiera dejado la elección del gobierno en manos del pueblo, tal y como era el pueblo en esos años).

Igualmente, hablar de separación de poderes, me parece una opinión arriesgada. Yo lo dejaría en un pensamiento ya apuntado: los problemas de los hombre los han de resolver los propios hombres. Por lo que se podría añadir que si el regidor es o no religioso, poco importa, lo que importa es que no deje los asuntos de gobierno en manos de Dios, sino que se enfrente a ellos. Igualmente pienso, que, a nivel local, en una sociedad donde la religión lo dominaba todo, la separación iglesia estado, y más con los conflictos creados por la convivencia de las tres religiones, era imposible concebirlo. Sin embargo, Cervantes, siempre, en todas su obras, aboga por la soluciones antropológicas frente a las teológicas; postura totalmente opuesta a Calderón: en la Numancia, hace que un pueblo entero se suicide, cuando el Concilio de Trento había prohibido el suicidio en la literatura por temor a la mímesis. En Cervantes todo es lo contrario que en Calderón: los augurios, las interpretaciones religiosas, no tienen ningún valor, todo depende del racionalismo humano.


El ideal de un gobierno racional del que habla Maraval. No cabe duda que ese es el pensamiento de Cervantes, pero no sobre la base de un ideal, sino como una determinación, como un esfuerzo, como una lucha, por la que el ser humano ha de trabajar, reconociendo que en el hombre siempre está presente el conflicto. Cervantes, nos advierte que no se puede liderar nada perdiendo de vista la realidad, que es el problema de don Quijote, que nunca tiene en cuenta la realidad cuando lleva a cabo sus propósitos, por lo que siempre fracasa. La lección del Quijote es el desengaño; de hecho el éxito de don Quijote como persona es cuando toma conciencia del desengaño, diciendo en el cap. 9 de segunda parte aquella famosa frase: “...es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.”

Por supuesto, para la ínsula, el gobierno de Sancho es el gobierno ideal pues está basado en los conceptos vertidos en los Consejos para el buen gobierno, que Sancho aplica sin desviarse, como: sabiduría, autoconocimiento, prudencia, virtud, justicia, verdad, misericordia... Qué bien vendría tener en cuenta hoy día. Sancho gobierna con mejor tino que monarcas y emperadores; él, un simple aldeano contagiado de la locura de un pobre hidalgo; y el maestresala se inclina ante su sabiduría e ingenio, de modo que quienes han maquinado el juego de la ínsula para reírse, han de quedar avergonzados.

Pero hay además algo que añadir aquí: todos los actores del engaño de la ínsula esperan que Sancho, un rústico, se corrompa en el gobierno de su "comunidad autónoma", entregándose a la gula, a la avaricia, a la codicia, pero ocurre todo lo contrario, que se toma su gobierno en serio, con mucha responsabilidad. Y esto nos lo remarca poco después el autor en el encuentro con Ricote, que no ocurre por casualidad, sino para remarcar la honestidad de Sancho. Ricote, al que gran parte de la crítica ha tratado como un pobre morisco que llora por España, pero que la realidad es que es un contrabandista que, disfrazado de peregrino o mendigo, todos los años entra en España, le pide ayuda a Sancho a cambio de dinero, y Sancho le contesta, que todo le parece muy bien, que es vecino y amigo suyo, pero que él, que acaba de abandonar un gobierno, no va a participar en lo que le propone ni por todo el oro del mundo.


Conclusión

Don Quijote cree vivir en el medievo, pero Cervantes tiene presente que vive en el primer estado moderno del mundo, sabe de su poder y conoce la necesidad del cumplimiento de la ley. Don Quijote es un idealista, pero lo es porque Cervantes, su autor, un racionalista, quiere realizar una fuerte crítica de todos los idealismos. Con ese fin está escrito el Quijote, aunque en su tiempo, por el artificio de autores-narradores que monta el autor, se tomará como un libro de risa, y así pasará inadvertida la tremenda crítica que contiene:

- Críticas a todos los idealismos. Su protagonista fracasa en casi todas sus empresas o aventuras.

- Críticas a los malos gobernantes, que viven de espaldas al pueblo, que no se preocupan por los cautivos, que expulsaron injustamente a muchos de sus tierras. Directamente critica al rey, diciendo de él, en el soneto Al Túmulo de Rey Felipe II, “fuese y no hubo nada”, que, Pedro Insua, ha interpretado como que Cervantes viene a decirnos, que más que un rey prudente fue un rey indolente. Como también crítica a la monarquía cuando en los Consejos para el buen gobierno, dice: “la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”.

- Criticas a la nobleza ociosa que no da “palo al agua”, que vive solo para divertirse. Siendo el ejemplo más rotundo los fastos del castillo de los duques, pero no el único.

- Crítica a todas las religiones: al Islam, con la historia del cautivo, y la propia actitud de Zoraida; al Protestantismo, por anteponer la fe a la razón; al Catolicismo, que si bien es para él la mejor de todas, en ninguna de sus obras vemos a los religiosos realizando cuestiones teológicas, pero si los vemos, quemando libros, apaleados por don Quijote, disfrazándose de princesa menesterosa, y en el mismo castillo hay un eclesiástico que no sale muy bien parado por ser intransigente y quisquilloso con don Quijote, y falso ante los propios duques.

- Critica asímismo el concepto de libertad. Un ejemplo es el episodio de la pastora Marcela, que pretende ser libre en el monte con las cabras: busca la libertad en un espacio donde no hay libertad, pues en el monte no hay nada que hacer. Lo que pretende Marcela no es una vida libre, es una vida anulada, con menos posibilidades incluso que en el convento.

- Criticas a la justicia. En el episodio de los galeotes, entre líneas, se alude a personas, instituciones o doctrinas que anulan la condición humana sin tener en cuenta su educación, relacionándola con la libertad: la cuestión de fondo de la vida es libertad. Así, es posible que Cervantes además de hacer una crítica a la administración de la justicia, veládamente, lo esté haciendo también a la Monarquía. Dice de una de las condenas, que es de diez años a galeras: “que es como una muerte civil”.

Y no cesan aquí las crítica en el Quijote, pero quizás hayamos tocado las principales. Todo está en el Quijote.



lunes, 10 de abril de 2023

La libertad, Sancho, es unos de los preciados dones que a los hombres dieron los cielos

La libertad (basada en la Crítica de la Razón Literaria) es lo que los demás nos dejan hacer. Es en definitiva una lucha por disponer de un poder desde el que podamos controlar a los demás, como los demás luchan por alcanzar ese poder. En esa lucha se dirimen los límites de la libertad.

Con frecuencia oímos la evidencia de que nuestra libertad se acaba donde empieza la de los demás, pero esto no nos aclara donde está el punto límite, ni de nuestra libertad, ni la de los demás. Así, decir esa frase es como no decir nada (es como decir que no se puede fumar donde esté prohibido, pero no nos dicen donde está prohibido… nos perderíamos entre el donde está permitido, y donde está prohibido)

La CRL plantea una declinación de la idea de libertad, en tres variables

  • Lo que puedo hacer o libertad genitiva. Libertad para hacer cosas, porque tengo los medios y la posibilidad de hacerlo (podría, porque tengo movilidad y brazos liarme a bofetadas con el que me encuentre)

  • Para que lo hago o libertad dativa. ¿Para qué quiero usar la libertad? ¿Qué consigo haciendo esas cosas? (en el caso que hemos planteado, sería porque queremos que nos metan en la cárcel o un manicomio, o, como ahora está de moda, para salir en la prensa por la proeza)

  • Qué gano y qué pierdo o libertad ablativa. Qué consecuencias tiene hacer uso de esa la libertad, al chocar con el derecho que tienen los demás. La libertad no se agota con la conciencia, no cabe en el protestantismo, no es una demostración psicológica, sino que casi siempre exige hechos, se ejerce para conseguir algo, unos derechos, un trabajo, unas ganancias legítimas, que si son ilegítimas puedo dar con los huesos en la cárcel, con una ablación de la libertad. La libertad ablativa es lo que queda de la libertad genitiva, después de haber conseguido algo (libertad dativa). Es como el impuesto que nos exige la libertad, que siempre tiene su coste, que será: un esfuerzo, un impuesto, o una contraprestación.

No hay libertad que se sustraiga a estas tres variables. Así tendremos que considerarla para poder ejercerla con propiedad. Un estado puede declarar una guerra porque se siento con más poder que el vecino, pero ha de considerar el poder del vecino por pequeño que sea, como así las alianzas que puede establecer, para conocer los daños que puede recibir. Si se es demasiado idealista, se pueden ignorar las consecuencia de la libertad ablativa.

Aplicaremos lo dicho al Quijote:

Cuando don Quijote libera a los galeotes, éstos pasan de no tener libertad a tener una amplia libertad genitiva, para hacer cosas: pueden volver a delinquir como hacían antes. Don Quijote los libera en nombre de Dios y de la Naturaleza, “no es bueno hacer esclavos a quien Dios y la Naturaleza hizo libres”. Pero lo cierto es que son delincuentes, y en eso ni Dios, ni la Naturaleza, tienen nada que ver. Sí tiene que ver la justicia del estado, que es quien ejerce la libertad ablativa (las consecuencias) con aquellos que rompen las normas que el estado ha impuesto. Don Quijote puede pensar que el estado oprime al ciudadano, pero legalmente, es quien puede hacerlo, obligándonos a cumplir las leyes y a pagar impuestos.

La idea de libertad y justicia podemos verla desde criterios:

  • Individuales. La libertad individual es siempre autológica; solo interviene un individuo. Del mismo modo todos tenemos una concepción autológica de la justicia (si yo fuera presidente haría tal o tales cosas...)

  • De grupo. El grupo tiene un concepto dialógico de la libertad: ya no es el “yo”, sino el “nosotros” quien establece esa libertad. Es la libertad que tienen los miembros de un partido político, de una orden religiosa, de una secta, de un gremio. Responde a los criterios de preservación del grupo, en el que sus miembros no pueden hacer lo que cada uno quiera, sino que es el grupo el que regula las normas. Igualmente en cuanto a la justicia, en el grupo, existe un concepto dialógico (cuando nuestro partido gobierne pondremos en marcha tal experiencia...)

  • De estado, que en una democracia está compuesto por numerosos grupos con diferentes intereses y criterios para el estado. Así es el ordenamiento jurídico del estado quien armoniza la ley pensando en todos. Aquí, sobre la justicia, tenemos un concepto estatal, que no es otra cosa que el código civil, penal, mercantil fiscal...

En el Quijote nos encontramos con un personaje, que tiene su propia idea de libertad y su propia idea de justicia. Eso, según él, porque según el narrador es un loco; según el lector, habría que ver qué lector para saber que es. En la ficción de la novela, don Quijote, es un caballero andante que tiene su idea de justicia, de libertad, de guerra, de paz, etc., que nos expresa tanto con palabras como con hechos, aunque en muchas ocasiones nada tienen que ver sus palabras con sus hechos. Cuando abandona el palacio de los duques y están alejados de esa corte en la que les han obligado a comportarse como marionetas conforme a las normas que los duque establecen, dice don Quijote esa famosa frase tantas veces citada y tan pocas explicada, sobre la libertad:

La libertad, Sancho, es unos de los preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!. (2-58)

La primera enmienda a este texto sería decir: que los cielos relampaguean o nos dan agua de vez en cuando, cada vez menos, pero no dan ninguna libertad. Sabemos que es una metáfora y que no debemos tomarnos literalmente la literatura, pero es que este sentido metafísico que le está dando, don Quijote, a la libertad, lo desmiente Cervantes a cada momento, siempre dando un concepto antropológico a la libertad, que, para él, está claro que solamente es cosa de los hombres.

Seguidamente viene a decirnos que la libertad es lo más valioso que tienen los hombres, palabras que encierran un concepto de libertad que a Calvino y a Lutero, con toda seguridad, les parecería demasiado ambicioso. Sigue valorando el concepto de libertad diciendo que por ella se puede aventurar la vida. Aquí parece que Cervantes, que ha estado cautivo durante veinte años, está soplándole a don Quijote en su oreja lo que ha de decir, pues el cautiverio, que el autor ha sufrido, es el mayor mal que les puede venir a los hombres. Con frecuencia perder una guerra equivale a perder la vida o bien la libertad.

Y se dirige a Sancho para explicarle el porqué de su valoración a la abundancia del banquete de los duques, respecto a su idea de libertad. Idea completamente contradictoria con el discurso de la Edad de Oro, en el que nos decía por activa y por pasiva eso de “dichosa edad…, porque en aquellos tiempos no existían las palabras tuyo y mío, y todo era de todos…”, ahora nos dice que “no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos”. Antes parece abolir la propiedad privada y ahora nos dice que solo goza con lo que es suyo (¿qué pensaría Saramago cuando leyó esto?, quedaría perplejo a ver que la libertad se fundamenta en la propiedad privada).

Y sigue: ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo! Si leemos literalmente, cosa que como hemos dicho no debemos hacer, cabría decir: ¡cuidado con las deudas con el cielo! El “dios te lo pague” está muy bien, sobre todo porque nunca se paga, pero “al diablo se lo debas”, por ejemplo, parece otra cosa…

En definitiva, esta es una concepción de libertad totalmente metafísica, que más que una definición de libertad es una declaración de libertad, que viene a decir: por fin nos hemos librado de estos duques que no nos dejaban hacer lo que nos daba la gana. Lo que a don Quijote le da la gana de hacer, porque es un inadaptado a su tiempo, con una visión medieval del mundo y un concepto autológico de la libertad y de la justicia; alguien que no es capaz de digerir las normas de su tiempo, ya sea por problemas patológicos, anímicos, o lúdicos. Es un ser anómico, que nos habla de la libertad sin las causas que la determinan, pero reconoce que en el castillo de los duques no tenía libertad genitiva (para hacer cosas), para hacer lo que le diera la gana, porque, los duques, con sus normas de juego le imponen una enorme traba con la libertad ablativa, con hechos que él no controla porque no tiene poder. Pensemos que en el estado de la Naturaleza, el que mayor libertad tiene es el mayor depredador, que además no conoce la piedad para con su presa: el racionalismo animal es despiadado en su instinto de supervivencia.

La libertad no se concede gratuitamente, es algo por lo que hay que luchar. La idea de libertad es diferente en cada casa, y los seres humanos por ella nos hemos matado muchas veces unos a otros: nada tienen que ver la idea de libertad nazi, con la idea de libertad de una democracia; la idea de libertad del marxismo nada tiene que ver con ninguna de las dos anteriores. Cada individuo, grupo, cada régimen, tiene su idea de libertad y lucha por ella desde sus posturas económicas, religiosas, financieras, políticas…, o pacifistas, pues la paz también es una manera de ver la justicia y la libertad. Decía Unamuno: “El ser humano busca la guerra en tiempos de paz, y busca la paz en tiempos de guerra”.

Don Quijote, tampoco defiende los Derechos Humanos (no había de eso en aquellos años, cómo va a defender algo que no existe; aunque puede haber lectores que así lo vean, como pueden verle defendiendo la energía nuclear o los derechos de género). Sólo defiende los derechos de su propio juego o de su propia patología, pero, para nada, defiende los derechos de la Santa Hermandad, que custodian a los galeotes, tampoco defiende los derechos de la iglesia cuando apalea a los curas y les roban los alimentos que llevan en las albardas.

Además de los duques durante su estancia en el castillo, como ya hemos apuntado, hay otra entidad a lo largo de la novela que coarta en mucho la libertad de don Quijote: el estado. Si acudimos al discurso de las armas y las letras, que se ha interpretado a lo largo de los años desde puntos tan diversos como, el pacifismo, el comunismo, el romanticismo, y otras que no son ninguna de estas, todos para ver qué es más valioso si las armas o las letras. No son las letras en sí, se está refiriendo a los que estudian leyes, a los letrados, que son los que redactan la articulación jurídica del estado, al cual se sujetan las armas. Así, en este discurso se plantea una dialéctica en la que don Quijote nos dice que las armas son más importantes porque son las que sustenta a las letras (leyes, que es lo que debe entenderse cuando dice letras). Para que la ley se cumpla es necesaria un policía que actúe dentro del estado y un ejército que lo haga en las fronteras del mismo, de puertas hacia afuera, frente a otros estados.

Pero es que el discurso de don Quijote, contrariamente a lo que piensan muchos críticos, puede decirse que va mucho más allá de esta tesis: Don Quijote no está defendiendo las armas del estado, está defendiendo sus propias armas; don Quijote no está haciendo una apología del estado, porque para don Quijote, que tiene una mentalidad medieval (folletinesca, idealista), donde el estado no existe; don Quijote no hace apología de las armas en general, defiende la lanza y la espada que son las que él usa, frente a las leyes medievales, igualmente. Así esta dialéctica no se debería situar en la modernidad; la han situado en la modernidad determinados lectores, incluso cabría pensar que Cervantes pudo hacerlo, pero nunca don Quijote. Don Quijote, es, en realidad, enemigo del estado, y ¿cómo un estado va a permitir que un individuo vaya por los caminos aplicando su justicia?; ¿y para qué defiende la primacía de las armas? Porque son parte de su juego, de su feudo, de su locura, de su psicopatía, pero no para defender los DDHH como han apuntado algunos. Las armas se construyen para matar. Dice don Quijote en una secuencia del discurso:

Fin, por cierto, generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida

Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Prosupuesta, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores.

La última frase de primer párrafo la suscribimos todos, pues la paz es la principal cualidad para que pueda desarrollarse la vida en las mejores condiciones posibles.

Ahora, cuando nos dice que la guerra es el verdadero fin de la paz, hemos de tener en cuenta dos tesis que hay en ese momento operatorias:

  1. La que plantea Aristóteles en su Política (1374-15A): la idea aristotélica literalmente dice que el fin de la guerra es la paz, porque considera a la guerra como un concepto político (la guerra es una prolongación de la política).

  2. La que plantea Erasmo, que, como Mambrú, nunca fue a la guerra, hablaba desde su atalaya de la guerra. Erasmo sostenía que la guerra no es el fin de la paz, pues su paz no era política, sino evangélica, a la que hay que llegar por la armonía, por el diálogo, por la concordia, al margen de las armas.

Hay gente que se pone de acuerdo hablando, y eso es fabuloso, pero hay seres humanos que no lo hacen -y no me refiero solo a Putin-, y todo indica que seguirá habiéndolos, sobre todo entre los gobernantes. Don Quijote, en este discurso, está optando por la tesis aristotélica. Y Cervantes, por la totalidad de su obra y por su vida, podemos intuirlo. Pero nunca dar por cierto nada respecto de su pensamiento.

Todas las paces que tenemos los hombres han sido precedidas por una guerra. Como decía Gustavo Bueno, “La paz es el período que hay entre dos guerras”.

La tesis de don Quijote es que la paz se garantiza con las armas, tesis que, dicha por él, podemos ponerle algún “pero”: una persona por sí misma no tiene capacidad para perturbar la paz de todos los demás, no puede entrar en guerra por sí, porque la guerra solo la pueden declarar los estados, es su instrumento para imponer su idea de paz, porque, si bien, estamos todos de acuerdo en la paz, no lo estamos en el tipo de paz que deseamos (la paz de los nazis, no es la misma que la de los marxistas, y ninguna de esta es la misma que la que desean los demócratas). Así, nos es obligado preguntarnos en qué paz queremos vivir, y cómo vamos a solucionar los conflictos que, como todo ser humano, arrastramos. Por eso es tan importante el conocimiento, la educación, el saber razonar, y saber medir los conflictos que puede traer eso que pretendemos.

Las ideas de don Quijote sobre la paz y la justicia son ideas mitológicas, por aristotélicas que sean, en cuanto que son ficticias (él no tiene ningún ejército), y autológicas porque persigue una paz egoísta (la justicia soy yo).

 

Basado en la Crítica de Razón Literaria de JGMaestro.


domingo, 2 de abril de 2023

Las manos dulces de la abuela


Revivo ahora un día de principios de abril, de esos en que llegaba la lluvia y, al poco, florecían las lilas; días en los que un viento tibio se deslizaba sobre el huerto: entonces las macetas y los arriates, como las mujeres, preparaban sus vestidos para las fiestas del verano. Días en lo que, asomado a la ventana que mira Albayar, a lo lejos, detrás de las alamedas, se oía monótono, pero rotundo, el caudal del río.

Como si en este momento fuese, veo el vapor del crepúsculo pasando entre los chopos aún sin hojas, sólo brotes de un verde vivo, difuminando sus contornos dentro de una tinta violeta, más pálida y transparente que una gasa sutil parada sobre sus desnudas ramas. En la ribera pastan las cabras encaramadas en los primeros brotes de las sargas; siento el silencio inmenso y la campana de la iglesia que de pronto tañe, dejando ir por los aires un sosegado lamento. El valle, entre la difusa niebla y aquel tañido disperso, repetido sin ninguna cadencia, extravía mi pensamiento hacía los viejos recuerdos de adolescencia en lugares más apacibles. Rememoro mis sueños al son de esa misma campana en la cámara de esta casa, y vivo de nuevo mis abstracciones de entonces; recuerdo las confusas caras de mis vecinos y amigos. Son momentos en los que a veces, cuando la memoria juega conmigo, me pierdo sin remedio. Sobre todo advierto a mi abuela que regresa del campo con una cesta de mimbre en la mano… La abuela.


Mi abuela tenía las manos dulces; le sobraba azúcar del corazón. Todo era dulce en Mama Rogelia: el gobierno de la casa, el celo con sus macetas, el cuidado de la familia, mis visitas a las higueras en su compañía, el amor por sus nietos. Aquí tenía que decir “nietas”, porque nietos solo tuvo uno y, como ella decía, con su natural e incondicional amor: “güero”. Yo no sabía qué significaba esa palabra, y aunque me la decía cada vez que yo hacia una trastada, “uno, y güero”. Sabía que no era nada malo.

Cada vez que amasaba, aprovechaba el horno para regalarnos a los nietos alguna gracia pastelera –magdalenas, torta de lata, zolletas, etc, -; pero era sobre todo en Navidad, Semana Santa, y en San Marcos cuando hacía gala de sus grandes dotes de dulcera. Ya lo sabíamos: en Navidad eran los mantecados, los soplillos y la tortaenlata; en la pasión, las torrijas; en San Marcos, más de lo mismo, y el hornazo. No había dulces como los suyos, que también los habíamos hecho las nietas -en esto, me incluyo, consciente de la afrenta que le hago a la academia-, estorbándole en sus quehaceres, y apremiándole para comerlos nada más salir del horno. Mi madre hacía boladillos de patata, que también nos gustaban y no precisaban tanto esmero, pero no era lo mismo que los dulces que nosotros hacíamos con la abuela.

Siempre ocurría igual: a pesar de los avisos de que fuésemos moderados, que los dulces debían durar hasta Reyes, para Año Nuevo ya no quedaba nada. Yo, siempre que podía, procuraba birlarle a mi abuela algún mantecado o cualquier otro dulce para regalárselo a mi amigo Antonio, o cambiarlo por un paquete de “mistos”. Mi abuela se daba cuenta, pero ¡cómo sabía disimular! Una vez me preguntó que le había parecido a mi amigo el dulce, y yo, fui tan ingenuo, que reproduje sus palabras exactas:

-¡Coño! ¡Qué cosa más rica!

El taco me costó un buen pellizco de la tía Elena, que siempre observaba sigilosa. Para colmo, pocos días después, tuvimos una visita de esas que mi madre llamaba “estiradas”. Yo estaba jugando en el huerto, próximo al paseo donde concluían los saludos, y mi madre me llamó:

-Ven, que la señora quiere verte.

Después de darme un beso y decir, sin convicción, que estaba altísimo y muy guapo, me preguntó:

-¿Cómo no estás jugando con tus amigos?

-Es que Antonio se ha tenido que ir corriendo.

-¿Y eso?

-Su madre, que le ha llamado para que que lleve la cabra a que el macho la cubra.

Vi que mi madre se santiguaba con una mueca dudosa de sonrisa contenida. Y yo, escéptico pensé, ¡Santo Dios! ¿Habré metido la pata? Mi madre, que sabía mirar fijamente, en ocasiones, también sabía apartar la mirada, como desentendiéndose de las obsesiones inoportunas de cualquier estirado, me lanzó una nueva y certera mirada, que desvió hacia el lugar preciso, y, vocalizando despacio, me mandó junto a mi hermana pequeña que jugaba con su pelota en la terraza: - ¡ Ve con tu her-ma-na a la te-rra-za!

Lo peor es que todo lo que decía y preguntaba era verdad. Entonces “cuando éramos felices” los mayores, pocas veces hablaban; las más, callaban y se encogían de hombros, a la vez que soltaban un disimulado “¡pish!”, o te decían sin más, que de eso no se hablaba en casa. Pero yo si hablaba, yo si decía siempre lo que quería decir; lo sé por los muchos coscorrones que me llevé.

Carlos, otro amigo, mucho más bruto que Antonio, pero que sabía hablar con la “ese”, se pasaba el día profiriendo tacos y palabrotas: si la burra, que se llamaba Bernabé, se liaba al almendro al que estaba atada, la llamaba "puta"; si se hacía daño con algo o se pinchaba, exclamaba, "¡hostias!"; si se quemaba la planta del pie al frenar la bicicleta con la zapatilla gastada, se cagaba en “Sanlúcar de Barrameda”, un taco que a mi me sonaba raro, pero que, según me dijo un día, era un “santo” de Cádiz, una ciudad que se llamaba así, casi como nuestro pueblo, pero que era mucho menos importante; y cuando Carlos veía u oía algo que le llamaba la atención, que le impresionaba por lo que fuera, sacaba su expresión favorita: "¡coñooo!", con una “o” final, tan larga y prolongada, que se le quedaba varios segundos en los labios. A mí me daba pena que dijera tantos tacos, porque estaba seguro que se iba a condenar, y se lo dije cuando, los dos, nos fuimos al seminario. Él, que siempre se mostró seguro de sí mismo, se reía y, para demostrarme que no había el menor peligro, se ponía a decir su taco favorito y estaba así media hora sin parar. Yo me quedaba pensando en el día en que, serio y mayestático, su ángel de la guarda, con espada flamígera y túnica hasta los pies, se sacase del bolsillo el terrible cuadernillo de las anotaciones y comenzara a sumar y luego a multiplicar. Por misericordioso que fuese el Señor, incluso aunque le hiciese un mocho, por eso de que era huérfano y no le gustaba el catecismo, ni las clases, ni los curas, ni rezar..., unos cuantos cientos de años en el purgatorio no se los iba a quitar nadie.


Ahora, cuando vuelvo al paraíso de mi infancia, de lo que permanece, ya nada es lo mismo que en mi memoria, yo mismo, me miro en el espejo y no me reconozco, todo está trastocado por los “encantadores”, por la locura de mi imaginación, pero, si me dejo de “caballerías” recobro la cordura, y entonces pienso en mi abuela, que sigue siendo mi abuela; en eso, la memoria no me engaña.

Mi abuela tenía centenares de macetas en el huerto que cuidaba con mimo, y un lilo en la mitad de la tapia, asomado a la calle, que era su debilidad; daba ramilletes de flores diminutas, de color rosa vivo, y ella hablaba con él de sus cosas, de su infancia en su pueblo al lado de otro “cinamomo”, como ella le llamaba...

Mi abuela siguió haciendo dulces y siendo dulce hasta el fin de los días que recuerdo. Los nietos crecimos demasiado, incluso llegamos a casarnos y abandonar el pueblo. En uno de los regresos, el lilo había desaparecido, y al poco, murió la abuela… La tía Rogelia suplantó a su madre en la cocina y en el cuidado de las macetas, pero ya el horno no fue el mismo, empezamos a comprar las cosas en la panadería. Todo parecía marchar… Pero, nada que ver con los años felices en los que estaba la abuela.

 

Texto inédito de: Del cinamomo al laurel. 04