En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

viernes, 17 de marzo de 2023

Sobre la soberbia

Sólo odiamos, lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, y de una o de otra manera, se nos parece; lo absolutamente contrario o en absoluto diferente de nosotros no nos merece ni amor ni odio, sino indiferencia. Y es que, de ordinario, lo que aborrezco en otros aborrézcolo por sentirlo en mí mismo; y si me hiere aquella púa del prójimo, es porque esa misma púa me está hiriendo en mi interior. Es mi envidia, mi soberbia, mi petulancia, mi codicia, las que me hacen aborrecer la soberbia, la envidia, la petulancia, la codicia ajenas. Y así sucede que lo mismo que une el amor al amante y al amado, une también el odio al odiador y al odiado, y no los une ni menos fuerte ni menos duraderamente que aquél.

Así comienza un sabroso texto de Unamuno Sobre la soberbia (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes que he leído en mi pc). Como me ha dado por los clásicos, sigo una referencia que me lleva a el Ejercicio de perfección y virtudes cristianas del padre Alonso Rodríguez (de 1616), al referirse a aquello de que quien se humille será ensalzado. Choca la advertencia que nos hace: el humillarse con el fin de ser ensalzado, es la mayor y más refinada soberbia. Algo que, con otras palabras, siempre le repito medio en broma a un amigo excepcional que peca de modestia.

Situándose en otra perspectiva añade que San Ambrosio decía que:

muchos tienen la apariencia de la humildad, pero no tienen la virtud de la humildad; muchos que parecen que exteriormente la buscan, interiormente la contradicen”.

Unamuno expone al respecto que la falta de sinceridad lo echa todo a perder, y añade sabiendo que puede escandalizar:

..no pocas veces la comisión de un acto pecaminoso nos purifica del deseo terrible de él, que no nos dejaba vivir, que nos estaba carcomiendo el corazón. ”

Lo peor son los malos sentimientos contenidos; es mejor que la mala sangre estalle hacia fuera. Al menos avisa, y todos reconocemos cierto eso de “perro ladrador…” Y, desde luego, no es lo mismo hacer el mal que ser malo. Con el instinto a veces lo distinguimos y es por eso que admiramos a ciertos pícaros, y por el contrario despreciamos a personas de conducta irreprochable. Aquí veo yo una diferencia entre la moral y la religión: la primera nos enseña ha hacer el bien, mientras la segunda persigue que seamos buenos, no sólo a hacer el bien, a pagar la bula para poder pecar. Pero es combatiendo como se aprende a amar; de la miseria surge la compasión, y de la compasión el amor. Desconfío del que no lucha, y presiento un mayor enemigo en el que se somete que en el que se resiste.

Son muchos los que creen que es un buen camino para llegar al Cielo romperle a un hereje la cabeza de un cristazo, esgrimiendo a guisa de maza un crucifijo. Después van y se confiesan de sus malas acciones pero nunca lo hacen de sus malos sentimientos. En este punto recuerdo la vida de Lope de Vega, uno de los grandes de la historia de la literatura, que tuvo una vida tan activa en lo personal como en su obra literaria. Fue amigo de la Inquisición (colaboraba con trabajos para ella); en cuanto a su vida, ya ordenado sacerdote salia todas las noches y pecaba, sobre todo con mujeres, que era su mayor debilidad, pero, por la mañana se confesaba para que todo quedara arreglado.

Pensando en la fe misma en el infierno. Lo desean muchos para el prójimo; supongo que temen que la gloria sea pequeña para albergarnos a todos, y que cuantos más vayamos a ella, más pequeña será la parcela que nos toque a cada uno; se les amargaría la eternidad si la compartieran con un hereje a quien en vida combatieron a sangre, fuego, y cristazos.

La humildad rebuscada no es humildad, y lo más verdaderamente humilde en quien se crea superior a otros es confesarlo, y si por ello le tachan de soberbia, sobrellevarlo tranquilamente con elegancia. Todo lo rebuscado es malo, y lo es, por tanto, la humildad rebuscada, que no es sino soberbia.

Ciertas personas se tienen a sí mismos por genios cuando, a su alrededor, muchos les ven como majaderos. No es soberbia, es falsa soberbia y lo hacen con la esperanza de que a fuerza de mostrarse como tal, alguno llegue a creérselo, porque saben que lo difícil de los hombres es conocerse. Sin embargo cuando los hombres se enfrentan a sí mismo llegan a conocerse bastante bien, se juzgan con severidad, reconociendo sus propias faltas y si se les hiere al echarles sus defectos en cara, es porque ellos mismos se lo han echado antes, pero que, ante los demás, las justifican.

Pero la peor de las soberbias es la soberbia ociosa, que se limita a la propia contemplación y a repetir “¡Si yo quisiera!...”, “¡Con lo fácil que es...”! Pero no hacen nada. La mala soberbia de que por no ver discutida, o aun negada, su superioridad, no la pone a prueba. Y son estos los soberbios de verdad, los que se enfurecen de que se pongan en duda su virtud, los que se amedrentan ante la censura pública. Estos, sólo se decidirían a obrar si se les garantizase el éxito.

Sin embargo cuando es activa puede llegar a ser virtud, desde luego es un valor, que es la etimología de virtud. La lucha purifica toda pasión. Así el acto mayor de humildad es obrar. No se puede huir para encontrarse a sí mismo, generalmente su peor enemigo. Obrar, fracasar, y seguir obrando es el mayor acto de humildad.

Acabo como empecé, con Unamuno:

Muchas veces se ha fustigado, aunque nunca tanto como se merecen, a nuestras clases neutras, a los que se están en sus casas, so pretexto de que corremos malos tiempos para que los hombres honrados se den a la vida pública; pero no sé si al fustigarlos se ha visto que es soberbia lo que principalmente lo retiene en sus casas.

En resumen, participa, actúa; si te equivocas, reconócelo y vuelve a actuar. Esa es la menor de las soberbias. El obrar es el mayor acto de humildad.

 

Del cinamomo al laurel, 80


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