Más que en el juego o en la mesa, viajando es como conocemos a las personas: les vemos reaccionar ante los imprevistos, la incomodidad, el riesgo; vemos su curiosidad o su abulia ante las cosas. Conocemos así del carácter de nuestro compañero de viaje más verdades íntimas que en varios años de relación sedentaria, tranquila y amistosa.
Cuando
te fuiste con Lucia, tan buenecita ella en lo cotidiano, de fin de
semana a Cazorla, te sorprendió que acaparara durante horas el
cuarto de baño, para salir al cabo dejando en la bañera un pantano
de espuma con isletas de pelos y en el lavabo lunares verdes del
licordelpolo con sabor a pino. Entonces dudaste de sus dientes
blancos y de su fresco olor a naturaleza salvaje, y se desmoronó el
mito de la bella aseada por culpa del cuarto de baño.
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Quince años después unos dudosos concejales |
En primavera decides, con un grupo de amigos, daros un garbeo por los pueblos blancos. Descubres que Mariano, en la oficina el tío más campechano, se echa mano a la cartera y se convierte en un avaro que os obliga a dormir en los tugurios más infectos, y se transforma en un energúmeno autoritario. Hasta se niega a parar el coche cuando Manolo se lo pide porque le aprieta la vejiga. No quiere parar no vaya a ser que mientras tanto Joaquín, que tiene un saque impresionante, se pida un cubata o unos bollos rellenos, que lo mismo da, la cuestión es fastidiar, porque lo hace por eso. Entonces os dais cuenta que el bueno de Mariano es sólo un espejismo.
En el mismo viaje, a Rosa, muy lista pero algo latosa, todo le parece mal y no se priva en sus comentarios: "en este pueblo llevamos ya demasiado tiempo para lo que hay que ver; en el anterior no me dejasteis ver bien el altar mayor rococó; en el burro taxi desperdiciamos tiempo y dinero" (en esto coincide con Mariano); "lo del botellón de anoche ya no es propio de nuestra edad, sin contar con el follón que armasteis en el hotel; ¡ah! Y esta tarde me voy con Mariano que Jóse va a carajo salío por estas carreteras". Bueno, de Rosa esperabais algo así, ya la conocíais y así, como buenos amigos, la aceptáis, pero esto no quita que penséis que el viaje tal vez fuese mas tranquilo sin ella.
Y lo peor del viaje fue la discusión con “la parienta”. Por una nimiedad, aunque, para ti, reconoces que te pasaste tres pueblos. Después de tu reacción, que achacas a un momento de vulnerabilidad, ni siquiera te sientes con derecho a esperar nada de ella. Y ahora, ya de regreso, cuando lo piensas, no sabes qué argumento ofrecerle. Esperas que te llame, pero no sabes si lo hará, no las tienes todas contigo. Abatido te dices: “puede que ni siquiera sea digno de entre en mi casa”. Tú mismo te contestas: “pero una palabra suya bastará para sanarme…”
Tan bueno es esto de viajar para contemplar en toda su salsa las miserias y las grandezas del contrario/amigo, que es recomendable que todas las parejas, antes de convivir, se dieran un garbeito de prueba por las Rías Bajas y no sólo, sino también, para degustar el marisco. Y que digo yo de las parejas: también deberían hacerlo los futuros socios, los amigos de una peña de futbol, la asociación de la Casa de Cádiar, o los miembros del departamento de sociología de la EU de RRLL. Es un sistema espléndido para descubrir el lado interior de las personas. Sobre todo sería recomendable para los concejales de un pueblo mediano, como el mío: alguno del PP descubriría que le cae mejor el de IU, y alguno del PSOE se olvidaría del aparato y descubriría a las personas, y todos aprenderían de los lugares por donde pasan, porque está todo inventado. Es todo tan sencillo: la limpieza de Vitoria me gusta para mi pueblo y además no cuesta dinero, es cuestión de conciencia cívica y en mi pueblo de eso hay; en Burgos ven un ejército de jardineros salir por la mañana y todos los jardines preciosos, esto también me gustaría para mi pueblo pero como cuesta dinero sólo podemos tener dos jardines, pero bien cuidados; en un pueblo de Málaga ven que todas las casas tienen sus balcones llenos de flores, -esto quedaría bonito en nuestro pueblo dice un socialista- y resulta que el del PP está de acuerdo, y juntos se ponen a pensar en algo que incentive, siempre con poco dinero, a la gente para embellecer sus balcones. Y es que viajar abre los sentidos y hace más tolerantes a los ediles.
Viajar nos exhibe tal y como somos, delata nuestros sueños, manías y pavores, pero también nos instruye. Hay viajes diversos, como distintos somos los seres humanos. Y así, hay turistas frenéticos que se recorren La Alpujarra y sólo paran en Trevélez para comerse un plato alpujarreño y decir, frotándose las manos, ¡qué fresquito hace aquí!, y viajeros parsimoniosos que llegan y, como Brenan, se quedan aquí varios años. Los hay que vienen en busca de la ruina del verano pasado, a retomar una y otra vez el paisaje que conocen, a bañarse en el mismo río. Y los hay, por el contrario, aventureros y agitados, que hacen puentin sobre el río Dúrcal, luchan en la vía más difícil del Mont Blanc, o se lanzan en ala delta desde el albergue universitario. Hay quienes siempre buscan el mar, y otros, en cambio, se chiflan por las montañas o por atravesar el desierto en moto. O por las grandes ciudades. O por las ruinas árabes que paralizan la remodelación de un mercado en el centro de una ciudad. O por una montaña del valle del Trueba llenas de ovejitas y vacas lecheras. En definitiva, hay gente pató.
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En el borde del mundo |
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