En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

sábado, 8 de febrero de 2014

Casualidades de la vida


¡Qué pequeño es el mundo!, ¿dónde vas tú por aquí?, ¡el mundo es un pañuelo!... El ver la idea del azar como centro de la vida es desolador y difícil de asumir, pero, la verdad, frases como estas repetimos todos a menudo.
 Yo, desde luego, me resisto a admitir esta idea. Pero si nos detenemos un momento para reparar en la denostada idea de Darwin, al menos nos suscita una duda, y entonces nos parece que, los cambios, las mutaciones se producen de manera caprichosa, espontánea, por puro azar, y luego prosperan las que resultan más favorables, las que llegan a su hora, o las que, por llegar tarde, se encuentran con la horma de su zapato, y que podríamos llamar, de la misma manera, selección natural o selección antinatural (a veces no hay nada más antinatural que la naturaleza: pensad en la tormenta o el incendio que arrasa con todo lo que pilla por delante, ¿es eso natural?).

Si hacemos un viaje por nuestra propia vida, sospechamos que la realidad depende de la más extravagante casualidad: Fran, un joven alpujarreño de brillante futuro, vino al mundo porque a su madre, una burgalesa de vacaciones en Granada, la atracaron de madrugada a la salida de un bar de ambiente en "Peter Anthony"; su padre, también alpujarreño, de presente y pasado cierto, en un acto de heroísmo, compasión o fascinación, socorrió a burgalesa... Y allí empezó todo, todo eso que empieza de vez en cuando sin saber cómo ni por qué. Su madre, harta del frío y de la monotonía del Registro Civil, donde trabajaba, tal vez ya venía con intenciones de tirar el anzuelo en Granada ignorando que aquí cuando dice de apretar el frío, aprieta más que el Páramo de Masa. Pero a lo que vamos, ¿dónde estaría Fran si su madre esa semana hubiera viajado al Alentejo portugués?, ¿dónde si su padre, ese día, se hubiese quedado en casa preparando el examen de microbiología del día siguiente? Ahondando más aún, cuando, en aquel supremo acto de amor que sólo ellos conocen, pero que los demás damos por sentado, concibieron a Fran, si otro espermatozoide más espabilado se hubiera adelantado al encuentro del óvulo, ¿Fran seguiría siendo Fran?, ¿o sería otro?, ¿tal vez su hermano aunque se llamase Fran también?

Con la historia podríamos hacer juegos similares, que refuerzan la idea del azar: creo, lo he leído, que en su adolescencia Hitler quiso matricularse en la Academia de Arte de Viena. No pasó la prueba de ingreso porque era más zoquete que Tapies para las artes –y aquí decía el cronista que se quedaba corto, que sus cualidades, si se podían llamar así, iban por otro lado..., bueno lo de Tapies lo digo yo porque me apetece, porque solo los cobardes no arriesgan su reputación-, pero ¿qué hubiera sido de los judíos si aprueba el ingreso en la academia? No cabe duda: el azar habría sido otro.

En el marxismo podemos encontrar la negación del azar: las cosas suceden porque hay un caldo de cultivo que hay que crear y remover. Este, frente a las estructuras sociales no concede importancia al individuo, por lo que desde esta óptica, si no hubiera habido un Hitler, da igual, otro Führer parecido sería la cabeza del holocausto. Y es verdad que el origen del nazismo, además de en Hitler, está en la República de Weimar, en el tratado de Versalles, en la humillación de Alemania, en el miedo al comunismo... Pero si Hitler se hubiera dedicado a tocar el contrabajo en un cuarteto de cámara es evidente que otro gallo le habría cantado a los judíos.

Bin Laden, de joven pero ya forrado y sin revoluciones salvadoras que llevar a cabo aún, en la época de nuestra transición, visitó Marbella. Entró en los círculos hippies ya decadentes o tal vez en los yuppies emergentes, y en aquellas fiestas repletas de jamón, vino, porros y frenesí, se prendó de la vida marbellí y de una chica de Fuengirola a la que prometió los tesoros de las mil y una noche. Amalia Castro Ventura, que así se llamaba, se llama aún, plantó al árabe occidentalizado por aquellos días, y con unos amigos y unas pesetas heredadas y se marchó de viaje por Europa que era su ilusión de siempre. Así lo confesó Amalia en un documental de la Sexta, con la mirada perdida y unos surcos en su rostro, no exentos de sorpresa, por la transformación de su enamorado. Hablando de su vida dice que nunca ha pensado mucho las cosas, que todo lo ha hecho o le ha salido de carambola. Y añadió, “eso es lo terrible, que mi realidad es fruto de la carambola. Yo podría estar con él, de hecho estuve a punto, ¡qué hubiera sido de mí, si aquella noche no hubiera tomado el tren!”

Luis Aguirre, un oficial del ejército más poderoso del mundo, de padres mejicanos y abuelos alaveses, hombre curtido en mil batallas por esos mundos de Dios, de las que sólo salió con un rasguño en un brazo, y con el que me une cierta amistad, recientemente, ya retirado de su ajetreo castrense, tras pasar por Granada y recordar viejos tiempos con muchas latas de cerveza sobre la mesa, acompañado de su encantadora mujer, de origen turco, viajaron a Stambul, un deseo que ella tenía desde hace muchos años. Allí el azar los llevó a cambiar unos dólares en el banco HSBC a primera hora de la mañana del 20 de noviembre de 2003, justo cuando alguna mente manipulada creía haber decidido, él por sí sólo, inmolarse para combatir los intereses británicos, poniéndose un chaleco relleno con unos kilos de trilita.

Muchas personas admiran que alguien sea capaz de entregar su vida por una idea. Ven en el hecho un acto heroico. A mí sin embargo me repugnan estos kamikaces. Son un ejemplo de lo peor que podemos ser los hombres, porque no estamos dispuestos a dar la vida por los demás, como dicen estos fanáticos, sino a quitárnosla y a quitársela a los demás. Muchos integristas cuando un hijo suyo, en su fanatismo, busca la gloria, para despedirlo, celebran una fiesta, después el chico, tan formal, se pone sus mejores galas para darle seriedad a ceremonia, se cuelga su mochila, y se va en busca de un lugar donde pueda armar la marimorena. Antes de iniciar el cebo tirando de una anilla que le cuelga a la mochila, se pasea junto a sus víctimas, junto a las víctimas que en breve lo serán con él, seguramente les mirará a los ojos y les dirigirá alguna palabra amable buscando su comprensión ante lo que ellos ignoran que va a suceder. Luis me dijo que todo parecía venir de un joven muy amable con el que antes había estado hablando en inglés. Así lo hacía el ángel de la muerte cuando buscaba a sus elegidos; así lo sigue haciendo. El mártir se va al paraíso y allí disfruta de setenta y dos vírgenes sólo para él –cómo se podrán creer ese cuento-. Sus padres celebran su heroísmo y, muchas veces, cobran una sustancial recompensa, que es lo de menos para ellos y así lo dicen. Por su ideal, por su patria están dispuestos a dar la vida de su otro hijo, de cuantos hijos les pida la causa. Así es en todas las causas regidas por el fanatismo

Luis tuvo suerte, no le pasó nada, sólo un poco de metralla en la cara, su ángel estuvo con él –me dijo-, incluso creo que se portó como un héroe con los heridos, pero su mujer, de su viaje tan deseado a la tierra de sus padres (pero que, como ella dice, podría haber sido en cualquier otro lugar), le queda un sabor amargo, una pierna menos y un cuerpo dolorido por la metralla, amen de unas largas vacaciones en los hospitales de Turquía primero y Chicago después.

Visto todo esto, sin duda, podemos decir que pocas veces controlamos lo que nos sucede; que, con demasiada frecuencia, a nuestra vida la rige la casualidad. 

 

 

Texto inédito de: Del cinamomo al laurel. 58


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