En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

sábado, 14 de noviembre de 2020

El Dios de Spinoza


Spinoza, filósofo holandés del siglo XVII, decía que el mal es solo un acto de ignorancia y de torpeza.
La humanidad es parte de Dios y no creación, está en nosotros, por eso la heterodoxa filosofía de Spinoza fue considerada un peligro y una blasfemia por judíos y cristianos. Su pensamiento es mucho más complejo, pero en términos prácticos la filosofía de Spinoza tiene una enseñanza maravillosa y conmovedora: no hay recompensa ni castigo, el bien mismo es la recompensa, el mal es el castigo.

Similar es el pensamiento de Cervantes, que vivió unos años antes que Benito, como le llamaban sus padres a Spinoza, por su orígenes castellanos (Espinosa de los Monteros, mi pueblo del norte). Cervantes, como Benito, un racionalista, dirige a sus personajes en toda su obra, para que ellos manejen su propia vida, no dejándola en manos de Dios a quien se encomendaban todos los autores contemporáneos al autor del Quijote. Cervantes busca siempre la solución antropológica a los problemas humanos. Como Spinoza, piensa que Dios está en cada uno de nosotros.

Igualmente el racionalismo crítico aparece en la obra de Unamuno. En San Manuel Bueno, rtir, novela de contenido filosófico y existencial, el cura de Valverde, don Manuel es un hombre habilidoso y trabajador, de ahí que ayude con ganas a sus vecinos, auxilia a los enfermos y entierra en lugar sagrado a los suicidas porque piensan que son personas que se han equivocado. Insiste a los feligreses en que no pierdan la alegría de vivir, como la en Dios, que él no tiene del todo, pero de que nadie aprecia su duda porque ha decidido vivir haciendo el bien y sorteando las pruebas a las que le somete la vida. Como Benito parece decir que Dios es parte de nosotros.

Racionalistas son también las palabras de Abel Martín cuando reflexiona con mucha ironía sobre Dios, en Juan de Mairena de Machado, y dice: “...no sé una palabra acerca de Su misericordia, pero podría decir que es infinita y muchos lo verían correcto; no sé cuán horrible le parecerá a Él el corazón humano, pero podría atisbar mucha comprensión para con sus debilidades. Y sé, o me atrevería a decir que si alguno de vosotros se condena, entonces me condenaré yo también, y si alguno se salva, entonces me salvaré yo. Pues ¿qué diferencia hay?, acaso unas milésimas en una escala de cien: unas horas, unos días más en el pulgatorio; pero allí lo malo es la primera llamarada”.

Y el actual Papa, el Papa Francisco, un Papa que, para bien o para mal, está moviendo los cimientos de la iglesia, que ha dicho en más de una ocasión que tenemos que convertirnos en los autores de nuestras propias vidas ¿No es lo mismo que nos dice Cervantes y Benito Spinoza? Que los problemas mundanos hemos de resolverlos las personas actuando más y rezando menos.



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