En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 10 de mayo de 2020

Porque nuestros padres nos mintieron



El 27 de septiembre de 1915, en el curso de la batalla de Loos, otra de las terribles, absurdas y mortíferas batallas de la I Guerra Mundial, desparecía en combate el segundo teniente de los Irish Guards, John (Jack) Kipling. Hacía apenas un mes que había cumplido 18 años y era hijo, el único hijo varón, de Rudyard Kipling, que para entonces ya era una de las glorias vivientes de la literatura inglesa. Unos años antes, en 1907 había sido el primer escritor británico en obtener el premio Nobel de Literatura.

Aquella muerte trastornó para siempre la vida de Kipling, que dedicó a su desaparecido hijo Jack algún poema especialmente emocionante. Al acabar la contienda, redactó un estremecedor epitafio dedicado a su hijo, pero también a tantos chicos jovencísimos que, como él, habían perdido la vida en aquella guerra incomprensible:

«If anyone asks why we died
Tell them, because our parents lied»

(«Si alguno pregunta por qué hemos muerto
diles, porque nuestros padres mintieron»).

Obsesionado por esa muerte, que a él también le había destrozado la vida, Kipling no dejó de indagar en las razones que habían llevado a millones de jóvenes a morir en aquella carnicería sin sentido que fue la I Guerra Mundial, y, con este epitafio impresionante, las resumió en una sola: las mentiras que les habían contado sus padres. ¿A qué mentiras se refiere Kipling en su impresionante epitafio? Por supuesto que se refiere, en primer lugar, a la frivolidad con que los líderes políticos de entonces llamaron a la guerra, con el reclamo de que sería cosa de cuatro días (en agosto de 1914, cuando empezaron los enfrentamientos bélicos y comenzaron a morir soldados a millares, seguían repitiendo con total irresponsabilidad que «para Navidad, todo estaría acabado»). Pero también se está refiriendo a las desmesuradas dosis de nacionalismo en vena que se inyectó a las sociedades de los países contendientes para convencer a sus ciudadanos de que, no sólo había que amar y defender al propio país, sino que también había que odiar y destruir a los países adversarios.

Muchos años después, en 1986, Jon Juaristi, hastiado de los crímenes de los terroristas de ETA y con los versos de Kipling presentes en su memoria, escribió un corto poema que también quería resumir las razones por las que en el País Vasco había tantos asesinos:

«¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo».

Aquí Juaristi también identifica a las mentiras como la causa primera que ha llevado al crimen y al terror. Las mentiras que los padres, la escuela, y la universidad, han contado a los hijos y alumnos acerca de una historia, una cultura y una raza, sobre las que han querido sustentar la llamada al odio al otro. En definitiva, las mentiras sobre las que siempre se construyen las ideologías que propugnan el resentimiento y el caos.
 
Como cierto político dijo hace ya unos años: "El presidente del gobierno de dentro de 25 años, está ahora estudiando en la universidad." Pero las mentiras son cada vez más gordas... Algo hemos hecho mal, para asistir impávidos, al secuestro y saqueo de nuestra historia, de nuestra cultura, mientras nos adormecen con cánticos de libertad y milongas de progresía y modernidad. Algo hemos hecho mal, muy mal, demasiada candidez ante los corruptos y muy pocos huevos para decir basta de una vez a ese populismo que nos salvará arrojándonos al abismo.
 
 Texto inédito de: Del cinamomo al laurel, 60

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