En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 9 de marzo de 2021

Grito hacia Roma


Lorca llega a EEUU en junio de 1929. Va a la Universidad de Columbia a estudiar inglés. Está hasta marzo de 1930, que viaja a Cuba. Vivió el crack de octubre de 1929 en el que muchos pensaron que eran el fin del capitalismo.


Lorca, en su primera etapa, no suele plantear soluciones a los conflictos que suceden en su literatura; siendo en ella prácticamente exclusivo el tema de los deseos sexuales.

En la segunda etapa que comienza con Poeta en Nueva York, aparecen las ideas sociales, y se transforman las ideas anteriores expresadas en diferente formato. Si en la primera parte su poesía expresionista, con la que muestra la insatisfacción sexual del ser humano en diferentes ámbitos, a partir de Poeta en Nueva York (1929) reemplaza la poética expresionista por la surrealista, y el contenido de deseo sexual insatisfecho queda reemplazado por un inconformismo social, podríamos decir que por una incapacidad de adaptarse a la sociedad: no es solo que Lorca tenga pena por las minorías étnicas, es que parece no encajar en ese formato social -cuestión muy corriente en los poetas, el no encajar en ninguna sociedad -. Desde una postura de superioridad sobre esas minorías se justifica esa misantropía, esa introversión, frente al resto de los seres humanos, identificándose con los negros de Harlem, o con los homosexuales de los EEUU, con imágenes muy conscientes de desavenencias, y de temor explícito hacia la sociedad en la que se encuentra y forma parte, y de la que en realidad es un privilegiado observador.

La valoración estética de lo popular del folclore del romancero, queda reemplazada por una visión completamente renuente, opuesta de la sociedad y culpando de esa misantropia al progreso, a la civilización, al capitalismo, abriendo un camino que desembocará en lo que Gustavo Bueno llamó las izquierdas indefinidas. Este planteamiento nos transporta desde la valoración estética de lo popular, presente en el Romancero Gitano, a lo que en los años cincuenta del siglo pasado se identificó como poesía social. En este punto podemos afirmar que Lorca es el primer poeta de la poesía social española -no reconocido como tal, pues Poeta en Nueva York se identifica con un poemario surrealista, cuando en realidad es poesía social en formato surrealista -: un oxímoron en sí mismo porque la poesía social debe ser impura, y el surrealismo procede de una depuración de contenidos: no hay nada más contradictorio que dotar de contenido social la denuncia procedente del rico que se apena de los pobres, y denunciarlo con la estética surrealista, propia de señoritos, como son los casos de la pintura de Dalí, la estética de Breton, estéticas ambas de las minorías selectas. Hablar de una poesía surrealista, una poesía sofisticada, reconstructivista, depuradísima, para dotarla de un contenido social y político es lo más contradictorio que podemos encontrar.

¿Cual es el éxito de Lorca? Principalmente que los lectores anteponen la emoción de la poesía a la idea expresada. Lorca es un autor de un léxico extraordinario, de una semántica difícil de entender, que los críticos, a ciegas, intentan reconstruir y dotar, aunque esto al autor en realidad importe muy poco. Lo importante es la variedad de análisis que se hacen de la obra, estén o no formalmente esas ideas en el texto. La fascinación es, en gran parte, por la dificultad de comprensión de su poesía. Por eso decimos de Lorca que es un poeta más sensible que inteligible.

La etapa que Lorca inaugura con Poeta en Nueva York desarrolla un cantidad de ideas que ponen al descubierto lo que será el ideario de la izquierda indefinida (que no es otra cosa que esas izquierdas de sentimiento que viven como burgueses).

Grito hacia Roma (1929), está escrito desde la torre del rascacielos recién construido, el Crysler building, que fue el más alto de Nueva York. En un principio lo tituló, Roma y la oda de la injusticia, que luego sustituyó por un sustantivo muy lorquiano que ya había utilizado en Cante jondo y en el Romancero: Grito hacia Roma. Es una protesta contra el poder, encarnado sobre todo en el ideario religioso, y que apunta sin mencionarlo a la figura del Papa Pio XI.

La tesis fundamental es el imperativo que la izquierda indefinida va a utilizar desde la segunda mitad del pasado siglo. Esta izquierda que se ha desdibujado políticamente de su estructura: la izquierda, para serlo de verdad, ha de estar definida políticamente, y articulada en ideas materiales. El poema apunta ingenuamente a la metafísica de una mitología arcaica que ridiculiza a la izquierda, con versos de gran emoción que, a veces, rozan lo esperpéntico.


Grito hacia Roma

Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.


Emociona desde la convocatoria que se hace a la humanidad entera, demagógicamente en contra de alguien a quien se considera como el símbolo más responsable del desarrollo humano, del injusto reparto de la riqueza, de las guerras del mundo, en tanto que predica la paz: el papado, el poder eclesiástico.

Las ideas sobre las que apoya esa revolución que Lorca pregona no están explicitas en el poema. No se ven los fundamentos de esa idea antisistema, no se plantean alternativas. La razón es solo literaria, lo veremos en sus versos, donde toda responsabilidad parece caer sobre el hombre de blanco “caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula que untan de aceite las lenguas militares”…

Y apuntando a las joyas vaticanas dice: “Manzanas levemente heridas por finos espadines de plata, nubes rasgadas por una mano de coral que lleva en el dorso una almendra de fuego”… Y el uso de la metagoge con esa imagen que atribuye cualidades sensibles a entidades inanimadas que no tienen la posibilidad de sentir nada. Se resalta la miseria en que vive la gente humilde, herida y lesionada por el capitalismo. Conviene recordar que Lorca viaja en tren de Madrid a París, de allí pasa a Londres, donde, utilizando los avances propiciados por el capitalismo, toma un barco, réplica del Titanic, con pasaje de primera. Un señorito que viaja y que, en la línea de Montaigne, lleva una doble vida, preocupándose de los pobres, que no podemos decir que esté mal, pero es moralmente discutible, comportamiento que hoy día se ha generalizado en muchas personas.

Y considera hipócrita la pena: “ tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud”.

En la poesía de Lorca, el lector ingenuo encuentra una comodidad, un protagonismo, que otros autores como Quevedo, Góngora, Cervantes, no permiten. A partir de la segunda estrofa aparecen escenas evangélicas, planteando una idea de paz, de relaciones humanas, muy pegadas al evangelio del cristianismo primitivo, en términos que serán de gran satisfacción para los podemitas actuales -lo que Escotado identifica con los enemigos del comercio, del capitalismo, de la industria -, como los simpatizantes de la miseria, -para los demás -, “Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino”.

Y más imágenes surrealista con difícil significado: “ni quien cultive hierbas en la boca del muerto, ni quien abra los linos del reposo, ni quien llore por las heridas de los elegantes”.

Y unos versos muy expresivos dirigidos a la industrialización, a la mecanización, a la sujeción del ser humano…No hay más que un millón de herreros forjando cadenas para los niños que han de venir”. Una imagen que cualquier comunista de la época habría firmado. Una denuncia fácil, condenando al mundo siempre se acierta.

No hay más que un millón de carpinteros que hacen ataúdes sin cruz”. Y eso que Lorca no llegó a ver los más de 50 millones de muertos de la II GM, lo que vio fue fuerte, pero lo que vino después fue mucho peor. Estos versos, que son de los más expresivos del poema, apuntan a los enemigos de la industrialización, identificando al capitalismo como el gran tirano de la humanidad (su familia en Granada tenía numerosos asalariados trabajando las tierras. Pero eso es otra cuestión, pues debemos distinguir entre el poeta y el poema, entre el autor y el texto, el autor puede ser un cínico, o un demagogo, pero no tiene porque afectar a la calidad poética del texto, estamos haciendo una interpretación de su poesía, no un examen moral. No estamos juzgando a Lorca, sino interpretando la ideas objetivadas en su obra poética, que según el análisis del materialismo filosófico, según El mito de la izquierda de Gustavo Bueno, representan las que hoy tiene la izquierda indefinida).

Dice Lorca: “No hay más que un gentío de lamentos que se abren las ropas en espera de la bala” y parece acertar con lo que vino después. Pero el conflicto es permanente, la queja contra la injusticia cósmica existirá siempre en la condición humana, y podemos y debemos quejarnos, pero el verdadero problema es encontrar una solución. En este punto se ha de mencionar a Cervantes que siempre que plantea un conflicto suele plantear soluciones y soluciones terrenales, no teológicas como Calderón; Lorca aquí no lo hace, como hemos apuntado antes, la obra de Lorca es un larga queja emocional, psicológica, emotiva, sentimental. Tengamos presente que el verdadero fin de la literatura es desafiar la inteligencia humana, demandando respuestas a los conflictos presentados.

Continúan la imágenes evangélicas. Lorca contrasta lo que piensa el mundo oficial de la religión católica con el evangelio, y dirigido al Papa dice: “Pero el hombre vestido de blanco ignora el misterio de la espiga”, y después una sucesión de imágenes líricas, completamente emotivas, que restauran la naturaleza mítica, inocente, “ignora el gemido de la parturienta, ignora que Cristo puede dar agua todavía”, que parece entrar en un terreno erasmista. Sigue: “ignora que la moneda quema el beso de prodigio y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán”, el cordero que remite alegóricamente a la imagen de un dios salvador de humildes, contrapuesta con el faisán, un ave necia, vanidosa que representa el orgullo.

La siguiente estrofa comienza una imagen ingenua, ya que el poema se mueve continuamente entre la idea de los buenos y los malos, algo parecido a lo que fue la teoría de la liberación frente a los estamentos oficiales eclesiásticos que no reconocen los sufrimientos del pueblo: “Los maestros enseñan a los niños una luz maravillosa que viene del monte; pero lo que llega es una reunión de cloacas donde gritan las oscuras ninfas del cólera”, con el contrates de la luz del monte con las cloacas.

Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas; pero debajo de las estatuas no hay amor”, son insensibles. Sigue: “no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo. El amor está en las carnes desgarradas por la sed, en la choza diminuta que lucha con la inundación”; aquí vuelve a ocuparse de los débiles, con versos jacobinos que encantarían a Rouseau. “el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre”, esto de boca de Miguel Hernández sería irrefutable, pero en boca de Lorca, debemos recordar lo dicho de su procedencia. Y acaba con unos versos que retratan la tragedia de la gente humilde que tiene que morir para la supervivencia de otros: “en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas”.

La última estrofa es una invocación muy dramática sobre verdades indudables, pero que termina en un punto de apoyo absolutamente mitológico, o mitificado. Es verdad que mientras tanto la gente se muere de hambre, de frío, vive en medio de la porquería y gritando con la cabeza llena de excrementos (con otras palabras: cagándose en todo lo que se menea). Los poderosos siempre han oprimido a los débiles. Un planteamiento muy marxista, que considera que el motor de la historia es la lucha de clases entre ricos y pobres, la dialéctica del amo y esclavo. Ahora esto se ha quedado anticuado y se está demostrando que la dialéctica no está en las clases, sino en los estados, como sostiene Gustavo Bueno, que afirma que son los estados los que sacrifican los recursos humanos para lograr su supervivencia. Este es un poema donde se exalta la épica por encima de la moral.

Los versos finales dan al traste con la objetivación de ideas planteadas en el poema, porque apoyándose de nuevo en el evangelio dice: “queremos el pan nuestro de cada día”, pero queremos todos los derechos rechazando muchas obligaciones, muy propio de la izquierda indefinida

Y remata con los dos versos finales, “porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos”. Lo de la voluntad de la tierra es una licencia poética más, porque la tierra no tiene voluntad, la tierra no es una persona, volvemos a la supremacía de la metagoge, acudiendo a entidades inanimadas, atribuyéndole un montón de voluntades sensibles (este discurso es una mezcla de ideas de Nietche, de Sopenhauer y de Froid sin sentido).

No cabe duda que el poema está de repleto de versos preciosistas, que suena muy bien, de figuras retóricas y figuras formales de gran calidad, que, al leerlas, nos emocionan, pero no contiene un ideario que permita resolver los conflictos que plantea; y atribuye a la tierra un valor numinoso, que nos retrotrae a una especie de paraíso terrenal trasgredido por la civilización, que ha destruido la esencia del ser humano.

Lorca es un poeta más sensible que inteligible, que reemplaza las ideas por la emoción. La realidad del Nueva York de Lorca es muy subjetiva... Tenemos que interpretar la literatura a través de la realidad, no la realidad a través de la literatura.

Rf: Carmen Serrano, La obra poética de Lorca; René Ibarra, Frontera entre el Romancero Gitano y Poeta en Nueva York; Miguel García Posada, Los Poetas de la Generación del 27. Mooc sobre crítica literaria de la uvigo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario