En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

lunes, 8 de junio de 2020

La cueva de Montesinos

 
La Cueva de Montesino desde el interior. Imagen del "errático"

 
Allá, en el fondo de la Cueva yace Durandarte, el más amador Caballero Andante de la Historia. Muerto, en Roncesvalles, pidió a Montesinos le arrancase el corazón, y se lo llevase a su amada Belerma en París. 

Durandarte, en francés Duranval, era la espada que el de la Barba Florida regalara a Roldán, su sobrino, el héroe muerto en Roncesvalles. Y fue la espada sobre la que murió para que ni moros, ni vascones se la apropiaran. Luego, el mismo Romancero que dio a todos vida en España, hizo de la espada Caballero, y siguió significando fidelidad, la que permanece, la que dura. Y le hizo morir con Roldán, sobre las duras rocas navarras de Pirineo occidental. Belerma significa “La más bella de las mujeres”. De manera que, en el magín cervantino es la mujer más hermosa para el Caballero más fiel. El ideal de amor es: fidelidad y hermosura. Montesinos, que es fiel a la amistad con su amigo Durandarte, y lleva su corazón a la hermosa parisina.

Para Cervantes, el amor ideal y la amistad suprema son realidades enterradas. No viven a la luz del día. No existen: son eso, ideales, que se proyectan sobre el fondo de la Cueva de Montesinos. En la vida cotidiana no hay tales. Únicamente sucedáneos. Cervantes no tuvo amigos que lo ayudaran tras su vuelta de la cautividad en Argel. Y el amor, no lo pudo conocer, salvo por sublimación de sus delirios.

Montesinos y Durandarte representan la amistad; Belerma y Durandarte, el amor. Ambos afectos, los afectos supremos, están en el palacio de cristal, encantado, a cuyos predios se accede por esta cueva manchega, a la que Don Quijote bajó atado por una cuerda. La moraleja es que esos grandes afectos, amor y amistad, moran encantados en el subsuelo, están ocultos a la luz: una inversión de la caverna de Platón.

Don Quijote desciende al fondo de la cueva, quedándose profundamente dormido por espacio de una hora, lo que al personaje le parecieron tres días, lapso en el cual tuvo el mágico sueño en el que se encuentra con el propio Montesinos.

El sentido de esta aventura, reside en el esfuerzo desesperado que realiza don Quijote para engañarse sin saberlo; esto es, para hacer congruentes, irrebatibles y verdaderas las mentiras de Sancho. Don Quijote, para ser don Quijote, precisa a Dulcinea. Don Quijote, para creer en Dulcinea, necesita engañarse a sí mismo. Don Quijote para poder engañarse sin mentir tiene que humanizarse. Tiene que hacerlo humanamente, no como el héroe de fe inquebrantable que hasta ahora había sido. Sabe que no son ciertas las palabras de Sancho, y tiene que soñarlas para acabar creyendo en ellas.

Veamos un poco más cerca en qué consiste este diálogo de la fe, en el cual don Quijote trata de convencerse a sí mismo de que ha sido verdad y no ilusión su encuentro con Dulcinea allá en la cueva de Montesinos. Recordemos el texto:
    DON QUIJOTE:
    ''Pero ¿qué dirás cuando te diga yo ahora cómo entre otras maravillas que mostró Montesinos (las cuales, despacio y a sus tiempos, te las iré contando en el discurso de este viaje, por no ser todas de este lugar) me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hallamos a la salida del Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía; respondióme que no, pero que él imaginaba que debían ser algunas señoras principales encantadas que pocos días había que en aquellos prados habían aparecido" (2,23).
    Ya está todo resuelto para don Quijote. Pero a Sancho, que había inventado este encantamiento, no le parece cuerda, ni prudente, la razón de su señor. Sancho con gran voz dijo:
    "Oh, santo Dios, ¿es posible que tal haya en el mundo y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamientos que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura?" (2,23)

Pero Sancho también ha comprendido la importancia de su nuevo papel. Se ha convertido en empresario de la imaginación de don Quijote, y para hacerse valer vuelve de cuando en cuando a las andadas. Recordemos la famosa aventura del mono adivino en la que Sancho dice:

"Con todo eso querría que vuestra merced dijese a Maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a vuesa merced le pasó en la cueva de Montesinos, que yo para mí tengo, con perdón de vuesa merced, que todo fué embeleso y mentira, o a lo menos cosas soñadas" (2,25).

En la primera parte de la obra, tanto en el tono en que habla Sancho como la duda que manifiesta, habrían airado a don Quijote. Ahora contesta prudente y mesurado:

"Todo podría ser, pero yo haré lo que aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé qué de escrúpulo" (2,25).

¿Es posible que don Quijote dude de lo que vio en la cueva de Montesinos? Vacilar no es dudar. La vacilación se refiere a la voluntad y la duda a la inteligencia. No es igual una cosa que otra. La voluntad puede rendirse al cansancio, puede rendirse sin ceder; la inteligencia, no. Vacila y esta vacilación se refiere nada menos que a su encuentro con Dulcinea. Quisiera comprobarlo, pero el mono adivino no le brinda ninguna certeza en su respuesta.

Cuando en la comedia organizada por los Duques viene Merlin, diabólico y profético en su carro, para anunciar al mundo el desencanto de Dulcinea, Cervantes describe de este modo el estado de ánimo de sus protagonistas:

"Renovóse la admiración en todos, especialmente en Don Quijote y Sancho; en Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese encantada Dulcinea; en Don Quijote, por no poder asegurarse si era verdad o no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos".

Nos encontramos ante un don Quijote nuevo, que no se atreve a confiar en su ilusión, muy a pesar de que cuantos le hablan le confirman en ella. Nos encontramos ante un don Quijote que no se atreve a soñar. Es indudable que conserva su fe, pero viviéndola humanamente, esto es, haciéndola de nuevo hora tras hora y día tras día. En ocasiones, su recuerdo del encuentro con Dulcinea casi desaparece. Su fe sólo se apoya en la esperanza. Y es cierto que no duda, pero desfallece.

Tal sentido tienen las palabras de ilusión e insinuantes de mentira que dice a Sancho en el final de la aventura de Clavileño. Sancho ha tenido visiones muy parecidas a las suyas en la cueva de Montesinos. Las describe con emoción, quijotizadas y jubilosas ante la risa de los oyentes. Don Quijote no acaba de creer en lo que dice Sancho. Podría aceptar tales visiones si fuesen meramente ilusivas -esto es lo quijotesco-; pero, además, son verdaderos dislates. Su inteligencia no puede aceptarlas. Su voluntad, en cambio, quiere agarrarse a ellas, necesita creerlas...Y otra vez vuelve a repetirse la escena humanísima y alucinante del "engaño buscado" del que hablaba Rosales. Es preciso creer a toda costa. Es preciso crear nuestra verdad. Y llegándose don Quijote a Sancho, díjole al oído:

"Sancho, pues vos queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis lo que vi en la cueva de Montesinos, y no os digo más" (2,41).

Le propone un convenio. No miente don Quijote pero induce a la mentira, pues necesita ser engañado. Lo más vivo que hay en él se llama Dulcinea. Lo más vivo que hay en él es algo que no existe. Dulcinea representa lo necesario inexistente, lo que sólo tiene realidad en nuestro corazón, lo que nos hace ser lo que somos, y por ello queremos compartirlo con los demás, igual que se comparten el pan y el vino. Nadie podrá negarle a don Quijote este derecho.

Cuando en la casa de don Antonio Moreno se asoma al borde de su vida, para preguntarle a la "cabeza encantada" si fue cierto su encuentro con Dulcinea, en sus palabras aparece esa duda que tanto le lastima:

"Dime tú, el que respondes, ¿fué verdad o fué sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos?" (2,62).

Antes le bastaba mirar para creer. Su vida entonces era un milagro o era un sueño. Ahora ha llegado, poco a poco a su altura de hombre. La fe no aísla, comunica. Ya no puede creer desde la soledad. No ve tan claro como antes. Como Antonio Machado en su Proverbios y Cantares parece pensar:

En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.”

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