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...que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
-Ese
nombre es de moro -respondió don Quijote.
-Así
será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir
que los moros son amigos de berenjenas.
El
el capítulo ocho de la primera parte cuando don Quijote se encuentra
con el vizcaíno y se ponen a discutir como dos locos, en una escena
grotesca y ridícula. El vizcaíno que va en una mula, tropieza y cae
de la montura; se miran y cuando ambos personajes tiene las espadas
en alto prestos para la batalla, el narrador suspende la acción y
hay en la novela una intervención metarrativa en la que este dice:
“...en
este punto y término deja el autor de esta historia esta batalla,
disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don
Quijote, de las que deja referidas.”
Como
si de un capítulo de televisión se tratase, se acaba en lo mejor, y
no sabemos qué va a ocurrir a partir de aquí, pero el narrador
primero sigue:
“Bien
es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan
curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que
hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no
tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de
este famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se
desesperó de hallar el fin de esta apacible historia, el cual,
siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte"
(el siguiente capítulo).
Claramente
nos predispone con esta avanzadilla, antes de que suceda, a que la
serie sigue. Claro, el verdadero narrador Cervantes ya la ha
encontrado. En el capítulo nueve leemos:
“Dejamos
en el anterior capítulo al valeroso vizcaíno y al famoso Don
Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos
furibundos fendientes, tales que si en lleno se acertaban, por lo
menos se dividirían y henderían de arriba abajo, y abrirían como
una granada, y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó
destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor
dónde se podría hallar lo que de ella faltaba.”
Es
en este momento cuando nos cuenta su paseo por el mercado, la feria
del libro de aquellos años. Dice que iba por el Alcaná de Toledo se
encontró con aquella historia que hacía poco había leído y que
resulta que escribió en árabe un morisco, que presenció los
hechos, hace ya muchos años Cide Hamete Benengueli. La propia novela
reflexiona sobe la novela, amplia su espacio narrativo de tal manera
que lo que parecía una novela convencional contada por un individuo
del pueblo, resulta que detrás de éste surgen una serie
interminable de narradores: un cronista, un traductor, otro que
encuentra el manuscrito, el traductor… Y la novela se complica. Ya
no sabemos qué fuente es la más fiable. Acaso sacamos que el autor
primero es un autor anónimo, un pobre hombre del que no sabemos
nada, solo el texto de los capítulos de uno al ocho.
Todo
esto ha despistado mucho a la crítica literaria. Claro debe quedar
que Cervantes hace todo esto para sobrevivir, para dispersar
responsabilidades. Sobrevivir siempre es importante, hoy día
también, pero hoy no nos queman vivos como ocurría en su tiempo, y
lo peor es que en esos tiempos te quemaban vivo en los estados en
toda Europa (Calvino en los años que gobernó en Suiza mató
proporcionalmente muchas más personas que los inquisidores
españoles). Hablamos de una época que la vida humana valía poco.
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Ed. Sopena. 1931
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En
el capítulo nueve emerge a
figura clave de la narración: Cide Hamete Benengeli. Se
presenta por el narrador principal, ese que dice, “En un lugar
de la Mancha...”, el mismo que se paseaba por el Alcaná de
Toledo; ese que es del que menos nos podemos fiar, porque
constantemente miente: narra una cosa y a continuación te das cuenta
que los personajes hacen otra distinta. Así surge Cide Hamete
Benengueli, como un personaje fantasma, un personaje citado al que no
oímos nunca, se habla de él, se dice que dice, no narra nada, es un
truco narrativo. Es el autor del original árabe, un árabe
escribiendo la historia de un caballero manchego; un historiador
árabe en la mancha (como si hubiera esquimales en Granada, vamos),
al que Cervantes parece llamar señor Berenjeno; nótese la ironía
que, de paso, además ridiculariza la historia. Es parte del juego
que hay en el Quijote. Cide Hamete es el más emblemático de estos
autores porque es el que da la cara, todo ha salido supuestamente de
él. Los otros no tienen nombre, pero Cide Hamete sí, y además es
un nombre ridículo, y su función es la de dejarse citar, dejarse
mencionar por los que no tienen nombre, en hacer el trabajo sucio del
narrador porque los episodios más ridículos y grotescos son los que
llevan la mención específica de Benengueli, un recurso hábilmente
manejado por Cervantes que parece lavarse las manos diciendo: que lo
que yo digo, no lo digo yo, que lo escribió un árabe hace muchos
años, y además lo escribió en árabe.
Cidi
Hamete, nunca habla directamente al lector, no cuenta nada, solo pone
su nombre que está intervenido por el narrador, al que, como a sus
personajes, no da ninguna libertad. El narrador con una mano de
hierro y un guante de seda nos confunde continuamente, cuando creemos
que está en un cosa, ya está en otra, engañando a sus propios
personajes y al lector continuamente. Cide Hamete no es sujeto de
ninguna narración es objeto de la narración por parte del narrador,
un personaje ridículo al que se le atribuye la autoría de la
novela; tienen una relación dialéctica con el narrador, donde éste
representa la cordura, la prudencia, la sensatez y Cide Hamete la
exageración, la hipérbole, lo invesosimil, lo extraordinario, lo
ridículo, lo grotesco. Siempre que aparece Benengueli el narrador
parece advertirnos: fijaos que ridiculez está diciendo... Y con
estos engaños el narrador está lanzando críticas contra la idea de
libertad de la época, la idea de política, la idea de guerra y de
paz, contra la iglesia, etc… Con Cervantes no sabemos a qué
atenernos.
Pondremos
algunos ejemplos del trato ridículo del narrador sobre Cide Hamete
Benengueli:
En
el capítulo 15 de la primera parte llama sabio al Sr. Berenjena, qué
ironía, es como llamáselo al profesor zoquete de los teleñecos.
Dice el narrador principal:
“Cuanta
el sabio Cide Hamete Benengeli, que así como don
Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron
al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por
el mismo bosque donde vieron que se había entrado la pastora
Marcela...”
En
otro pasaje del capítulo 17 dice que dice Cide Hamete la siguiente
chorrada con la solemnidad de lo obvio:
“Y
es de saber que llegando a este paso el autor de esta verdadera
historia exclama y dice: «¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento
animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos
los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue
gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras
contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré
creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te
convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los
hipérbole...”
Para
este tipo de declaraciones usa el narrador a Cide
Hamete,
pero
de su relato en árabe nada, no existe.
Lo
que le llega al lector es consecuencia de dos traducciones o
tranducciones, la primera la del morisco aljamiado que lo traduce del
árabe al español y la segunda la conversión que hace el narrador
que a partir la la traducción del morisco hace sus notas y sus
glosas, y Cide
Hamete
es solo un artificio, autor arábigo y manchego, esquimal y
alpujarreño,
¡que
ironía!
En
el capítulo 2 de la segunda parte, dice Sancho:
“… que
anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar
de Salamanca, hecho bachiller, y, yéndole yo a dar la bienvenida, me
dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con
nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me
mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la
señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a
solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el
historiador que las escribió.”
Cómo
se explica esto, se pregunta Sancho, que se conozcan las cosas que
nos han sucedido si solo estábamos los dos. Don Quijote y Sancho
dialogan sobre
Cide
Hamete
llegando en este diálogo a ridicularizarlo con el parecido de su
nombre y las berenjenas:
“-Yo
te aseguro, Sancho -dijo don Quijote-, que debe de ser algún sabio
encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les
encubre nada de lo que quieren escribir.
-Y
¡cómo -dijo Sancho- si era sabio y encantador, pues (según dice el
bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que
el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
-Ese
nombre es de moro -respondió don Quijote.
-Así
será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir
que los moros son amigos de berenjenas.
-Tú
debes, Sancho -dijo don Quijote-, errarte en el sobrenombre de ese
Cide, que en arábigo quiere decir señor.
El
autor narrador ironiza en grado sumo a dar a entender que su obra, la
más grande de la literatura española y universal es escrita en
árabe y por un moro al que ridiculiza. El el humor llevado a su
máximo grado, se está riendo de sí mismo.
Sansón
Carrasco, un personaje a estudiar, es un bachiller, un
estudiante de Salamanca (otra vez la Universidad, y no sale bien
parada), socarrón, cínico, falsario. Es el personaje al que el
narrador le encomienda la labor de desarticular a don Quijote
haciéndole por el Caballero de la Blanca Luna. En las playas de
Barcelona se enfrentan bajo el código de de la caballería y le
vence haciéndole volver a su aldea, donde nuestro héroe recupera la
razón y muere. Sansón Carrasco es una figura grotesca, fácilmente
burlesca; estudiante torpe que bien podría ser profesor.
En
este capítulo 2 de la segunda parte hay un texto de metanarración,
de metacrítica literaria, y
es que la propia novela, en la segunda parte, habla de su primera
parte; habla del éxito que ha tenido, del número de ejemplares
imprimidos, y se habla en términos críticos y muy irónicos; los
propios personajes hablan de sí mismos.
En
el episodio de la cabeza encantada en la casa de Antonio Moreno en
Barcelona, otra situación ridícula que el narrador pone en manos de
Benengueli con las palabras que siguen:
“El
cual quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego, por no tener
suspenso al mundo, creyendo que algún hechicero y extraordinario
misterio en la tal cabeza se encerraba; y así, dice que don Antonio
Moreno, a imitación de otra cabeza que vio en Madrid, fabricada por
un estampero, hizo ésta en su casa, para entretenerse y suspender a
los ignorantes...”
Atribuyendo
como hacía la novela morisca y la novela de caballería a un
cronista exótico los relatos que de alguna manera bordeaban la
fantasía o las normas convencionales de la época. Otro episodio
atribuido a Cide Hamete es la escena del capítulo 10 de la segunda
parte, entre Sancho y su mujer, en el que Sancho Panza habla casi con
el decoro de un catedrático o incluso mejor:
“Llegando
el autor desta grande historia a contar lo que en este capítulo
cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que no
había de ser creído, porque las locuras de don Quijote llegaron
aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse, y aun
pasaron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente,
aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que
él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la
verdad, sin dársele nada por las objeciones que podían ponerle de
mentiroso. Y tuvo razón, porque la verdad adelgaza y no quiebra, y
siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.”
Otro
episodio extraordinario o inverosímil que el narrador presenta con
duda. Está tentado de cambiar lo que el autor dice, pero al final,
aunque no está convencido, deja lo que Cide Hamete había escrito.
Dice que dudó, pero en realidad el que cuenta la historia y
seguramente no dudó nada es él (como cuando se dice de alguien: no
digo que sea un delincuente, ni un sinvergüenza, ni un acosador…,
pero lo está diciendo). Es un elemento burlesco que utiliza incluso
cuando cuenta simplezas o nimiedades, como en el capítulo 60 de la
segunda parte:
“Sucedió,
pues, que en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse
en escritura, al cabo de los cuales, yendo fuera de camino, le tomó
la noche entre unas espesas encinas o alcornoques, que en esto no
guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele.”
Hay
un detalle importante relacionado con el Quijote de Avellaneda. El
Avellaneda que se edita en 1614 supone una intervención muy violenta
respecto a la primera parte del Quijote de Cervantes. Se podría
decir que es la primera interpretación que la derecha hace del
Quijote de Cervantes, una interpretación contrarreformista y es sin
duda la mejor interpretación que hicieron del Quijote sus
contemporáneos, que intenta destruir los valores del de Cervantes
que clara e inteligentemente identifica, sobre todo la idea de
libertad. En otro episodio, capítulo 59 de la segunda parte, Cide
Hamete arremete contra el Avellaneda, cosa imposible, pues como iba a
saber este autor muchos años antes que Avellaneda iba a criticar la
obra que entonces estaba él escribiendo. Un despiste más del autor.
No lo creo, es un despiste deliberado. Dice:
“Créanme
vuesas mercedes -dijo Sancho- que el Sancho y el don Quijote desa
historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso
Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto
y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.”
El
Sancho de Avellaneda es un personaje muy desagradable que se esconde
comida debajo de los sobacos; y su don Quijote que se lía con una
ramera, el mayor despropósito. Pero ¿porqué? Porque el autor del
Avellaneda ha identificado perfectamente los valores del de
Cervantes, que la inquisición era muy lista. Continúa el capítulo
59:
“Yo
así lo creo -dijo don Juan-; y si fuera posible, se había de mandar
que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote,
si no fuese Cide Hamete, su primer autor...”
De
nuevo la confusión del primer autor para parte de la crítica, otro
gazapo deliberado de Cervantes, al decir que Cide Hamete es el primer
autor, olvidándose del autor primero de los capítulos uno al ocho.
A continuación es cuando don Quijote dice la famosa frase:
“Retráteme
el que quisiere -dijo don Quijote-, pero no me maltrate; que muchas
veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.”
En
otra ocasión también habla de Cide Hamete en defensa del Quijote
original, sabiendo de antemano que trescientos años después alguien
escribiría el falso Quijote:
“Bien
sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el
norte de toda la caballería andante, donde más largamente se
contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la
Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas
historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y
el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los
historiadores.”
Aquí
la parodia consiste en la hipérbole. Luego viene
un diálogo que mantiene con los demonios, donde, trescientos años
antes, el señor Berenjena sabe hasta el lugar de nacimiento del
falso autor:
Y
el diablo le respondió: ''Ésta es la Segunda parte de la historia
de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer
autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de
Tordesillas''. ''Quitádmele de ahí -respondió el otro diablo-, y
metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos''.
''¿Tan malo es?'', respondió el otro. ''Tan malo -replicó el
primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no
acertara''.
Y
en el capítulo 74 -2 ª Cide Hamete es el encargado de sellar la
novela, con estas palabras:
“Y
el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma:
-Aquí
quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si
bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos
siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan
para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes
advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres:
Para
mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo
escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del
escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever,
a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas
de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto
de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a
conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya
podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos
los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la
fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo,
imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para
hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros,
bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes
a cuya noticia llegaron, así en éstos como en los estraños
reinos''. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión,
aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y
ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos
enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en
aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias
de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don
Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.
Vale, verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del
todo, sin duda alguna. Vale.
Es
imposible que Cide Hamete supiera que nueve años después que viera
la luz la primera parte del Quijote, un autor no autorizado iba a
escribir la segunda parte. Es un equívoco deliberado del verdadero
autor: Cervantes.
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