En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 21 de junio de 2020

Cide Hamete Benengueli


- ...que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
-Ese nombre es de moro -respondió don Quijote.
-Así será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.

El el capítulo ocho de la primera parte cuando don Quijote se encuentra con el vizcaíno y se ponen a discutir como dos locos, en una escena grotesca y ridícula. El vizcaíno que va en una mula, tropieza y cae de la montura; se miran y cuando ambos personajes tiene las espadas en alto prestos para la batalla, el narrador suspende la acción y hay en la novela una intervención metarrativa en la que este dice:
...en este punto y término deja el autor de esta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas.”
Como si de un capítulo de televisión se tratase, se acaba en lo mejor, y no sabemos qué va a ocurrir a partir de aquí, pero el narrador primero sigue:
Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de este famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte" (el siguiente capítulo).
Claramente nos predispone con esta avanzadilla, antes de que suceda, a que la serie sigue. Claro, el verdadero narrador Cervantes ya la ha encontrado. En el capítulo nueve leemos:
Dejamos en el anterior capítulo al valeroso vizcaíno y al famoso Don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales que si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirían y henderían de arriba abajo, y abrirían como una granada, y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que de ella faltaba.”
Es en este momento cuando nos cuenta su paseo por el mercado, la feria del libro de aquellos años. Dice que iba por el Alcaná de Toledo se encontró con aquella historia que hacía poco había leído y que resulta que escribió en árabe un morisco, que presenció los hechos, hace ya muchos años Cide Hamete Benengueli. La propia novela reflexiona sobe la novela, amplia su espacio narrativo de tal manera que lo que parecía una novela convencional contada por un individuo del pueblo, resulta que detrás de éste surgen una serie interminable de narradores: un cronista, un traductor, otro que encuentra el manuscrito, el traductor… Y la novela se complica. Ya no sabemos qué fuente es la más fiable. Acaso sacamos que el autor primero es un autor anónimo, un pobre hombre del que no sabemos nada, solo el texto de los capítulos de uno al ocho.
Todo esto ha despistado mucho a la crítica literaria. Claro debe quedar que Cervantes hace todo esto para sobrevivir, para dispersar responsabilidades. Sobrevivir siempre es importante, hoy día también, pero hoy no nos queman vivos como ocurría en su tiempo, y lo peor es que en esos tiempos te quemaban vivo en los estados en toda Europa (Calvino en los años que gobernó en Suiza mató proporcionalmente muchas más personas que los inquisidores españoles). Hablamos de una época que la vida humana valía poco.
Ed. Sopena. 1931
En el capítulo nueve emerge
a figura clave de la narración: Cide Hamete Benengeli. Se presenta por el narrador principal, ese que dice, “En un lugar de la Mancha...”, el mismo que se paseaba por el Alcaná de Toledo; ese que es del que menos nos podemos fiar, porque constantemente miente: narra una cosa y a continuación te das cuenta que los personajes hacen otra distinta. Así surge Cide Hamete Benengueli, como un personaje fantasma, un personaje citado al que no oímos nunca, se habla de él, se dice que dice, no narra nada, es un truco narrativo. Es el autor del original árabe, un árabe escribiendo la historia de un caballero manchego; un historiador árabe en la mancha (como si hubiera esquimales en Granada, vamos), al que Cervantes parece llamar señor Berenjeno; nótese la ironía que, de paso, además ridiculariza la historia. Es parte del juego que hay en el Quijote. Cide Hamete es el más emblemático de estos autores porque es el que da la cara, todo ha salido supuestamente de él. Los otros no tienen nombre, pero Cide Hamete sí, y además es un nombre ridículo, y su función es la de dejarse citar, dejarse mencionar por los que no tienen nombre, en hacer el trabajo sucio del narrador porque los episodios más ridículos y grotescos son los que llevan la mención específica de Benengueli, un recurso hábilmente manejado por Cervantes que parece lavarse las manos diciendo: que lo que yo digo, no lo digo yo, que lo escribió un árabe hace muchos años, y además lo escribió en árabe.
Cidi Hamete, nunca habla directamente al lector, no cuenta nada, solo pone su nombre que está intervenido por el narrador, al que, como a sus personajes, no da ninguna libertad. El narrador con una mano de hierro y un guante de seda nos confunde continuamente, cuando creemos que está en un cosa, ya está en otra, engañando a sus propios personajes y al lector continuamente. Cide Hamete no es sujeto de ninguna narración es objeto de la narración por parte del narrador, un personaje ridículo al que se le atribuye la autoría de la novela; tienen una relación dialéctica con el narrador, donde éste representa la cordura, la prudencia, la sensatez y Cide Hamete la exageración, la hipérbole, lo invesosimil, lo extraordinario, lo ridículo, lo grotesco. Siempre que aparece Benengueli el narrador parece advertirnos: fijaos que ridiculez está diciendo... Y con estos engaños el narrador está lanzando críticas contra la idea de libertad de la época, la idea de política, la idea de guerra y de paz, contra la iglesia, etc… Con Cervantes no sabemos a qué atenernos.
Pondremos algunos ejemplos del trato ridículo del narrador sobre Cide Hamete Benengueli:
En el capítulo 15 de la primera parte llama sabio al Sr. Berenjena, qué ironía, es como llamáselo al profesor zoquete de los teleñecos. Dice el narrador principal:
Cuanta el sabio Cide Hamete Benengeli, que así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mismo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Marcela...”
En otro pasaje del capítulo 17 dice que dice Cide Hamete la siguiente chorrada con la solemnidad de lo obvio:
Y es de saber que llegando a este paso el autor de esta verdadera historia exclama y dice: «¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérbole...”
Para este tipo de declaraciones usa el narrador a Cide Hamete, pero de su relato en árabe nada, no existe. Lo que le llega al lector es consecuencia de dos traducciones o tranducciones, la primera la del morisco aljamiado que lo traduce del árabe al español y la segunda la conversión que hace el narrador que a partir la la traducción del morisco hace sus notas y sus glosas, y Cide Hamete es solo un artificio, autor arábigo y manchego, esquimal y alpujarreño, ¡que ironía!
En el capítulo 2 de la segunda parte, dice Sancho:
“… que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y, yéndole yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.”
Cómo se explica esto, se pregunta Sancho, que se conozcan las cosas que nos han sucedido si solo estábamos los dos. Don Quijote y Sancho dialogan sobre Cide Hamete llegando en este diálogo a ridicularizarlo con el parecido de su nombre y las berenjenas:
-Yo te aseguro, Sancho -dijo don Quijote-, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.
-Y ¡cómo -dijo Sancho- si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
-Ese nombre es de moro -respondió don Quijote.
-Así será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.
-Tú debes, Sancho -dijo don Quijote-, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en arábigo quiere decir señor.
El autor narrador ironiza en grado sumo a dar a entender que su obra, la más grande de la literatura española y universal es escrita en árabe y por un moro al que ridiculiza. El el humor llevado a su máximo grado, se está riendo de sí mismo.
Sansón Carrasco, un personaje a estudiar, es un bachiller, un estudiante de Salamanca (otra vez la Universidad, y no sale bien parada), socarrón, cínico, falsario. Es el personaje al que el narrador le encomienda la labor de desarticular a don Quijote haciéndole por el Caballero de la Blanca Luna. En las playas de Barcelona se enfrentan bajo el código de de la caballería y le vence haciéndole volver a su aldea, donde nuestro héroe recupera la razón y muere. Sansón Carrasco es una figura grotesca, fácilmente burlesca; estudiante torpe que bien podría ser profesor.
En este capítulo 2 de la segunda parte hay un texto de metanarración, de metacrítica literaria, y es que la propia novela, en la segunda parte, habla de su primera parte; habla del éxito que ha tenido, del número de ejemplares imprimidos, y se habla en términos críticos y muy irónicos; los propios personajes hablan de sí mismos.
En el episodio de la cabeza encantada en la casa de Antonio Moreno en Barcelona, otra situación ridícula que el narrador pone en manos de Benengueli con las palabras que siguen:
El cual quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego, por no tener suspenso al mundo, creyendo que algún hechicero y extraordinario misterio en la tal cabeza se encerraba; y así, dice que don Antonio Moreno, a imitación de otra cabeza que vio en Madrid, fabricada por un estampero, hizo ésta en su casa, para entretenerse y suspender a los ignorantes...”
Atribuyendo como hacía la novela morisca y la novela de caballería a un cronista exótico los relatos que de alguna manera bordeaban la fantasía o las normas convencionales de la época. Otro episodio atribuido a Cide Hamete es la escena del capítulo 10 de la segunda parte, entre Sancho y su mujer, en el que Sancho Panza habla casi con el decoro de un catedrático o incluso mejor:
Llegando el autor desta grande historia a contar lo que en este capítulo cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que no había de ser creído, porque las locuras de don Quijote llegaron aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse, y aun pasaron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente, aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, sin dársele nada por las objeciones que podían ponerle de mentiroso. Y tuvo razón, porque la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.”
Otro episodio extraordinario o inverosímil que el narrador presenta con duda. Está tentado de cambiar lo que el autor dice, pero al final, aunque no está convencido, deja lo que Cide Hamete había escrito. Dice que dudó, pero en realidad el que cuenta la historia y seguramente no dudó nada es él (como cuando se dice de alguien: no digo que sea un delincuente, ni un sinvergüenza, ni un acosador…, pero lo está diciendo). Es un elemento burlesco que utiliza incluso cuando cuenta simplezas o nimiedades, como en el capítulo 60 de la segunda parte:
Sucedió, pues, que en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse en escritura, al cabo de los cuales, yendo fuera de camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques, que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele.”
Hay un detalle importante relacionado con el Quijote de Avellaneda. El Avellaneda que se edita en 1614 supone una intervención muy violenta respecto a la primera parte del Quijote de Cervantes. Se podría decir que es la primera interpretación que la derecha hace del Quijote de Cervantes, una interpretación contrarreformista y es sin duda la mejor interpretación que hicieron del Quijote sus contemporáneos, que intenta destruir los valores del de Cervantes que clara e inteligentemente identifica, sobre todo la idea de libertad. En otro episodio, capítulo 59 de la segunda parte, Cide Hamete arremete contra el Avellaneda, cosa imposible, pues como iba a saber este autor muchos años antes que Avellaneda iba a criticar la obra que entonces estaba él escribiendo. Un despiste más del autor. No lo creo, es un despiste deliberado. Dice:
Créanme vuesas mercedes -dijo Sancho- que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.”
El Sancho de Avellaneda es un personaje muy desagradable que se esconde comida debajo de los sobacos; y su don Quijote que se lía con una ramera, el mayor despropósito. Pero ¿porqué? Porque el autor del Avellaneda ha identificado perfectamente los valores del de Cervantes, que la inquisición era muy lista. Continúa el capítulo 59:
Yo así lo creo -dijo don Juan-; y si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fuese Cide Hamete, su primer autor...”
De nuevo la confusión del primer autor para parte de la crítica, otro gazapo deliberado de Cervantes, al decir que Cide Hamete es el primer autor, olvidándose del autor primero de los capítulos uno al ocho. A continuación es cuando don Quijote dice la famosa frase:
Retráteme el que quisiere -dijo don Quijote-, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.”
En otra ocasión también habla de Cide Hamete en defensa del Quijote original, sabiendo de antemano que trescientos años después alguien escribiría el falso Quijote:
Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores.”
Aquí la parodia consiste en la hipérbole. Luego viene un diálogo que mantiene con los demonios, donde, trescientos años antes, el señor Berenjena sabe hasta el lugar de nacimiento del falso autor:
Y el diablo le respondió: ''Ésta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas''. ''Quitádmele de ahí -respondió el otro diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos''. ''¿Tan malo es?'', respondió el otro. ''Tan malo -replicó el primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara''.
Y en el capítulo 74 -2 ª Cide Hamete es el encargado de sellar la novela, con estas palabras:
Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma:
-Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres:
Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en éstos como en los estraños reinos''. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale, verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.
Es imposible que Cide Hamete supiera que nueve años después que viera la luz la primera parte del Quijote, un autor no autorizado iba a escribir la segunda parte. Es un equívoco deliberado del verdadero autor: Cervantes.

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