En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 9 de junio de 2020

La cueva de Montesinos y la Caverna de Platón


La metáfora de la caverna es recurrente en la historia de la filosofía, se asocia el error a sombras y a esclavitud; la luz a verdad y a libertad, como en la caverna platónica.

Veamos el relato: don Quijote le pide al licenciado que le diese una guía para ir a la cueva de Montesinos, ya tenía gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían por aquellos contornos. Observemos la inversión del esquema platónico: en la Cueva de Montesinos la luz y la verdad están en el interior, no en exterior de la cueva, en la región del Sol. En el camino don Quijote pregunta al pintoresco primo, al zoquete que le acompaña (“loco de la erudición” como le llama Martín de Riquer) su oficio, el cual responde que su profesión es humanista componer libros (empiezo a pensar que no le gustaban muchos los humanistas a Cervantes, siempre que habla de ellos no salen bien parados); de nuevo, Cervantes, hace otro canto a la lectura, de gran provecho para la república. Tercia en la conversación Sancho, a través de la cual, se muestra el arte de la dialéctica platónica, preguntas y respuestas, que han de ser nuestras, como le advierte don Quijote a Sancho, quien replica:

que para preguntar necedades y responder disparates, no necesita ayuda de vecinos”.

Me has dicho, Sancho, de lo que sabes –dijo don Quijote-, que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que después de sabidas y averiguadas no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria”.

Platón en el “Menón, o de la virtud” (81b), dice que en la búsqueda de la verdad, que el filósofo debe ser valiente y constante en la investigación de las cosas; como don Quijote, que siempre está dispuesto a realizar hazañas, dice:

que tal empresa –bajar a la cueva- como apuesta, Sancho amigo, para mí estaba guardada”. Entonces dijo el guía: “Suplico a vuestra merced, señor don Quijote, que mire bien y especule con cien ojos lo que hay allá dentro: quizá habrá cosas que las ponga yo en el libro de mis Transformaciones”.

Don Quijote se pone en manos de Dios con esperanza, como en el Mito de la Caverna de Platón, cuando dice que “Sólo Dios sabe si está conforme con la realidad”. El hombre propone y Dios dispone.

Sin embargo, don Quijote, parece un hombre insensato e imprudente, que se da de bruces contra el suelo de la cueva, que puede ser un símbolo de las equivocaciones. Los trastazos que nos damos con la realidad, nuestros errores jalonan el camino de la verdad, algo que nos atañe a todos, por eso hemos de escuchar la voz sesuda, sensata y prudente del otro, como la de Sancho, que ironiza llamando a don Quijote, valentón del mundo, y apostillando:

¡Dios te guíe, otra vez, y te vuelva libre, sano y sin cautela a la luz desta vida por enterrarte en esta oscuridad que buscas!” (II, Cap. XXII).

La verdad nos hará libres. Después subieron de la cueva al caballero, que como si de un profundo sueño despertara, decía:

Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan con la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos!”

Es un viaje al interior de la persona que se descubre a sí misma que valora la vida como sueño o sombra efímera; como el Sócrates de la Caverna de Platón, que sale al Sol de la Verdad, contemplando la Idea del Bien, y vuelve deslumbrado a liberar a sus compañeros, prisioneros de su ignorancia en el mundo de las sombras. Es el carácter cambiante de la realidad humana. En el cap. XXIII, cuenta don Quijote lo que ha visto:

Fui recogiendo la soga que enviábades, y, haciendo della una rosca o rimero, me senté sobre él pensativo además, considerando lo que hacer debía para calar al fondo, no teniendo quién me sustentase; y estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo, y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto. Con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora”.

En esta vida hay que aprender a valerse por sí mismo, lo primero que hace don Quijote es pensar antes de actuar, un gesto de prudencia, un canto a la soledad, condición de la libertad, experiencia típicamente humana, hay momentos en que cada uno tiene que quedarse a solas consigo mismo, y tomar graves decisiones con el riesgo que siempre hay que asumir.

Entre el vivir y el soñar, dice Machado, hay una tercera cosa el despertar. Y el conocimiento más difícil que cabe imaginar para el hombre, nos dirá Cervantes, en los consejos que adornan el alma, que propone don Quijote a Sancho para gobernar su ínsula, es el conocimiento de sí mismo, principio ético de Sócrates. El diálogo es el camino de la verdad.

Don Quijote se encuentra en la cueva con un venerable anciano, quien le describe las soledades de los que están allí, los cuales encantados de verle, confían en que de noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda cueva –como la platónica- hazaña guardada para él, persona de invencible corazón, ánimo y voluntad, para enseñarle las maravillas que contiene. Don Quijote cuenta, que cuando le dijo quien era, Montesinos en persona, le preguntó:

fue verdad lo que en el mundo de acá arriba se contaba, que él había sacado de la mitad del pecho, con una pequeña daga, el corazón de su grande amigo Durandarte y llevádole a la señora Belerma, como él se lo mandó al punto de su muerte. Respondióme que en todo decían verdad, sino en la daga, porque no fue daga, ni pequeña, sino un puñal buido, más agudo que una lezna”.

En la caverna platónica, a Sócrates, decir la verdad le cuesta la vida, a don Quijote, el dar noticia de las maravillas de la cueva de Montesinos, le cuesta su credibilidad como persona cuerda y prudente. Cuando le comparan a su Dulcinea, con Belerma, no se lía a palos con Montesinos, como le dice Sancho, sino que dice:

porque estamos obligados a tener respeto a los ancianos, aunque no sean caballeros, y principalmente a los que lo son y están encantados. Remata Sancho la conversación: “todas las cosas que le han sucedido son por encantamiento”, (los encantados no comen). “Aquí encaja bien el refrán- dijo Sancho- de “dime con quién andas: decirte he quién eres”.

Don Quijote borda la imaginación del relato, cuando le dice a Sancho que Montesinos les mostró a tres labradoras,

...y apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían junto a ella, que hallamos a la salida del Toboso…”

Cuando Sancho oyó decir esto a su amo, pensó perder el juicio o morirse de risa; que como él sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera de juicio y loco de todo punto, (como le pasa a Sócrates en el Mito de la Caverna) y, así, le dijo:

- En mala coyuntura y en peor sazón y en aciago día bajó vuestra merced, caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tú nos le ha vuelto. Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le había dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse.

La luz de las sombras en la cueva de Montesinos, se llama Dulcinea, la contemplación de su amor soñado, ilumina la persona de don Quijote, hasta tal punto, que más adelante la denominará con una de las más bellas expresiones de toda la novela, Dulcinea será “el único refugio de mis esperanzas”, tal vez su valor más esencial por lo que simboliza respecto del amor y la libertad de toda persona humana. El amor es la fuente de la esperanza y ésta de la libertad. Dulcinea existe, don Quijote la conoció, sin duda, en sueños, pero los sueños como decía Calderón, sueños son.

La luz y la verdad están en el interior, pero también moran en al cueva los afectos supremos. Para Cervantes, el amor ideal y la amistad suprema son realidades enterradas. No viven a la luz del día. No existen: son eso, ideales, que se proyectan sobre el fondo de la Cueva de Montesinos. En la vida cotidiana no hay tales. Únicamente sucedáneos. Cervantes no tuvo amigos que lo ayudaran tras su vuelta de la cautividad en Argel. Y el amor, no lo pudo conocer, salvo por sublimación de sus delirios.


Aurora Egido, Lecturas comentadas
Platón, diálogos


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