En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Sancho y la religión según el padre Campaña


Y si cristiano fue el andante hidalgo, cristiano viejo fue su escudero. Sancho era hijo del pueblo, de aquel pueblo español donde tantos frutos dio la simiente evangélica. De esta tierra esponjosa y fértil, labrada en aquella sazón por las predicaciones de Fray Luis de Granada y del Beato Juan de Avila; por la palabra concisa y nerviosa de Fray Diego de Estella, y la hondamente sentida del que escribió Los trabajos de Jesús., y la arrogante y enérgica de Malón de Chaide; por el misticismo santamente caballeresco de la Doctora de Avila, y el dulce y melancólico de San Juan de la Cruz, y el clásico y suave de Fray Luis de León; era hijo de aquel pueblo que se solazaba y regocijaba en sus populares fiestas con los autos sacramentales de Calderón de Lope y de Valdivieso, y donde antes Jorge Manrique, calzando espuela y ciñendo espada, cantaba, en medio del tropel de la batalla, aquella mansa elegía a la muerte de su padre, que se nos sale del alma en el rumiar de las penas del vida; y después el gran satírico D. Francisco de Quevedo dejaba a las veces sin concluir las epigramáticas aventuras del Gran Tacaño para filosofar sobre la Providencia de Dios y las evangélicas hazañas del Apóstol de las gentes, Sancho, en fin, era hijo de esta tierra bendita, saturada de cristianismo como las vegas de agua, que mandaba naves a Lepanto conquistadores a América, tercios a Flandes, teólogos a Trento, Velázquez al Calvario y Murillos al Cielo, para dar vida y forma humana en los lienzos a los misterios de nuestra fe.

Y cierto, Sancho debía ser hijo de su tierra, y lo fue. Zafio ganapán, encortezado, malicioso, bellaco; con más refranes, obedientes a su voluntad, que tuvo Lope de vasallos consonantes y Quevedo de burlas, y de lance picarescos el Lazarillo de Tormes, Sancho fue cristiano viejo y borbota la fe de su alma a hora y deshora, y, á las veces, cuando se le espera zahareño y aferrado á lo material y positivo, resulta manso y generoso; cuando ignorante y falto de toda luz, se le halla con puntas de teólogo; y cuando se le aguarda arrastrándose por la tierra tras los ajos y bellotas con que dar hartura á su hambre inextinguible, se le encuentra regalándose con los manjares del espíritu y las esperanzas de la otra vida.

Después del fantástico volar del Clavileño, en que Sancho dice que vio desde la región del fuego chica la tierra y mezquina y a los hombres enanos ó pigmeos, como quisiesen pasar aquellos nobles y descansados señores alegres las burlas adelante viendo que se tomaban por veras y el Duque le dijese a Sancho:

...que se adeliñase y compusiese para ir á ser gobernador, que ya sus insulanos le estaban aguardando como el agua de mayo. Sancho se le humilló, y le dijo: después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, templó en parte en mi la gana que tenía tan grande de ser gobernador, porque ¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, ó que dignidad ó imperio el gobernar á media docena de hombres tamaños como amilanas, que á mi parecer no había más en toda la tierra? Si su señoría fuere servido de darme una tantica parte del Cielo, aunque no fuese más de media legua, la tornaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.” (II, 42)

Quería Sancho mejor gozar de una partecita del Cielo, sin afanes ni cuidados, que gobernar en toda la tierra.

Y en vísperas de salir para la ínsula, cuando ya casi tocaba con sus manos el deleite de mandar y ser obedecido, y disponer de lo ajeno como de lo propio; cuando otros se venden por negros y pasan por herejes, y dejan al descubierto su honra primero que el gobierno se les vaya de las uñas, Sancho está resuelto a dejarlo todo, si con la ínsula se ha de perder su alma; y así le dijo a Don Quijote, que, dudoso de su buena disposición y entendimiento, le resquemaba el espíritu con dudas y zozobras:

Señor, si á vuesa merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto, que más quiero un solo negro de la uña de mi alma que á todo mi cuerpo; y así me sustentaré Sancho á secas con pan y cebolla, como gobernador con perdices y capones; y más que mientras se duerme, todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuesa merced mira en ello verá que sólo mesa merced me ha puesto en esto de gobernar, que yo no sé más de gobiernos de ínsulas que un buitre-, y si se imagina que por ser gobernador me ha de limar el diáblo, más quiero ir Sancho al Cielo que gobernador al inferno.” (II, 43)

Las cuales respuestas no las diera Sancho si no fuera cristiano, para quien antes que todas las ínsulas ó imperios, y tierras y playas de garamanta o indios, es buscar el reino de Dios y su justicia.


Biblioteca virtual de Andalucía.

Artículo publicado en la revista “La Alhambra”.

P. Francisco JIMÉNEZ CAMPAÑA.

Loja (Granada) 23-5-1850, Madrid 18-2-1916.

Religioso calasancio. Orador. Poeta.

Académico de la Lengua.

Tiene dedicada una estatua en Loja.


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