En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 19 de septiembre de 2021

El Avellaneda: la mejor parodia del Quijote


El Quijote de Cevantes tiene, entre otros objetivos, una crítica burlesca hacia determinadas características de su tiempo y de su espacio: política, sociedad, ideas religiosas y filosóficas… En definitiva, es un fuerte crítica del mundo existente, de la sociedad que le rodea, en una concepción ateísta y racionalista de la vida, en la línea, que según Gustavo Bueno luego seguiría Baruk Spinoza. Sin embargo, el autor del Avellaneda se limita a intentar degradar a Cervantes y su Quijote, y, para ello, utiliza los recursos de la parodia, pero sin buscar efectos cómicos, no quiere hacer reír al lector, sino perjudicar la obra de Cervantes. Así, se podría afirmar que el Quijote de Avellaneda es una parodia degradante de la primera parte del Quijote de Cervantes, y no una parodia cómica o burlesca del mismo.

Persigue que el lector perciba la novela de Cervantes como un texto escrito por un necio, Cervantes, y protagonizado por otro necio, don Quijote, acompañado de personajes de muy baja consideración como puede ser Sancho Panza. Para conseguirlo utiliza la parodia que desde la preceptiva la definimos como la imitación burlesca de un referente serio. Pero, como hemos dicho, Avellaneda, sea quién sea, tiene poco sentido del humor, por lo que usa más la degradación que la burla.

En el hipertexto de Avellaneda, la imitación del hipotexto de Cervantes se articula en tres dimensiones con las siguientes relaciones:

Relaciones de semejanza o analogía.

Avellaneda reproduce episodios semejantes con intenciones diversas. Don Quijote y Sancho están presentes de forma semejante en ambos textos. Dulcinea, sin embargo, analógicamente, esta suprimida en el Avellaneda y sustituida por una mujer de las más baja consideración.

La imitación con un fondo retador de unos escritores a otros era muy frecuente en el siglo de oro, con el fin de superar al autor imitado, cosa que en absoluto consigue el Avellaneda. Son muchos los episodios imitados del de Cervantes, entre los que podríamos destacar: la pérdida de rucio de Sancho en los capítulos 7 y 21; el de la disputa por el ataharre, que en el de Cervantes tenía lugar en la Venta de Palomeque junto al asunto del Yelmo de Mambrino.

Avellaneda construye su Quijote como una imitación peyorativa que no consigue mejorar al de Cervantes debido, entre otros motivos, a su empeño en degradarle.

Criterios de proximidad o paralelismo.

Se repiten muchas de las características narrativas y estructurales. En el Quijote de Cervantes, el cronista, el historiador arábigo que cuenta la historia, que en realidad no cuenta nada, porque es una figura retórica, tiene su paralelo en el Avellaneda en el sabio Alisolán. Otra estructura en paralelo es la acumulación sistemática de relatos intercalados protagonizados por el ermitaño como narrador o por el soldado Bracamonde, que cuentan una serie de historias con un discurso narrativo similar a lo narrado en el Quijote de Cervantes. Dialécticamente mantienen una posición frontal, pues si las de Cervantes están escritas en un racionalismo antropológico, las del Avellaneda lo están en un racionalismo teológico tridentino. Tenemos también en los preliminares del Avellaneda un soneto burlesco que podemos considerar en paralelo con los de la primera parte del de Cervantes. Igualmente podemos hablar de la proliferación de secuencias donde aparecen gigantes y encantadores…

Cervantes hará lo mismo en su libro de 1615, pero no para deagradarlo sino para mejorarlo. El ejemplo más relevante es el personaje de Alvaro Tarfe, personaje que toma Cervantes del Avellaneda, y que en el Quijote de 1615, el mismo personaje, compara al don Quijote y Sancho, de uno y otro libro, con clara ventaja del cervantino. En el Avellaneda, su secretario, don Carlos, se disfraza de princesa Burlerina para reducir a don Quijote y llevarlo a Toledo con el fin de recatarlo de un alevoso príncipe de Córdoba, en imitación a lo que en el de Cervantes había hecho Dorotea disfrazándose de la Princesa Micomicona.

Otro ejemplo de paralelismo se da cuando el protagonista, don Quijote, interrumpe y destruye la representación de una comedia de Lope de Vega que se titula el Testimonio vengado, haciendo unos destrozos comparados a los que, en el cervantino, don Quijote causa en el Retablo de Maese Pedro, en el que está detrás el galeote Ginés de Pasamote, para muchos el autor del Avellaneda, y muy criticado en el Quijote cervantino.

En el episodio de las tres labradoras, donde Sancho encanta a Dulcinea y engaña a su señor, se reproduce literalmente un dicho popular: “¡jo, que te estrego, burra de mi suegro!”, que hace referencia a la expresión que hacen las damas que acompañaban a la supuesta Dulcinea, considerando como una burla el lenguaje engolado de don Quijote.

Todas estas relaciones paralelas pretenden degradar el Quijote cervantino por encima de cualquier tipo de gracia. Esto demuestra que uno y otro autor sabían lo que el otro estaba escribiendo, pues circulaban entre el pueblo los papeles de ambas obras antes de su publicación. Alfonso Martín Jiménez, en su novela “Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes”, afirma que Cervantes escribió la segunda parte teniendo delante el manuscrito del Avellaneda, y que la menciona por primera vez cuando esta obra se publica de hecho.

Criterios dialécticos.

Con argumentaciones completamente enfrentadas. El ejemplo más claro es el de Ducinea, una mujer ideal en el Quijote 1605, y después, en el de 1615, una mujer idealizada, frente a la vulgaridad de la prostituta Bárbara que acompaña a don Quijote en el Avellaneda.

Don Quijote en la obra cervantina posee una locura ingeniosa, construida desde la cordura de Alonso Quijano con intenciones lúdicas, cómicas, burlescas, y con una profunda crítica de la sociedad, la política, el clero, la nobleza inoperante… El Quijote de Avellaneda tiene la locura de un necio, un personaje que no tiene gracia alguna, y que toda la importancia que tiene se la debe al Quijote de Cervantes.

Si Cervantes tenía como objeto de la parodia humorística todos los idealismos de su tiempo, el objeto del Avellaneda es simplemente la degradación del Quijote de Cervantes. El Avellaneda carece de humor, un libro escrito con mucha mala leche y poca gracia, que su único objetivo es destruir a Cervantes y a su Quijote.

La principal enseñanza de Quijote de Cervantes, según apunta Jesús G. Maestro, aún hoy día, mucha gente no la ha comprendido: que todo idealismo conduce irremediablemente al fracaso.



Texto basado en la Crítica de la interpretación literaria, y en el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno.



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