En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 18 de abril de 2021

La novela de caballería


Los paradigmas son las características genéricas de una obra literaria que
sirve de ejemplo y que se explican desde un punto de vista de su realización dentro de la especie que constituye la obra literaria.

Las características genéricas del Quijote, que es una novela, dentro de la cual estudiamos los diferentes tipos de novela que se desarrollan. Hablamos del género, la novela, y de sus especies (novela morisca, de caballería, epistolar…). Los paradigmas designan las partes esenciales en un género.

En el Quijote adquieren desarrollos específicos, al menos, hasta diez especies.

  1. La novela de caballería.

  2. La novela pastoril

  3. La novela bizantina o de aventuras

  4. La novela morisca

  5. la novela cortesana, italiana o sentimental

  6. La novela picaresca (en los episodios de Ginés de Pasamonte)

  7. La novela epistolar

  8. La novela fantástica y relatos maravillosos (la bajada a la Cueva de Montesino)

  9. La novela autobiográfica (el relato del cautivo)

  10. La novela gnológica (episodios moralistas, didacticos, docentes, sentencias, refranes)


La novela de caballería

Nos referimos a ella pero no para confirmar que el Quijote es una crítica a la novela caballeresca, sino para todo contrario. Que es una crítica a los libros de caballería lo dice Cervantes en el prólogo de la primera parte, pero es una más de las muchas mentiras que ha propósito vierte el autor en su obra literaria. Es por eso que es tan difícil reconstruir el pensamiento de Cervantes a través de sus obras. Además, en el Quijote, construye una serie de autores que actúan con enorme cinismo en la narración, que son unos tremendos fingidores y muy poco de fiar.

Considerar que el Quijote se escribe para parodiar los libros de caballería es aceptar una mentira que Cervantes puso en circulación para despistar a los lectores y a la Inquisición, pero no cabe duda que ha despistado también a numerosos cervantistas. Eso es confundir al objeto de la parodia con el código de la parodia.

El Quijote toma como código a los libros de caballería para criticar, burlarse o parodiar o degradar todo tipo de idealismos, que son el objeto de la parodia: el ideal de amor representado en esos libros, el amor cortés; el ideal de justicia objetivado en los libros de caballería, propio del medievo; el modelo de guerra y belicosidad, un modelo imposibles en el siglo XVI y XVII. En resumen, todos los valores objetivados en los libro de caballería propios de la Edad Media, como la idea del honor, o la idea de política, que ya en el Renacimiento, con la configuración del estado moderno, son inviables. Un caballero andante ya no tiene potestad de impartir justicia con la creación de los estados en el siglo XVI; es incompatible con la legalidad. Ya, en esa sociedad, no caben las hazañas de un Cid Campeador.

El tratamiento que la literatura caballeresca recibe en el Quijote, es un tratamiento crítico y burlesco, no contra esa literatura, sino contra los contenidos exaltados en el misma. Esos ideales en la nueva sociedad conducen al fracaso, ese es el mensaje que Cervantes repite una y otra vez en el Quijote. Hoy día Cervantes diría que a los proyectos además de ponerle ilusión, lo más importante para llevarlos a cabo, es ponerles trabajo, sacrificio y sobre todo mucha realidad, y si al decir que se le pone ilusión, lo que se trata es de ocultar la realidad, entonces fracasarán seguro. Las cosas hay que hacerlas ante todo con sentido de la realidad. Cualquier otro adjetivo denota incompetencia, porque no todo el mundo tiene la capacidad de ser realista. No se puede leer el Quijote para justificar el idealismo cuando lo que nos dice es que los ideales nos conducen al fracaso.

Los libros de caballería están convocados en el Quijote como el código que sirve para la degradación del objeto parodiado que es el mundo ideal objetivado en esos libros. Los dos grandes motivos o referencias de los libros de Caballería son:

  • La Caballería o milicia medieval de los grandes señores, cada uno con su tropa.

  • El amor, en tanto como “amor cortés”.

En don Quijote se cumplen estas dos referencias: el héroe es Caballero y enamorado. No se pude hablar de un Caballero andante sin su enamorada, porque el que ama vale más que el que no ama. Aunque ese amor cortes no sea correspondido, eso no importa. Lo que importa es que por ese amor se pueda construir poéticamente. Dos tradiciones confluyen para dar origen a los libros de caballería:

  • El romance francés

  • La narrativa épica española

En el Renacimiento este tipo de libros ya están agotados, pero Cervantes los toma como referente del motor que dirige la mente de Alonso Quijano para crear la figura de don Quijote. Para el Renacimiento, los libros de caballería son un código en el que se objetiva un mundo arcaico, que señala a don Quijote como un ser fuera de su tiempo que se construye un mundo ideal. Es ideal porque no tiene operatoriedad ninguna, su forma de relacionarse, de articular su política, de entender la justicia; una idea y concepto de guerra inoperante. La literatura caballeresca tienen en el Quijote citas puntuales y muy importantes. Dos de las principales, y que no pueden ser eludidas son:

  • La conversación que el canónigo de Toledo mantiene en el capítulo 47 y 48 de la primera parte con Pero Pérez, el cura de la aldea de don Quijote. Una conversación muy lúcida sobre los libros de caballería y sobre el teatro de Lope.

  • En la segunda parte, en los capítulos 12, 13, y 14, en el encuentro de don Quijote con el Caballero del Bosque o de los Espejos, que no es otro que Sansón Carrasco, que disfrazado de caballero pretende vencer a don Quijote en lid caballeresca y, con su propia ley, hacerle volver a su aldea.

El canónigo habla de los libros de caballería con el fin de que sirvan de introducción a una condena que Cervantes hace del teatro de Lope de Vega. Los libros de caballería están traídos aquí, por los pelos, como una demostración de que el irracionalismo literario no debe ser tolerable para el racionalismo humano. Al hilo de esto Cervantes plantea que el teatro de Lope es tan irracional e inconsecuente para el arte como lo son los libros de caballería. De alguna manera, aquí Cervantes es muy malvado al poner el arte de Lope a la misma altura que los denostados libros de caballería. Las palabras del canónigo dicen así:

...Y, si a esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosas de mentira, y que así, no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía yo que tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera, y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible. Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe. ”

Este párrafo podría haberlo escrito Aristóteles porque, en definitiva, es aristotelismo puro, pero no hay nada más irónico, porque Aristóteles que consideraba que la imitación o la mímesis es el principio generador del arte, y por tanto, el arte una copia de la realidad, es algo que está en las antípodas del pensamiento de Cervantes, que ha creado géneros como la novela que Aristóteles nunca imaginó, y que no es la reproducción de la realidad sino la crítica de la realidad a través de la literatura. Por tanto si hay algún autor alejado de Aristóteles en cuanto a la visión del arte es Cervantes, que convoca aquí al aristotelismo porque le resulta útil para atacar el teatro de Lope de Vega, acusando su irracionalidad en contra del principio de verosimilitud y de la operatoriedad del mundo real.

Esas son las acusaciones que en nombre de Aristóteles y la preceptiva clásica del Renacimiento Cervantes pone sobre la mesa. Pero todo esto es una argucia, porque Cervantes no basa su arte en la mímesis, no es nada aristotélico. Cervantes es un heterodoxo completo. En el Quijote presenta a un noble venido a menos como un ser ridículo, y a un aldeano como gobernador. Cervantes aquí actúa como un auténtico cínico que respira por la herida de la enemistad, al criticar la obra de Lope apoyándose en unas ideas con las que no comulga.

Esta teatralidad que está en contrapunto con los libros de caballería, no es casual. Todo el Quijote concibe desde la teatralidad más extrema, más literaria, y más radical todo lo relacionado con los libros de caballería. En el encuentro con el Caballero de los Espejos, del Bosque, o de la Selva, en los capítulos 12, 13 y 14, de la segunda parte, se presenta envuelto en un ambiente muy teatral. Le precede la aventura de los Carros de la Muerte, donde en plena noche, don Quijote y Sancho se encuentran con estos personajes simbólicos de la vida humana, dando resonancia al pasaje y una cita con el teatro: son unos cómicos que se desplazan de un pueblo a otro, para no perder tiempo, disfrazados de los personajes que representan en el auto sacramental (la muerte, el emperador…); la vida humana como un teatro en el que al final Dios, destruye todos esos papeles para volverlos al más allá, democratizándolos con la muerte (ahí está cita de las piezas del ajedrez, que tienen su función en el tablero, pero que, cuando acaba la partida, todas van a la misma caja). Este pasaje introduce de forma inflamable al Caballero de los Espejos, que es el propio Sansón Carrasco disfrazado (de ahí la teatralidad de la escena), que pretende vencer a don Quijote conforme al código de la caballería y hacerle volver a su aldea.

La única forma de convencer a don Quijote es usar su propio racionalismo y vencerle según su código y exigirle una reparación una vez vencido. Sansón Carrasco fracasa en su intento porque la mula que monta no se mueve en el momento preciso, y don Quijote arremete contra él y lo derriba. Se muestra en la escena la propia torpeza del bachiller que no se ha tomado en serio su propósito, que no se ha preparado un encuentro que le deja humillado por su incompetencia. El propio personaje de Sansón Carrasco se nos presenta a lo largo de la novela como grotesco y ridículo y con un tono malvado que se acrecienta a medida que la obra avanza.

Veamos lo que ocurre en este teatral pasaje en el que el bachiller es el principal personaje:

El decir esto y el tenderse en el suelo todo fue a un mesmo tiempo; y, al arrojarse, hicieron ruido las armas de que venía armado, manifiesta señal por donde conoció don Quijote que debía de ser caballero andante; y, llegándose a Sancho, que dormía, le trabó del brazo, y con no pequeño trabajo le volvió en su acuerdo, y con voz baja le dijo:

-Hermano Sancho, aventura tenemos.

-Dios nos la dé buena -respondió Sancho-; y ¿adónde está, señor mío, su merced de esa señora aventura?

-¿Adónde, Sancho? -replicó don Quijote-; vuelve los ojos y mira, y verás allí tendido un andante caballero, que, a lo que a mí se me trasluce, no debe de estar demasiadamente alegre, porque le vi arrojar del caballo y tenderse en el suelo con algunas muestras de despecho, y al caer le crujieron las armas.

-Pues ¿en qué halla vuesa merced -dijo Sancho- que ésta sea aventura?

-No quiero yo decir -respondió don Quijote- que ésta sea aventura del todo, sino principio della; que por aquí se comienzan las aventuras. Pero escucha, que, a lo que parece, templando está un laúd o vigüela, y, según escupe y se desembaraza el pecho, debe de prepararse para cantar algo.

-A buena fe que es así -respondió Sancho-, y que debe de ser caballero enamorado.

-No hay ninguno de los andantes que no lo sea -dijo don Quijote-. Y escuchémosle, que por el hilo sacaremos el ovillo de sus pensamientos, si es que canta; que de la abundancia del corazón habla la lengua.
...

-Sentaos aquí, señor caballero, que para entender que lo sois, y de los que profesan la andante caballería, bástame el haberos hallado en este lugar, donde la soledad y el sereno os hacen compañía, naturales lechos y propias estancias de los caballeros andantes.

Todo es muy teatral. Nosotros observamos la escena desde la perspectiva del espectador. Sansón Carrasco está interpretando para entrar en el racionalismo de don Quijote. Tenemos en el episodio un claro caso de narrador en el teatro. Los dos caballeros entran en relación, uno creyendo, el otro fingiendo; uno en su locura, el otro en el juego de la locura ajena. Es teatral la escena porque el protagonista Sansón Carrasco está fingiendo algo que no es; esta confusión entre la realidad y la ficción se muestra de forma inocente con un cinismo tremendo por parte del narrador, presentando lo que no es como si lo fuera; como si las apariencias pudieran reemplazar la realidad. Así describe el narrador cómo don quijote y Sancho ven las cosas al amanecer:

Mas, apenas dio lugar la claridad del día para ver y diferenciar las cosas, cuando la primera que se ofreció a los ojos de Sancho Panza fue la nariz del escudero del Bosque, que era tan grande que casi le hacía sombra a todo el cuerpo. Cuéntase, en efecto, que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas, de color amoratado, como de berenjena; bajábale dos dedos más abajo de la boca; cuya grandeza, color, verrugas y encorvamiento así le afeaban el rostro, que, en viéndole Sancho, comenzó a herir de pie y de mano, como niño con alferecía, y propuso en su corazón de dejarse dar docientas bofetadas antes que despertar la cólera para reñir con aquel vestiglo.

Fíjense lo grotesco: el escudero del Caballero del Bosque se ha puesto unas narices utilizando una especie de berenjena, tan grande que hacía sombra a todo su cuerpo. A Sancho le daba tanto miedo el verle que prefería que le diesen doscientas bofetadas antes que reñir con ese monstruo.

Don Quijote miró a su contendor, y hallóle ya puesta y calada la celada, de modo que no le pudo ver el rostro, pero notó que era hombre membrudo, y no muy alto de cuerpo.

No le vio la cara pero notó que era robusto y bajito.

Sobre las armas traía una sobrevista o casaca de una tela, al parecer, de oro finísimo, sembradas por ella muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera galán y vistoso; volábanle sobre la celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y blancas; la lanza, que tenía arrimada a un árbol, era grandísima y gruesa, y de un hierro acerado de más de un palmo.

Todo al parecer, dice el narrador. Todo teatral, se narran la apariencias para buscar la realidad: el narrador dice que hay un Caballero andante, pero en ningún momento dice que es Sansón Carrasco, y a continuación nos hace la descripción cómica de él.

Cuando don Quijote observa su entorno y ve al escudero del de los Espejos en el terreno de juego, no se extraña menos de su apariencia que lo había hecho Sancho.

Ofreciéronsele en esto a la vista de don Quijote las estrañas narices del escudero, y no se admiró menos de verlas que Sancho; tanto, que le juzgó por algún monstro, o por hombre nuevo y de aquellos que no se usan en el mundo.

Ahonda en la ridiculez de la escena, que ya había empezado cuando nos describía el caballo o mula del Caballero del Bosque, aún más irrisorio que Rocinante, y que por culpa de que ni siquiera fue capaz de arrancar en la embestida, o quizás por la propia torpeza del caballero, perdió el combate. No hay nada más ridículo que ser abatido por una persona ridícula. Una inversión de los valores de la caballería andante, donde su código queda triturado, ese ideal de la caballería, de héroe. ¿Qué ideal queda aquí? Cuando lo único que estamos viendo es cómo la realidad tritura y hace fracasar todo idealismo. Los idealismos pueden tolerar el insulto (me llaman loco porque sueño), pero no el ridículo; y Cervantes hace eso, ridiculizar a los imbéciles; no les llama imbéciles, les hace que sean ellos los que muestren su imbecilidad, que se percaten que no tienen elementos para conducirse por camino acertado. En el Quijote no hay ni un solo pasaje en el que no se ridiculice a los idealistas. Veamos lo que le ocurre a Sansón Carrasco por no saber ver la realidad:

En lo que se detuvo don Quijote en que Sancho subiese en el alcornoque, tomó el de los Espejos del campo lo que le pareció necesario; y, creyendo que lo mismo habría hecho don Quijote, sin esperar son de trompeta ni otra señal que los avisase, volvió las riendas a su caballo -que no era más ligero ni de mejor parecer que Rocinante-, y, a todo su correr, que era un mediano trote, iba a encontrar a su enemigo; pero, viéndole ocupado en la subida de Sancho, detuvo las riendas y paróse en la mitad de la carrera, de lo que el caballo quedó agradecidísimo, a causa que ya no podía moverse. Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados; y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiese mover un solo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera.

La mula o el caballo dio cuatro pasos y se detuvo. Rocinante, despacio, pero anduvo más y así derribo el de la Triste Figura al de los Espejos. Aquí se rompen los idealismos y se termina la farsa, acaba la actuación teatral… Don Quijote le levanta la celada y descubre que el Caballero de los Espejos tiene la cara de Sansón Carrasco. Entonces don Quijote hace lo que siempre hace, echar mano a los encantadores para preservar su juego, y dice que estos han convertido al Caballero del Bosque en mi amigo el bachiller, y como es su amigo le perdona la vida. Don Quijote siempre preserva su juego, no hay mayor cinismo: la ruptura de la ilusión teatral solo tiene una salida, los encantadores.

Apenas le vio caído Sancho, cuando se deslizó del alcornoque y a toda priesa vino donde su señor estaba, el cual, apeándose de Rocinante, fue sobre el de los Espejos, y, quitándole las lazadas del yelmo para ver si era muerto y para que le diese el aire si acaso estaba vivo; y vio... ¿Quién podrá decir lo que vio, sin causar admiración, maravilla y espanto a los que lo oyeren? Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la pespetiva mesma del bachiller Sansón Carrasco.

Y el juego teatral continua porque don Quijote así lo quiere. No le mata, no actúa según su código y el Caballero del Bosque ahora no se mueve ya por el deseo de salud de don Quijote, sino por el deseo de venganza. Di en el cap 15:

“… porque pensar que yo he de volver a la mía, hasta haber molido a palos a don Quijote, es pensar en lo escusado; y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos.”

Y esto lo llevará a cabo en las playas de de Barcelona disfrazado del Caballero de Blanca Luna. Hay dos momentos especiales en los que la literatura caballeresca adquiere relevancia, por el valor semántico de la crítica de su código:

  • El episodio del lacayo Tosilos con don Quijote en el palacio ducal.

  • Y cuando el Caballero de la Blanca Luna se enfrenta por venganza a don Quijote en la playa de Barcelona, y lo derrota para devolverlo a su aldea.

Queda claro que uno de los paradigmas del Quijote como género literario es el valor que dentro de esta novela desempeñan los libros de caballería como especie del genero literario, que tiene un valor marcado en tres dimensiones:

  1. Crítica y paródica, sobre el ideal de justicia, de política, de guerra, de honor; de sociedad insoluble en los estados modernos entre los que España ocupa un lugar dominante y genuino.

  2. Teatral y lúdica, cuando Sansón Carrasco se disfraza de caballero andante.

  3. Cita con la teoría literaria. Como lo es el diálogo del canónigo de Toledo con el cura de la aldea, que sitúa a la literatura caballeresca sofisticada y reconstructivista en un irracionalismo incompatible con la realidad.


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