En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Inés y la alegría

Inés y la alegría, novela de Almudena Grandes, cuenta la historia de la invasión del Valle de Arán, que tuvo lugar entre el 19 y el 27 de octubre de 1944, por parte de un ejército de guerrilleros que se propusieron liberar a España, una asombrosa y quijotesca hazaña, tan grande, tan ambiciosa, tan importante como para poder aceptar sin estupor que sea, al mismo tiempo, tan desconocida. Si, una operación militar desconocida por la mayoría de los españoles porque fue la consigna que el gobierno de Franco impuso “si no se habla no ha existido”. No existió para la autoridades franquistas, pero tampoco para la dirección de PCE, ya que Jesús Monzón Reparaz, responsable político de la operación, se había hecho con las riendas de PC a base de talento y ambición, pero sin la autorización de Pasionaria y toda la cúpula del partido que estaban en el exilio dorado de Rusia.
Una novela irrefrenable, sobre mujeres y hombres que lucharon con convicción por recuperar su país, sobrevivieron luego en el exilio y regresaron, tras la muerte de Franco, a una España desconocida e indiferente con su modesta epopeya.

Inés y la alegría es el primero de los Episodios de una guerra interminable, un proyecto narrativo integrado por seis novelas independientes, que comparten un mismo espíritu y rinden homenaje a los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. A diferencia de estos, los Episodios de Almudena Grandes no aspiran a relatar grandes batallas, sino a reconstruir, desde la ficción, historias reales igual de heroicas, pero mucho más modestas, de la posguerra, los «momentos significativos» de la resistencia antifranquista.

Personalmente es una de las novelas que más me ha gustado de Almudena Grandes, y he recordado unos pueblos por los que, en mi formación, en el año 74, sufrí, entre masías y palleses, una “supervivencias” que superé gracias a los guindos de la Seu y un buen trozo de tocino del pueblo oculto en el culo de la mochila. Es una novela donde la ficción envuelve a los personajes principales, que están insertados en un acontecimiento histórico en el que aparecen otros personajes secundarios tan reales como Pasionaria, Carrillo, Monzón, Carmen de Pedro, Agustín Zoroa, Francisco Antón… Almudena es una magnífica escritora que en su literatura programática no da "puntada sin hilo".

Es rigurosamente cierto que el 19 de octubre de 1944, cuatro mil hombres que formaban parte de un ejército, que habían combatido en Francia contra los nazis, cruzaron los Pirineos e invadieron el valle de Arán, así como otros cuatro mil habían ido pasando desde finales de septiembre por otros puntos de la frontera, en una maniobra de distracción que tuvo éxito. La biografía existente a la que he recurrido ahora es escasa, compleja y contradictoria: La invasión de los maquís, de Daniel Arasa; Hasta su total aniquilación, de Fernando Martínez de Baños; Derrotas y esperanzas, de Manuel Azcarate.

Si encontráis algo más, hacédmelo saber.




9 comentarios:

  1. Exilio dorado de Rusia creo que para un grupo muy reducido

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  2. Pasionaria y tres o cuatro más que se pringaron bien con Stalin. A continuación busco y pego un relato muy crudo de los niños que fueron a Rusia durante la guerra. Es parte de las memorias de Jesús Hernández que fue ministro con Stalin; en ella da testimonio de algunas de las desgracias y engaños vividos. son muchas, pero este de los niños es espeluznate.

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  3. Los niños gozaron de un excelente trato mientras en España hubo guerra. Al terminarse la lucha con nuestra derrota, las consecuencias comenzaron a reflejarse en las atenciones y cuidados de nuestras criaturas. Ya no eran niños con la perspectiva de regresar en cualquier momento a su patria y maravillar a sus padres con el relato de la exquisita hospitalidad de la U. R. S. S. Ahora eran cinco mil refugiados más que de invitados pasaban a constituir una carga permanente para el Estado soviético. Y comenzaron los reajustes en los presupuestos y la introducción de medidas disciplinarias y de reglamentos educativos que trastornaron la vida y la enseñanza de nuestros niños y del personal docente español. Nuestros profesores pasaron a un plano secundario. La dirección de las Colonias se encomendó a burócratas rusos, la mayoría de los cuales no tenía ni siquiera nociones de pedagogía. El idioma español pasó a segundo plano.
    Los burócratas rusos sometieron a nuestros alumnos a un régimen escolar en el que se alternaba el estudio con la tala de leña en los bosques en el invierno para el abastecimiento de la cocina y de la calefacción, y se obligaba a los pequeñuelos a levantarse en los gélidos amaneceres del invierno ruso para cumplir, antes del desayuno, con la «norma» de leña. En el verano les obligaban, desde que apuntaba el día, a realizar toda clase de faenas agrícolas y sembrar y recolectar para la atención de su propio consumo.
    Los pequeñuelos se resistían y como no podían eludir la realización de aquellas faenas impropias de su edad y de su condición de colegiales, se vengaban en sus propios estudios, especialmente del ruso, dando índices bajísimos de asimilación y capacitación.
    Una excesiva fatiga y una deficiente alimentación limaron la salud de los niños. En 1941-1942, una inspección médica que obligamos al Comisariado de Educación a realizar en todos los planteles de niños españoles, dio la proporción aterradora de más de un 50 por 100 de tuberculosos y de otro 30 por 100 de pretuberculosos. El porcentaje de mortalidad aumentaba de día en día, registrando en el primer año de guerra en la U. R. S. S., un 15 por 100, es decir, unos 750 fallecimientos. Algunos, los casos más graves, pudimos conseguir el trasladarles a sanatorios. Pero la mayoría siguieron un calvario de penalidades y sufrimientos inauditos arrastrándose a través de toda la inmensidad territorial soviética huyendo de los alemanes. No había un plan de evacuación. Cada director tiraba para donde se le antojaba y unas veces a pie y otras en furgones de tren, emprendían las repetidas huidas, sin organización ni aprovisionamiento, dándose casos de que pasaran días enteros sin probar bocado bajo el clima implacable del invierno ruso. En las cercanías de Krasnoarmeinsk, en Stalingrado, 16 niños que se quedaron rezagados por el cansancio de las tremendas jornadas a pie, con los alemanes en los talones, fueron atrapados por éstos. Los niños fueron conducidos a Alemania donde fue a hacerse cargo de ellos una comisión de falangistas españoles. Entre los pequeños prisioneros se encontraba la hija de Virgilio Llanos, dirigente socialista y comisario durante nuestra guerra. Asqueados de la vida soviética, resentidos por los tratos recibidos, estos niños fueron hábilmente utilizados por la propaganda hitleriana y por la Falange española.

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  4. Las colonias españolas fueron a parar a los lugares más distantes e inhóspitos de la Unión Soviética. Unas llegaron a Samarkanda y Kakan en la Rusia Asiática y otras hasta las estribaciones de los Urales, en Siberia Central.
    Muchos de nuestros niños eran ya adolescentes de ambos sexos. Habían pasado seis o siete años desde que salieron de España. Los más pequeños sufrían llorando las terribles calamidades de aquellas marchas y contramarchas, de las huidas empavorecidas durante semanas y meses, muertos de hambre, comidos de miserias y ateridos de frío. Los mayorcitos con quince o dieciséis años rompieron todas las amarras de la cuartelera disciplina y comenzaron a vivir por su propia cuenta. En Taskhent llegaron a organizarse en bandas de salteadores que robaban a mano armada y realizaban toda clase de tropelías entre los habitantes de la región. Preferían la muerte o el presidio a continuar pereciendo de hambre en los colectivos escolares. En Samarkanda y en Tibliss (Georgia) las jovencitas aprendieron que podían mitigar el hambre prostituyéndose, entregándose a los oficiales del Ejército o a los altos burócratas del Partido o de la Administración que eran los únicos que podían pagar sus caricias con un pedazo de pan. No pocas de ellas quedaron embarazadas.
    Algunos de nuestros pilletes se dedicaron a robar en los trenes. Fueron a parar a las cárceles. En Kakan asaltaron una panadería. Aprehendido uno de ellos resultó ser el hijo de Carrasco, coronel del Ejército republicano y a la sazón coronel del Ejército Rojo en la Escuela Frunce de Moscú. El niño murió tuberculoso en la cárcel.

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  5. ¿Y Almudena Grandes, qué opinión te merece?

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  6. He leído casi todo lo publicado por ella. Eso quiere decir que me gusta, se trabaja mucho sus novelas y su narrativa es bastante buena. Ahora bien, para saber lo que lees, sobretodo cuando repites porque lo leído te ha gustado, hay que saber algo del autor: yo sé que practica una literatura programática o imperativa, que es acrítica en muchos casos. Su racionalismo crítico se pierde en cuanto aparecen los dogmas que la sustantivan. Quiero decir que con frecuencia hace literatura de compromiso que no están comprometidas con el ser humano como tal, sino con determinada ideología, para manipular a veces allá hasta donde pueda. A mi eso no me parece mal cuando es el caso, como el de Almudena, que oculta sus ideas. Ella no te da gato por liebre, te da lo que tiene.

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  7. Qué papel jugó Francia en esta operación.

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  8. El gobierno provisional yo creo que ni se enteró. Otra cosa pudo ser los comunistas franceses, que hasta hace poco habían peleado junto a muchos de esos españoles en la resistencia francesa. Quizás, igualmente, no se enteraron pues había un pacto político que lo pudo impedir. Esto Almudena casi ni lo toca, muy de pasada. Pego un extracto del comunicado que por orden de Dimitrov, Secretario General de IC, da Jesús Hernández, ministro de Stalin a los comunistas españoles a finales de 1942, que por acuerdo de Churchil y Stalin interrumpia la oposición abierta a Franco. El del libro “El país de la gran mentira”, de Jesús Hernández ex-Ministro de la República y miembro del ejecutivo del Komitern, en el que claramente se ve que esta operación se hizo contra las directrices de Stalin:

    «Los momentos trascendentales que vivimos obligan a deponer las diferencias, los odios y las pasiones que nos separaron hasta hoy, para colocar por encima de todo los intereses supremos de España»... «Para lograr esa unidad de lucha el pasado no debe ser un obstáculo»...
    Y dejando a un lado toda reivindicación republicana, mejor dicho, renegando de ella, abogaba el documento por «la unión nacional hasta con las fuerzas más conservadoras» y por «la formación de un Gobierno de Unión Nacional».
    Unos párrafos más adelante continúa.
    No somos nihilistas ni quijotes y sabemos que la política no debe ser fruto de arrebatos pasionales ni de sentimentalismos suicidas.

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