En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 9 de junio de 2024

Los principios de don Quijote


Contra pereza, diligencia”, debía de rezar el catecismo personal de don Quijote, el cual, “dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante; y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel.” (I, 2; 41)

Él mismo declara lo aprendido en su catequesis voluntarista en la carta a Sancho, cuando contrapone la ociosidad en que se halla en el palacio de los duques al “negocio” que le espera -entendido en su sentido etimológico-, o sea, el desagravio de la hija de doña Rodríguez:

Yo pienso dejar presto esta vida ociosa en que estoy, pues no nací para ella. Un negocio se me ha ofrecido, que creo que me ha de poner en desgracia destos señores.” (II,51,973)

Los caballeros andantes y, por tanto, el mismo don Quijote son el antídoto contra el imperio de la pereza; su ausencia del mundo es una señal clara de la decadencia de la virtud:

Cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran; pero triunfan ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo. (II,18; 712)

Mas agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía, y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caballeros. (II,1)

Asociados a los dos términos básicos desgrana don Quijote un doble rosario de términos antitéticos, los ejes semánticos subyacentes a su ideología caballeresca: por un lado encontramos la serie negativa pereza - ociosidad - vicio - arrogancia - teórica de las armas; por el otro, la positiva diligencia - trabajo - virtud – valentía - práctica de las armas. La primera cadena de significados define a la Edad de Hierro de la sociedad contemporánea; la segunda a la Edad de Oro de la utopía caballeresca. Ambas quedan resumidas en el codicilo (testamento) de las armas: en la sociedad contemporánea se teoriza acerca de las armas; en el mundo caballeresco se usaban.

No parecerá extraño que el caballero de la voluntad, del querer ser, que es don Quijote, conjugue su acción según la antítesis ociosidad / negocio. Sí lo será, en cambio, que la misma antítesis explique la acción de personajes cuerdos, como don Luis, el cual justifica del siguiente modo su persecución de doña Clara:

No alcanzan perezosos

honrados triunfos ni vitoria alguna.

Ni pueden ser dichosos

los que, no contrastando a la fortuna,

entregan desvalidos

al ocio blando todos los sentidos. (I, 43; 475)


Para don Luis “ocio blando” parece más emparentado con la ociosidad de quien “no quiere trabajar”, que diría Pero Pérez, que con el ocio estudioso y desocupado que requiere de su lector Cervantes.

La dicotomía pereza / diligencia funda la energía enfrentada de los personajes, sin distinguir entre locos y cuerdos: el protagonista de la propia historia es aquél que, rehuyendo los cantos de sirena de la ociosidad, decide tomar en sus manos su destino y actuar con diligencia y solicitud; así se comportan Dorotea y Cardenio, el cautivo y Zoraida, y toda la caterva de personajes migratorios de los dos Quijotes. El mundo representado ordena sus contenidos en torno a este eje semántico central. La relación entre el lector y el libro es gobernada, como ya hemos visto, por el mismo vector dicotómico y, como enseguida veremos, ni siquiera la relación entre el autor y el texto escapa a su esfera de influencia. Los tres aspectos fundamentales del libro como producto semiótico, la emisión, el mensaje y la recepción, las tres facetas que convierten a un texto en un objeto de relación social, deberían responder, según Cervantes, a un orden de significados prevalente: la dicotomía pereza / diligencia. No hay una valoración ética, eufórica o disfórica, del eje semántico en cuestión; simplemente el autor lo coloca a la cabeza de la jerarquía de valores funcionales que regulan la inclusión del texto en la sociedad; por lo que no te parecerá fuera de lugar, lector severo, que me aventure a sostener que para Cervantes la antítesis pereza / diligencia constituye uno de los núcleos de su ideología y de la de la sociedad de su tiempo, siendo como es una de las enseñanzas de la doctrina católica, que opone al pecado capital de la pereza la virtud de la diligencia. Más aún, llega a tanto la importancia que le concede el autor a dicho eje semántico que él mismo lo adopta, siguiendo el ejemplo de sus personajes y sus lectores, como motor de la actividad literaria; y así vemos que renuncia a su función de prologuista en favor del oportuno amigo que va a visitarle, porque su incapacidad para escribir el prólogo, en opinión de su amigo, “no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso.” (I, prólogo, 14).

La pereza impide al autor del Quijote resumir los contenidos, el mensaje final, condensar según un esquema de valores establecidos por la norma social los méritos de su obra. Esta renuencia podría ser interpretada como beligerancia a la norma, o como rechazo del ejercicio de autoridad de la voz emisora del discurso. En realidad tampoco es exacto decirlo así, pues como sabemos, el prologuista consigue insertar su texto en el proceso de lectura educativa de los lectores. Claro que para ello ha debido situarse en una posición desplazada, tangencial: su voz ha de ser reverberada por la de su huésped para que pueda llegar hasta nosotros.

La pereza se contrapone a la soberanía de sí mismo, al acto de autoposesión del individuo en el interior de unas normas de comportamiento, a la disciplina, al signo de la educación carismática. El individuo disciplinado, diligente, recoge en sí las exigencias de la sociedad, asimila en su persona la estructura del poder, la jerarquía de valores, el esquema de control de los significados según un sentido unitario que evita la dispersión en los placeres, la improductividad del tiempo y la enajenación de los ritmos sociales. La razón, la unidad, la claridad, las proporciones, la armonía, lo apolíneo, definen los modos del aherrojamiento de las pulsiones individuales al ideal educativo de la sociedad renacentista. A esos mismos grillos debería haber atado su texto Cervantes, en cuanto oráculo designado por la autoridad social para adoctrinar a sus lectores, evitando que se asomaran a su discurso pulsiones personales como la alusión a ese “lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, o la coquetería de insinuarse entre líneas, diría que casi corpóreamente, cuando pone en boca de los personajes su nombre, o les obliga a citar sus obras, o a leerlas incluso públicamente; cuando los convierte en sus cómplices en una operación editorial en contra de los derechos de autor de Avellaneda; cuando les impone arbitrariamente la lectura de la I parte del Quijote, sin que puedan ignorar los cambios producidos en su mundo por su publicación; cuando mezcla la realidad narrada con la narración y revela el parentesco entre Cide Hamete y algunos personajes, la relación de amistad entre el cura y Cervantes, entre el cautivo y un “tal de Saavedra”; cuando mezcla lógicas diferentes de diferentes mundos representados, cuando consiente a su relato que se salga de la disciplina narrativa que imponía la tradición.

Por otro lado, que al autor le costara contenerse en una línea de significados única, en la que se transparenta la visión racionalista, centralizada y autoritaria del mundo que el nuevo estado iba imponiendo, lo confiesa claramente su alter ego Cide Hamete Benengeli, cuando al principio del capítulo 44 de la II Parte dice:

Dicen que en el propio original desta historia se lee que, llegando Cide Hamete a escribir este capítulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar estenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir siempre atenido el entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y que, por huir deste inconveniente, había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso impertinente y la del Capitán cautivo, que están como separadas de la historia… (II, 44; 906)

Se podría pensar que esa dificultad para aplicar la autoridad narrativa a un texto polimorfo y policéntrico ha provocado los defectos que el prologuista enuncia en un momento de desaliento:

¿Cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia... (I, prólogo, 13)

Y en efecto el deleite deseable, la invención, el estilo constituyen otros tantos aspectos técnicos, por así decirlo, de la función de autoridad del autor para con su obra, la prueba de que en su labor ha sabido conferir al texto un desarrollo capaz de poner de realce esas cualidades técnicas. Pero junto a ellas enumera también las acotaciones y las anotaciones, las sentencias de filósofos, las citas de la Divina Escritura, es decir, la doctrina y erudición que deben dar el tono a la voz del oráculo de las verdades sociales, demostrar que la confianza que ha sido depositada en él como portavoz de la autoridad no ha sido en vano. Y casi como si pretendiera subrayar aún más el vínculo entre la actividad del autor y el poder, echa en falta, acto seguido, los poemas laudatorios de príncipes o duques antepuestos a su obra, que son como el aval directo de los portadores de la autoridad social al texto que los contiene. La conexión entre la autoridad del autor y la jerarquía social resulta así bien patente. Cervantes arroja la máscara de la representatividad que en cuanto autor le correspondería, por el mero hecho de haber sometido su texto a la aprobación de los delegados del poder. En esa tensión entre la voluntad de dimitir como portavoz de la autoridad y la efectiva sumisión a la norma se origina el texto del Quijote. En este dilema cervantino se encierra uno de los hallazgos más importantes para la historia de la novela moderna; Cervantes comprendió, ya desde casi la cuna de la imprenta -podríamos decir-, el estatuto especial que este medio de comunicación confería al autor: la autoridad de la voz emisora resulta magnificada por la letra impresa y por el acto de delegación del poder social que los privilegios de publicación entrañaban; esto es lo que él no estaba dispuesto a conceder a los libros de caballerías y a todas aquellas obras que no se amoldaran a la preceptiva literaria.




Referencias de Martín Morán, José Manuel:

- El “Quijote” en ciernes. Los descuidos de Cervantes y las fases de elaboración textual, Alessandria, Dell’Orso, 1990.

- “La función del narrador múltiple en el Quijote de 1615”, Anales cervantinos, tomo XXX (1992), pp. 9-65.

- “Cervantes: el juglar zurdo de la era Gutenberg”, Cervantes, vol. XVII, n.º 1 (1997), pp. 122-144.

- Don Quijote en la encrucijada oralidad, Nueva revista de filología hispánica, tomo XLV, nº 2 (1997), pp. 337-368.

- “La coherencia textual del Quijote”, en Jean Canavaggio [ed.], La invención de la novela, Madrid, Casa de Velázquez, 1999, pp. 277-305.

No hay comentarios:

Publicar un comentario