En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

lunes, 31 de enero de 2022

Frivolidades quijotescas


Todo esto es un ejercicio de imaginación surgido de mis lecturas y de una dudosa conferencia impartida por una cervantista a que escuché con atención en el Centro de Estudios Árabes, sito en el la Cuesta de Chapiz de Granada.

Sumo a esta advertencia dos ideas que me son claras:

  1. Cervantes es español (no nacionalista, que eso no existía en su época) y su principal defensa la hispanidad (con la lengua como cuestión destacada).

  2. Todo el mérito del Quijote y del resto de sus obras es del alcalaino (Cuestión de la que hasta Unamuno me lo hizo dudar en su día. Ya no).


La identidad del hidalgo manchego es un tema más que trillado, y volver a él es trabajo baladí. Como Cervantes en su obra, voy a confundir aquí la realidad y la ficción; voy hablar lo mismo de persona que de personaje; a veces cuando diga “Quijote”, debería decir “Quijada”, y si digo “Quijada” tal vez me esté refiriendo a Cervantes. ¿Por qué? Sencillamente por mi incapacidad de distinguir entre ellos. Con mis lecturas, fiándome de algunos interpretes, he aprendido que “Quijote” representa “locura”, que “Quijada”, “cordura”, y que Cervantes es el artífice de esta deliciosa parodia que nos confunde y lo confunde todo.

No se trata aquí de averiguar si don Quijote era o había sido una persona real, de hecho, para mi propósito, poco o nada importa que fuera un ente real o un ente de ficción, como poco importa su verdadero apellido, el lugar en que nació, o en el que fraguó esta bendita obra. Sin embargo, por ser algo tan fútil, es por lo que me es preciso empezar por ahí. Ante todo me pregunto por qué, después de más de 400 años de la publicación del Quijote, con frecuencia se debate este tema y cien otros, tan triviales como este. Llevo un tiempo preguntándome por muchos de ellos y tropezándome con las tesis posmodernas de que cualquier interpretación es válida al tratarse de grandes obras como el Quijote y de la obra de Cervantes en general. Digo son que son válidas muchas interpretaciones del Quijote, pero no todas. Y es que el discurso cervantino, con sus mil matices, a la vez que, como a tantos que he podido comprobar, me tiene cautivado y, a veces, despistado, en busca de algo nuevo. Estas posibles interpretaciones dan paso a teorías como la que postula la autonomía de la obra literaria, como si tuviera vida propia y el autor no hubiese tenido ideas ni intenciones, sino que fue otro flautista de Hamelin. Dice Félix Martínez Bonati:

El repetido postulado de la autonomía de la obra literaria es sin duda falso si se lo toma en un sentido absoluto. Creo que ni siquiera tiene sentido decir simplemente que la obra literaria es una entidad autónoma (¿qué puede significar eso?). Pero no puede desconocerse que el discurso ficticio está separado de las circunstancias reales de su origen de un modo esencialmente diferente de todo tipo de discurso real. Esta diferencia es constitutiva de su recta comprensión, de su ejecución lectiva”.

En el caso del Quijote estas interpretaciones parecen otorgar autonomía a la novela, pero nada puede ser más falso. La novela, en sus distintos episodios, no se presenta polisémica por arte de magia, sino porque el autor así lo quiere. Es la intención de Cervantes meternos en este berenjenal que nos lleva a interminables debates. Está claro entonces que para que esto sea así, tenemos que declarar que esta obra es un tesoro linguístico que nos permite hacer estas conjeturas, formular tesis, proyectar nueva luz en la oscuridad, echar sombras donde había claridad (quizás sea eso lo hago yo aquí) o incluso sacar alguna joya nueva. Con esto no digo ni quiero insinuar que el valor de esta novela reside solo en su lengua y en su peculiar estilo. El gran acierto de Cervantes reside en habernos dicho lo que nos dijo de la manera en que lo dijo. Esta gran obra es el resumen de todas las filosofías, de todas las religiones, de todos los tipos de amores, de la sicología femenina y masculina, de la condición humana, de la historia de la humanidad, en fin, de la vida. Pero la obra tampoco es un tratado de filosofía, ni de sicología, no es aburrida, como el mismo autor quiere darnos a entender en el prólogo de 1605, al contrario, como el gran poema que es, su fondo y su forma se adecuan perfectamente y son una sola cosa. Eso, lo que constituye esta obra poética es la perfecta armonía entre su fondo y su forma.

Recordaremos que Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote dijo:

en la novela nos interesa la descripción, precisamente porque, en rigor, no nos interesa lo descrito. Desatendemos a los objetos que se nos ponen delante para atender a la manera como nos son presentados”.

Creo que tiene razón sólo en parte (a mi me convence mucho menos que Unamuno, con él solo difiero, en el "ninguneo" del "Autor", con mayúscula), y es al hablar de la descripción, “a la manera” en que Cervantes emprende y desarrolla el discurso narrativo y descriptivo. Se equivoca por completo cuando alaba solo la forma y desacredita el fondo. Ninguna novela podría tener el poder de tenernos encantados, entretenidos y pensativos por tantos siglos si no tuviera gran calidad en su forma y fondo. La lengua hueca, aunque intrigante, termina por cansar pronto. El maravilloso tesoro linguístico contenido en El Quijote, mezcla las “joyas” entre sí y las confunde. En otras palabras, el autor magistralmente dice, como han señalado varios críticos, lo que parece no decir, y, al mismo tiempo, no dice lo que parece decir. Y es que esta obra es tremendamente irónica. Dice al respecto Louis Imperiale:

Todo lector del Quijote ha experimentado aquella extraña sensación de enfrentarse a un texto que nunca dice lo que uno lee a primera vista porque la palabra se retracta constantemente para revolverse, embarullarse, camuflarse, enturbiarse y enredarse, desprendiéndose así de un sentido inicial que estábamos a punto de captar. Aquella inestabilidad de un texto literalmente vivo puede explicar su resistencia ante toda empresa de lectura dogmática o doctrinal”.

Estaría de acuerdo con Imperiale si hubiera dicho que, “muchas veces no dice lo que uno lee a primera vista”. Hay que tener sumo cuidado con palabras como “siempre” y “nunca”, para usar a la ligera. Porque no es cierto que el discurso narrativo cervantino se caracterice siempre por este engañoso lenguaje, aunque si sea muy frecuente. El narrador opuesto a lo que dicen los personajes, porque en medio de la narración y de la descripción tenemos un diálogo tenaz y constante que convierte a los hablantes en seres vivos. No podemos tomar a la ligera el hecho de que el narrador narra y describe, y los personajes hablan con libertad. Si un personaje se va construyendo por sus obras y sus palabras de manera distinta a como lo define el autor-narrador es porque ese narrador lo está permitiendo y porque quiere que así sea. Es decir, siendo el lector consciente de la existencia de un autor, automáticamente confiere más credibilidad a las palabras y a las acciones de ese personaje vivo, del que parece que el autor y el narrador se han distanciado. Es en definitiva el autor la autoridad última, el creador de las reglas de este juego y el creador de los personajes, como así del mismo narrador. Si se entiende que el autor y el narrador son una persona, la misma persona desdoblada, es lógico que un personaje, que debemos considerar la extensión del autor, resulte ontológicamente reforzado por medio de esta técnica narrativa. Al mismo tiempo, en la narración clara y directa se introduce un discurso indirecto y aparentemente secundario o superfluo, que luego resulta ser de primaria importancia. Lo que ocurre es que hay que leer, y releer. Una lectura rápida y desenfadada del Quijote entretiene a cualquier lector. Este es uno de los grandes y más apreciados dones de la novela, la puede leer y disfrutar cualquier persona. Pero el crítico, el estudioso disfruta desgajando y desgranando esta hermosa parodia. Veamos un pequeño ejemplo:

Cervantes en la presentación inicial de Sancho parece decirnos, que el aldeano, vecino de don Quijote, es un “hombre de bien”, pero al añadir lo que parece de secundaria importancia, es decir la oración perifrástica “si es que este título se puede dar al que es pobre”, lo que hace es declarar que Sancho es pobre, y por tanto poner en duda lo que inicialmente había declarado, o sea que es un “hombre de bien”. Esto que parece tan claro y evidente es lo que no se capta con una lectura rápida y descuidada, porque el lector medio se queda con presentado como de importancia primaria. 

Sería conveniente empezar hablando del apellido de don Quijote, porque es a sus antepasados adonde he llegado después de escuchar lo que he escuchado. Por tanto, todo lo dicho hasta ahora sirva de preámbulo y de introducción. La información sobre el apellido del hidalgo es escasa, esparcida y poco fidedigna, ya que según nuestro autor “existe alguna diferencia en los autores que deste caso escriben”. La oración “Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada” tiende a poner en duda la palabra de esos autores. Dice Michael McGaha:

La forma auxiliar quieren aporta matices semánticos muy importantes al verbo decir que le sigue. En este caso quieren decir es una forma de “desacreditar” esas voces, es un intento de declarar que “algunos dicen mintiendo” o, si no “mintiendo”, por lo menos “equivocadamente”. No es igual "quieren decir" que "dicen", por lo tanto, los que “quieren decir” o mienten o ignoran. Esto confiere más autoridad a aquella fuente principal que luego se agota”.

El cervantista M. McGaha, sobre el origen de Cervantes, habla con entusiasmo de la ascendencia judía de Cervantes y quizás de don Quijote, basándose en la obra de la francesa Dominique Aubier. Es evidente que el libro de la Aubier ha abierto los ojos de McGaha a una nueva lectura del Quijote, y parece que el sinfín de argumentaciones, muchas de ellas para mí rebuscadas y estrafalarias, lo han convencido de que la obra maestra de la literatura universal es un libro cabalista, una especie de explicación de la Biblia y del Zohar, obra del judío español Sem Tob de León. Por supuesto que, para Aubier y para McGaha, el autor, como su héroe, nuestro héroe, eran judíos conversos. Creo que Aubier ignora u olvida que, lo que es rigurosamente cierto, es que Cervantes fue el alumno preferido de Lopez de Hoyos, que tenía una escuela hebrea, “oculta y deseada” en Alcalá de Henares.

La obra de Aubier podría ser muy interesante si no fuera por el constante juego dialéctico, por las cientos de preguntas que hace y que ella misma contesta con aciertos irregulares. Refiriéndose al Prólogo del Quijote la autora judeo-francesa dice que “Desde la primera palabra queda hecha la invitación a conjeturar”, y esto es tan cierto como que cada uno empieza a conjeturar de acuerdo con su propia condición social, religiosa, o racial. Madame Dominique añade: “¿qué relación pueden tener las Sagradas Escrituras con este señor Don Quijote? Pues la tiene. En esto estoy con Gustavo Bueno que afirmó que Cervantes era un ateo de educación católica, que consideraba al catolicismo la mejor de las religiones; creo que lo dijo así: “Cervantes prefiere el cristianismo frente al Islam, y el Catolicismo frente al Protestantismo”. Resumo yo, suavizando la cosa pero con una evidencia: era un racionalista escéptico de educación católica

Como el autor no puede confesar el origen de su personaje, se ve en la triste obligación de dejarlo sepultado en sus Anales de la Mancha”. Pero, los Anales de la Mancha, sencillamente quiere decir, “la historia de los habitadores de La Mancha” que recuerdan a don Quijote como “al más casto enamorado y el más valiente caballero” (Prólogo). Los distintos narradores y el traductor no son más que un recurso o un resorte del autor para que ésta parezca una historia verdadera y se diluyan las responsabilidades sobre las ideas que en ella se vierten. Aubier juega con la minúscula y la mayúscula, diciendo que al escribir “La Mancha” dos veces aparece en minúscula en la segunda edición del Quijote, afirmando que ésto la lleva a pensar que no se refiere a la geografía sino que escribiendo "la mancha" quiere decir “la verdad”, debiéndose leer “Don Quijote de la verdad”. Rebuscado ¿no?

Auber hace conjeturas sobre el nombre “Quixote”. Como todos sabemos, en tiempos de Cervantes la “x” se pronunciaba con un sonido silibante, y Aubier señala que "qeshot" significa “verdad” en arameo, y que aparece con frecuencia en el ya mencionado Zohar del siglo XIII. Sabemos que después de la batalla de Lepanto Cervantes fue hospitalizado en Mesina, donde estuvo algún tiempo, y que, como señala Canavaggio, más tarde se le ubica en otras partes de Sicilia, la más grande isla del Mediterráneo, isla de gigantes, de mitos, leyendas y tradiciones caballerescas. También estamos al corriente de su amistad con el poeta siciliano, compañero de cautiverio, Antonio Veneziano. Dice Canavaggio, "No es ilógico, por tanto, imaginar que hubiese aprendido algo del idioma siciliano (da muestra de esto en el Persiles). Considerando los cambios fonéticos que ocurren dentro de una misma lengua con el transcurso del tiempo y considerando que los oídos “extranjeros” a veces no captan los sonidos como los emite el emisor y como los captaría un paisano, no sería tan estrafalario conjeturar que “Quixote” fuera una adaptación del siciliano “picciottu” que, además de significar “joven” como sustantivo, significa también “héroe”, “gallardo”, “valiente”. (A los mil “camisas rojas” de Garibaldi que desembarcaron en Marsala en 1861 para emprender la marcha de la unificación de Italia se juntaron cientos de “picciotti” sicilianos, jóvenes y menos jóvenes, pero gallardos, valientes. Hasta hoy, a los héroes o a los protagonistas de las películas en Sicilia se les llama “picciotti”. Como vemos, teorías hay muchas.

Pero continuemos por otro lado. El “Yo sé quién soy” con el que contestó don Quijote cuando su buen vecino Pedro Alonso, habiéndolo encontrado molido y mal parado, le dijo quién “no” era, aclarándole a él y a nosotros los lectores, que era “el honrado hidalgo del señor Quijana”. También nosotros podemos decir saber quién es: sabemos que vivía “en un lugar de la Mancha”, no sabemos, sin embargo, exactamente dónde, ni mucho menos dónde nació, ni quiénes fueron sus antepasados. Luis Rosales dice que “Don Quijote y Sancho son seres vivos, no son figuras esquematizadas y concluidas, [...] y sus verdaderos antepasados son Amadís de Gaula y Don Galeor”. (De Rosales sí que me fio, su crítica va la por lo poético, por el mito..., pero lo hace con tanta belleza)

Lo del apellido del hidalgo es cierto, pero se trata de sus antepasados literarios. Pero hay quien afirma que la inspiración sobre el héroe le vino a Cervantes de un personaje real (Léase la entrada de este blog: “Reflexiones sobre el protagonista de El Quijote” Etiquetas: Protagonista,Qp2,Quijano,Arciniegas,) por lo que interesa hablar de los padres biológicos de don Quijote, y, para ser exactos, de la familia del padre. Es muy difícil imaginar a sus padres, a sus abuelos y a un don Quijote recién nacido o niño. La historia de don Quijote empieza en “medias res”, y todo el mundo se acuerda del ama y de su sobrina, como única familia del hidalgo. Dudo de que alguien se acuerde de alguna otra alusión a otros parientes. El mismo Rosales, en una nota a pie de página, cita unas palabras del maestro Unamuno, quien se había fijado en el peculiar detalle de no haber, en una historia tan larga, nada referente a los antepasados del hidalgo. Esas palabras conviene citarlas aquí:

Nada sabemos del nacimiento de Don Quijote, nada de su infancia y juventud, ni de cómo se fraguara el ánimo del Caballero de la Fe, del que nos hace con su locura cuerdos. Nada sabemos de sus padres, linaje y abolengo, ni de cómo hubieran ido asentándosele en el espíritu las visiones de la asentada llanura manchega en que solía cazar [...]; nada sabemos de sus mocedades. Se ha perdido toda la memoria de su linaje, nacimiento, niñez y mocedad, no nos la ha conservado ni la tradición oral ni testimonio alguno escrito, y si alguno de estos hubo, jase perdido o yace en el polvo secular.”

Está claro que don Miguel, el vasco quijotesco y universal, tampoco se percató de las pocas palabras a las que he ido aludiendo y a las que quiero llegar... A pesar de las dificultades que se puedan encontrar a la hora de interpretar ciertos episodios, de analizar ciertos personajes, de encontrar detalles significativos, una lectura atenta casi siempre da una respuesta, y nos descubre cosas que no esperábamos y que ni siquiera estábamos buscando. La exclamación de don Quijote “yo sé quién soy” era seguramente de naturaleza ontológica, y con el pasar del tiempo los lectores vamos conociéndolo en su ser primordial, en su intimidad física, moral y espiritual. Pero llega un momento en que el caballero manchego nos revela, de forma inequívoca y por su propia boca algo inesperado, sorprendente y chocante sobre sus antepasados.

Al hablar de los libros de caballerías y de los héroes que pululan por ellos, don Quijote en más de una ocasión menciona a los caballeros del rey Arturo de Inglaterra, los que se conocían como los “caballeros de la tabla redonda”, y por consiguiente menciona la institución de la Caballería Andante. Camino del entierro de Grisóstomo don Quijote le explica a Vivaldo lo siguiente:

Pues en tiempo deste buen rey (Arturo) fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra España, de

"Nunca fuera caballero

De damas tan bien servido,

como fuera Lanzarote

cuando de Bretaña vino."

¿Qué opinaba Cervantes de los ingleses? En La española inglesa encontramos a una reina Isabel conocedora del idioma castellano, tan amante de lo español que nos hace pensar que es ella la española inglesa o inglesa española, y no la niña que había sido raptada por un tal Clotaldo, capitán inglés, en el asedio de Cádiz. Parece extraño que el autor no trate a un hombre que substrae a una niña de las manos de sus padres para llevársela a otro país como a un despreciable monstruo, pero así es. De hecho, al tal Clotaldo no se le pinta tan mal, sino que se le llama caballero, y su mujer, a pesar de tener en casa a una niña robada, es una muy buena persona y casi parece una santa. Es más, como todos sabemos, el hijo, el joven Recaredo, se convierte en el héroe de la novela. estas son las paradojas cervantinas. En el Persiles también nuestro autor da muestra de simpatizar por Inglaterra cuando se refiere a ella como a “aquella discreta nación”. Sabemos que don Quijote con frecuencia habla de todos los posibles caballeros andantes que caben en su memoria, pero menciona concretamente a Lanzarote, a su amante la reina Ginebra y a la dueña Quintañona no solo en el pasaje (I, XIII), sino también en el capítulo XLIX de la Primera Parte y en el XXIII de la Seguna Parte. 

¿Podría significar algo esto? Son tres veces; Aubier se agarró a dos citas con la minúscula. Digo que no, ya que tres ocasiones no son nada en comparación con las innumerables veces que menciona a Amadís de Gaula y a otros caballeros de distintas tierras. Ya he dicho que la condición de cada uno de nosotros en más de una ocasión nos induce a fantasear, a conjeturar, sin embargo, a pesar de que yo no soy inglés, aquí encuentro algo que me huele mucho a británico, y no es por el número de veces que don Quijote menciona a estos personajes “de aquella discreta nación”, sino por unas pocas palabras intrigantes y sospechosas del capítulo XLIX. Parece que estoy insinuando que nuestro hidalgo desciende de británicos...

Para nada. En más de una ocasión, de una manera o de otra, el autor hace hincapié sobre la hispanidad de nuestro héroe. Creo que, su amor por lo británico, territorio enemigo, en su época, de España, es una muestra más de la ambigüedad cervantina. Añadamos que en el primer capítulo, a imitación de Amadís, quien había agregado a su nombre el de su patria, nuestro hidalgo quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de La Mancha (con mayúscula), con que, a su parecer, "declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della”. En el capítulo 9 de la Primera Parte, el autor dice:

Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber, real y verdaderamente, toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega”.

En el cap. 49, es el canónigo que, desacreditando los libros de caballerías leídos por don Quijote, le aconseja lo que debería leer “para honra de Dios, provecho suyo y fama de La Mancha; do, según he sabido, trae vuestra merced su principio y origen”.

Por otro lado, poco más delante, haciendo una lista de los valientes caballeros que viven en su mente, algunos de ellos legendarios y otros personajes históricos, es el mismo don Quijote quien informa al canónigo y a los lectores de uno de sus antepasados con estas palabras:

Y las aventuras y desafíos que también acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo deciendo, por línea recta de varón), venciendo a los hijos del conde de San Polo”.

No hay que decir más, la hispanidad de don Quijote es indudable e incontestable, y aunque fuera de origen judío, como quiere pensar Dominique Aubier, seguiría siendo español.

Ahora bien, muy pocas líneas más arriba en ese mismo capítulo 49 encontramos de nuevo algo bastante familiar, que nos puede servir para otra frivolidad:

Y también se atreverán a decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino, y la de la demanda del Santo Grial, y que son apócrifos los amores de don Tristán y la reina Iseo, como los de Ginebra y Lanzarote, habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueña Quintañona, que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña”.

Como vemos, la dueña Quintañona aparece cada vez que don Quijote menciona a Lanzarote y a la reina Ginebra. Pero no importa dónde haya o no haya aparecido, para don Quijote ella, como todos los personajes de los libros de caballerías, no es un ente ficticio, sino real, verdadero. He afirmado alguna vez que en la obra de Cervantes no hay palabras que sobren, todo, absolutamente todo, cada sílaba, tiene su sentido, su función, su razón de ser. Y es aquí donde el tesoro linguístico y mi frivolidad juegan su papel; es aquí donde he fijado ahora mi atención. ¿Para qué tantos detalles, para qué tantos rodeos? ¿No podría haber dicho lo que querría decir sin añadir lo que parece no venir al caso? Pero es con lo que aparentemente no viene al caso con lo que quiero interpretar que el autor nos puede decir algo de forma camuflada e indirecta. Leamos de nuevo lo último citado y completemos el discurso de don Quijote:

Y también se atreverán a decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino, y la de la demanda del Santo Grial, y que son apócrifos los amores de don Tristán y la reina Iseo, como los de Ginebra y Lanzarote, habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueña Quintañona, que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña. Y es esto tan ansí que me acuerdo yo que me decía una mi agüela de partes de mi padre, cuando veía alguna dueña con tocas reverendas: “Aquella, nieto, se parece a la dueña Quintañona”; de donde arguyo yo que la debía de conocer ella o, por lo menos, alcanzó a ver algún retrato suyo”.

¿Sobre qué bases puede deducir don Quijote que su abuela debía de conocer a la dueña Quintañona? Seguimos en el ejercicio de que el personaje de ficción (la dueña Quintañona) tiene su inspiración en un personaje real (la abuela de Cervantes). Si no fuera posible que la abuela pudiera conocer a inspiración de Quintañona, don Quijote no habría pronunciado estas palabras. Dentro de su supuesta locura su vida anterior sigue inalterada, de hecho el hidalgo no se olvida ni de su sobrina, ni del ama, ni de sus supuestos amigos, el cura y el barbero, ni de su vecino Sancho, quien se convierte en su escudero. Es decir que el recuerdo que don Quijote tiene de su abuela paterna es auténtico, y no hay nada que demuestre lo contrario. Pues bien ¿cómo se le puede ocurrir al buen hidalgo que su abuela pudiera conocer a la dueña Quintañora si esto no fuera verosímil y posible? ¿Y dónde sino que en Inglaterra la abuela hubiese podido conocer a la dueña? Las palabras “de donde arguyo yo que la debía de conocer ella” serían completamente superfluas, si no fuera que Cervantes quisiera darnos a entender algo. Si bien don Quijote nos dice que la abuela conocía a la mejor escanciadora de vino de Gran Bretaña, lo que importa es que pudo conocerla y que “debió de conocerla”. Por lo tanto, “arguyo yo” que la abuela podía ser inglesa y que habría emigrado a España siendo jovencita. De haber emigrado adulta o mayor no habría podido aprender el idioma español, y se supone que don Quijote habría mencionado ese detalle. De haber emigrado muy niña no habría podido recordar a la dueña Quintañona.

¿Es un disparate esta hipótesis? ¿Qué otra interpretación se puede dar a esas palabras que nunca se han tomado en cuenta? Habrá quien no querrá darles ningún significado, pero no se pueden pasar por alto, como si don Quijote no las hubiese pronunciado. Si esta tesis es difícil de aceptar es al menos posible. ¡Qué misterioso y hermoso es este lenguaje cervantino! No le habrá costado mucho a Cervantes poner otras palabras en boca de don Quijote, otras palabras claras y explícitas que disiparan cualquier duda, pero entonces habría desaparecido ese misterio que empuja a indagar y formular una tesis. Podríamos avanzar otra hipótesis, si esta es dura de tragar, y es que la abuela hubiese sido en su niñez otra “española inglesa”, es decir una niña española robada y llevada a Inglaterra y luego reencontrada, o incluso que hubiese sido la hija de emigrantes o diplomáticos españoles que volvieron a España. De cualquier modo, lo extraño es que en 400 años, que yo sepa, nadie se haya percatado de este detalle, ni siquiera los ingleses que fueron los primeros en traducir el Quijote. Igual de misterioso es el hecho de que los británicos hayan profesado admiración, fascinación y amor por la obra de Cervantes, en particular por el Quijote, incluso antes de la traducción de 1612. Como bien demuestra y documenta J.A.G. Ardila, los ingleses ya conocían, admiraban y mencionaban a don Quijote y a Sancho a partir de 1607. Como es posible que Shakespeare hubiese conocido a Cervantes en 1605 cuando aquel, supuestamente, viajó a España con el grupo enviado por el rey Jaime I de Inglaterra al bautizo del príncipe heredero de España.

Todo esto abre una ventana a otra pregunta. Si efectivamente Cervantes, de forma disimulada e indirecta, nos quiso decir que don Quijote descendía de ingleses por el lado paterno, o si por lo menos nos induce a preguntárnoslo, como de hecho hace, ¿por qué lo hizo y con qué intención? Me inclino a pensar que simplemente por ganas de provocar al lector y jugar con él. Todo el Quijote es una especie de provocación donde el lector es de extrema importancia. Las novelas, ésta en particular, para Cervantes no son mero entretenimiento del lector, sino trampas, chispas que encienden su mente con ideas, dudas, preguntas y convicciones. La prueba es el mismo don Quijote como receptor activo de los libros de caballerías, también lo son el ventero y la ventera que no solo gozan, sino que comentan, lo es el traductor, que se atreve a ser el primer crítico de la historia que traduce y apostilla. 

La novela de Cervantes está hecha para ser comentada, y para que nos rompamos la cabeza contra un muro. Pero, de momento aquí me quedo, la respuesta, irrefutable o especulativa, la dejamos para otra ocasión. 

 

 

Textos:

-Aubier, Dominique. Don Quijote, profeta y cabalista. Ediciones Barcelona, Obelisco 1971.

-Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote. Madrid. Revista Occidente 1970.

- Martínez Bonati, José. El Qujote y la poética en la novela. Colección Estudios Cervantinos 1995.

-Imperiale, Louis. Cervantes y la ficcionalización de las religiones. Madrid Vervuert 2008.



2 comentarios:

  1. Pepe, has hecho un trabajo magistral. Te felicito, amigo.

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  2. Mariano, ¡que buen amigo eres! Va con retranca, viendo los zoquetes que hay en torno a estos temas.

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