En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 2 de enero de 2022

La risa


Nos vamos a referir a las diferentes formas que materializan la risa en la literatura en general y en particular en el Quijote.

La literatura cómica en general y el teatro en particular, se han ocupado más de ridiculizar al ser humano que de interpretarlo o comprenderlo. Cervantes, en este punto, es una excepción, nunca utilizó la materia cómica para ridiculizar al ser humano, sino más bien, para tratar de comprender las razones de su conducta.

Siguiendo la teoría de la razón literaria del materialismo filosófico nos vamos a detener en lo que se denomina los accidentes. Los accidentes es un término genológico dado en el seno de los géneros literarios que designa partes constituyentes de la obra literaria en concreto y dentro de los límites de la propia obra que se interpreta, no en relación con el género literario al que pertenece la obra, ni por relación a la especie literaria a la que se adscribe.

Estas formas de la materia cómica que, accidentalmente, caracterizan El Quijote, pueden estar presentes en otras obras, pero aquí lo están de manera distintiva son: la risa, lo cómico en general, la parodia, el chiste, lo grotesco, lo ridículo, el escarnio, el sarcasmo, la sátira, el carnaval, la caricatura, el humor, y la ironía.

La risa es la más importante de todas las formas de la materia cómica porque las aglutina como un efecto orgánico de todas ellas.

Desde aquí queremos interpretar la risa desde el punto de vista del materialismo filosófico como teoría de la literatura. Para ello situaremos la risa en los tres espacios de referencia: ontológico, antropológico, y el espacio estético.

En el espacio ontológico nos encontramos con tres ejes:

  • La materia primogenérica (M1). Lo corpóreo, lo físico. Aquí constatamos que la risa es el efecto orgánico del placer cómico. Es una reacción física, corporal. En este sentido la risa será estudiada por neurólogos.

  • La materia segundogenérica (M2). Lo sensible, lo fenomenológico o psicológico. La risa sería entonces una reacción psicológica a un estímulo exterior, la interpretación de una realidad determinada. No todos nos reímos de las mismas cosas.

  • La materia terciogenérica (M3). Lo inteligible, que responde a una causa conceptual y a una interpretación intelectual, que podemos analizar desde criterios lógicos. La risa tiene sus causas y sus consecuencias lógicas (podemos explicar un chiste). Lo grotesco o lo ridículo tiene un racionalismo

En el espacio antropológico nos encontramos con tres ejes:

  • Eje circular o humano

  • Eje radial o de la naturaleza

  • Eje angular o religioso, mitológico o teológico

A partir de Aristóteles se puso de manifiesto que la risa es una facultad genuinamente humana (las piedras, los mares, los volcanes, las hojas de árboles…, no se ríen). Tomás de Aquino lo dejó bien claro al decir que “el ser humano es un animal que ríe”. Así estaremos de acuerdo que la risa se mueve en el eje circular o humano (aunque quizás haya animalistas que afirmen que los animales se ríen, y que somos nosotros los que no sabemos verlo… Bueno, yo de esto me río a carcajadas). Más violento es el tema al entrar en el eje angular o religioso. Los dioses tampoco ríen. Pero es que, además, en muchas religiones la risa está proscrita. En los evangelios, no recuerdo que Jesucristo haya reído alguna vez, y mi amigo Mariano así me lo confirma; ningún dios teológico lo ha hecho. Quizás si se ríen los dioses mitológicos que forman parte del folclore y de lo carnavalesco. En el mundo protestante la risa está aún peor vista que en el mundo católico que es mucho más liberal, aunque tenga una leyenda negra montada por los protestantes. Así, siguiendo la teoría que aquí se expone, la risa se da unicamente en el eje radial o humano.

En el espacio estético, la risa cobra importancia al considerar el eje pragmático en el que distinguimos tres ámbitos:

  • El ámbito autológico. Designa las actividades de “yo” en acción.

  • El ámbito dialógico. Designa las actividades del grupo (el nosotros) en acción.

  • El ámbito normativo. Rebasa las voluntades y actividades del “yo”, y del “nosotros”

La risa puede estar presente en los tres ámbitos, pero se intensifica mucho más en el ámbito dialógico. Hay personas que ríen solas, pero la risa exige, casi siempre, la complicidad; de ahí que sea un arma muy efectiva en manos del grupo. Es sobre todo un arma social que, no cabe duda, tiene una proyección normativa.

La risa en sí es siempre inofensiva, por muy crítica que resulte no cambia nada, no altera la realidad. Pero no todo el mundo soporta la risa. Afecta a los estados de ánimo pero, como todo placer, de forma efímera por intenso que sea, -nadie está riendo durante 24 horas seguidas.

La experiencia trágica es mucho más virulenta que la cómica a la hora de provocar alteraciones en el ser humano, tiene un poder transformador mucho mayor, más activo sobre la realidad. Las tragedias conmueven mucho más que la comedias; las cuestiones serias no admiten bromas. Sin embargo la experiencia cómica contiene siempre un discurso crítico para aquel que lo sabe entender. Lo cómico y lo crítico son siempre indisociables; toda experiencia cómica tiene su consecuencia crítica (en una sociedad perfecta no hay nada de que reírse, solo el ser humano que percibe una irregularidad puede hacer de esto algo cómico). Este componente crítico es algo que no todo el mundo entiende o, si lo entiende, no todos lo pueden digerir, o asumir, o tolerar, porque un hecho cómico se enfrenta al poder mediante la burla. Solo tolera la experiencia cómica aquel que está por encima de sus causas y de sus consecuencias. En la crítica se tolera más la burla que la seriedad, pero lo cierto es que el hecho cómico contiene muchas verdades disfrazadas por cualquiera de las formas de la materia cómica.

Quien se ríe percibe el doble fondo que tiene la realidad: el “yo”, y la imagen que del “yo” ofrece la experiencia cómica. No todo el mundo puede soportar la relación que existe entre su imagen y la imagen que dan de él los burladores. Esto da lugar a las figuras del celoso, el avaro, el idiota, del hipocondríaco, el tartufo, el hipócrita (parece que estamos dando los títulos de las obras de Moliere). Despersonalizaciones humanas, o personalizaciones humanas identificables en un arquetipo común, pues los títulos de las comedias suelen llevar, como hemos dicho, nombres comunes, sin embargo el de las tragedias llevan nombres propios, Medea, Antigona, Electra… Decía Tolstói en Ana Karenina, que la felicidad es la misma en todas las familias, pero la tragedia es particular a cada una; desde el materialismos filosófico se dice que la comedia es dialógica y la tragedia autológica.

La risa revela un mundo que en absoluto es inocente, es el doble fondo de la realidad, un mundo que revela, no lo que la verdad esconde, sino lo que apariencia oculta, con una crítica manifiesta. Podríamos afirmar que donde hay risa hay inteligencia y libertad, por lo que no puede haber inocencia (la inteligencia es la negación de la inocencia). Nadie se ríe de lo que ignora, ni de aquello que no comprende; Se ríe porque ha comprendido la disonancia de algo que no encaja en la realidad. Por esta razón muchos poderosos, muchas instituciones no quieren que se sepa mucho de ellos (por eso Jorge de Burgos, en El nombre de la rosa, había envenenado el libro de la Poética de Aristóteles, para evitar que alguien a través de sus páginas pudiera reírse de Dios).

La risa revela también libertad (Nadie en Corea del Norte se puede reír de su líder por cómico que pueda parecer; nadie osó burlarse de Hitler en la alemanía nazi, o de Stalin en la Unión Soviética... ¿Quién se atrevió a reírse de Franco durante el régimen?). No hay risa en sociedades consideradas perfectas, ni en la utópicas (podríamos nombrar de nuevo lo mencionado anteriormente, o los ficticios de La República de Platón; La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona, o Un mundo feliz de Huxley, o hablar del paraíso terrenal, o del infierno de Dante donde solo hay sufrimiento, o incluso el limbo de Dante, donde no hay nada).

Según la historia, la geografía, y la política las formas de la materia cómica y la experiencia crítica que esta contiene han ido cambiando, siendo siempre, la risa, acusativa de una realidad imperfecta y la persona que ríe es porque percibe esas imperfecciones. En los entremeses del siglo de oro, (sobre todo Calderón y Quevedo) con frecuencia se ridiculiza al cornudo frente a un público que hace de sociedad condenadora, mostrando una dialéctica entre individuo y sociedad que hoy día ya no se da porque el desajuste entre los hechos consumados y los exigidos ha desaparecido.

La iglesia católica mantuvo una relación ambigua de la risa. En el libro 3, título 4 del Eclisiastés, se dice que “hay un tiempo para reír y un tiempo para llorar”. Uno de los pocos parajes de la Biblia que admite la risa. Sin embargo La Regla de San Benito en su libro 4, apartado 54, dice que “no hay que decir palabra que muevan a risa”. La condena de la risa tiene siempre como consecuencia la condena de las causas que la hacen posible

Concluimos con lo dicho: donde hay risa hay inteligencia y libertad. Como ejemplo, acudimos a uno de los episodios del Quijote, el episodio de los batanes: cuando se hace de día el cobarde de Sancho que del miedo se había defecado en los pantalones, a la luz del día, se ríe de don Quijote cuando descubre que el ruido que durante la noche le atemorizaba, lo hacían las mazas de los batanes. Dice el capítulo 20 de la primera parte:

Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando, al doblar de una punta, pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrísono y para ellos espantable ruido, que tan suspensos y medrosos toda la noche los había tenido. Y eran –si no lo has, ¡oh lector!, por pesadumbre y enojo– seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.

Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo. Miróle Sancho, y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con muestras de estar corrido. Miró también don Quijote a Sancho, y viole que tenía los carrillos hinchados y la boca llena de risa, con evidentes señales de querer reventar con ella, y no pudo su melanconía tanto con él que, a la vista de Sancho, pudiese dejar de reírse; y, como vio Sancho que su amo había comenzado, soltó la presa de manera que tuvo necesidad de apretarse las ijadas con los puños, por no reventar riendo. Cuatro veces sosegó, y otras tantas volvió a su risa con el mismo ímpetu que primero; de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga:

«Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo soy aquél para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos...»

Y por aquí fue repitiendo todas o las más razones que don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.

Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el lanzón y le asentó dos palos, tales que, si, como los recibió en las espaldas, los recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no fuera a sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha humildad le dijo:

Sosiéguese vuestra merced; que, por Dios, que me burlo.

Pues, porque os burláis, no me burlo yo –respondió don Quijote–. Venid acá, señor alegre: ¿paréceos a vos que, si como éstos fueron mazos de batán, fueran otra peligrosa aventura, no había yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa? ¿Estoy yo obligado, a dicha, siendo, como soy, caballero, a conocer y destinguir los sones y saber cuáles son de batán o no? Y más, que podría ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois, criado y nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y echádmelos a las barbas uno a uno, o todos juntos, y, cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de mí la burla que quisiéredes.


Sancho, una vez que descubre y conoce el motivo de los golpes se ríe, pero antes, cuando lo ignoraba, temblaba. Don Quijote solo esbozó una leve sonrisa, recordando la noche pasada. Pero Sancho ahora se cree con licencia (libertad) para reírse a carcajadas y parodiar (inteligencia) a su amo. Don Quijote que aprecia en la burla una crítica se lo toma en serio y convencido que no lo puede tolerar le arrea con su lanza a Sancho dos buenos estacazos.
Como ya apuntamos antes, la crítica, solo puede tolerarla quien está por encima de sus causas y de sus consecuencias.

Llama en este episodio la atención en Sancho que tan frágil memoria ha mostrado en otras ocasiones (recuérdese la reproducción de la carta a Dulcinea), ahora es capaz de reproducir con precisión y burla el estirado lenguaje de don Quijote.

La literatura, con frecuencia, convierte el arte cómico en una amenaza para todos los dogmas y preceptivas, que nunca admiten que se les pueda someter a burla; incluso la filosofía, si exceptuamos a Aristóteles, ha tolerado muy poco la risa. A pesar de todo esto, el teatro y la literatura en general ha sobrevivido a todas las censuras que se han impuesto sobre la risa, y El Quijote es una muestra sobresaliente de ello, como lo es toda la comedia del Siglo de Oro español. Al poder solo se le puede seducir, vencer, o burlar; y la experiencia cómica encierra en su burla, ante todo, una experiencia crítica.


No hay comentarios:

Publicar un comentario