En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 6 de febrero de 2022

Consideraciones sobre la libertad y el amor en el episodio de Marcela y Grisóstomo


En los capítulos 12, 13 y 14 de la primera parte se desarrolla el episodio de Marcela. Podemos considerarlo una unidad narrativa que, como tantas otras historias intercaladas, podría presentarse fuera de la obra principal. Es un episodio muy bien insertado pero que no tiene más consecuencia en el asunto central de la novela. En una novela del siglo XIX, por ejemplo, cada relato que surge, aparentemente ajeno a la historia del protagonista, tiene una razón de ser en la trama general: tarde o temprano, la acción de los personajes de esa historia modificará el destino del protagonista. En el episodio de Marcela y Grisóstomo, el andar del caballero se desvía acaso un poco, pero no se modifica. Es un andar sin rumbo. Terminada una aventura, ha de encaminarse a la siguiente; ésto es en buena medida una constante en El Quijote: tras una buena paliza, viene la calma.

Esta es una historia de género pastoril, que comienza con la trágica muerte del “pastor” Grisóstomo, a cuyo excéntrico y pagano sepelio acuden varias personalidades que sin conocerlo se sienten atraídos por las razones de la muerte. El fingido pastor muere “de amores”. El eufemismo “morir de amores” representa una elegante manera de caracterizar al suicidio en la España católica de entonces. Téngase en cuenta que unos años antes el Concilio de Trento, para evitar imitaciones, había prohibido el suicidio en la literarura (era pecado en una sociedad regida por completo por la religión; sin embargo Cervantes, que aquí nos habla de un entierro pagano de un suicida, sortea la censura, como lo haría en La Numancia, que hizo que un pueblo entero se suicidara), con este eufemismo y con la presencia del falso autor arábigo, Cide Hamete Benegeli, al que Cervantes hace responsable de las ideas comprometidas y de todos los disparates que ocurren en la novela.

Así comienza el episodio:

"Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento, dijo:

-¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?

-¿Cómo lo podemos saber? - respondió uno dellos.

-Pues sabed -prosiguió el mozo -que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico; aquella que se anda en hábito de pastora por esos andurriales."

El protagonista parece un mero “oyente” que únicamente escucha, pero en realidad, don Quijote se vuelve personaje de la historia de Marcela y Grisótomo. Ahora lo veremos. El episodio es una aventura en la que no hay batallas, ni gigantes, ni encantadores, pues en este pasaje le sirve a don Quijote para afirmar su condición de caballero, explicando a su interlocutor su profesión; y para actuar en defensa de una dama, de una mujer no precisamente desvalida, pero sí discriminada (Claro todo esto visto con criterios actuales; y es que el pensamiento de Cervantes está más cerca de nuestra época que de la suya, en la que se veía como una auténtica e inmoral frivolidad).

Después del diálogo inicial entre los cabreros don Quijote dice "aquí estoy yo":

"don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora aquélla, a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar, con opinión de muy sabio y muy leído."

Inmediatamente después, el narrador abandona el estilo indirecto para introducir nuevamente el diálogo, en el que constantemente don Quijote interrumpe para corregir al pastor:

"-Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.

-Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores -dijo don Quijote. Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento, diciendo:

-Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estilo

-Estéril queréis decir, amigo -dijo don Quijote. -Estéril o estil- respondió Pedro- todo se sale allá."

Hasta que el cabrero se harta de ser corregido y Don Quijote, interesado en la historia de Grisóstomo, se torna amable con el cabrero:

"-Harto vive la sarna -respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.

-Perdonad, amigo -dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondisteis muy bien, porque vive más sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.

-Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea […]

-Así es la verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante; que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia.

-La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. Y en lo demás, sabréis que, aunque […]"

Marcela es una mujer que vive sola, añadiendo la inmoralidad de la mujer, al pecado del hombre que se suicida. Marcela se niega al matrimonio:

"… el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades de cada uno, en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba, al parecer, justas excusas, dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad."

Como novela pastoril que parodia, todo es muy idílico y muy irreal. Su tío, tutor y administrador de sus bienes, sacerdote -detalle nada baladí-, la deja en libertad de actuar por sí misma; y ella se enfrenta radicalmente a la sociedad en la vive, despreciando las dos soluciones que tiene la mujer de su época: el convento o el matrimonio. Ambos estados conllevan el sacramento de por medio que le obliga al voto de obediencia, bien a la iglesia o al marido.

"Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado."

Pertinente es, en este momento, comentar que no era desaconsejable para las “zagalas del lugar”, las auténticas pastoras “irse al campo” y “guardar su mesmo ganado” o el de su “mesmo” patrón. Pero Marcela era rica, no una pobre zagala, aun así lo hace y no pasa de ser la comidilla. Mas como era hermosa la imitan los otros ricachones de la comarca que tampoco tenían nada mejor que hacer. (habían visto juerga, y ya se sabe que los jóvenes sucumben a ella sin pensarlo)

"Y así como ella salió en público y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos; uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la adoraba."

El lenguaje que utilizan los pastores para referirse a Marcela es ambiguo, pues así como la llaman ingrata, homicida o endiablada, pero nadie la difama. Se nota una cierta misoginia, mas nunca una falta de caballerosidad:

"Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco, o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo."

Este ambiente tan bucólico sería impensable en un escenario de bandoleros y malandrines por el que en otros capítulos discurre don Quijote. La honra de Marcela y la galantería de sus amantes son en contexto verosímiles. ¿Y como no lo van a ser si estos son pastores ilustrados, me dirán ustedes? Es verdad, pero es que ese mismo espíritu se extiende a los cabreros que son los plebeyos de la historia. En el escenario pastoril, todo personaje rural es puro y hasta poeta.

Marcela no es enemiga de los hombres, pero tampoco se muestra amiga, con lo que aparece la ambigüedad cervantina... Pocos han hablado de esto que ahora insinúo y luego diré más claro:

"Que puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco."

Claro es que los hombres del siglo XVII no estaban preparados para la amistad con una mujer, y es en este punto, donde Marcela es cuestionada por el mundo masculino:

"Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse, y así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen."

Marcela no es la fierecilla domada de Shakespeare, no. Aquella protagonista isabelina no podía ser dulce ni amable, en tanto quisiera ser libre. Cervantes es mucho más moderno que su contemporáneo, pues Marcela, a pesar del discurso pastoril, no es al final ni parodia ni caricatura de nada. Marcela, aunque extravagante, en las modernas ideas de Cervantes, es perfectamente humana y perfectamente verosímil.

Martín de Riquer afirma que el lenguaje del “parlamento” de Marcela es “retórico y algunas veces hasta pedante”. Y lo es, y más diciendo quién lo dice. Pero yo creo que hay que hacerse una pregunta, ¿por qué Cervantes, que nunca da puntada sin hilo se le ocurrió poner en labios de una pastora la idea de libertad? Y acto seguido me viene una pregunta más, ¿libertad para hacer qué? Volveremos a esto. Ahora analicemos el discurso de Marcela:

-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho-respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos: que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras, para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir: ‘Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo’. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habrían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos."

Sin duda, es verdad que este “parlamento” es retórico, porque no es un mero parlamento es un discurso, en el sentido clásico del término; como tal debe ser persuasivo y para ser persuasivo debe hacer uso de la retórica. Marcela plantea algo muy simple en dos premisas: La belleza es amada. Soy bella. Luego soy amada. Y a su conclusión añade una advertencia: No por ser amada tengo por qué corresponder. Para ciertos críticos, también dice algo muy franco que, obviamente, tendrá que molestar a algunos hombres. Pero yo creo que no van por ahí los “tiros” cervantinos.

También alude a la confusión del amor con el deseo:

"Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien?

Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? [...] la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda: que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca.

La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?"

Finalmente, Marcela, personaje de Cervantes, hace su declaración de derechos, a principios del siglo XVII, anterior a la "muy valorada" de Olympia de Gouges, que hizo la suya a finales del siglo XVIII:

"Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad."

Ella no está de acuerdo con la condena social, y se ve obligada a defenderse, en lo que muchos han visto como uno de los primeros discursos feministas de la historia. Con esta apología, Cervantes rinde homenaje a la mujer inalcanzable, que no es otra que la mujer emancipada, un tributo mayor que todas las loas a Dulcinea, porque pone en boca de una mujer uno de los primeros discursos liberadores del género.

"Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y presupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa!"

Puede verse en este episodio un tributo a las grandes mujeres de la historia, pero no deja de ser asombroso ni trivial que un personaje cervantino tenga semejante lucidez y convicción. Pareciera que dijera a los pastores: Yo fui honesta, mi negación no fue coquetería, todo era verdad; los tiempos del amor cortés ya han terminado, ¿es que no estáis al loro? En el espacio imaginario del Quijote ocurren muchos engaños, pero también se le dice "al pan, pan y al vino, vino". Marcela (podríamos decir, Cevantes), lo hace. Y en el ejercicio de ese lenguaje directo a medias se insinúa el suicidio.

"Quéjese el engañado; desespérose aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confiese el que yo llamare; ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es excusado."

Marcela defiende ante todos su libre albedrío.

"Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes"

¿Por qué lo hace? Porque no quiere saber nada de hombres, pero quizás hay algo más. Intentaremos descubrirlo. En la última parte de su discurso, Marcela declara su total independencia, empezando por la económica.

"El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste, ni solicito a aquél; ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera."

El de Marcela es, en mi opinión, un discurso feminista (más de cien años antes de que se comenzase a hablar de feminismo). Lo maravilloso es, sin lugar a dudas, la reacción de Don Quijote que no por predecible deja de ser conmovedora:

"y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas [Marcela] y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces dijo:

-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí […]"


La historia y la patología presentes en
Don Quijote no tienen misterio alguno, pero nos maravillan: dice lo que diríamos hoy día cualquiera de nosotros. Aun cuando la anécdota general de la novela sea simple, sus peripecias nos revelan secretos y evidencias de nuestra propia condición.

Pero volvamos, con dos preguntas, a la insinuación y a la pregunta ya formulada, a la que prometimos volver, dejando que el que lea esto, advertido de que Cervantes no “da puntada sin hilo”, se conteste:

La insinuación: ¿Habrá una idea de lesbianismo es este episodio? Téngase en cuenta que Marcela dice desear unicamente “estar en libertad y en amena y honesta conversación con zagalas…” No podría afirmarlo, pero si insinuarlo.

La pregunta: ¿Libertad para hacer qué? No olvidemos que quiere estar en el monte con las cabras, donde hay muy poco que elegir, y la libertad es, ante todo, ostentar poder para poder elegir… ¿Qué libertad hay en estar un día y otro hablando con zagalas y ordeñando cabras? Pues yo creo que muy poca. Aristóteles decía que la libertad se ejerce en la polis y frente a otros. Sé que hay otras ideas de libertad pero a mi la que más me convence es la aristotélica. La tuya está en tus manos, querido lector.



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