En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 20 de febrero de 2022

La Princesa Micomicona: el autoengaño de don Quijote

La misma vida no es más que una saturación de espectáculos teatrales, donde cada uno de nosotros interpretamos diversos personajes.

Dorotea se ofrece a formar parte de solución que, mediante un divertimiento protagonizado por el cura, el barbero, Luscinda, Cardenio, don Fernando, y la propia Dorotea, se monta con el fin de conseguir que don Quijote regrese a casa, y allí curarle de la locura de sus caballerías. Dorotea representa el papel de Princesa Micomicona, que exige a don Quijote no entrar en ninguna nueva aventura, podríamos decir que trata de que no se meta en ningún lío que pudiera echar por tierra el objetivo marcado por el narrador.

En un principio era el cura quién estaba ya disfrazado y presto a interpretar el papel de princesa menesterosa, que solicita ayuda del caballero para liberar el reino micomicón de las garras del gigante Pandafilando que lo tenía secuestrado, pero en ese momento en el que el cura está atentando contra las normas impuestas con el concilio de Trento, aparece Dorotea, una discreta doncella, dispuesta a representar teatralmente el papel, así como a liberar a maese Pedro de la afrenta que estaba haciendo a la iglesia. La representación, a partir del (I-29), será objeto de varios capítulos.

Dorotea, como la Princesa Micomicona, se convierte en la actriz principal de esta pieza de teatro, que supone que muchos personajes del Quijote participen, como actores, de la representación, como que otros personajes de la novela, sean espectadores del teatro urdido dentro de la novela.

La Princesa Micomicona

Tanto el contenido de los temas representados, como los actores que los representan funcionan como un procedimiento de distanciamiento o extrañamiento: no es lo mismo el mensaje de Dorotea personaje de la novela, que el de la propia Dorotea como actriz del teatro que contiene la novela, adquiriendo una doble dimensión semántica. Sobre todo, podríamos hablar de elongación del personaje.

¿Qué es la elongación? Si habláramos de astronomía, diríamos que es la distancia angular entre dos astros medida desde la tierra, especialmente entre un planeta y el sol; en este caso de un personaje literario, la elongación es: la distancia de un personaje con respecto a otro, y con relación a un tercero que es el narrador.

La relación de DQ con respecto al narrador, en relación a Sancho, no es la misma que la de DQ con el narrador, en relación a Dorotea, y mucho menos lo es con relación a la Princesa Micomicona, cuando la representa Dorotea. Esta elongación o distancia es susceptible de una interpretación semántica variable a medida que la fábula va avanzando. Cuando se lleva a cabo una representación los hechos comunes pasan a ser hechos significativos de otra cosa, con frecuencia diferentes de aquellos a los que literalmente representan. Esto ocurre en el Quijote constantemente. Veamos que representa Dorotea cuando actúa como Princesa Micomicona:

El director de escena es el cura, que coordina el engaño, y decide, en esa especie de selección de actores, que Dorotea sea la actriz principal; como actor secundario señala al barbero, al que, para que DQ no lo reconozca, se ponen unas barbas (valga la redundancia), y le hace escudero de la princesa; también, una vez que DQ, acepta ponerse al servicio de la PM., aparecen otros personajes que hacen de comparsas.

El fin de ese teatro lúdico, como hemos dicho, es conseguir devolver a DQ a su casa. La puesta en escena está hecha en un lenguaje arcaizante, tomado de las leyendas caballerescas; el vestuario, curiosamente, lo lleva Dorotea en el hatillo que ya portaba en su persecución tras don Fernando. Toda esta representación está muy quebrantada por la vida real:

  • Dorotea que es muy discreta, e inteligente, comete algunos gazapos, llegando en un momento dado a olvidarse que su nombre artístico es Micomicona y a hablar como Dorotea. En otro momento, Sancho que no está al tanto de la representación dice que será mucha princesa y que estará muy preocupada por su reino, pero que, cuando cree que nadie la ve, anda dándose de piquitos con don Fernando; DQ que oye lo que Sancho dice, le reprende que hable así de esa alta señora (lo que indica la narración es que el cuerpo no entiende de nada cuando la carne se hace presente). El narrador, que es muy malicioso, califica las palabras de Sancho de descompuestas (I-46), el lector sabe que el narrador está mintiendo, porque las palabras de Sancho no sólo no son descompuestas sino que están mostrando la realidad. Lo que está claro es que el narrador siempre intenta engañarnos, y DQ, parece facilitar ese engaño, quizás porque si descubriera la burla, se rompería su juego y volvería el aburrimiento.

  • En otro momento artístico al barbero se le caen las barbas y provoca la intervención del cura para arreglar el desaguisado haciéndole un ensalmo por el que se pegan de nuevo las barbas. DQ que se da cuenta, le pregunta al cura que cómo ha hecho para pegarlas de nuevo, extrañándose sobre manera que un hombre de iglesia, el cura de su pueblo, practique la superstición.

  • Y en otro momento, Micomicona dice, que procedente de su reino, desembarcó en Osuna, y DQ, le dice que debió ser en otro sitio porque Osuna está en el interior y no tiene puerto de mar.

El idealismo de la representación parece hacer aguas. Destruye, por momentos la representación para hacer ver que estamos en la realidad, algo que muchos años después se atribuyó al ingenio de Beltor Brech; pues no, ya Cervantes lo había hecho. En el episodio, constantemente se presenta un enfrentamiento dialéctico entre la PM y la realidad.

El cura disfrazado de princesa.  

En medio del relato que discurre en la venta, unos huéspedes quieren irse sin pagar, incluso llegan a golpear al ventero. La hija de este pide a DQ su intervención, su socorro como caballero andante, y DQ, con mucha flema, dice el narrador, le contesta que para que él pueda meterse en ese tuerto, ha de acudir pedir permiso a la PM, y que mientras tanto le diga a su padre que vaya aguantado como mejor pueda, que él espera paciente la resolución. Claro, la hija viene a decirle que no le vacile, que mientras va y viene, le han zurrado a su padre y se han marchado. DQ entonces, reculando con mucha astucia, le dice que no puede, que si quiere que le diga a su escudero que vaya y tome venganza.

Al final todos acaban metidos en el juego, hasta los cuadrilleros que vienen a prender a DQ se meten en la representación. Todos, como ahora lo está la humanidad entera, están encantados con el juego que se trae don Quijote (si hay algo que los cervantistas no están dispuestos a aceptar es que DQ finge su locura, quizás pensando que si lo hacen se les acaba el negocio, ya que ellos viven de hablar de un loco, sin darse cuenta que podría se más rentable, vivir de hablar de un cínico, pues el cinismo es una forma de vida, en tanto que la locura es una enfermedad).

Todo espectáculo emana de la apariencia o de muchas apariencias, pero se fundamenta en la sociedad como espectáculo (como diría Vargas Llosa).

Veamos el episodio (1-29) en el que se teatraliza a Dorotea como Princesa Micomicona.

El licenciado le respondió que no tuviese pena, que ellos le sacarían de allí, mal que le pesase. Contó luego a Cardenio y a Dorotea lo que tenían pensado para remedio de don Quijote, a lo menos para llevarle a su casa. A lo cual dijo Dorotea que ella haría la doncella menesterosa mejor que el barbero, y más, que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural, y que la dejasen el cargo de saber representar todo aquello que fuese menester para llevar adelante su intento, porque ella había leído muchos libros de caballerías y sabía bien el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían sus dones a los andantes caballeros.

Pues no es menester más –dijo el cura– sino que luego se ponga por obra; que, sin duda, la buena suerte se muestra en favor nuestro, pues, tan sin pensarlo, a vosotros, señores, se os ha comenzado a abrir puerta para vuestro remedio y a nosotros se nos ha facilitado la que habíamos menester.

Sacó luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica y una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras joyas, con que en un instante se adornó de manera que una rica y gran señora parecía. Todo aquello, y más, dijo que había sacado de su casa para lo que se ofreciese, y que hasta entonces no se le había ofrecido ocasión de habello menester. A todos contentó en estremo su mucha gracia, donaire y hermosura, y confirmaron a don Fernando por de poco conocimiento, pues tanta belleza desechaba.

Pero el que más se admiró fue Sancho Panza, por parecerle –como era así verdad– que en todos los días de su vida había visto tan hermosa criatura; y así, preguntó al cura con grande ahínco le dijese quién era aquella tan fermosa señora, y qué era lo que buscaba por aquellos andurriales.

Algo no encaja muy bien entre “tan fermosa señora” y “aquellos andurriales”.

Esta hermosa señora –respondió el cura–, Sancho hermano, es, como quien no dice nada, es la heredera por línea recta de varón del gran reino de Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual es que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho; y, a la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa.

En este párrafo, podemos decir que comienza el teatro, asumiendo el cura el papel de narrador, que entre “varón”, “micomicón”, y “don”, parece asegurar el cachondeo, a lo que añade el lenguaje arcaizante de “le defaga un tuerto”. Sigue más abajo:

Ya, en esto, se había puesto Dorotea sobre la mula del cura y el barbero se había acomodado al rostro la barba de la cola de buey, y dijeron a Sancho que los guiase adonde don Quijote estaba; al cual advirtieron que no dijese que conocía al licenciado ni al barbero, porque en no conocerlos consistía todo el toque de venir a ser emperador su amo; puesto que ni el cura ni Cardenio quisieron ir con ellos, porque no se le acordase a don Quijote la pendencia que con Cardenio había tenido, y el cura porque no era menester por entonces su presencia. Y así, los dejaron ir delante, y ellos los fueron siguiendo a pie, poco a poco. No dejó de avisar el cura lo que había de hacer Dorotea; a lo que ella dijo que descuidasen, que todo se haría, sin faltar punto, como lo pedían y pintaban los libros de caballerías.

El cura y el barbero se quedan agazapados para ver cómo se toma don Quijote la presencia de Cadenio, con el que se acababa de moler a palos hace muy poco.

Tres cuartos de legua habrían andado, cuando descubrieron a don Quijote entre unas intricadas peñas, ya vestido, aunque no armado; y, así como Dorotea le vio y fue informada de Sancho que aquél era don Quijote, dio del azote a su palafrén, siguiéndole el bien barbado barbero. Y, en llegando junto a él, el escudero se arrojó de la mula y fue a tomar en los brazos a Dorotea, la cual, apeándose con grande desenvoltura, se fue a hincar de rodillas ante las de don Quijote; y, aunque él pugnaba por levantarla, ella, sin levantarse, le fabló en esta guisa:

De aquí no me levantaré, ¡oh valeroso y esforzado caballero!, fasta que la vuestra bondad y cortesía me otorgue un don, el cual redundará en honra y prez de vuestra persona, y en pro de la más desconsolada y agraviada doncella que el sol ha visto. Y si es que el valor de vuestro fuerte brazo corresponde a la voz de vuestra inmortal fama, obligado estáis a favorecer a la sin ventura que de tan lueñes tierras viene, al olor de vuestro famoso nombre, buscándoos para remedio de sus desdichas.

Don Quijote lleva varios días haciendo penitencia en sierra Morena y de repente se le aparece una lozana criatura, y le suelta semejante súplica en puro lenguaje caballeresco. Creo que no debemos olvidar que Dorotea, personaje de la novela del Quijote, está representando el papel de princesa, así como Alonso Quijano, representa el papel de don Quijote, en la novela, héroe que es requerido por la Princesa Micomicona.

No os responderé palabra, fermosa señora –respondió don Quijote–, ni oiré más cosa de vuestra facienda, fasta que os levantéis de tierra.

No me levantaré, señor –respondió la afligida doncella–, si primero, por la vuestra cortesía, no me es otorgado el don que pido.

Yo vos le otorgo y concedo –respondió don Quijote–, como no se haya de cumplir en daño o mengua de mi rey, de mi patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave.

Ahora invoca a su rey contra el que actuó hace poco al liberar a los galeotes, como habla de su patria, cuando los caballeros andantes sirven, como mucho, a un señor feudal. Se olvida de su Dios, pero, como si fuese un descuido, un poco después lo tiene presente.

No será en daño ni en mengua de los que decís, mi buen señor –replicó la dolorosa doncella.

Y, estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy pasito le dijo:

Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que no es cosa de nada: sólo es matar a un gigantazo, y esta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía.

Sea quien fuere –respondió don Quijote–, que yo haré lo que soy obligado y lo que me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo.

Y, volviéndose a la doncella, dijo:

La vuestra gran fermosura se levante, que yo le otorgo el don que pedirme quisiere.

Pues el que pido es –dijo la doncella– que la vuestra magnánima persona se venga luego conmigo donde yo le llevare, y me prometa que no se ha de entremeter en otra aventura ni demanda alguna hasta darme venganza de un traidor que, contra todo derecho divino y humano, me tiene usurpado mi reino.

Digo que así lo otorgo –respondió don Quijote–, y así podéis, señora, desde hoy más, desechar la malenconía que os fatiga y hacer que cobre nuevos bríos y fuerzas vuestra desmayada esperanza; que, con el ayuda de Dios y la de mi brazo, vos os veréis presto restituida en vuestro reino y sentada en la silla de vuestro antiguo y grande estado, a pesar y a despecho de los follones que contradecirlo quisieren. Y manos a labor, que en la tardanza dicen que suele estar el peligro.

La menesterosa doncella pugnó, con mucha porfía, por besarle las manos, mas don Quijote, que en todo era comedido y cortés caballero, jamás lo consintió; antes, la hizo levantar y la abrazó con mucha cortesía y comedimiento, y mandó a Sancho que requiriese las cinchas a Rocinante y le armase luego al punto. Sancho descolgó las armas, que, como trofeo, de un árbol estaban pendientes, y, requiriendo las cinchas, en un punto armó a su señor; el cual, viéndose armado, dijo:

Vamos de aquí, en el nombre de Dios, a favorecer esta gran señora.

El cura y el barbero aparecen poco. El cura que ha cedido sus ropas a Cardenio para que no lo reconozca don Quijote, quedando en ropa interior en plena Sierra Morena, se hace el encontradizo con don Quijote (que ve con asombro al cura de su pueblo en calzoncillos). Don Quijote le pregunta que qué hace por allí, y el cura le cuenta que unos salteadores de caminos, que un sinvergüenza ha liberado, unos galeotes le asaltaron, restregándole por la cara al caballero su hazaña de la liberación (si don Quijote hubiera estado convencido de la liberación, habría argumentado algo al cura, pero no lo hace).

Cervantes con estos episodios, una vez más, demuestra que utiliza todos los géneros literarios entremezclados entre sí. Aquí podemos llegar a la conclusión de que la vida es una farsa, un autoengaño, que no todo el mundo tiene el suficiente valor como para reconocerlo.



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