En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 19 de julio de 2020

El país de la gran mentira


Jesús Hernández
Ex Ministro de la República Española
Ex miembro del Ejecutivo de la Komintern

Framento del capitulo III, Sin comentario alguno, tal como el ministro comunista lo escribió:


"Cuando la guerra comenzó a agravarse en el norte de España, la U. R. S. S. nos hizo la oferta de estar dispuesta a recibir a unos cuantos millares de hijos de combatientes para salvarles de los horrores de los bombardeos y para educarles convenientemente. Yo era entonces ministro de Educación Pública y organicé la salida de varias expediciones de niños de ambos sexos, haciéndoles acompañar de profesores españoles para facilitar la educación en el propio idioma.
Estaba convencido de que era una verdadera suerte la de aquellos niños tanto al alejarles de los riesgos de la guerra civil como de poder ser educados en el país del Socialismo.
Los primeros informes y cartas que nos llegaron tanto de los niños como de los profesores que les acompañaban eran altamente satisfactorias. Todos hablaban de la magnífica acogida que les dispensaron las autoridades y del cariño que les demostraban los ciudadanos de Leningrado y de Moscú, lugar este último donde estuvieron concentrados en una gran mansión de la calle de Piragovskaia hasta que fueron organizadas las distintas colonias donde deberían establecerse. Los niños gozaron de un excelente trato mientras en España hubo guerra. Al terminarse la lucha con nuestra derrota, las consecuencias comenzaron a reflejarse en las atenciones y cuidados de nuestras criaturas. Ya no eran niños con la perspectiva de regresar en cualquier momento a su patria y maravillar a sus padres con el relato de la exquisita hospitalidad de la U. R. S. S. Ahora eran cinco mil refugiados más que de invitados pasaban a constituir una carga permanente para el Estado soviético. Y comenzaron los reajustes en los presupuestos y la introducción de medidas disciplinarias y de reglamentos educativos que trastornaron la vida y la enseñanza de nuestros niños y del personal docente español. Nuestros profesores pasaron a un plano secundario. La dirección de las Colonias se encomendó a burócratas rusos, la mayoría de los cuales no tenía ni siquiera nociones de pedagogía. El idioma español pasó a segundo plano.
Los niños deberían estudiar fundamentalmente en un idioma que no les era conocido y con textos escolares propios para el infante ruso pero no para el niño español. Protestaron los niños y los maestros españoles y protestamos nosotros cerca del Comisariado de Educación, sin obtener éxito alguno.
Los burócratas rusos sometieron a nuestros alumnos a un régimen escolar en el que se alternaba el estudio con la tala de leña en los bosques en el invierno para el abastecimiento de la cocina y de la calefacción, y se obligaba a los pequeñuelos a levantarse en los gélidos amaneceres del invierno ruso para cumplir, antes del desayuno, con la «norma» de leña. En el verano les obligaban, desde que apuntaba el día, a realizar toda clase de faenas agrícolas y sembrar y recolectar para la atención de su propio consumo.
Los pequeñuelos se resistían y como no podían eludir la realización de aquellas faenas impropias de su edad y de su condición de colegiales, se vengaban en sus propios estudios, especialmente del ruso, dando índices bajísimos de asimilación y capacitación.
Una excesiva fatiga y una deficiente alimentación limaron la salud de los niños. En 1941-1942, una inspección médica que obligamos al Comisariado de Educación a realizar en todos los planteles de niños españoles, dio la proporción aterradora de más de un 50 por 100 de tuberculosos y de otro 30 por 100 de pretuberculosos. El porcentaje de mortalidad aumentaba de día en día, registrando en el primer año de guerra en la U. R. S. S., un 15 por 100, es decir, unos 750 fallecimientos. Algunos, los casos más graves, pudimos conseguir el trasladarles a sanatorios. Pero la mayoría siguieron un calvario de penalidades y sufrimientos inauditos arrastrándose a través de toda la inmensidad territorial soviética huyendo de los alemanes. No había un plan de evacuación. Cada director tiraba para donde se le antojaba y unas veces a pie y otras en furgones de tren, emprendían las repetidas huidas, sin organización ni aprovisionamiento, dándose casos de que pasaran días enteros sin probar bocado bajo el clima implacable del invierno ruso. En las cercanías de Krasnoarmeinsk, en Stalingrado, 16 niños que se quedaron rezagados por el cansancio de las tremendas jornadas a pie, con los alemanes en los talones, fueron atrapados por éstos. Los niños fueron conducidos a Alemania donde fue a hacerse cargo de ellos una comisión de falangistas españoles. Entre los pequeños prisioneros se encontraba la hija de Virgilio Llanos, dirigente socialista y comisario durante nuestra guerra. Asqueados de la vida soviética, resentidos por los tratos recibidos, estos niños fueron hábilmente utilizados por la propaganda hitleriana y por la Falange española.
Las colonias españolas fueron a parar a los lugares más distantes e inhóspitos de la Unión Soviética. Unas llegaron a Samarkanda y Kakan en la Rusia Asiática y otras hasta las estribaciones de los Urales, en Siberia Central.
Muchos de nuestros niños eran ya adolescentes de ambos sexos. Habían pasado seis o siete años desde que salieron de España. Los más pequeños sufrían llorando las terribles calamidades de aquellas marchas y contramarchas, de las huidas empavorecidas durante semanas y meses, muertos de hambre, comidos de miserias y ateridos de frío. Los mayorcitos con quince o dieciséis años rompieron todas las amarras de la cuartelera disciplina y comenzaron a vivir por su propia cuenta. En Taskhent llegaron a organizarse en bandas de salteadores que robaban a mano armada y realizaban toda clase de tropelías entre los habitantes de la región. Preferían la muerte o el presidio a continuar pereciendo de hambre en los colectivos escolares. En Samarkanda y en Tibliss (Georgia) las jovencitas aprendieron que podían mitigar el hambre prostituyéndose, entregándose a los oficiales del Ejército o a los altos burócratas del Partido o de la Administración que eran los únicos que podían pagar sus caricias con un pedazo de pan. No pocas de ellas quedaron embarazadas.
Algunos de nuestros pilletes se dedicaron a robar en los trenes. Fueron a parar a las cárceles. En Kakan asaltaron una panadería. Aprehendido uno de ellos resultó ser el hijo de Carrasco, coronel del Ejército republicano y a la sazón coronel del Ejército Rojo en la Escuela Frunce de Moscú. El niño murió tuberculoso en la cárcel.
Gracias a la enérgica actuación de refugiados españoles adultos que, en la mayoría de los lugares, se hicieron cargo del cuidado de los niños y de los adolescentes, se pudo aminorar la tragedia de nuestros pequeñuelos y corregir en gran modo el bandidaje y la prostitución entre los jóvenes.
El anhelo de salir de la Unión Soviética se apoderó tan inconteniblemente de los jóvenes españoles que llegaban a extremos de desesperación como en el conocido caso de Florentino Meana Carrillo que, al perder las esperanzas de poder abandonar la U. R. S. S., escribió una carta en la que explicaba su decisión de arrancarse la vida antes de continuar encerrado «en el inmenso campo de concentración y de hambre» que era la Unión Soviética. Ingirió un vaso de ácido sulfúrico. Al enterarse su hermano, otro jovencito, tomó un cuchillo, se trasladó al Hotel Lux donde creyó encontrar a Pasionaria, que era la que le había denegado la autorización a su hermano para regresar a España (Pasionaria era la única persona autorizada por las autoridades soviéticas para conceder o denegar los permisos de salida de la U. R. S. S. a los adultos y a los niños españoles) y al no encontrarla, descargó su furia contra el representante del Partido, cargo que desempeñaba en aquellos momentos, José Antonio Uribes, suplente del Buró Político, quien a duras penas pudo eludir la agresión del enfurecido muchacho, que fue a parar a la cárcel por intento de asesinato.
Cuando en 1943 salí yo de la Unión Soviética, el problema que más profundamente me había distanciado del resto de la dirección del Partido Comunista Español fue precisamente el de los niños y jóvenes, reclamados por sus padres o que habían expresado deseos de regresar a España junto a sus familiares, y que la obstinación criminal de Pasionaria y Antón, retenían en la U. R. S. S., «hasta educarlos como buenos bolcheviques», pues -decía Pasionaria-«no podemos devolverlos a sus padres convertidos en golfos y en prostitutas, ni permitir que salgan de aquí como furibundos antisoviéticos».
Por referencias verbales de algunos jóvenes llegados desde Rusia a México, gracias a la porfiada reclamación de los padres a través de las autoridades mexicanas, he podido saber que un grupo de los que allí quedaron fueron enviados a estudiar a ciertas universidades y la mayoría destinados a las fábricas. Los cálculos de mis informantes elevaban los fallecimientos a la aterradora cifra de un 40 por 100 del total de los enviados a la U. R. S. S. en los años 1936-1937. ¡Dos mil niños españoles no podrán ya regresar a España!"

1 comentario:

  1. Hoy hace un año que se aprobó en el parlamento europeo este texto sobre la memoria histórica: https://www.europarl.europa.eu/doceo/document/TA-9-2019-0021_ES.html
    ¿Se ha hecho algo?

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