En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 19 de julio de 2020

Arturo Pérez Reverte

Hombres Buenos


Cambiar el mundo con libros. De la negra España parten a la ciudad de las luces y el progreso dos miembros de la Real Academia Española, el bibliotecario don Hermógenes Molina y el almirante don Pedro Zárate. Recibieron de sus compañeros el encargo de viajar a París para conseguir de forma clandestina los 28 volúmenes de la Encyclopédie de D'Alembert y Diderot, que estaba prohibida en España.

Dos “hombres buenos” que creen que, mediante la cultura, es posible el dialogo y la concordia entre hombres de ideas opuestas. Esos hombres son la España que pudo ser, pero que no fue. Y propio de la España que fue, “hombres malos” surgidos del mismo seno Academia, que a pesar de sus ideas contrarias, conspiran y se ponen de acuerdo para impedir el progreso por temor a perder sus privilegios. Hombres malos como el abate Brincas, inspirado en el personaje real, “el abate Marchena”, un fanático honrado que es respetable en la sociedad de París por ser un canalla, un paralelismo con “Alatriste”, que entronca tan bien con la Revolución Francesa, en definitiva un reflejo del mismo Robespierre.

Los dos académicos se enfrentan a una peligrosa sucesión de intrigas, a un viaje de incertidumbres y sobresaltos que los llevaría, por caminos infestados de bandoleros e incómodas ventas y posadas, desde el Madrid ilustrado de Carlos III al París de los cafés, las tertulias filosóficas, de vida libertina con putas que al menor contacto te hacen “coronel de caballería”, como a las agitaciones políticas en vísperas de la Revolución francesa.

Basada en hechos y personajes reales, documentada con rigor, conmovedora, narra la aventura de quienes, orientados por las luces de la Razón, quisieron cambiar el mundo con libros.

Antes que este libro me he leído tres EN de Galdos y, es curioso, aunque el estilo es muy diferente he tenido momentos que me he confundido, creyendo que seguía con Galdós. La referencia al "coronel de caballería" que hace Pérez Reverte cuando habla de la vida libertina de París, es un guiñó a Galdós, que con más delicadeza, en uno de los EN, habla que cuando los coroneles de caballería se bajaban del caballo, no hacían nada más que colocarse los testículos; los "güevos" diría Arturo.

Dice nuestro amigo y paisano de Turón Francisco Gil Craviotto, ha escrito sobre "Hombres buenos": "Hombres buenos” toca muchos géneros –novela histórica, galante, negra y de aventuras-, y es extraordinariamente amena. Es evidente que se trata de una gran novela. Sin embargo le he encontrado dos o tres cositas que no me explico cómo se le han podido escapar a un autor tan experimentado. Una de ellas (página 574) es el diálogo que mantienen los dos académicos que han enviado a París al sicario. Hablan de dineros y el más descarado le dice al otro: “Ni media peseta”. Frase imposible en el siglo XVIII: la peseta nace en el XIX, exactamente el 19 de octubre de 1868. Páginas antes hay otro anacronismo parecido: nuestro autor nos informa que los dos académicos pasan delante de la Ópera. Ocurre que la Ópera de París, también conocida por Ópera Garnier, se construyó en tiempos de Napoleón III y se inauguró en la III República (1875). El precedente de la Opera fue la Academia Real de Música, fundada por Luís XIV, que durante el siglo XVIII cambió trece veces de sede. Sacar a relucir la Ópera cuando aún falta un siglo para su inauguración me parece prematuro.”



Sidi. Un relato de frontera

No tenía patria ni rey, sólo un puñado de hombres fieles.
No tenían hambre de gloria, sólo hambre.
Así nace un mito.
Así se cuenta una leyenda.

«El arte del mando era tratar con la naturaleza humana, y él había dedicado su vida a aprenderlo. Colgó la espada del arzón, palmeó el cuello cálido del animal y echó un vistazo alrededor: sonidos metálicos, resollar de monturas, conversaciones en voz baja. Aquellos hombres olían a estiércol de caballo, cuero, aceite de armas, sudor y humo de leña.»

«Rudos en las formas, extraordinariamente complejos en instintos e intuiciones, eran guerreros y nunca habían pretendido ser otra cosa. Resignados ante el azar, fatalistas sobre la vida y la muerte, obedecían de modo natural sin que la imaginación les jugara malas pasadas. Rostros curtidos de viento, frío y sol, arrugas en torno a los ojos incluso entre los más jóvenes, manos encallecidas de empuñar armas y pelear. Jinetes que se persignaban antes de entrar en combate y vendían su vida o muerte por ganarse el pan. Profesionales de la frontera, sabían luchar con crueldad y morir con sencillez.»

«No eran malos hombres, concluyó. Ni tampoco ajenos a la compasión. Sólo gente dura en un mundo duro.»

«En él se funden de un modo fascinante la aventura, la historia y la leyenda. Hay muchos Cid en la tradición española, y éste es el mío.»
Disfruto de la novela histórica y Pérez-Reverte es experto en crear obras que conjugan a la perfección historia con ficción y aventuras. Con esta historia retrocedemos en el tiempo, hasta el medievo, para recorrer el camino de Sidi Campitur, nombre con el que El Cid fue bautizado entre sus enemigos. Es la historia del Cid Campeador, un hombre para el que la fidelidad lo fue todo.
En "Sidi. Un relato de frontera" Reverte nos narra un fragmento de la vida del Cid campeador, ese legendario guerrero valiente y audaz que fue desterrado hasta en dos ocasiones.

«Lo seguían por el prestigio de su nombre, y éste se hallaba en relación con las perspectivas de botín. Desterrado de Castilla, leal a su rey pese a todo, imposibilitado para luchar contra éste o sus aliados mahometanos o cristianos, no le quedaba sino guerrear en tierra de moros».

Este texto humaniza y nos acerca al personaje. Lo consigue realizando un retrato muy adecuado de un hombre que fue muy querido por sus semejantes y no por miedo, sino por el respeto que se ganó a base de batallas libradas junto a ellos hombro con hombro. Es testarudo y valiente pero además tiene grandes dotes de liderazgo y es fiel a sus principios por encima de todo. Un personaje muy del tipo de Pérez-Reverte.
«Lo cierto es que sabes hablar a los reyes, Sidi»

El comienzo quizá sea algo pausado pero a medida que se aproxima la batalla final se vuelve mucho más ágil. Como lector acabas siendo parte de las tropas lideradas por Sidi. Las batallas están perfectamente descritas, pero cargadas de ritmo, sin resultar en ningún momento tediosas. Y los diálogos encandilan, convirtiéndote en testigo invisible de cada escena.

Una lectura muy recomendable para todos los amantes de la novela histórica. Pero no solo es histórica, tiene ingredientes de novela bélica y por supuesto hay espacio para el amor. Novela completa donde las haya. El único problema es: te quedas con ganas de más.
 
 
 


Otro episodio que tacho de la “Enciclopedia Alvarez”

El historiador David Porrinas ha escrito una biografía espectacular: 'El Cid: historia y mito de un señor de la guerra', un descomunal trabajo, resultado de veinte años de investigaciones obsesivas.

 

Artículo de "El País". 

Juan Soto Ivars. 09/12/2019

Admito que la fascinación era comprensible entonces y que lo sigue siendo. La prueba es el western 'Sidi' de Arturo Pérez-Reverte, que ha elegido un tramo temprano de la cabalgada del Cid para recrear, con conocimiento histórico e imaginación de novelista, la atmósfera fronteriza de los reinos de taifa. En las páginas de Pérez-Reverte, manadas salvajes de tipos duros cabalgan por un escenario violento al servicio de bandoleros con espada. Las lealtades se miden más por el valor en la batalla que por la religión, lo cual es, ya de por sí, una buena aproximación a la realidad del Cid.

El Cid: ¿Héroe nacional o traidor y mercenario?

Me papeé el libro de Pérez-Reverte en una sentada y, como supongo que pretendía su autor, la lectura despertó en mí un súbito apetito histórico. Leyendo 'Sidi' me di cuenta de que las lagunas que tenía sobre la verdadera historia del Cid eran enormes y de que este periodo de Al-Andalus lo tenía agarrado al cerebro con alfileres. Pensé que mis carencias no pasaban necesariamente por ser un producto de la Logse, puesto que la generación de mis padres, obligados a memorizar el Cantar, terminó viendo al Cid casi como un agente al servicio del Nacionalcatolicismo, cuando el personaje fue de todo menos patriota o buen cristiano.


¿Guerra Santa de 800 años?

Es hora de desmontar mentiras como las de la infame Enciclopedia Álvarez, que en su entrada sobre Rodrigo Díaz dice textualmente: “Hace mucho tiempo entraron en España unas gentes que no eran cristianas. Se llamaban árabes y se apoderaron de casi todo nuestro suelo. Los cristianos españoles lucharon durante ochocientos años con ellos y por fin los echaron de nuestra Patria. Entre los guerreros cristianos sobresalió uno que se llamaba el Cid. Este famoso guerrero venció a los árabes en muchísimas batallas y les quitó la ciudad de Valencia. El Cid es considerado modelo de caballeros porque era muy bueno y todo lo hacía bien”.

Por favor... Hoy en día, cuando la mera idea de que hubiera una Reconquista con ochocientos años de Guerra Santa no resiste ni los análisis históricos más miopes, lo que necesitaba Rodrigo Díaz de Vivar era una nueva biografía, y la casualidad ha querido que se publique en diciembre de 2019 una que es espectacular. La ha escrito el historiador David Porrinas, de la Universidad de Extremadura y la editorial Desperta Ferro la ha publicado. Es 'El Cid: historia y mito de un señor de la guerra', un descomunal trabajo, resultado de veinte años de investigaciones de Porrinas obsesivas sobre el Cid.

Desde el prólogo, el autor nos deja claro que su libro no está escrito con el deseo de sentar cátedra, sino con el de aclarar las cosas. Su libro es una mezcla de curiosidad, obsesión y humildad, y a lo largo de sus cuatrocientas páginas, documentadas con infinitas notas al pie y redactadas con la claridad y concisión de un informe, el autor se dedica a contraponer versiones, rastrear fuentes y buscar las incoherencias para liberar al retrato biográfico de Rodrigo Díaz de siglos y siglos de propaganda.

A través de la lente de Porrinas vemos al Cid Campeador descompuesto como un haz de luz blanca que atraviesa un diamante. De la misma forma que “Cid” viene de “sidi” (señor en árabe) y “Campeador” de “campidoctus” (en latinete, sabio de la batalla campal), la figura se nos va presentando como un híbrido entre el héroe, el oportunista, el bruto y el político. Conocemos a un hombre que hacía tratos con cristianos lo mismo que con moros, y con una inteligencia táctica muy hispánica terminó alcanzando una dignidad que quedaba mucho más allá de los derechos que le dio la cuna.

Pero quizás lo más fascinante de este libro sea un aspecto tangencial a la figura central, y es que el Cid, lo mismo que su señor Alfonso, su adversario catalán Berenguer y sus fieros enemigos almorávides, hicieron fortuna gracias a la disolución de un país. Todos ellos supieron cabalgar con oportunismo por las tierras de un Al-Andalus descompuesto en reinos de taifas, es decir, en regiones egoístas y enfrentadas, donde visires de tres al cuarto se enfrentaban entre sí después del colapso del Califato Omeya. Será que estoy neurótico, pero ahí hay un aviso y una lección.



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