En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

jueves, 17 de abril de 2025

El Quijote como forma de vida y de gobierno


Siempre es o
portuno comentar a Cervantes y a su ingenioso hidalgo. Los célebres consejos de Don Quijote a Sancho Panza en cuanto al buen gobierno de la ínsula Barataria se encuentran en los capítulos XLII y XLIII del  El Ingenioso Cavallero Don Quixote de la Mancha, publicado en Madrid en 1615. En estos dos capítulos se recoge un discurso con unas ideas morales, reflexivas, filosóficas, con humor,  que son ciencia de la vida y  pensamiento crítico.

Este fragmento se enmarca en la tercera salida de Don Quijote. Los Duques, unos aristócratas ociosos que solo piensan en divertirse, que han leído la primera parte, publicada en 1605, han creado un entramado de falsa vida caballeresca, una farsa o burla para nuestros héroes. El Duque chantajea a Sancho con la promesa del gobierno de la ínsula. Por esta razón, Don Quijote aconseja a su escudero, actuando como maestro y guía de Sancho, a quién pretende orientar en el difícil camino de la vida como “mar proceloso” y de la política “golfo profundo de confusiones”.Entre las ideas y valores más importantes que se pueden extraer del “libro infinito de la ficción y la vida” como lo llamó Francisco Rico, podemos encontrar:

  • La libertad, La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. (II, 58). Libertad apyada de dos pilares, la visión aristotélica y el principio católico en contraposición al protestantismo que negando la libertad humana sólo tiene en cuenta la fe y no las obras (sola fides), pues como resumió Lutero “la razón es la grandísima puta del diablo“.

  • La justicia, “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea por el peso de la dádiva, sino por el de la misericordia.” (II, 42). Menudo ejemplo.

  • La dignidad de cualquier ser humano, “… no es más que otro si no hace más que otro” (I, 18).

  • La ética del esfuerzo, no del resultado, “Bien pueden los encantadores quitarme la aventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible (II, 17).

  • La esperanza. “Aún hay sol en las bardas” (II, 3), que es como decir que no todo está perdido, a lo que debemos sumar esa máxima aurisecular que tanto gustaba a Javier Marías: “Por mí que no quede”.

  • La búsqueda de la identidad. La lucha entre el ser y el querer ser, así como el cómo te ven los demás. “Conócete a ti mismo” que es el conocimiento más difícil que puede imaginarse. El consejo que le da a Sancho es saber previamente cómo somos para responder a la vida controlando nuestra naturaleza humana. Es necesaria la modestia, evitar la soberbia, sin caer en una modestia excesiva, como bien explicaría después Unamuno. Don Quijote le dice a Sancho que tenga en cuenta sus capacidades y oportunidades, que cada cosa tiene su momento. “Conocete a ti mismo”, apareció en el pronao (pórtico) del Templo de Apolo en Delfos y cuyo lema Sócrates hizo suyo. Conocerse es el primer paso para saber en qué te puedes equivocar.

  • La humildad. “Préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. La tercera recomendación es la humildad. No importa la procedencia de uno, ni su linaje. Don Quijote le dice a Sancho que se anticipe a la censura de los demás, señalando primero sus errores y defectos. Le habla de tener un alto contenido ético y moral en dónde la virtud le pondrá por encima de su propia humildad.

  • Importan más los hechos que la sangre. “La sangre se hereda y la virtud se aquista”. Cervantes critica a la aristocracia orgullosa y ociosa, a la nobleza que vive de la sangre. Le dice a Sancho que no hay que tener envidias sino sólo “hacer hechos virtuosos”. Es más valiosa la virtud y el esfuerzo personal que lo que se hereda y se recibe de los antepasados. Esta regla recuerda la noción de Virtud en Aristóteles.

  • El respeto a la familia. Esta recomendación hace referencia al respeto a la familia. No hay que desechar ni afrentarla sino corresponderla. Es preciso acoger con orgullo a los parientes cuando vengan a verte”. Don Quijote viene a decir que los seres humanos que se avergüenzan de sus padres se niegan a sí mismos.

  • No guiarse por la arbitrariedad, o la “Ley del Encaje”. Es el juicio que discrecionalmente se forma el juez sin atender a lo que la ley dispone. Sancho no tiene que ser arbitrario ni excesivamente riguroso sino abierto y disciplinado. Que no se deje atrapar por la ambición de las riquezas ni por la tristeza de los pobres. Don Quijote le anima a que encuentre la verdad en el punto medio entre las pasiones, con inteligencia e intuición para no equivocarse.

  • Equidad. “No es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo”. Don Quijote sabe que es muy difícil actuar equilibradamente para no castigar al inocente y eximir al culpable. Le aconseja que actúe con equidad, norma básica para la actuación social y profesional.

  • Misericordia. Don Quijote hace referencia al valor de la Misericordia. Se trata de ser capaz de amar la condición miserable del otro, como si fuera nuestro hermano: “… si doblares la vara de la justicia que no sea por dádiva sino por la misericordia.

  • La esencia sobre la apariencia. Don Quijote le pone el ejemplo de la mujer hermosa que llora. Debe oírse la esencia de lo que le pide, sin considerar la apariencia externa de las personas y de las cosas. También se manifiesta este dualismo cuando el Duque le comenta a Sancho “esta tarde os acomodarán del traje conveniente que habéis de llevar”, a lo que el escudero responde que tiene clarísimo que será siempre él mismo, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza. A pesar de la aparatosidad que tiene todo cargo oficial con el fin de justificarse, prevalece siempre en los protagonistas la esencia sobre la apariencia, el Ser sobre el Tener y el Parecer.

  • Al castigar con obras no tratar mal con palabras. Don Quijote le recomienda que al castigado le baste la pena y no las malas razones. Como diría concepción Arenal: “… odia el delito, compadece al delincuente”.

  • La idea antropológica de la vida. Cervantes, en todas sus obras, pone al hombre como centro de la vida, y lo hace en una época que todo estaba regido por Dios, como podemos ver en Calderón, que nos dice eso de “no hay más fortuna que Dios”; o por otras fuerzas de la naturaleza, como en Shakespeare, que todas sus obras están llenas de mitos, brujas, fantasmas o magos. Cervantes nos repite constantemente la idea del hombre como único responsable de su propia vida, así como el único capaz de resolver sus problemas. Frases que refuerza esta idea las encontramos a lo largo del Quijote: “Cada uno es hijo de sus obras” (I, 47); “Cada uno es artífice de su ventura.(II, 66)

  • Con Cervantes comienza la crítica de los absolutos, y, como dice Francisco Rico, “… comienza con una sonrisa, no de placer, sino de sabiduría”. Américo Castro, comentando la aventura del baciyelmo, nos dice que en ella se hace una crítica a la filosofía del Renacimiento, a los sentidos, “… el engaño de los ojos. No hay lugar para lo absoluto, las perspectivas se abren y disienten”. La distancia entre el ser y el parecer.

    Y no hay que olvidar los consejos que adornan el cuerpo. En el capítulo XLIII, se detallan otros consejos que da Don Quijote a Sancho. Se hace referencia a la importancia de la limpieza y orden corporal que tienen una marcada relevancia pues “… todos los seres humanos deberán saberlo”.

El vestido también puede revelar aspectos profundos de la personalidad. Le aconseja llevar lo necesario sin lujos.

En cuanto al saber estar, le comenta que hable con reposo, que ande despacio, que no parezca que se escucha a sí mismo. El hombre debe expresarse con exactitud, ni con pocas palabras ni con demasiadas que lleve a la confusión o a equívocos a su público.

En cuanto al comer y beber, debe tener la costumbre de comer poco, ser templado en el beber y no eructar delante de nadie. Le pide moderación en todo, que es el rasgo de quién es equilibrado y justo. La alimentación cobra mucha importancia porque “… la salud de todo el cuerpo se fragua en el estómago”. Le habla de una correcta alimentación, controlando la bebida pues el borracho “… ni guarda secretos ni cumple palabra”.

Otro aspecto importante es el del comportamiento en la mesa. Sancho debe evitar aquellos actos desagradables para el prójimo, que animalizan al hombre por desconocer las normas sociales.

En cuanto a los refranes, Don Quijote le dice a Sancho que usa y abusa mucho de ellos, en muchos casos sin sentido ni contexto. No has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles”.

Sobre el sueño de dice que debe ser moderado y suficiente para vivir mejor y para vivir más”.

El último consejo que Don Quijote da a Sancho es nunca, por alto que llegue, se crea mejor que los demás, “… jamás te pongas a disputar de linajesporque del que abatieres serás aborrecido”.

Don Quijote termina el capítulo diciendo a Sancho que si sigue estas reglas su fama será eterna, vivirá en paz y su felicidad indecible”.

Reflexión. Cervantes pone por escrito estos consejos en donde se resumen todos los conocimientos que adquirió en su vida como consecuencia de una infancia convulsa, su etapa en Italia como soldado, el largo cautiverio en Argel y de sus negocios y problemas en España. Se observa la prudencia política del autor en todos los consejos públicos y privados que ofrece Don Quijote a Sancho. Aún hoy son válidos para todos los gobernantes que los leyeran y quisieran aplicarlos en su actividad política.

El autor advierte de todos los vicios de los gobernantes (corrupción, arbitrariedad, lujuria, prepotencia, soberbia) y toma nota de sus privilegios y prerrogativas a costa del contribuyente. Son dos capítulos de sabiduría social, que representan la esencia de la cultura occidental que concibe a la persona con derechos y deberes como eje fundamental de la sociedad.

Cervantes describe la naturaleza humana con sencillez comprensión y justicia, una forma especial de ver el mundo, prometiendo la felicidad del gobernante que así proceda. Conoce las debilidades y grandezas del alma humana y esto le conduce a la comprensión de los hombres y a la bondad a la hora de juzgarlos.

En las ideas glosadas, Cervantes interpreta con profundidad todo lo humano, el impulso ideal y el sentido común. Estas dimensiones se reparten en el corazón de todas las personas. El mérito de Cervantes consiste en decir todo lo que quiere a través de un supuesto hidalgo loco y de un analfabeto de pueblo, lleno de sensatez y sabiduría popular.

Conclusión. Es evidente que Cervantes quiere lamentarse y criticar con mucha ironía y cierto humor una sociedad sin guías, sin referencias y llena de contradicciones; un estado que si bien fue el primer estado moderno del mundo, su grandeza no llegaba al pueblo. Empresa a la que aún hoy día le queda mucho por construir.

Lo cierto es que estos consejos para el gobierno de la ínsula Barataria pueden ser aplicados válidamente en situaciones de poder y política. Al ser unos valores humanos inmortales, constituyen la mejor base para fundar una acción política. Cervantes propone un gobierno virtuoso, unas leyes equitativas y una justicia misericordiosa. En definitiva, un ideal de ciudadano y de gobernante honesto, responsable, prudente y comprensivo.

Unas cualidades a las que toda forma de hacer política deberían aspirar. No andaba descaminado Gabriel García Márquez cuando apostilló a Bill Clinton, que la solución de todas sus preocupaciones como gobernante se encierran en las páginas del libro más importante de la literatura universal, que no es otro que el Quijote, y no es casualidad que esté escrito en español.

Aquellos que siguen el ideal pasarán a la historia y tendrán “fama eterna”. Logro, literario, que ya ha conseguido, por propio derecho en el mundo entero y para el resto de la eternidad, el  Ingenioso  Hidalgo  Don Quijote  de la  Mancha.

 

-Avalle-Arce, Juan Bautista; Don Quijote Como Forma De Vida, Cvc.

-Cervantes Saavedra, Miguel; Don Quijote De La Mancha. Austral. Notas De Alberto Blecua. 2010.

-Cervantes Saavedra, Miguel; Don Quijote De La Mancha. Edición Instituto Cervante De Francisco Rico. 2016.

-Cervantes Saavedra, Miguel; Don Quijote De La Mancha. Planeta. Notas De Martín De Riquer. 1980.

-Martín Morán, José Manuel, Don Quijote Está Sanchificado; …, Bulletin Hispanique, Xciv.1 (1992), Pp. 75-118.

-Rodríguez, Juan Carlos; El Escritor Que Compró Su Libro. De Guante Blanco. Lavela. Granada. 2003.

jueves, 3 de abril de 2025

Espinosa

 


Dejando atrás el Páramo Masa, de pronto, te precipitas hacia el Ebro, que discurre hondo entre roquedales rojizos y cerezos tardíos. Por allí, entre rachas de viento helado que en primavera azotaban raquíticos trigales, pasadas las altas tierras burgalesas, bajando aquel puerto de la Mazorra por el que tantas veces transitaría, llegué un día a un verde valle en el que sobresalía un pueblo donde tuve casa y trabajo durante siete años. Llevaba la maleta repleta de ilusión, juventud y muchas ganas de ser otro, cualidades que con los días pude comprobar cuán necesario sería la voluntad, la juventud, como aquel anhelo de vivir, que aún hoy conservo.

Cuando giré a la izquierda en el Ribero tuve la sensación de que entraba en otro mundo, un vergel verde que, a esa hora, cuando el sol comienza a calentar la humedad del suelo, lentamente se deshacía de la nieblaEra primavera avanzada y en los campos comenzaban a salir diminutas florecillas que salpicaban de alegres colores el verde vivo de los prados. Las vacas pastaban libres en las parcelas rodeadas de pértigas electrificadas; al azar, boñigas enormes, parasoles pecosos y las diminutas margaritas simulaban cúmulos galácticos propios de aquel maravilloso universo rural.

Un poco más arriba grandes manchas de nieve que se añadían a las doctas advertencias de anteriores y experimentados residentes, parecían decirme que no me confiara, que ese mayo en cualquier momento podía tornarse marzo. A lo lejos la montaña de lomas blancas, difuminadas por la niebla que subía lentamente como humo rastrero, se encabalgaban sobre sí mismas a uno y otro lado del valle. En medio la espumosa agua del deshielo bajaba ruidosa en el cauce del Trueba.

Pasó el verano, glorioso, con la familia del pueblo y la del pico, viendo florecer el brezo, en tanto que me iba adaptando a la geografía y fue como una primavera alargada o un otoño anticipado. Pude darme cuenta en esos años que el estío cervantino es inexistente en ese pasiego edén. Con el tiempo conocí que si bien el invierno en Espinosa robaba los días a la primavera, el otoño mostraba cierta prudencia en sus inicios en tanto que las hayas comenzaban a dorarse lentamente. En todo el tiempo que allí pasé, siempre, como aquella mañana, había un día en el que el otoño parecía que se anunciaba de golpe. Aquella mañana, súbitamente, advertí su presencia. Salí, y al notar el vaho de mi respiración sentí un escalofrío. Recorrí las calles como solía hacer a menudo con mi trote atlético de los veinte años, saludando con la mano, sin decir nada para no traicionar mi impostura; Benito siempre me devolvía el saludo, igualmente si abrir la boca, con su bata azul detrás del mostrador. Corrí hacia Las Machorras, y al abrirse la vista al campo, de pronto, al mirar la ladera de Picón Blanco, vi las hayas con un color rojizo más fuerte y tuve la impresión de que algo me hacía una señal, que me avisaba de lo que se avecinaba. Los campos estaban solitarios y desnudos. Pero... ¿cómo decirlo? No tenían su aspecto ordinario; me sonreían. Después de mi carrera permanecí un momento apoyado en una barbacoa y bruscamente comprendí que estábamos de lleno en el otoño pasiego. Estaba allí, en los álamos ya casi sin hojas que envuelven el arroyo, en el césped castigado del verano, con calvas, como ligeras sonrisas de gente sin rostro. El aire venía helado. Era indescriptible; me fue necesario pronunciar muy rápido: “¡es el otoño!”.

Me alejé de la barbacoa en la que me apoyaba, me volví hacía las casas, hacia el puente sobre el Trueba y repetí a media voz: “Ha llegado el otoño”.

 


 

Es otoño; detrás del mercado, a lado y lado de la carretera de Las Nieves, en los distintos prados, amontonada en pequeños grupos veo gavillas de hierba ya seca, y las vacas pastando a media ladera. Están más bajas que en los días precedentes -según los pasiegos, las vacas intuyen cuando va a cambiar el tiempo y, entonces, se bajan a comer mas cerca de los corrales, al amparo del hogar-.

Hoy, ese día que hoy recuerdo, es sábado o domingo. Y ese sábado, o aquel domingo, ha llegado con tonos otoñales: nubes grises, viento fresco y colores vivos. Son poco más de las nueve de la mañana; aquí que no se madruga mucho, es la hora en que muchos hombres se afeitan detrás de las ventanas; echan la cabeza hacia atrás, miran ya el espejo, ya el cielo fresco para saber si hará buen tiempo. Los bares calientan la máquina del café y se abren para los primeros clientes, campesinos, ganaderos y sobre todo vascos, los sábados principalmente vascos. En la iglesia, a estas horas, a la luz de las velas y del cirio, un hombre, de vestidos largos y adornos amarillos, bebe vino delante de mujeres mayores arrodilladas.

Cuando regreso de la carrera matinal, el reloj marca una nueva hora y aligero el paso. Me dejo a la derecha la carretera de Reinosa y paso delante de unas casas con galerías y persianas marrones en las que parece no vivir nadie. Esta calle de propietarios de velado rostro está poseída por el cercano rumor río y el aire indiano de sus fachadas.

Sigo mi carrera -trote cochinero, si lo comparo con los días de la academia- adentrándome en el pueblo. Aflojo aún más y del bolsillo del chándal me saco el pañuelo para limpiarme el sudor de la frente. Nada más abrir la tienda cesa del todo mi carrera. Entro, compro una botella de Siglo, cien pesetas me ha costado, ¡a dónde vamos a llegar!, una lechuga y cuatro puerros; después en la plaza, el pan y el periódico. Un café en el Resbalón con mi amigo Manolo, que parece esperarme en los soportales, antes de volver a casa. En casa, nada más abrir, oigo la olla dar vueltas, hoy hay cocido de garbanzos, cocido alpujarreño o mediterráneo, con col y espinazo de cerdo. Si bien, Castilla no puede ver el mar, la memoria del sur no nos abandona nunca a los de esta casa.

Tras la ducha y los juegos propios de aquella gozosa edad, en tanto que preparamos la mesa nos echamos un vino brindando por una vida que nos sonríe, lo acompañamos de unas anchoas de Santiesteban; Espinosa no puede ver el mar, pero las mejores anchoas del Cantábrico se hacen aquí -quizás sea un antecedente de la economía china, a modo pasiego-. Cuando nos sentamos a comer casi han caído 50 pesetas de Siglo, ¡no podemos seguir con este derroche! Ahora con todo a la mesa, incluidas las guindillas de Navarra, toca un buen plato, después la pringá. No bebas tanto vino que luego te quejas de que te sientes pesado; tienes razón, dejaré este culillo que queda para la noche. Esa fue la época, ¡bendita etapa!, en que conocí la conciencia ajena (o quizás debería decir próxima), y lo cierto es que aunque me queje, que lo hago, es cómodo que el reparo sea un reflejo; es parte de la felicidad si es que eso existe, bueno, la ocasional puedo afirmar que sí.

Ya en el sofá me toco la tripa que suena como un tambor. Termino el crucigrama que lo había dejado a medias; cuando doy el primer bostezo cierro el periódico y me pongo en pie sin pensarlo. Tengo que estirarme un poco, si no quiero atocinarme -digo-; claro, es que te pasas con la comida y el vino -oigo con claridad a mi conciencia que afirma siempre con razón-. ¡Voy a tomar el fresco un poco! -digo-; abrígate que de eso aquí hay mucho, que hoy parece que ha cambiado el tiempo -me dice-; los de Picón somos como los de Bilbao, no hay quien pueda con nosotros -sentencio-. De nuevo me echo a la calle, mientras creo escuchar que mi conciencia, con una sonrisa burlona, susurra entre dientes: ¡fantasma!

A esta hora lo que pega es un café. Siempre que tomo café lo hago con mi amigo Emilio, me gusta hablar con él, es un hombre que me inspira confianza. Le recuerdo siempre que veo mi canet del Trueba, lo mismo que recuerdo aquel partido contra el Éibar que me hicieron que pitar... Cuando salgo del bar Arroyo es media tarde, pero la siento entera en todo mi espabilado cuerpo. Hablo de mi tarde, la tarde del sábado, como lo es para los muchos vascos que se mueven por el pueblo, sintiéndose dueños de sus pasos. Para ellos mañana, el domingo, no será lo mismo. No será su tarde: la de ellos, la que cientos de vascos vivirán. El fin de semana es de ellos, ellos marcan el ritmo pueblo, pero, mañana, a esta misma hora, después del copioso y largo almuerzo en el Rincón o en la peña gastronómica, se levantarán de la mesa, y para ellos el domingo se estará muriendo. La comida del domingo, como el anterior domingo y el que vendrá, gastará a esta hora su ligera juventud. Es necesario digerir el chuletón y la tarta, cambiarse para volver. La cara, a estas horas, ya les habrá cambiado. Su entrecejo no se relajará hasta que se aproxime un nuevo viernes. Hasta entonces han de vivir otra vida; hasta entonces, muchos, disimularan sus pensamientos o simularan un pensamiento que no es el suyo. Aquí, en el pueblo, también hay algo de disimulo, mis vecinos de rellano, un matrimonio encantador de Bilbao que, en la escalera o en casa, no saben cómo agasajar a mi hija y cómo empatizar con nosotros, son unos extraños en la calle, donde siempre miran para otro lado -compromiso que nosotros siempre procuramos evitarle-. De lunes a viernes, junto a una sucia ría, se ganan la vida; el sábado y el domingo la viven a la orillas del alegre Trueba. De lunes a viernes son dirigidos, el fin de semana son ellos los que dirigen.

Todos los domingos por la tarde que puedo me gusta pasear por la plaza. Desde la puerta de Ciano veo un cielo azul pálido; un poco de humo, algunos penachos; de vez en cuando una nube a la deriva que pasa delante del sol. Veo al fondo los arcos del Ayuntamiento y a un grupo de hombres con chapela –nadie lleva la chapela como ellos, y el que mejor la lleva de todos es mi amigo Arturo, que trabaja en el Banco de Bilbao, el mismo que me paga todos los meses-. Los vascos también llevan varas de nogal y suben lentamente, como queriendo alargar la tarde, las escalerillas de la plaza y entran en el Skí. Por la mañana, unas horas antes, he visto a esos mismos rostros, triunfantes, pasar alegres junto a mí, en la juventud de una mañana de domingo, con cestas repletas de setas. Ahora, rosados por el chacolí y el frescor de la tarde, atiborrados de bacalao y la morcilla de Luís que nunca falta, sólo expresan cansancio, aflojamiento, calma, una especie de obstinación en prolongar el domingo que se acaba para ellos. En algunos rostros más descuidados, se puede entrever un poco de tristeza. Dentro de un rato han de irse y sienten que los minutos se les deslizan entre los dedos.

Poco a poco las calles se van quedando desiertas. La sombra cubrirá toda la plaza y un tímido punto de luz se vislumbrará en las farolas entre los plátanos de sombra: para ellos será el fin de la semana; para el pueblo, la rutina se hará más lenta; para mí, ¿qué cambia en mí al pasar del domingo al lunes? Esta semana nada. Mañana descanso, que la semana que acaba fueron muchas horas seguidas sin ver a mi hija recién nacida, sin estar con mi pasiega.

Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, sólo, o caminando en compañía, a menudo evoco unos años que, ahora, se nos presentan felices. Lo fueron en la medida que supimos disfrutarlos, también sufrirlos, que de todo hay en la viña del señor. Ahora, que es la memoria quien gobierna, los gozamos por el recuerdo que nos han dejado para revivirlos en tanto que podamos rememorar.


Del cinamomo al laurel, 51