En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

sábado, 18 de junio de 2022

Todo amor es fantasía

En agradecimento a la visita a Baeza del 16 de junio de 2022

 

“Estos días azules y este sol de la infancia”

No voy a reproducir la obsesiva imagen que me dejó un texto dudoso de un “Machado-Quijano”: un hombre que supera los cincuenta, aburrido un poco de las letras y sugestionado por la carne en una segunda juventud, que se convierte en un "caballero", que, a la desesperada, acaba de bajar de la sierra segoviana, decidido a hacer penitencia bajo la lluvia de Puerta de Hierro, y siempre dispuesto a realizar unas cuantas piruetas sobre los riscos del parque, que impresionen a su dama que lo mira tras los visillos de la ventana de su casa familiar: “Guimar-Dulcinea”. No, amigo, ese es un tópico que ya nunca repetiré...

Sí comenzaré con escepticismo, mostrando un poco de duda de todo aquello que aquí se diga, y lo haré con ideas y palabras del mismo Antonio Machado, sacadas de sus Proverbios y Cantares:

En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.

El poeta poco había cantado en vida a Leonor: La insinuación del amor cuando, quizás celoso del barberillo que la pretendía, decide revelarle sus sentimientos, dejándole, como olvidado en una mesa, un fragmento de una poesía:

y la niña que yo quiero

¡ay!, prefiriera casarse

con el mocito barbero.

Una referencia, en el poema A un olmo seco, a la Leonor enferma. En los versos finales, en una línea intimista, Machado espera la curación de su mujer como otro milagro parecido al que ha experimentado ese olmo al que “con las lluvias de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido”. Llenos de sentida emoción dicen esos versos:

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

Un romance, recoge con gran dramatismo el mismo momento de la muerte de Leonor. La contenida voz de Machado, reduce ese momento trascendental a la categoría de cotidiano, a la ruptura de “algo muy tenue” que se quiebra con toda facilidad. Las palabras parecen moverse silenciosamente por los versos, al igual que la muerte por la casa, casi de puntillas:

Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó

delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto

era un hilo entre los dos!

El concepto “niña” en la poesía de Antonio Machado no tiene nada que ver con la edad. Para él, el niño, la niña, lo infantil, es lo más noble de lo humano: “Una mujer para un hombre, —escribe a Guiomar— como yo al menos, es siempre una niña.” “Yo también, a pesar de mis impurezas, y de mi larga experiencia de la vida, me siento a veces niño, sobre todo cuando estoy a tu lado. Y lo más grande del amor consiste en esto; que hace revivir en nosotros lo infantil, que es lo más noble de lo humano.” Pero, para él, Leonor era la “niña”; con Guiomar es él quien se siente “niño”.

También escribe varios poemas llenos de dolor, soledad, y emoción. En este aflora el sentimiento religioso:

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

En otros se debate entre la fe y la razón: el corazón, contra la cabeza, luchan en el interior del poeta:

Dice la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón... No todo
se lo ha tragado la tierra.

O, en este otro: Soria y la mujer que tanto quiso y a la que en vida apenas le cantó, irrumpen ahora, soñadas, con tanta fuerza que al sentirlas tan verdaderas el poeta duda si todo se lo habrá tragado la tierra. Leonor es el tú (pronombre) o el tu (adjetivo posesivo), evocación soñada de un pasado vivido, verdadero:

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.

Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.

¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...

Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!

La mano se convierte en el símbolo nostálgico del apoyo, del respeto, de la generosidad. Curiosamente, cuando tanto se sigue insistiendo en la condición de niña de Leonor, Antonio Machado destaca el hecho de que fuera ella, Leonor, su mujer: “quien asentó mis pasos en la tierra”, dirá en Campos de Castilla (poema CXLI).

Mas hoy… ¿será porque el enigma grave

me tentó en la desierta galería,

y abrí con una diminuta llave

el ventanal del fondo que da a la mar sombría?

¿Será porque se ha ido

quien asentó mis pasos en la tierra,

y en este nuevo ejido

sin rubia mies, la soledad me aterra?

No sé, Valcarce, mas cantar no puedo;

se ha dormido la voz en mi garganta,

y tiene el corazón un salmo quedo.

Ya sólo reza el corazón, no canta.

Y en Baeza, donde el poeta deja paso al filósofo -bueno, esto es una forma de decirlo, pues en Machado poesía y filosofía son absolutamente inseparables-; pero es cierto que llevado por su melancolía, a fuerza de meditar en sus paseos de Baeza, nacen Abel Martín y Juan de Mairena. En Baeza evoca las tierras de Soria y a Leonor. Es la única vez en la obra de Machado que Leonor aparece con su nombre: la tristeza, el dolor, la soledad y la amargura atenazan al poeta, en una de la poesías más grandes de literatura española. Una silva asonantada, que dice:

Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo
.

Es palpable la aspereza de las primeras impresiones, y, de hecho, lo que Machado escribe durante los meses iniciales de Baeza está dominado por la presencia obsesiva de Soria y de Leonor. En el poema dirigido a Xavier Valcarcel, escrito probablemente a finales de 2012, Machado alega su dificultad de poetizar, dado su estado de ánimo, lanzado inopinadamente al "ventanal de fondo que da a la mar sombría" –esto es, a la presencia cercana de la muerte ineluctable–, para añadir:


¿Será porque se ha ido

quien asentó mis pasos en la tierra,

y, en este nuevo ejido.

sin rubia mies, la soledad me aterra?

La alusión a Leonor y su pérdida es transparente. Con este espíritu profundamente abatido y enajenado compone Machado en Baeza algunos de los poemas en que mejor desnuda su intimidad.

O, cuando escribe a su amigo José María Palacio un poema en forma de carta, en el que junto a la evocación de Soria en primavera, recuerda a su mujer y el cementerio en el que está enterrada, “El Espino”, y le pide que le lleve unas flores en su nombre.

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra…

En junio de 1928, Pilar Valderrama viaja a Segovia y, como era su intención, consigue iniciar una casta amistad profesional con el poeta. Esto parece que podemos darlo por seguro, me refiero a lo de la “casta amistad”. Lo que ocurrió realmente entre Pilar y Antonio Machado no lo sabemos, pero, como dice el “errático”, eso no debe preocuparnos.

Como apunta Concha Espina en su libro, De Antonio Machado a su grande y secreto amor, 1950: “todo parece indicar que Pilar Valderrama nunca estuvo enamorada de Machado”. Añadiendo que fue diestra en el arte de “marear la perdiz”.

Si la lírica es el cauce más idóneo para transmitir la expresión de los sentimientos, aquí queda dicho todo. También podemos comparar los diferentes amores de Machado, pero como eso lo han hecho otros con más fundamento, lo voy a saltar, insinuando algo solo de pasada, y sin mencionar el complejo de Edipo atribuido a don Antonio. Pero hay algo que si me atrevo a afirmar: su obra sustentan a su vida con mucha mayor fuerza que su vida a su obra.

Sabemos la transformación que produjo en el poeta Pilar Valderrama, y podemos afirmar que, como Dulcinea para la existencia de don Quijote, Guiomar, fue lo "necesario inalcanzable" para Machado. El nombre de Guiomar usado como una señal trovadoresca, parece oponerse al de Leonor, igualmente de resonancias medievales. Leonor exaltada en la muerte, Guiomar, en vida, con igual emoción en la nostalgia que en la presencia.

Amor imposible que desde su nacimiento supieron mantenerlo secreto. Durante muchos años ella fue considerada una creación literaria del poeta. Los siguientes versos ayudaron a fortalecer esa opinion:

Guiomar , Guiomar,

mírame en ti castigado:

reo de haberte creado,

ya no te puedo olvidar.

Hasta que Concha Espina descubriera en 1957 la identidad de Pilar Valderrama, al encontrar el siguiente soneto de Machado, y relacionarlo con un elogioso artículo de prensa que en su día había hecho Machado de Esencias, un libro de poemas de Pilar Valderrama:

Perdón, Madona del Pilar, si llego
al par que nuestro amado florentino,
con una mata de serrano espliego,
con una rosa de silvestre espino.

¿Qué otra flor para ti de tu poeta
si no es la flor de la melancolía?
Aquí, sobre los huesos del planeta
pule el sol, hiela el viento, diosa mía,

¡con qué divino acento
me llega a mi rincón de sombra y frío
tu nombre, al acercarme el tibio aliento

de otoño el hondo resonar del río!
Adiós: cerrada mi ventana, siento
junto a mi un corazón… ¿Oyes el mío?

En una carta de Machado a Pilar le habla de lo insaciable que es el amor romántico, y Pilar le contesta con los siguientes versos:

Amor es un siempre ¡siempre!

la sed que nunca se acaba

del agua que no se bebe.

Cancionero íntimo. Esencias

Pienso, pese a la opinión de Gibson en Ligero de equipaje, que Machado, que era un escéptico, supo pronto el alcance de sus reales devaneos versus su ideal amor con Pilar Valderrama. Por eso, consciente o no, de su necesidad para la creación literaria, la transformó en Guiomar, y el vate se dejó llevar por el espejismo poético. Se enamoró del amor... Pudo comenzar deslumbrado por el acercamiento en Segovia de la musa, y, cuando lo comprendió todo, que no había nada que hacer, que no pasaría de un amor cortés -aceptemos que Machado tonto no era-, decidió fingir en lo necesario. Eso los poetas lo saben hacer muy bien, y además es muy fructífero para su creación. Nadie podrá negarle eso a don Antonio. Pilar Valderrama, pienso, fue para Machado una mujer con la que tomaba café en el rincón de un discreto bar de Cuatro Caminos, y le daba consejos sobre su indumentaria; Guiomar, sin embargo, fue su musa, la dama que en esos años le hizo sentirse “caballero”.

Machado, en los versos siguientes que aluden a una visita que le hace el poeta durante unas vacaciones veraniegas de Pilar en San Sebastián o Hendaya, dónde, como en Puerta de Hierro, observa a la amada desde la destemplanza, pero con una mirada cargada erotismo:

I

... ¡Sólo tu figura,

como una centella blanca

en mi noche obscura!

Y en la tersa arena,

cerca de la mar,

tu carne rosa y morena,

súbitamente, Guiomar.

En el gris del muro,

cárcel y aposento,

y en un paisaje futuro

con sólo tu voz y el viento;

en el nácar frío

de tu zarcillo en mi boca,

Guiomar, y en el calofrío

de una amanecida loca;

asomada al malecón

que bate la mar de un sueño,

y bajo el arco del ceño

de mi vigilia, a traición,

¡siempre tú!

Guiomar, Guiomar,

mírame en ti castigado:

reo de haberte creado, y

a no te puedo olvidar.

«Otras canciones a Guiomar CLXXIV»

Comenta Mairena: “la creación aparece todavía en la forma obsesionante del recuerdo. A última hora el poeta pretende licenciar a la memoria, y piensa que todo ha sido imaginado por el sentir”. Imaginado, es decir, creado, fingido en definitiva. Para esta clase de amor venia preparándose desde mucho antes y la teoría erótica que lo fundamenta está explicita, por boca de su heterónimo Abel Martín, en las páginas de su Cancionero Apócrifo:

Huye del triste amor, amor pacato,

sin peligro, sin venda ni aventura,

que espera del amor prenda segura,

porque en amor, locura es lo sensato.

No cabe duda de que el amor de Antonio Machado por Guiomar fue sincero, completo y anhelado en todo momento. Sin embargo, su materialización en Pilar Valderrama fue imposible de principio a fin. Los versos finales citados por Mairena no podían expresar con más claridad la pretensión a última hora de Abel Martín:

II

Todo amor es fantasía;

él inventa el año, el día,

la hora y su melodía,

inventa el amante y, más,

la amada. No prueba nada

contra el amor que la amada

no haya existido jamás.

No hay nada más quijotesco que estos versos, que nos llevan a la creación de Guiomar-Dulcinea: lo "necesario inexistente", como lo llamó Luís Rosales. La evidencia de que su relación nunca ha sido la que él hubiera deseado y su escepticismo le muestran que la única realidad es la conciencia creadora que ha sido capaz de inventar, partiendo del ser, Pilar Valderrama, a una fingida «Guiomar».

La presencia de Guiomar se mantendría constante en el recuerdo de Machado; en medio del fragor de la contienda, surgen los versos doloridos del poeta en una despedida emocionada en la que Machado nos habla de su separación de Guiomar, y nos hace una salvedad entre el amor de ella y de él. A ella su ausencia la acompaña, mientras a él le causa dolor su sólo recuerdo. Esto implica que sentía que su amor por ella, era más fuerte que el que ella le profesaba. Y la guerra se convierte en su adversario, es la espada que da el tajo fuerte y le pone punto final a su relación:

De mar a mar, entre los dos la guerra,

más honda que la mar. En mi parterre

miro a la mar, que el horizonte cierra.

Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,

miras hacia otro mar, la mar de España

que Camoéns cantara, tenebrosa.

¡Acaso a tí mi ausencia te acompaña.

A mi me duele tu recuerdo, diosa.

La guerra dio al amor el tajo fuerte.

Y en la total angustia de la muerte,

con la sombra infecunda de la llama

y la soñada miel de amor tardío,

y la flor imposible de la rama

que ha sentido del hacha el corte frío!.

Así, como Alonso Quijano convierte a Aldonza Lorenzo en Dulcinea, para sostener a don Quijote, el profesor de francés, poeta, y autor de dramas de cierto éxito, a través de Pilar Valderrama, crea a Guiomar, para que el vate se verifique y se encuentre consigo mismo: una realidad creadora y necesaria, para el Machado literario que ha llegado a nosotros de esta forma tan magistral como lo ha hecho.

Acabo con una silva, para mí, la expresión poética por excelencia del poeta, que parece asumir que todo está perdido, pero que sugiere no abandonar del todo la esperanza:

Abre el rosal de la carroña horrible
su olvido en flor, y extraña mariposa,
jalde y carmín, de vuelo imprevisible,
salir se ve del fondo de una fosa.
Con el terror de víbora encelada,
junto al lagarto frío
con el absorto sapo en la azulada
libélula que vuela sobre el río,
con los montes de plomo y de ceniza,
sobre los rubios agros
que el sol de mayo hechiza.
se ha abierto un abanico de milagros
-el ángel del poema lo ha querido-
en la mano creadora del olvido...

… … … … … … … …

La línea de puntos suspensivos que rematan el poema parecen enigmáticos. En su significación caben todas las hipótesis. Es una reflexión sobre el amor, sobre el ansia de amor que hace imperativa la poesía; imágenes de putrefacción y terror inusitados en Machado; un hipérbaton gongorino que suscita reminiscencias de la manera de algunos poemas de Soledades (este sapo absorto en el espectáculo de la libélula azul). Y, al final, nos propone un “abanico de milagros” hecho posible nada menos que por “el ángel del poema”, y una personificación del olvido que permite que éste tenga «mano creadora». Estos versos son mucho más que cualquier resumen prosaico. Y tienen, como tiene siempre la poesía de verdad, un misterio indescifrable. Resuenan dentro de nosotros.



 


Prometo: algún día iré a Collioure y, por él, llevaré flores de tres colores



Biografía consultada. Poesías completa de Antonio Machado, y:

Ángeles, José. (1977). Estudios sobre Antonio Machado. Barcelona: Ariel.

Concha Espina, De Antonio Machado a su grande y secreto amor (Madrid: Lifesa, 1950).

Gibson, Ian, Ligero de equipaje. (2006). La vida de Antonio Machado. Madrid: Aguilar.

Moreiro, J, M.ª. 1982. Guiomar, un amor imposible de Machado. Madrid: Espasa-Calpe

Valverde, José María. (1975). Antonio Machado. Madrid: Siglo XXI.


3 comentarios:

  1. ...bueno, Bueno, BUENO...este comentario que me irá saliendo, amigo Pepe, será, es, de emoción, de cortesía...emoción por el tema que tratas y cómo lo tratas, y cortesía porque aunque no lo hiciera podría darse por hecho, porque...¿qué decir o añadir a estas sentidas letras que así siento..?...Cierto, te confieso, que las poesías que le sugiere Guiomar no forman parte del ramillete de mis favoritas y siempre las he leído más por devoción a donde Antonio que por amor a la poesía...y eso que el platonismo bien podría hermanarme con mi buen hombre...hay un detalle que nada más leerlo me ha llevado a Jorge Manrique, que el mismo Machado dice tener en un altar,,,y es ...Se enamoró del amor...
    Con dolorido cuidado,
    desgrado, pena y dolor,
    parto yo, triste amador,
    de amores desamparado,
    de amores, que no de amor.
    En eso estamos, para qué decir más...y regresando a las poesía inspiradas por Guiomar (el mismo nombre que la que fuera la mujer de Jorge Manrique...no sé si él le colocaría el nombre, pseudónimo, con toda la intención) están muy elaboradas, casi con la pompa que dicha dama "debería merecer"...
    Sea como sea, gloria a todos...don Antonio, Leonor, Guiomar, Manrique...y honor al cuarteto que soportó calores y humilde explicación....

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  2. Vaya por delante mi felicitación, Pepe, por esta página tan exacta y cabal, como es connatural a tu hondura.
    En efecto, a mi juicio, tanto Alonso Quijano como A. Machado se enamoraron del amor que ellos mismos imaginaron, conformaron e inventaron. En el caso de Machado (“Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido”), Leonor y Guiomar son meras ensoñaciones marcheneras románticas y modernistas de un artista atacado y consumido por la pena negra, tanto la inherente a su personalidad opaca e introvertida, como la exógena, causada por las turbulencias políticas, económicas y sociales de su época, en las que se vio inmerso y afectado de lleno.
    A este respecto, traigo a colación una cita que creo relevante y pertinente, de A. Maalouf, uno de los favoritos de Pepe:
    ”Antes de la boda, todos los hombres están llenos de atenciones y de detalles; tratan a la joven a la que desean como a una princesa hasta que se convierte en "su" mujer; a partir de ese momento, tardan poquísimo en volverse unos tiranos y en tratarla como a una criada; cambian de arriba abajo y la sociedad los anima a hacerlo.
    Antes de la boda, es la estación del juego; luego, empiezan las cosas serias y sórdidas, y tristes.
    Las mujeres no se portan mejor. Mientras están intentando encontrar acomodo, son todo mieles. Dulces, conciliadoras, de convivencia fácil; todo para tranquilizar al pretendiente. Hasta que éste se casa con ellas. Sólo entonces dan rienda suelta a su auténtico carácter, que hasta ese momento se habían esforzado en disimular”. (Los desorientados”, p 172).
    Esa es la cruda realidad; poco que ver con la poesía en tanto en cuanto lenguaje que procura la ingeniería del alma. La vida cotidiana, con su inexorable aliado, el tiempo, devasta y arrasa con todo.

    De pie, junto a los cinco magníficos, en el aula de D. Antonio, con el mapa tras nuestro, adyacentes a la mesa contigua con su brasero de carbón, me conmovió la evocación de la figura del poeta, conjurado allí mismo por nuestra presencia: pudimos percibir su holograma, macilento, extenuado, enflaquecido, “manchado”, arrebatado por su bonhomía; persona tristona y abatida, como corresponde al oficio poético: a cambio de ese transitar por oficios de tinieblas y oscuros abismos, nos legó la belleza vilasiana que subyace necesariamente en la creación poética de un espíritu atormentado, afligido, mustio.
    Baeza y Machado nos dieron una “cálida” bienvenida; tan cálida que sobrepasó los 40 grados. Lo cual no fue óbice para dar cumplimiento a la promesa que habíamos formulado casi un año antes. Reivindico aquí el valor de un poeta que nos unió a los cinco magníficos en comunión el 16 de junio en Baeza, y a quien, ingratos, dejamos en aquel duro banco de hierro, fané y descangayado, condenado a leer sempiternamente la misma página, del mismo libro, y en la misma postura.

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  3. Amigos Antonio y Miguel Ángel, "De amores, que no de amor", Ahí lo podríamos dejar; y, un deseo, qué no dejemos esta forma de "hacer camino", y disfrutar de nuestra moderación de los placeres mundanos...

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