En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 20 de marzo de 2022

La paradoja del Quijote


Prácticamente todo el mundo sabe decirnos algo del Quijote, pero reconozcamos que no ha sido leído como debiera; eso, al menos, es lo que yo creo: que se ha leído poco, y, muchas veces, mal. Ciertos prejuicios o miedos han impedido y siguen impidiendo a muchos enfrentarse a su lectura. Prejuicios y miedos que no solo desaparecen cuando, por fin, nos decidimos a perdernos entre sus líneas, sino que se transforman en una seducción que nos empuja a seguir sus aventuras, su humor, su elegancia lingüística, su humanidad, sus paradojas, y tantos encantos y valores que llegan a cautivarnos para siempre.

No nos ha de extrañar que muchos grandes personajes de la historia lo hayan tenido (y lo tengan) como su obra preferida, de continua y constante lectura. Y es que en él está práticamente todo. Es además un libro sencillo, de una simplicidad extrema, que tiene, en el fondo, otras, muchas, lecturas más profundas.


Yo comencé a interesarme por el Quijote leyendo un libro de juegos matemáticos de Martin Gardner, cuando me tropecé con lo que se ha llamado “La paradoja de Quijote”. Era el año 2007, desde entonces no he podido parar, y, cada día, tengo más cosas por indagar. Digo indagar pero podría decir estudiar, hacer un análisis de las cuantiosas ideas vertidas por Cervantes, que he podido comprobar que se repiten en prácticamente todas sus obras. Martín Gardner me abrió las puertas de la obra literaria más maravillosa de todos los tiempos, pero fue Luís Rosales, con su libro Cervantes y la libertad, quien me empujó a este abismo, del que ya, ni quiero, ni puedo salir. Me he apoyado en otros muchos tranductores o críticos para comprender parte de esas ideas vertidas por el autor: me ha interesado mucho el punto de vista de Torrente Ballester, sobre la locura interpretada como un juego, para ganar libertad y diversión; la teoría literaria de Batjin; me ayudó a leer entre líneas el profesor granadino Juan Carlos Rodríguez, con su creencia de que solo se puede leer la novela si se lee su fábula, lo que cuenta (aventuras, descripción y avatares de los personajes, etc.); me interesa mucho la reflexión -que me cuesta compartir- de Unamuno sobre cevantismo, quijanismo, y quitotismo, en la que, por momentos, parece decirnos que a Cervantes "le sonó la flauta" al escribir el Quijote, pero ¿la grandeza de una obra puede estar por encima de su autor? Hay más autores que podría citar en esta ayuda para comprender a Cervantes, pero basta ya con decir que, considero esencial, las notas a pie de página de Francisco Rico y Martín de Riquer, en dos de las trece ediciones que atesoro en mi librería.

En el reto que me plantea mi amigo desde Montenegro a través del ABC, solo entraré ahora, y de manera sencilla, en la mencionada “Paradoja del ahorcado”. Digo sencilla, porque mi respuesta, como todo lo que hago, es, siempre, susceptible de ser revisada y ampliada.

En el capítulo (II, 51) -me daría por satisfecho porque tú, amigo lector, acudieses ahora a él- Sancho, que es gobernador de Barataria, en una nueva burla orquestada por los crueles y ociosos duques, se enfrenta a un serio dilema:

En una isla rige la curiosa ley de que para entrar a la ciudad hay que decir a qué se va ella: Si se dice la verdad se puede entrar sin ningún impedimento; pero si se miente, la pena que se le impone se paga con la horca.

Cierto día llegó un viajero al que le pregunto el guardia:

- ¿Para qué viene usted aquí?

- He venido a que me ahorquen, -contestó el viajero.

Los guardias quedaron perplejos: si no ahorcaban al viajero, éste habría mentido, y por ello debería ser colgado. Pero si lo ahorcan habrá dicho la verdad y no debería ser ajusticiado.

Ante esa disyuntiva sin solución, acuden al gobernador. Sancho, que, a estas alturas de la novela, era ya tan sabio, tan crédulo, y tan idealista como su amo, se dio cuenta de inmediato, que, fuera cual fuera su determinación, tendría que vulnerar la ley, que días antes había jurado respetar.


La paradoja, como toda paradoja, no tiene solución, pero, con voluntad y la ambigüedad que ofrece la vida fuera de las matemáticas, siempre hay una salida: Sancho recuerda los consejos de don Quijote para un buen gobierno -esos que hoy día deberían practicar quienes nos rigen- y se rasca la cabeza con la mirada perdida (recordad que es Sancho el único que actúa en serio; que todos los demás fingen). Gardner lo resuelve con una argucia de lógica matemática muy simple: se pregunta, ¿está manifestando el visitante su intención, o está hablando de un suceso futuro? En el primer sentido, el hombre puede haber dicho la verdad respecto de su intención, y las autoridades podrían no ahorcarlo sin contradecir la ley. Si tomamos su afirmación en el segundo sentido, cualquier cosa que hagan las autoridades sera una contradicción.

Pero, ¿como creéis que resolvió Sancho? Sencillamente se apoya para decidir en uno de los consejos de su amo, propios de la literatura sapiencial, donde le dice:

Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.(II, 42, apt.10 B)

El principal principio de la ética cervantina es ayudar a los necesitados. Si doblares la vara de la justicia (rigor de la ley), no lo hagas por el dinero, hazlo por misericordia. El perdón que nace del corazón: “la projimidad”. Eso que le dijo Dios a Moises en las tablas: “Ama al prójimo como a ti mismo”.

Estas fueron las palabras de Sancho:

“(...) este pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y, siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o absolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal, y esto lo diera firmado de mi nombre, si supiera firmar; y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula: que fue que, cuando la justicia estuviese en duda, me decantase y acogiese a la misericordia; y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.”


2 comentarios:

  1. Muy buenas reflexiones, amigo Pepe. ¡Cuánta sabiduría se encuentra escondida en ese libro!

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  2. ...amigo Pepe: leo tu página en esta nueva duermevela de aeroouerto, en Dubai, velando armas para seguir viaje a Qatar... me ha gustado esta isla de lectura en mitad del maremágnum. Ojalá sirva de acicate para ser leído y disfrutado un libro del que tanto se habla pero con no tanto conocimiento...un abrazo

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