Como bien saben los que me
conocen, no pertenezco a ningún club, doctrina, ni partido alguno,
puedo decir que voy por libre, que como mucho me ata una peña de
dominó y sardinas a la plancha, el “espíritu de Montenegro”, y
en el pasado me ataron otras como aquella de fútbol sala y cervezas.
El intentar ir por libre no es nada fácil, por razones obvias, ni en
la vida diaria, ni en las redes sociales, ni en aquella afición, ya
pasada, de editor en una pequeña revista de pueblo. No fue fácil
por las cosas de los pueblos: no había equipo dispuesto a jalearte,
ni partido que te apoyara, ni doctrina para sostenerte. Sin embargo,
para qué engañarnos, antes y ahora, todo tiene su contrapartida: todo lo bueno que
te llega lo percibes como un maravilloso regalo de no sé quien,
quizás del azar, o del cielo, eso, del cielo, como una sorprendente
caricia divina. Es como si a cambio del esfuerzo por hacer lo que
haces, con lo que cuesta, te regalasen una dosis de libertad poética.
Cosa que yo siempre recibo como una agradable sensación. Lo que
pasa, y eso fastidia un poco, es que de la libertad poética vive más
el espíritu que el cuerpo… Incluso uno mismo necesita de la
materia y, sobre todo de los que te rodean, para sentirse bien.
Decía –que me pierdo- que
no tengo doctrina, pero como todos los que han sido jóvenes, la he
tenido, o he sido tentado por ellas. He sido católico, he sido
marxista…, he sido un puñado de cosas, quizás sin convicción, y
he de confesar, con algo de vergüenza y sin certidumbre al decirlo,
que de todas me queda algo, pero al final, o mejor dicho en mi
caminar (pues aún el final espero que esté lejos) estoy volviendo
al principio. las cosas como son, ¿para qué nos vamos a engañar?, todos conocemos nuestros muchos defectos y pocas virtudes, y, en su día, yo al menos, conocí el angustioso sentimiento de la provisionalidad, propio de la juventud, cuando cada cual busca desesperadamente darle sentido a su vida. Por eso ahora no quiero andarme con pamplinas, por lo que puedo afirmar que me siento mas parecido cada vez a aquel niño que
repartía noticias a las esposas de la emigración alemana, aquel que
llevaba giros para la subsistencia de muchos hogares de mi pueblo; el mismo que traía promesas a las novias desde Cataluña o de un
cuartel perdido en el pirineo, ese que las muchachas esperaban tras
el postigo entreabierto de su portal. Soy el principio, solo piernas,
pulmones y corazón. Como soy o me ha salido la vena poética diré
que sobre todo corazón –esto queda bien y estoy hablando de mí,
diré pues algo a mi favor-. Después de muchas vueltas y revueltas y
de andar muchas veces la calle Siete Vueltas, después de mucha
escuela, de mucho seminario, de mucha mili, de mucha universidad; de
mucho sermón, de mucho catecismo, de mucho reglamento, de mucha
autonomía; de mucho entusiasmo, de mucho trabajo y de mucho mareo,
he regresado a lo único que me sigue funcionando, el principio: la
intuición. Yo ahora veo el mundo desde ahí. Y es desde ahí, desde
la sensación que me provoca la vida y las gentes, desde donde actúo,
siempre confiado; desde donde escribo, siempre dudoso; desde donde
juzgo, a veces con demasiada ligereza. Porque aunque sé que no debería
juzgar, sigo juzgando, porque aunque sé que es mejor ser prudente y
precavido, soy osado y optimista. Porque aunque sé que hay que amar
por encima de todo, yo amo mucho, pero creo que muchas veces mal, y
supeditándolo a cuestiones menores y caprichos infantiles. Y de
santo y sabio, por viejo, sólo he adquirido la teoría. Adquisición
baladí.
Mencionaba que, aunque no esté
de moda, yo he vuelto al corazón y que, aunque mi corazón ya no
tiene la textura y el nervio de antaño, desde ahí realizo mis
actos, y si mi corazón se aburre entre la gente cierro la puerta y
me voy a casa, donde me encuentro a mis anchas. Y si me hablan mal
unos de otros, que suele ocurrir con mucha frecuencia, si descubro
que me gusta me enfado conmigo y me siento mal, aunque la mayoría de
las veces me disgusta y no me lo creo. Porque ya sólo voy creyendo,
y hasta lo pongo en duda, en lo que mi corazón me transmite en directo. Y sé que no es infalible el
corazón, pero es un buen lugar desde el que elaborar el pensamiento.
Ponerle al pensamiento sentimiento, que es lo que me gustaría; ponerle alas, es ya casi imposible; ponerle piel
es un verdadero milagro.
Afirmaba –hoy estoy de
perderme- que desde la intuición todo es duda. Y que a mi, frente a
los doctrinarios, me gustan los que dudan. Me son de confianza. Por
eso me gusta que mande el corazón.
…
PD: Sé que el corazón es
un músculo más de mi cuerpo, pero
es también una metáfora con la que describo esa mezcla de
educación, reflexión e intuición que es mi conciencia.
Tengo, además, como
decía Adriano, tres medios a mi servicio para buscar mi
verdad: la mirada sobre mí mismo, difícil y poco de fiar, pero el
más fecundo de los métodos; la observación de los otros, que
siempre logran ocultarme sus secretos o hacerme creer que los tienen;
y los libros, con los errores de perspectiva que nacen de sus líneas,
pudiendo encontrar más verdades en la fábula que en la historia,
que complementan las halladas en la vida.
Texto inédito de: Del cinamomo al laurel.27
Leo tu sentido escrito (puedo creer que me ha llegado entero,en lo que se filtra entre las palabras) justamente en la sala de espera a ver qué pasa con mi fibrilado corazón (todo lo que le pueda ocurrir es minucia para tanta generosidad en latidos como me regaló, y regala)...te agradezco profundamente lo que cuentas y cómo lo cuentas...esa referencia, también, a tu tiempo de "Poney express" rural...gracias y como decía el lema de los Granada Venegas:Él(♥️)manda...
ResponderEliminarMe encanta lo que escribes y como lo escribes. Te admiro, que como dice nuestro amigo Joaquín, eso es lo que solemos llamar envidia sana. Ya me gustaría a mí saber expresarme como lo hacéis, entre otros, tú y nuestro admirado trotamundos. No dejes de escribir, que nos enriquece y alegra el corazón. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ambos, cómo me alegro de esta convergencia de caminos después de tantos años. El grupo me enriquece, me siento bien formando parte de lo he denominado "El espíritu de Montenegro". Gracias a los que influyeron en que me sumara a él: Sánchez, Bonilla, Valdearenas, y sobretodo Mariano, quien me nombró Caballero de Montenegro con la mejor de las ceremonias, dictada por su enorme corazón.
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