Cervantes.
El conocimiento del mundo gitano, una cuestión de familia

Cervantes
tenía sobrados motivos para conocer bien a los gitanos y para estar
prevenido contra ellos, a la par que era capaz de tenerle cierto
afecto. En efecto, el abuelo de Cervantes, el licenciado Juan de
Cervantes (+1556), tuvo tres hijos: dos varones, Juan, Rodrigo, padre
de nuestro autor, y una hija: María, tía de Cervantes. Esta última
estuvo amancebada con un arcediano de Talavera y Guadalajara, llamado
don Martín de Mendoza, conocido por el apodo de "El Gitano".
El citado abuelo de Cervantes era personaje de rango, hombre de
confianza del tercer duque del Infantado, por tanto, los amoríos de
su hija produjeron mucho escándalo entre los años 1528-1533, y
causaron un gran enfrentamiento con la casa del Infantado, llevando a
una serie de pleitos con los consiguientes problemas para toda la
familia. El núcleo principal del problema radicaba en que el tal
arcediano, don Martín de Mendoza, era en realidad hijo ilegítimo
del primogénito del segundo duque del Infantando: Don Diego Hurtado
de Mendoza.
Don
Diego Hurtado de Mendoza, antes de casarse con la hija del Conde de
Benavente, tuvo una aventura con una gitana bellísima llamada María
Cabrera. El asunto comenzó tal como lo cuenta El nobiliario del
Cardenal Mendoza. Dicha crónica narra como en 1488 acudió a
Guadalajara una cuadrilla de gitanos con motivo de la fiesta del
Corpus. Todos quedaron prendados de una joven gitana: María Cabrera.
El joven conde de Saldaña, don Diego, hasta el punto de que le
ofreció uno de los mejores caballos de su establo, y una vez más la
gitana admiró a todos con la gallardía de su cabalgar. Don Diego ya
no paró hasta que poseyó a la gitana. De esa unión nació Martín
Mendoza en 1489. El niño llegaría a ser "hombre de buena
estatura, seco y moreno, conforme a la madre". Don Diego regaló
a la gitana una posada, para que "sin peregrinar viviese, y
desde entonces les duró por hartos años a todos los gitanos de
aquella cuadrilla el que viniendo a Guadalajara luego visitaran la
casa de los duques como muy parientes della, y se la mostraban
con lo cual iban muy contentos de tal parentesco",
porque cuando alguno se casa con una gitana se casa con toda su
tribu, y las ventajas y privilegios que saca la faraona son para
todos.
Don
Diego Hurtado de Mendoza tuvo muchos hijos de su enlace legítimo con
María Pimentel, pero también tuvo varios hijos ilegítimos. De
todos (14 en total), por el que sintió particular predilección fue
por Don Martín de Mendoza "El Gitano". Lo consagró a la
Iglesia, le dio una educación esmerada y consiguió para él
numerosas prebendas: arcedianato de Talavera, curato
de Galapagar, abadías de Santillana y Santander... Para ello,
en 1514, logró obtener de la Reina Juana (La Loca) un especial
decreto que le legitimaba para detentar beneficios públicos "y
gozar de las preeminencias de los hijos legítimos de legítimo
matrimonio". Hasta llegó a pedir para su hijo la mitra
toledana, petición que Carlos V denegó cortésmente en carta
fechada el 30 de enero de 1523.
En
el contexto de estas circunstancias, el abuelo de Cervantes,
"velando por la honra de su hija", se quejó al
duque del Infantado de los amoríos de ésta con el Arcediano, y
-puesto que su clerical condición le impedía salvar su honra con el
matrimonio-, al menos, solicitó un arreglo monetario "que le
permitiera dotar a su hija". Finalmente se llegó a un
acuerdo, por el cual el clérigo firmó una carta de obligación el
30 de noviembre de 1529. Por este documento, se comprometía a
entregar a María de Cervantes la suma de 600.000 maravedíes antes
de la Navidad de ese año. A partir de ese momento, la familia de
Cervantes no dejó constantemente de sacar dinero al arcediano. Por
el momento, éste accedía, a la par que continuaba haciendo
numerosos regalos a su amante. Regalos de la talla de valiosas joyas,
costosos ajuares, vistosas jacas y elegantes caballos de silla, sin
faltar libranzas y regalos en metálico hasta un total de 146.000
maravedíes.
Todo
ello, permitía a la abuela de Cervantes ser "una gentil
amazona, cabalgando en su jaca blanca con la guarnición de
terciopelo, por las calles de Guadalajara, o asombrando en las
fiestas, juegos de cañas y torneos con aquella cargazón de joyas y
perlas orientales ".
Muerto
el Duque, su padre, el hermanastro de Don Martín se cansó de las
estafas y malversaciones, y le cortó todas las "subvenciones"
a que estaba acostumbrado.
Acosado
por estas circunstancias, el abuelo de Cervantes concibió una
estratagema legal: hizo que, el 2 de abril de 1532, su hija
-haciéndose pasar por menor de edad- se presentara ante el alcalde
ordinario de Guadalajara con la petición de que se le designase un
curador, y que éste embargara los bienes
de los fiadores de don Martín "El Gitano". Su estratagema
falló, porque los interesados burlaron el embargo. Pero el abuelo de
Cervantes, terco leguleyo al fin, se enfadó y acusó de parcialidad
al alcalde Cañizares, que -en respuesta- le mandó encarcelar en su
propia casa, e inició los trámites para demandarle ante su majestad
o ante la Cancillería de Valladolid.
"El
Gitano" y su hermanastro, el Duque Iñigo, aprovecharon la
circunstancia y acusaron al viejo abogado de tercería con su hija,
cuya honra había vendido por 600.000 maravedíes, dejando
voluntariamente que la muchacha se amancebara con el clérigo, de
quien tuvo un hijo.
El
licenciado Cervantes contestó al ataque formulando acusaciones de
cohecho contra los justicias de Guadalajara por venderse a la familia
del Duque del Infantado. Pero Don Martín reaccionó con violencia, y
el abogado, por miedo al vengativo gitano, huyó de Guadalajara y se
acogió a la protección del Arzobispo de Toledo, don Alonso de
Fonzeca. Finalmente, la familia Mendoza llevó el asunto al alto
tribunal de Valladolid y el Licenciado Cervantes acabó en la cárcel
de esa ciudad el 29 de julio de 1532. Pero el viejo abogado siguió
revolviéndose astutamente, y logró que el tribunal de Valladolid
anulara la decisión de los alcaldes de Guadalajara, le absolvieran
de todo delito personal y condenaran a los fiadores de "El
Gitano" al pago de los 600.000 maravedíes de la inicial
demanda. Como respuesta, "El Gitano" y la casa de los
Mendoza iniciaron una verdadera persecución, utilizando incluso al
Santo Oficio, aunque no lograron que la Inquisición tomara acción
contra el experimentado abogado.
A
partir de entonces, empiezan las desventuras y empobrecimiento de una
familia que, en tiempos, gozó de toda la preponderancia que le daba
su relación con la casa del Infantado. No obstante, María de
Cervantes, la antigua querida del Arcediano, continuó viviendo con
cierto lujo, gracias a los 600.000 maravedíes conseguidos en el
infame pleito. Entre otros bienes, con esos dineros compró varias
propiedades en Alcalá. Don Juan, su padre, se separó de su mujer y
se trasladó a Córdoba. El hijo mayor de la familia, Juan, murió
pronto, y el segundo, Rodrigo, -padre de Cervantes- por su sordera no
logró ser médico como quería, y hubo de conformarse con ser
cirujano practicante, poco más que barbero. Se casó con Leonor de
Cortinas y vivieron en una casa de Alcalá, propiedad de su hermana
María. En esa casa nacería Cervantes. Una casa cuyo sostén
económico era la riqueza de Doña María, una gran ayuda por
bastante tiempo, aunque sus dineros no pudieron evitar la ruina y
encarcelamiento del padre de Cervantes y la ulterior época de
privaciones. De modo que, durante toda la niñez de Cervantes, la
influencia familiar de la antigua querida de "El Gitano"
fue considerable, y nuestro autor aprendió de ella la historia y
costumbres gitanas: la danza al son del pandero, el recitado de
romances, el arte del penar bahí o decir la buenaventura, la
historia del arcediano, la exaltación de las costumbres gitanas y -a
la par- los excesos de su conducta.
Preciosa,
"La Gitanilla": dos modos de vivir
Esos
antecedentes de Cervantes explican su conocimiento del mundo gitano,
su modo de vida y concepción moral frente a la de la España
tradicional de su tiempo. Cervantes combina una clara postura ante
los excesos de la moral gitana con una cierta simpatía por ellos y
algunas manifestaciones de su modo de vivir. Así con ocasión del
"noviciado gitano" de Andrés, se declara:
"De
todo lo que había visto y oído, y de los ingenios de los gitanos
quedó admirado Andrés, y con propósito de seguir y conseguir su
empresa sin entremeterse en sus costumbres, o, a lo menos, excusarlo
por todas las vías que pudiese, pensando exentarse de la
jurisdicción de obedecellos en las cosas injustas que le mandasen a
costa de su dinero".
Y
en otro lugar, pondrá las siguientes palabras en boca de Preciosa:
"Los
ingenios de las gitanas van por otro norte que los de las demás
gentes: siempre se adelantan a sus años; no hay gitano necio, ni
gitana lerda; que como el sustentar su vida consiste en ser agudos,
astutos y embusteros despabilan el ingenio a cada paso, y no dejan
que críe moho en ninguna manera".
Este
combinarse de simpatía vital y rechazo de lo negativo se encarna
magníficamente en la figura de Preciosa, "La Gitanilla".
Es verdad que se trata de una pintura excesivamente perfecta:
Cuando
Preciosa el panderete toca
Y
hiere el dulce son los aires vanos,
Perlas
son las que derrama con las manos;
Flores
son que despide de la boca.
Sin
embargo, Cervantes supo hacer de La Gitanilla una figura encantadora:
Y
tal es mi Preciosa
Que
es lo menos que tiene ser hermosa:
Dulce
regalo mío
Corona
del donaire, honor del brío.
Preciosa
es un arquetipo ideal para la comunicación de las ideas que laten
detrás de la novela, porque aprecia a los gitanos -"no hay
gitana lerda", dirá- y a la vez es capaz de rechazar sus
ideas y costumbres cuando las considera reprobables: "Yo no
me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes
se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas cuando se les
antoja".
Pero
resulta que el personaje creado para la contraposición moral no es
realmente gitana: ella es Costanza Meneces, robada en los primeros
albores de su vida por una vieja gitana. Luego, ¿será la concepción
moral algo ligado en cierto modo a la sangre? ¿Por qué, habiendo
recibido la misma educación que las demás gitanas, expuesta a las
mismas influencias, viviendo la misma vida, por qué Preciosa rechaza
concepciones aceptadas con normalidad por todos "los suyos?”
Cervantes
transmite con delicadeza una convicción, y tiene que acudir al
recurso literario de una niña robada, porque sería imposible que un
gitano de verdad rechace esos elementos de su modo de vivir. Hay
cierto fatalismo racista, que al mismo tiempo es disculpa. No es
prejuicio, sino fatalismo:
"¿Ven
estas muchachas mis compañeras, que están callando y parecen bobas?
Pues éntrenles el dedo en la boca y tiéntenles los cordales, y
verán lo que verán. No hay muchacha de doce que no sepa lo que de
veinte y cinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y
al uso, que les enseña en una hora lo que habrían de aprender en un
año".
Ese
reconocer los defectos de los gitanos no es prejuicio, porque
Cervantes no calla los de su propio mundo. Así, Preciosa es
consciente que en el otro lado -en el de los payos- no faltan los
desvíos:
"Mucho
sabes, Preciosa -dijo el Teniente-. Calla, que yo daré traza que sus
Majestades te vea porque eres pieza de reyes. Querranme para truhana
-respondió Preciosa-, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si
me quisiesen para discreta, aun llevarme hían; pero en algunos
palacios más medran los truhanes que los discretos. Yo me hallo bien
con ser gitana y pobre, y corra la suerte donde el cielo quisiere".
Verdad
y libertad, contraste de los dos mundos
A
Cervantes lo que más le caracteriza en su obra es la indeterminación
consciente, un dualismo antropológico. Esa dualidad aparece
singularmente perfilada en la contraposición del concepto de
libertad según el ideal cristiano y el concepto de libertad en la
vida gitana, una libertad pragmática, naturalista, que parece
anclada en la ley del más fuerte, pero que no deja de tener cierto
encanto.
Toda
la concepción cristiana de la libertad podría ser el siguiente. La
libertad consta de tres posibles elementos: En primer lugar, la
intensidad del querer (en palabras castizas: "querer con toda
la fuerza del corazón"). En segundo lugar, la ausencia de toda
coacción ("quiero algo porque me da la gana, no porque nadie
me obliga"). En tercer lugar la posibilidad de elegir bienes
diversos: el típico: "Prefiero esto". Como se verá,
Cervantes conoce bien el tema, porque prácticamente en sus obras
encontramos una referencia literaria a cada uno de esos aspectos.
El
hombre es libre porque decide, porque "quiere" querer, como
contrapuesto al instinto necesario. Decisión de querer que ni la más
fuerte coacción exterior puede quitar: con toda la fuerza del mundo
nadie puede "hacerme querer" lo que no quiero. Así
declarará Preciosa:
"La
mujer que se determina a ser honrada entre un ejercito de soldados lo
puede ser",
y
en otro lugar:
"Conmigo
ha de andar siempre la libertad desenfadada" o "Puesto
que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy
tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de
mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si
no es con las condiciones que antes de que aquí vinieses entre los
dos concertamos" (...) "Estos señores bien pueden
entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre, y nació libre,
y ha de ser libre en tanto que yo quisiere".
El
segundo elemento, la ausencia de coacción externa es condición
para el ejercicio de la libertad:
"¡Desdichada
de la vida
a
términos reducidas
que
busca con ceguedad
en
la prisión libertad
y
en lo imposible salida!".
No
se puede ser libre en prisión. La misma idea que plasma en en el
discurso de Marcela: no se puede ser libre cuidando cabras en el
monte, donde no hay nada que hacer. También en quijote se habla de
la cautividad de las conveniencias, chismorreos y convenciones
sociales: "Pasé a Italia y Alemania y allí me pareció que
se podía vivir con más libertad porque sus habitadores no miran en
muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque la mayor parte
de ella se vive con libertad de conciencia",
declaraba
Ricote
a
Sancho cuando lo
encontró
tras el desastre de la ínsula Barataria.
Pero
siendo dura la cautividad externa, la libertad exterior es la única
que puede perderse por culpa de otro:
"Vi
que volaban los tiempos
y
que encerraban las rejas
el
cuerpo, más no el deseo
que
es libre y muy mal se encierra".
Libertad
muy cuestionada, en otros párrafos por Cervantes, que no lleva al
tercer elemento: la posibilidad de elección entre bienes diversos es
circunstancia, que conforma la verdadera libertad.
Como
racionalista, para Cervantes, dado que el hombre siempre quiere "lo
bueno", lo que considera "bueno" para él, la libertad
depende de la verdad, en el sentido de que sólo cuando la
inteligencia conoce de verdad la realidad, sólo entonces el hombre
ejerce de verdad la libertad. En ese sentido, la libertad absoluta
sólo es posible cuando salgamos de la limitación del conocimiento
terreno. Idea de la que se hace eco Cervantes en La Gran Sultana:
Mártir
soy en el deseo
y
aunque por agora duerma
la
carne frágil y enferma
en
este maldito empleo,
espero
en la luz que guía
al
cielo al más pecador
que
ha de dar su resplandor
en
mi tiniebla algún día,
y
desta cautividad
adonde
reino ofendida
me
llevará arrepentida
a
la eterna libertad.
La
moral gitana, tal como es presentada en la novela, supone
necesariamente una concepción de la libertad y la justicia
totalmente opuesta, por cuanto se declara que la verdad y la mentira
no existen como realidades contrapuestas: "Del sí al no no
hacemos diferencia cuando nos conviene". Para el gitano no
hay diferencia entre la verdad y la mentira, con lo cual la elección
de la libertad, no es la del bien -en sentido moral-, sino la de la
apetencia:
"Para
nosotros se crían las bestias de carga en los campos y se cortan las
faltriqueras en las ciudades. No hay águila, ni ninguna otra ave de
rapiña que más presto se abalance a la presa que se le ofrece, que
nosotros nos abalanzamos a las ocasiones que algún interés nos
señalen".
Consecuentemente,
no hay respeto a la propiedad, a la justicia, a lo suyo de cada uno.
Por eso roban con toda paz "y, de noche hurtamos, o, por
mejor decir, avisamos que nadie viva descuidado de mirar donde pone
su hacienda". Es más, la caridad se considera una debilidad
incompatible con su modo de vida. Así, cuando el pretendiente de
Preciosa decide indemnizar con su dinero a los labradores afligidos,
el viejo gitano le reprende:
"...que
era contravenir a sus estatutos y ordenanzas que prohibían la
entrada a la caridad en sus pechos, la cual, en teniéndola, habían
de dejar de ser ladrones, cosa que no les estaba bien en ninguna
manera".
Sin
embargo, hay aspectos de la libertad que los gitanos saben vivir muy
bien: cierta falta de esclavitud por las cosas de la tierra: "Porque
la libre y ancha vida nuestra no está sujeta a melindres ni a muchas
ceremonias". Es como un cierto estoicismo, sólo que -en vez
de estar fundada en el los bienes superiores- lo está no dejarse
atar por nada fuera de su mundo:
"Con
éstas y otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos alegres;
somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los
montes, de las fuentes y de los ríos: los montes nos ofrecen leña
de balde; los árboles frutas; las viñas uvas (...) Para nosotros
las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños
las lluvias (...) nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la
detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le
tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni
le doman potros (...) No nos fatiga el temor de perder la honra, ni
nos domina la ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni
madrugamos a dar memoriales, ni a acompañar magnates, ni a solicitar
favores (...) un mismo rostro hacemos al sol que al yelo, a la
esterilidad que a la abundancia".
Un
peculiar aspecto de la libertad gitana: maltrato de la mujer
Las
mujeres son medidas por un rasero distinto, como el único objeto de
propiedad particular:
"Pocas
cosas tenemos que no sean comunes a todos, excepto la mujer o la
amiga, que queremos que cada una sea del que le cupo en suerte. Entre
nosotros así hace divorcio la vejez como la muerte: el que quisiere
puede dejar la mujer vieja, como él sea mozo, y escoger otra que
corresponda al gusto de sus años”.
Y
poco antes se dice:
"Nosotros
guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la
prenda del otro; libre vivimos de la amarga pestilencia de los celos.
Entre nosotros aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio;
y cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la
amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo: nosotros somos los
jueces y los verdugos de nuestras esposas y amigas; con la misma
facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos
como si fueran animales nocivos: no hay parientes que las vengue, ni
padre que nos pida su muerte. Con este temor y miedo ellas procuran
ser castas y nosotros, como hemos dicho, vivimos seguros".
Esa
castidad de la mujer es como un valor que si se pierde hace a las
mujeres "inservibles". Para los gitanos sólo la castidad
corporal tiene importancia. La obscenidad, chistes, gritos, etc. es
para ellos totalmente irrelevante, hasta el punto de que puede darse
el caso de una gitana que baila provocativamente en un cabaret, pero
detrás de una cortina se esconde la madre, una gitana fea, sucia y
tuerta que vigila a su hija provocadora. Esa mentalidad la explica
muy bien Preciosa:
"Una
sola joya tengo, que la estimo en más que la vida, que es la de mi
entereza y virginidad...; flor es la de la virginidad, que, a ser
posible, aun con la imaginación no había de dejar ofenderse.
Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se
marchita! Este la toca, aquel la huele, el otro la deshoja y,
finalmente, entre las manos rústicas se deshace".
Preciosa
considera que sólo al matrimonio ha de ceder ese bien de la
virginidad:
"Si
vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar
sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la
virginidad se ha de inclinar, ha de ser a este santo yugo; que
entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que felices
ganancias prometen".
Cervantes,
moralista aquí -por boca de Preciosa, como rechace el divorcio, esta
moralidad peculiar de los gitanos que pueden dejar mujer porque es
vieja:
"Yo
no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis
parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas cuando se
les antoja; y como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no
quiero tomar compañía que por su gusto me deseche".
En
definitiva, La Gitanilla dibuja magistralmente los elementos
esenciales del mundo gitano; con una yuxtaposición de simpatía y
reprobación por parte de Cervantes.
...
Referencias: Dra. Mary C. Iribarren; La gitanilla de Cervantes/ Walter Starkie, Cervantes y los gitanos/ Américo Castro; El pensmiento de Cervantes.