En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

sábado, 6 de abril de 2019

Lo necesario inexistente. Homenaje a Luís Rosales, III



En la primera parte del Quijote las alusiones cervantinas identifican a Dulcinea con Aldonza Lorenzo, tiene existencia real; en la segunda parte, la figura de Dulcinea pierde toda vinculación con la realidad, se ha transformado en el recuerdo de una esperanza: ya no es un ser idealizado, sino un ser ideal. Este es uno de los cambios más significativos que se operan en El Quijote de 1615.

Igual ocurre con Don Quijote. No sabemos si la conoce o no la conoce. Unas veces afirma haberla conocido y otras lo contrario. La crítica atribuye a ligerezas de Cervantes estas contradicciones que considera generalmente como "olvidos". Pero Cervantes dice, por ejemplo -y no hay ejemplo más importante-, que el ingenioso hidalgo se llamaba Quexana, Quixada o Quesada. ¿Puede Cervantes equivocarse con el nombre de su protagonista? No cabe pensar que obedezca a un olvido. Esto no son olvidos, son indeterminaciones, deliberadas y conscientes, y tales indeterminaciones o libertades constituyen lo más característico del estilo cervantino, aun cuando sigan siendo considerados como "errores" por algunos críticos. Es la clave en el pensamiento de Cervantes: integralismo y estilo indeterminado.

A medida que se habla de ella, Dulcinea se desvanece más. No acabamos de saber si don Quijote la conoce o no la conoce. No sabemos tampoco si hay Dulcinea, y lo curioso es que el diálogo no pone nunca en duda su existencia. Es el "estilo indeterminado".

¿A qué viene buscar a Dulcinea sabiendo que no existe? En realidad, como la llamó Rosales, es la aventura del "engaño buscado" en la que Cervantes trata de darle cuerpo a un sueño. Don Quijote precisa a Dulcinea, es decir, necesita inventarla y esta necesidad es la razón de ser de su existencia.

Ahora sabemos qué es lo que tratan de encontrar nuestros protagonistas callejeando en el Toboso: siempre se busca lo que se necesita. De sombra en sombra y de casa en casa lo que buscan a ciegas don Quijote y Sancho no es otra cosa sino lo "necesario inexistente". El hecho de buscarla confiere a Dulcinea un cierto tipo de realidad.

A partir de esta escena, Dulcinea tiene que existir. Su existencia se ha convertido en la ínsula Barataria de don Quijote. Soñar también es vivir, ¿quién duda esto?

Así, pues, no debe preocuparnos el problema de la existencia de Dulcinea. Carece de importancia, puesto que el mundo cervantino se constituye al mismo tiempo, y con el mismo rango, sobre lo imaginario y lo real. Ninguno de estos planos puede alterarse o suprimirse sin alterar o destruir el conjunto; ninguno de ellos puede prevalecer en nuestro ánimo sin empequeñecer y desarticular nuestra interpretación.

¿Qué es más real, vivir o hacer vivir? Dulcinea convierte a Alonso Quijano en Don Quijote, es decir, le hace verificarse y encontrarse consigo mismo. Por consiguiente, Dulcinea tiene una realidad creadora y necesaria.

Sancho pone a prueba la fe de don Quijote pensando en la ínsula Barataria y tratando de averiguar hasta qué punto es válida la confianza que tiene puesta en su señor, mientras que don Quijote pone a prueba la fe de Sancho con Dulcinea. Lo necesario une. Cada uno de los protagonistas busca en el otro precisamente aquello que necesita -lo buscan ambos a toda costa, y aunque tengan que apoyarse en la mentira-: aquí comienzan las andantes caballerías de Sancho para ayudar a su señor.

En la primera parte de la novela la acción de don Quijote está impulsada por el ideal de la justicia; en la segunda parte por el ideal del amor -representado por Dulcinea-. Este ideal armoniza la relación del héroe con el medio en que vive.

Este cambio ayuda a subrayar la humanización progresiva que va operándose en el carácter de don Quijote a lo largo de su historia. La diferencia es significativa. El ideal de la justicia coloca a don Quijote en contra del mundo; el ideal del amor interioriza a don Quijote, le ensimisma y armoniza con el mundo.

El Quijote de 1615 gira reiteradamente sobre el encanto y el desencanto de Dulcinea. La fe de don Quijote, en la primera parte, es una fe de solitario, de adolescente, gratuita y total, sin brecha alguna, que no pretende conquistar ni reformar el mundo, simplemente se opone a él porque no le gusta. La fe de don Quijote en la segunda parte, es una fe conseguida, dolorosa y con desfallecimientos, que necesita para subsistir ser compartida.

El cambio de carácter es evidente. En el Quijote de 1605, don Quijote vacila en su fe, aunque esta duda no se traduce como inseguridad en su conducta. En el Quijote de 1615, don Quijote necesita de Sancho, se apoya en él creer, para inventar a Dulcinea.

Sus vidas van fundiéndose poco a poco. Cierto es que Sancho duda, con razón, de la existencia de Dulcinea, pero llega a saber que representa un valor absoluto en la vida de su señor. Cierto es también que don Quijote duda de la existencia de la ínsula Barataria, pero sabe que representa un valor absoluto en la vida de su escudero. Lo necesario une.


Referencia
Luís Rosales: Cervantes y la libertad

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