En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 7 de abril de 2019

En qué consiste la verdad. Homenaje a Luís Rosales, IV



La invención de Dulcinea hecha por don Quijote, tiene el mismo sello que la invención de don Quijote hecha por Alonso Quijano. Su sentido es el mismo: el sueño engendra realidad. En uno y otro caso se trata del descubrimiento de la verdad vital. Don Quijote encarna la verdad vital de Alonso Quijano el Bueno, igual que Dulcinea encarna la verdad vital de don Quijote. Para que una y otra invención sean verdaderas deben de ser testimoniadas con la vida.
Las vertientes esenciales que constituyen la personalidad de nuestro héroe -el quijotismo y el quijanismo- son diversas, pero complementarias. Ambas influyen sobre sus actos y determinan su conducta: El quijotismo implica la locura, y el quijanismo, la cordura del personaje. El quijotismo convierte la realidad en ilusión y el quijanismo convierte la ilusión en realidad vital.
Nuestro héroe necesita el apoyo de Sancho para creer, para confirmar la validez de su interpretación del mundo. Este es el nuevo papel de Sancho en la novela. Todos marchamos por la vida como hemos visto a don Quijote andar en la noche del Toboso: comunicando nuestra esperanza para sentirnos confirmados en ella.
La vida es el criterio de la verdad. Pero la verdad, ¿en qué consiste? La verdad lógica estriba en la adecuación del pensamiento con las cosas; la verdad vital estriba en la esperanza que nos hace vivir. El testimonio que don Quijote da de Dulcinea, no cabe duda, es veraz. Pero tampoco hay duda que es un sueño. Vamos a ciegas por la vida verificando el sueño que nos hace vivir. En nuestros recuerdos, en nuestra memoria, no pueden separarse la realidad y la ilusión.
¿Cuándo un sueño es verdadero? Son las tres de la tarde. Me encuentro trabajando en mi despacho. Entra mi mujer. La miro a los ojos para saber si está soñando ella el mismo sueño que yo. Si lo compruebo, el sueño que vivimos será un sueño real, si me importa un pito lo que ella sueñe, lo mejor y lo más vivo de mi vida no será más que un sueño. Como decía Unamuno: "sólo el sueño de dos es verdadero". Esta confirmación vital del sueño compartido es lo que busca a toda costa don Quijote en la segunda parte de su historia.
Confirmar la fe vital del caballero es la finalidad de la comedia de los Duques. La convivencia de don Quijote en el palacio constituye el último acto de la invención de la amada con las escenas del desencanto de Dulcinea.
La personalidad de Dulcinea está constituida por tres estratos diferentes: En el primero, Dulcinea es una criatura de carne y hueso que podemos identificar con Aldonza Lorenzo; en el segundo, es la Dulcinea de la primera parte del Quijote que, como los restantes personajes de la novela, aparece ante los Duques reclamando al mismo tiempo una existencia histórica y literaria, una existencia de persona real y de figura de ficción; en el tercero, Dulcinea se convierte en el símbolo del amor que armoniza la existencia de don Quijote con el mundo.
Los Duques certifican y totalizan los tres planos de su existencia. Han comprendido y confirmado la fe vital del caballero. Gracias a ellos pueden prevalecer el quijanismo y la cordura en la actitud de nuestro héroe preparando el final de la novela.
En la segunda parte de la novela destaca un hecho sumamente curioso y revelador: don Quijote vacila en su fe. ¿en qué consiste esta vacilación? En la primera parte don Quijote tiene absoluta certidumbre sobre la realidad de sus visiones: los molinos son gigantes; las mulas, dromedarios, y la bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, muy a pesar de que hechiceros y encantadores trastruequen su apariencia. En la segunda parte todo este mundo va a cambiar. Nuestro protagonista no vuelve a confundir la realidad. Ve las cosas como son.
Recordemos la escena de las tres labradoras, en la que Sancho encanta a Dulcinea. En ella don Quijote, muy a pesar de las aseveraciones y mentiras de Sancho, no confunde la realidad que tiene ante los ojos. La cosa es sorprendente. Cuando la ilusión de encontrarse ante Dulcinea debiera trastornarle, sus ojos ven la amarga realidad. Algo importante ha cambiado en él y ve a una campesina donde debiera ver a Dulcinea. Si Don Quijote fuese el mismo de la primera parte, vería en la aldeana a Dulcinea, como había visto, nada menos que a una princesa, en Maritornes. Sin embargo, contradiciendo su ilusión, esto es, contradiciéndose a sí mismo, sus ojos ven a la aldeana como aldeana y hasta percibe en ella un olor a ajos crudos que le atosiga el alma.
Todo empieza a cambiar. Observemos un rasgo que me parece importante. Don Quijote -que sigue siendo don Quijote, aunque ya no confunde la realidad- dice palabras desvariantes sobre el encantamiento de Dulcinea, aludiendo a la trapacería de los insolentes y malignos encantadores. Todo ha cambiado y, sin embargo, todo parece igual. El mundo quijotesco continúa siendo el mismo mundo, donde se aunaban y confundían la realidad y la ficción.
Don Quijote duda por vez primera de sus visiones. Ya no es un loco que altera la realidad, sino un crédulo que confía en las palabras de Sancho, como en los capítulos siguientes creerá en las burlas de Duques. Su manera de ver el mundo sigue siendo la misma, por tanto, el carácter del héroe se ha alterado sin cambiar. Este conmoción representa la humanización de don Quijote.
En la medida en que su conducta va desplazándose hacia la cordura, pierde seguridad. Su confianza en sí mismo se hace más reflexiva, y es necesario sostenerla, confirmarla. El mundo quijotesco de la primera parte va perdiendo fuerza. Precisa ayuda; don Quijote no cambia de conducta, pero a veces vacila. Cuando vacila, necesita apoyarse en el prójimo para creer.
Don Quijote ya no es un loco, es un crédulo, y su encuentro con Dulcinea en la cueva de Montesinos, es la ocasión en que más claramente se pone de relieve el cambio de actitud, sobre la certidumbre de sus visiones. El relato que hace de su viaje al centro de la tierra es distinto al resto de la obra.
Recordemos la historia de los "encuentros" que don Quijote tiene con Dulcinea. Son el destino de la ilusión humana y el núcleo vivo y ordenador de la segunda parte de la novela. Pues bien, desde este punto de vista, creo que no admite duda el carácter central y confirmador que tiene la visión de la cueva de Montesinos.
El sentido de esta aventura, reside en el esfuerzo desesperado que realiza don Quijote para engañarse sin saberlo; esto es, para hacer congruentes, irrebatibles y verdaderas las mentiras de Sancho. Don Quijote, para ser don Quijote, precisa a Dulcinea. Don Quijote, para creer en Dulcinea, necesita engañarse a sí mismo. Don Quijote tiene que humanizarse para poder engañarse a sí mismo sin mentir. Tiene que hacerlo humanamente. Sabe que no son ciertas las palabras de Sancho, y tiene que soñarlas para acabar creyendo en ellas.
Veamos un poco más cerca en qué consiste este diálogo de la fe, en el cual don Quijote trata de convencerse a sí mismo de que ha sido verdad y no ilusión su encuentro con Dulcinea allá en la cueva de Montesinos. Recordemos el texto:

DON QUIJOTE:
''Pero ¿qué dirás cuando te diga yo ahora cómo entre otras maravillas que mostró Montesinos (las cuales, despacio y a sus tiempos, te las iré contando en el discurso de este viaje, por no ser todas de este lugar) me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hallamos a la salida del Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía; respondióme que no, pero que él imaginaba que debían ser algunas señoras principales encantadas que pocos días había que en aquellos prados habían aparecido" (2,23).

Ya está todo resuelto. Pero a Sancho, que había inventado este encantamiento, no le parece cuerda, ni prudente, la razón de don Quijote. Sancho con gran voz dijo:

"Oh, santo Dios, ¿es posible que tal haya en el mundo y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamientos que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura?" (2,23)

Pero Sancho también ha comprendido la importancia de su nuevo papel. Se ha convertido en empresario de la imaginación de don Quijote, y para hacerse valer vuelve de cuando en cuando a las andadas. Recordemos la famosa aventura del mono adivino en la que Sancho dice:

"Con todo eso querría que vuestra merced dijese a Maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a vuesa merced le pasó en la cueva de Montesinos, que yo para mí tengo, con perdón de vuesa merced, que todo fué embeleso y mentira, o a lo menos cosas soñadas" (2,25).

En la primera parte de la obra, tanto en el tono en que habla Sancho como la duda que manifiesta, habrían airado a don Quijote. Ahora contesta prudente y mesurado:

"Todo podría ser, pero yo haré lo que aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé qué de escrúpulo" (2,25).

¿Es posible que don Quijote dude de lo que vio en la cueva de Montesinos? Vacilar no es dudar. La vacilación se refiere a la voluntad y la duda a la inteligencia. No es igual una cosa que otra. La voluntad puede rendirse al cansancio, puede rendirse sin ceder; la inteligencia, no. Vacila y esta vacilación se refiere nada menos que a su encuentro con Dulcinea. Quisiera comprobarlo, pero el mono adivino no le brinda ninguna certeza en su respuesta.
Cuando en la comedia organizada por los Duques viene Merlin, diabólico y profético en su carro, para anunciar al mundo el desencanto de Dulcinea, Cervantes describe de este modo el estado de ánimo de sus protagonistas:

"Renovóse la admiración en todos, especialmente en Don Quijote y Sancho; en Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese encantada Dulcinea; en Don Quijote, por no poder asegurarse si era verdad o no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos".

Nos encontramos ante un don Quijote nuevo, que no se atreve a confiar en su ilusión, muy a pesar de que cuantos le hablan le confirman en ella. Nos encontramos ante un don Quijote que no se atreve a soñar. Es indudable que conserva su fe, pero viviéndola humanamente, esto es, haciéndola de nuevo hora tras hora y día tras día. En ocasiones, su recuerdo del encuentro con Dulcinea casi desaparece. Su fe sólo se apoya en la esperanza. Y es cierto que no duda, pero desfallece.
Tal sentido tienen las palabras de ilusión e insinuantes de mentira que dice a Sancho en el final de la aventura de Clavileño. Sancho ha tenido visiones muy parecidas a las suyas en la cueva de Montesinos. Las describe con emoción, quijotizadas y jubilosas ante la risa de los oyentes. Don Quijote no acaba de creer en lo que dice Sancho. Podría aceptar tales visiones si fuesen meramente ilusivas -esto es lo quijotesco-; pero, además, son verdaderos dislates. Su inteligencia no puede aceptarlas. Su voluntad, en cambio, quiere agarrarse a ellas, necesita creerlas...Y otra vez vuelve a repetirse la escena humanísima y alucinante del "engaño buscado". Es preciso creer a toda costa. Es preciso crear nuestra verdad. Y llegándose don Quijote a Sancho, díjole al oído:

"Sancho, pues vos queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis lo que vi en la cueva de Montesinos, y no os digo más" (2,41).

Le propone un convenio. No miente don Quijote pero induce a la mentira, pues necesita ser engañado. Lo más vivo que hay en él se llama Dulcinea. Lo más vivo que hay en él es algo que no existe. Dulcinea representa lo necesario inexistente, lo que sólo tiene realidad en nuestro corazón, lo que nos hace ser lo que somos, y por ello queremos compartirlo con los demás, igual que se comparten el pan y el vino. Nadie podrá negarle a don Quijote este derecho.
Cuando en la casa de don Antonio Moreno se asoma al borde de su vida, para preguntarle a la "cabeza encantada" si fue cierto su encuentro con Dulcinea, en sus palabras aparece esa duda que tanto le lastima:

"Dime tú, el que respondes, ¿fué verdad o fué sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos?" (2,62).

Antes le bastaba mirar para creer. Su vida entonces era un milagro o era un sueño. Ahora ha llegado, poco a poco a su altura de hombre. La fe no aísla, comunica. Ya no puede creer desde la soledad. No ve tan claro como antes. Como Antonio Machado en su Proverbios y Cantares parece pensar:

En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.”

Si. Sólo el sueño de dos es verdadero. Esta es la gran lección del quijanismo, el despertar de la juventud, la madurez; cuando la fe necesita algo más que una mirada para mantener la ilusión de la vida.


                   Referncias: Luís Rosales, Darío Villanueva, Miguel de Unamuno y otros

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