En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 7 de febrero de 2024

Al lado del Cielo

 

Jean-Christian Spahni, y Andrés Linares
Si recordamos el juego de "los dos amigos" propio de la literatura del Renacimiento, en esta imagen apreciamos una clara inversión: el señor parece vestir de lazarillo en tanto que el guía lo hace de señor.


"Al lado del cielo", así definió la situación emocional de nuestra tierra en el año cincuenta y nueve el etnólogo, antropólogo y arqueólogo suizo Jean-Christian Spahni, autor del libro “La Alpujarra, la Andalucía secreta”, quien tras varios meses entre nosotros reconocería haber encontrado aquí arriba, "justo al lado del cielo", ese silencio benefactor, que tanto se parece o asemeja, a la felicidad. Y es cierto que en toda La Alpujarra se ha disfrutado siempre de un alto grado de felicidad, pero no podemos omitir que la desgracia y desamparo no han sido menores, pero esto, cosa nada reprochable, a los viajeros románticos les importaba poco, pues la mirada crítica invariablemente quiere distancia: el mismo Lorca se tomó esa distancia con los negros de Harlem y con los gitanos de su Romancero

Jean-Christian Spahni, es un científico suizo que llegó a España en 1954 como colaborador del CSIC, llevando a cabo diversos trabajos en Píñar, Gorafe, Sierra de Arana, Baños de Alicún, y Campotéjar; estudios sobre el Cante Jondo, de cerámica popular en Granada y Almería, y trabajos etnográficos enLa Alpujarra. De todos estos lugares el que le dejó una profunda huella, y así lo dejó escrito, fue La Alpujarra, concretamente la zona de La Contraviesa, más exactamente la localidad de Murtas.

Andrés Linares es el padre de nuestro amigo Andrés Mariano, una de las personas más conocidas y queridas de nuestra tierra (me refiero al padre, aunque al hijo también lo queremos un poco). Cuando conocí al bueno de Andrés Linares, comprendí el estado de felicidad del suizo: Andrés, entonces un joven de poco más de veinte años, fue rescatado por Spahni de la mili para que le sirviera de guía y lazarillo en su investigación etnológica; un joven animoso que se hizo imprescindible como escudero de Spahni, al que mostró todas las facetas de aquella vida tan llena de frescura y esperanza, una esperanza cierta que dormía oculta en esos años tan grises de la realidad española. Juntos visitaron cortijos y pueblos cercanos, unidos profundizaron en los valores del trovo por todos aquellos rincones; ambos, con otros que se les unían en cada lugar, afinaron cuerdas y enjuagaron gargantas. En bota, porrón o vaso, animados por lúcidas quintillas, tamizaron la etnología hasta desprenderle la "te", y, como el que no quiere la cosa, le atizaron de lo lindo al mosto, estableciendo las relaciones de amistad y camaradería, a la vez que, ciegos, hacían comparativas de las características de los caldos de los diferentes pagos de La Contraviesa.

A esas noches de versos improvisados y de jarana desenfrenada, en las que tocaban con los dedos las nubes del cielo, le seguían esas mañanas de paz y de sed de aquel mundo quieto en el que el sol mañanero atravesaba la raja del postigo del dormitorio y se reflejaba sobre el varal de la cama iluminando de lleno un ramillo de albahaca atado con una guitilla de esparto al cabecero. A cada media vuelta en que la resaca reclamaba el vaso de agua, éste desprendía sus semillas sobre la almohada, dejando su fragancia, confundiendo el flavor de los caldos con el olor de la labiada y los efluvios gástriscos. Un trago, de vino por las noches, y de agua por las mañanas, pedía otro, y entre tanto, el escritor suizo, el científico de CSID que nos dijo cómo eramos los alpujarreños -siempre nos ha definido los de fuera- y que también nos dijo en qué consistía el trovo, y cuán felices eran nuestros padres, oía ese silencio benefactor que produce el suave canto del gorrión, el verderol y el chamarizo, acompasado por la resbaladiza danza del agua del deshielo saltando entre las piedras del barranquillo. ¿Quién puede dudarlo?: era como estar “al lado del cielo”.


2 comentarios:

  1. ...tuvimos que subir a la "zotea" del Circulo de Bellas Artes para poder leer esta página que me lleva sin necesidad de esfuerzo imaginativo a un tiempo y un espacio, Alpujarra, que de una forma u otra, como viajero, como paseante, como maestro rural, formó y forma parte de mi vida...ese cielo que puede estar fuera pero que que solo vemos y sentimos si llevamos dentro un fragmento de paz y silencio...me ha recordado mis ganas de visitar Turón y asomarme al cielo del Cerrajón...

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  2. Siempre nos quedará Turón. Y subiremos a respirar los aires del Cerrajón, en tanto que repasamos los pueblos de La Alpujarra.

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