En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 4 de agosto de 2020

El joven Andrés

Cervantes conoce como nadie el mundo en el que vive, el choque de culturas, la encrucijada de caminos, el inmovilismo de una época, la crudeza de la guerra y la soledad de los presidios... Un mundo que evidentemente no le gusta y que repasa a través de los ojos de un loco-cuerdo que pretende transformarlo acudiendo a un mundo de perfección, a los nobles ideales de la mítica caballería, dejando en evidencia las pequeñas grandezas de las cosas y las grandes miserias de la conducta humana.

Y ese mundo hostil para muchos que recrea Cervantes, lo era mucho más para los más indefensos, los vulnerables entre los vulnerables eran los niños. Por eso, no por casualidad, quiso que las aventuras del ingenioso hidalgo comenzasen precisamente por donde más lo sentía, defendiendo a un menor.

Don Quijote acude a las voces de auxilio que salen de entre las encinas a socorrer al joven, imprecando de inmediato al maltratador, al que exige en el acto y momento reparación de los daños, aplicando su peculiar justicia con la invocación a la idealizada Dulcinea.

Cervantes deja señalado que toda acción social, de justicia o de solidaridad, si no va con rigor acompañada de otra acción de control y seguimiento, sobre el terreno donde se produce, está condenada a perder su eficacia. ¿Cuántos ejemplos podríamos poner hoy de subvenciones que se despilfarran en programas de los que no se hace el adecuado seguimiento? ¿O cuantas decisiones judiciales y administrativas que no cuentan con el oportuno control para el cumplimiento de las medidas y por eso no salen bien?

Don Quijote, armado caballero, va a representar el valor y la fuerza contra toda injusticia sobre el ser humano, proceda de donde proceda:

“Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso Don Quijote, el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz: Bien te puedes llamar dichosas sobre cuantas hoy viven en la tierra, oh sobre las bellas, bella Dulcinea del Toboso, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad y talante a un tan valiente y tan nombrado caballero, como lo es y será Don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión valpuleaba a aquel delicado infante.” (I, 4º)

A su amada Dulcinea del Toboso ofrece su valeroso acto de defensa y liberación.

Dicho esto, en realidad es una de las venturas más tristes de la novela, las acciones del caballero acaban haciendo un daño añadido a quien va a socorrer. Don Quijote con una excesiva confianza en sí mismo, subvierte el orden social al atacar al amo, una de las bases de la organización jerárquica de la sociedad.

Don Quijote “se cree” que los demás van a actuar como él, supone que el astuto labrador va respetar su ejemplo personal y va a cumplir su palabra de honor. Se impone el egoísmo en el hombre, enfermedad que, sólo se cura, decía Platón, con el ejemplo, como norma de vida en la educación.


Consideraciones más allá de lo dicho:

Don Quijote fracasa en su intento de librar al pastor, atado a una encina y desnudo de medio cuerpo, de los palos que le inflige el amo, el cruel Juan Haldudo el Rico. Al querer restablecer la justicia por medios inadecuados, el hidalgo provoca un verdadero desastre ya que su generosa intromisión es causa de que Andrés sea víctima de un castigo más duro.

Miremos la aventura de otra manera. Fijémonos simplemente en el nombre del joven: Andrés. Es éste un nombre de origen griego y quiere decir "viril". Así se llamaba uno de los apóstoles, el nombre está vinculado en esta iconografía con la virilidad, la lascivia y el robo. Este nombre, relacionado con el robo, lo tienen dos personajes en obras contemporáneas del Quijote: en una de las Novelas Ejemplares, “La Gitanilla”, y en “La desordenada codicia de los bienes ajenos” de Carlos García.

La desavenencia entre amo y criado, que pasa por alto don Quijote, es la pérdida cotidiana de una de las ovejas que forman parte de la manada confiada por Juan Haldudo al joven pastor (I,4). Éste no niega la acusación del amo sino que al contrario la admite. Al principio del episodio, cuando Juan Haldudo le está golpeando, Andrés exclama:

"yo prometo de tener de aquí en adelante más cuidado con el hato".

Pero es necesario no quedarse a mitad del camino. Esas pérdidas evocadas por Haldudo, ¿se deberán a descuidos del mozo, o más bien a verdaderos robos cometidos por el mismo Andrés? Así lo da a entender el amo, al decir:

"Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y porque castigo su descuido, o bellaquería..."

Todo nos lleva a que son hurtos del mozo. La tradición folklórica, que Andrés no es ningún bobo, víctima de su simplicidad primitiva, generadora de descuidos, sino todo lo contrario: es un verdadero ladrón. Don Quijote, a pesar de hacerse el desentendido en el cap 4, conoce bien el asunto. En el cap 31, cuando da su propia visión del suceso, indica a las claras:

respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: "Señor, no me azota sino porque le pido mi salario". El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas (I, 31).”

¿Cómo es posible la actuación del hidalgo? No hay que olvidar los antecedentes del episodio. A don Quijote le ha armado caballero ese antiguo pícaro, el socarrón ventero de los capítulos 1 y 3 de la Primera parte. No es pues extraño que la parodia se prosiga en el capítulo 4 y que la primera de las hazañas del héroe consista en ayudar nada menos que a un bellaco. Esto se repetirá a lo largo de la novela, don Quijote, en su idealismo, defenderá a personas de dudosa reputación. Cervantes ya está apuntando en la primera aventura que los idealismos no conducen nada más que al fracaso, y don Quijote fracasa siempre, hasta cuando vence.

Cuando oye salir de un bosque "unas voces delicadas, como de persona que se quejaba" (I ,4), determina en el acto que se trata de algún menesteroso que necesita su ayuda. Lo que le empuja de forma idealista a la fama ("coger el fruto de mis buenos deseos"), ese anhelo que le ha conducido a abandonar su casa. Es lo que estaba deseando y no puede admitir que una realidad diferente eche abajo su empresa. De ahí que si un caballo y una lanza están cerca del verdugo, éste no pueda ser para él sino un caballero, pero un caballero malvado "descortés ". De ahí que se obstine en tratar a Haldudo como si fuera caballero a pesar de haberle dicho éste que era labrador y habérselo confirmado el joven, y ello aun después de haber insultado al campesino, llamándole "ruin villano", y de haberle amenazado. De ahí asimismo que exija de Haldudo que jure, "por la ley de caballería que ha recibido", hacer lo que le ha mandado con relación al muchacho.

Pero es que además Don Quijote no sólo se ha "entrometido en negocios ajenos" como ha de decir más adelante el jovenzuelo sino que ha subvertido el orden social al atacar la potestad del amo, es decir una de las bases de la organización jerárquica de la sociedad. Es lo que está haciendo, reciamente, Juan Haldudo, asumiendo de tal modo el papel que le corresponde, cuando irrumpe don Quijote. Es lo que hacía también, con la misma fuerza, el ciego del Lazarillo, después de cada robo del lazarillo.

Juan Haldudo tiene a don Quijote por loco pero no va más allá, lo teme porque va armado pero en cuanto se retira vuelve a su acción con más brío. No hay en él respeto o mofa por el héroe que dice ser, ni reconocimiento literario, solo ve al loco armado que interviene en su acción. En cambio, en el niño maltratado encontramos la inocencia que le hace creer posible la existencia de un caballero de cuento que lo socorra y libere. Por eso el narrador dirá:

Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha y contalle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas. Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo. (Cap. 4, 1a parte)

El muchacho ha de reconocer posteriormente que, sin la intempestiva manera de portarse de don Quijote, el amo,

"se contentara con dar una o dos docenas de azotes y luego soltara y pagara cuanto debía" (I, 31).

En resumidas cuentas, Haldudo no hubiera sido tan cruel como la primera escena lo daba a entender.

Lo que provoca el furor del labrador es la insolente intervención del hidalgo, quien trastorna las relaciones normales entre amo y criado. Es el mundo al revés, cuya estructura evoca la de las Saturnales y de una manera general la de las fiestas carnavalescas. Pero en cuanto cesa ese momento, cuando vuelve el fluir normal del tiempo, es necesario restablecer de modo ejemplar el orden social primitivo. Para ello tienen que recibir una pena llamativa e inolvidable los que se han alzado transgrediendo el orden.

El castigo de Andrés va a ser tremendo. Ha de sufrir en sus carnes y en lo más íntimo de su ser la furia y los sarcasmos del labrador. Ya antes de que se marchara el caballero recelaba que su amo, al quedar solo en casa con él, pudiera desollarlo como a un San Bartolomé (I, 4). Es efectivamente lo que ha de ocurrirle. Bien se lo dice Haldudo:

"me viene gana de desollaros vivo, como vos temiades" .

Justo lo que el muchacho ha de contarle posteriormente a Don Quijote:

"me dio de nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado" (I, 31).

Sin embargo, la referencia a San Bartolomé, el desollado, no se debe únicamente a la evocación de su martirio. Es que existen relaciones privilegiadas entre San Andrés y este santo. Según la leyenda se le habría azotado cruelmente antes de desollarlo vivo, y luego se le habría vuelto a azotar. Por otra parte, desde el siglo xv se le representa en varios sitios atado a una cruz aspada. Además, como San Andrés, habría predicado desde lo alto de dicha cruz, tema que se encuentra en el arte español. Hasta cierto punto, San Bartolomé es el sustituto de San Andrés.

Ya se comprenderá que Andrés el razonador, que incita al amo a cumplir lo que ha ordenado el hidalgo (I,4), pueda transformarse en Bartolomé a partir del momento en que recibe una paliza mayor, de resultas del cual tiene que ingresar en el hospital (I, 31). Y peor aún, pues Andrés "el viril" se halla desposeído de su virilidad, como consecuencia de la paliza que ha sufrido. Es lo que le dice a las claras a don Quijote:

"me parece que no seré más hombre en toda mi vida"(I, 31).

Andrés ha pagado por bellaco, pero el escarmiento no puede ser más cruel. El orden social se halla restablecido con rigor: el amo se queda riendo y el criado se marcha llorando. Y ¿a donde podrá ir éste al salir del hospital, cuando haya recuperado parte de sus fuerzas y de su bellaquería, sino a Sevilla, como Pablos, el Buscón, o como Cortado y Rincón .

El mismo don Quijote no sale bien parado. Haldudo ya se mofa de él mientras está vapuleando al zagal, por segunda vez (I,4; I,31). Es decir que lo está desprestigiando y por lo tanto Andrés no tendrá ninguna consideración por el caballero. El mozuelo puede ser, de tal modo, el instrumento del castigo de nuestro héroe.

Don Quijote, después de todos los fracasos que ha conocido a partir de su primera salida, está ahora más ufano que nunca. La princesa Micomicona ha venido a buscarle para reconquistar su reino y le ha ofrecido su mano. Ahí tiene el héroe la justificación de su gesta. Andrés aparece repentinamente en escena para atestiguar la ayuda que le ha prestado el hidalgo y el provecho que se saca de la existencia de los caballeros andantes (I, 31).

El muchacho se enternece primero al recordar las angustias pasadas y su breve triunfo. Pero este enternecimiento desaparece rápidamente y se halla sustituido por un rencor y un deseo de venganza que aumentan conforme va contando el jovenzuelo cómo ha salido todo al revés de lo evocado por don Quijote. El implacable Andrés no deja de lado ningún detalle y le echa en cara todas las desgracias que ha sufrido a causa de su intromisión. Y no vacila en rematar su relato con un rechazo de la ayuda del hidalgo y de todos los caballeros andantes.

 

- Fernández Suárez [1953]: Alvaro Fernández Suárez, Los mitos del “Quijote”, Madrid, Aguilar, 1953

-Martín Morán [1990]: José Manuel Martín Morán, El “Quijote” en ciernes.

-Menéndez Pidal [1920]: Ramón Menéndez Pidal, “Un aspecto en la elaboración del Quijote”, [1920],

- Moner [1989b]: Michel Moner, “La problemática del libro en el Quijote”, Anthropos, 98-99 (1989),

- Redondo [1989]: Augustin Redondo: “El Quijote y la tradición carnavalesca”, Anthropos, 98-99

-Rodríguez Marín [1947-8]: Francisco Rodríguez Marín, ed. de Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote
de la Mancha, Madrid, Atlas, 1947-8.

 -Rosales [1960]: Luis Rosales, Cervantes y la libertad, 2 vols., Madrid, Gráficas Valera, 1960

-Salillas [1905]: Rafael Salillas, Un gran inspirador de Cervantes. El doctor Juan Huarte y su “Examen de Ingenios”, Madrid,
Imprenta a cargo de Eduardo Arias, 1905.

-Sánchez-Castañer [1948]: Francisco Sánchez-Castañer, Penumbra y primeros albores en la génesis y evolución del mito quijotesco,
Valencia, Publicaciones de la Universidad de Valencia, 1948.

 -Serrano Plaja [1967]: Arturo Serrano Plaja, Realismo “mágico” en Cervantes. “Don Quijote” visto desde “Tom Sawyer” y
“El idiota”, Madrid, Gredos, 1967

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