En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

lunes, 18 de noviembre de 2024

El espíritu integrador de Cervantes


Aunque la mayoría de la crítica está de acuerdo en un Cervantes cristiano, a lo largo de su obra podemos apreciar claramente una mirada antropológica de la vida. Es el hombre el centro de todo y dueño de su propio destino… Si, era cristiano prefiriendo el catolicismo al protestantismo, y por supuesto el cristianismo al islam del que, estando prisionero, intentó huir hasta en cuatro ocasiones.

Su obra nos sigue hablando de él: Don Quijote atesora el más alto ejemplo y el más puro estilo de las humanidades de todos los tiempos (con la compañía de Sancho, que no resulta nunca contraria, sino siempre íntimamente complementaria). Es un resumen completo de todos los ideales. Figura material del héroe que si bien se apoyaba en el caballeresco nórdico; su espíritu es una miscelánea de gestos y sentimientos del espíritu árabe y cristiano. España tiende a reunir y sintetizar los factores de universalidad humana.

La obra de Cervantes nos muestra a una sociedad española imbuida en parte de la árabe o lo moro, lo morisco, incluso lo aljamiado, hechos todos que Cervantes conoció bien, junto con lo turco. El personaje de Ricote, el morisco emigrado que vuelve a su pueblo a recuperar algo y habla familiarmente con Sancho Panza ofreciéndole repartirse su tesoro, no es el único rasgo importante de interacción que nos da el autor: hay más y son concurrentes en otros sectores de su obra en general.

Cide Hamete Benengeli, segunda de las tres voces narrativas, junto al escritor y a Sansón Carrasco, encierra una referencia repetida a la coexistencia de elementos culturales árabes e islámicos imbricados con los puramente cristianos, interfiriéndose los unos con los otros. El personaje de Sancho está en relación directa con el de Yehá –sobre todo en los juicios de la Ínsula Barataria protagonista popular de una línea de historias famosas en todo el norte de África y el Oriente de aquellos siglos y aún ahora. Parte de las obras teatrales de Cervantes se desarrolla en un contexto magrebí donde está vigente lo llamado moro y lo morisco.

Igualmente, lo morisco y lo converso parecen ser el tejido sobre el que se mueven Rinconete y Cortadillo y hablan los perros del Coloquio. Clavileño, el caballo de madera que vuela accionándole una clavija, tiene su antecedente en las Mil y Una Noches y, cualidad fundamental, hasta el manuscrito de Hamete, escrito en caracteres árabes, lo traduce un morisco aljamiado, es decir un morisco con dominio del castellano y del árabe, según se desprende del texto.

La convivencia y el debate, en definitiva el diálogo -con o sin dardo en la palabra, como escribiría Lázaro Carreter- con o sin dardo en la acción, ha sido durante siglos un patrimonio característico de la sociedad española y, en general, de la sociedad peninsular. Aquí se crearon modelos que fueron ensayados, estilos que se entremezclaron, savias que acertaron a dar animación a un fruto común de tan amplio legado como Al-Andalus o Sefarad: las Españas, unas y variadas.

La sociedad de la Península Ibérica ha sido siempre una sociedad atípica, que ha necesitado de fórmulas atípicas al estilo de las que empezaron a formarse en la época de Al-Andalus, en algunos de los reinos cristianos posteriores o ahora mismo. En Al-Andalus prevaleció, en determinados periodos, la idea de un estado integrador común a todos ciudadanos, musulmanes, judíos y cristianos, con sus personalidades y sus culturas a cuestas. Ésta fue la gran riqueza de Al-Andalus musulmán, del Sefarad de los judíos, de las Hispanias cristianas; éste fue el modelo de nuestra tradición peninsular.

En Al-Andalus hubo una cohesión interna que fue dinámica, que supo conjugar las fuerzas dispares que lo componían. Ese conjunto histórico fue el resultado de una ligazón activa, laboriosa, solícita y contrastada; es decir, el resultado de una mezcla cultural convecina. Si algo tuvo Al-Andalus de edad dorada y de modelo, obedeció sin duda a su mestizaje cultural, a la conjunción de sus diferencias. Fue un producto híbrido. La pluralidad interna que siempre han tenido España, unida, en aquella época, a una pluralidad de religiones, tres en concreto, tuvo como consecuencia un producto cohesionado, gracias tal vez a que sus tensiones fueron cuerdamente resueltas y regidas a lo largo de bastante tiempo. Indudablemente no se trató de un paraíso, sino de la aplicación continuada de una idea de estado; de un equilibrio y de la comprensión de unas gentes por las otras en un interés mutuo, tal vez egoísta pero confluyente. Duró lo que duró y su ejemplo, no solamente su recuerdo, nos sigue ocupando y sirviendo como modelo, o como acicate, para entender que se puede llegar a modelos parecidos y a comportamientos equivalentes.

En ese Al-Andalus brillantemente híbrido, del que hablamos, no hubo intentos serios de homologar a todo el mundo a través del poder real, del principio de autoridad o del uso de la fuerza. Ni a través de la fe. Cada comunidad tuvo sus leyes propias y su propia estructuración interna, sus templos y modos de vivir; sujetas a un arbitrio real por lo común respetuoso o permisivo. Se trataba era de convivir juntos aun en el desacuerdo.

A lo largo de la Historia, ha habido culturas, imperios, ideas, corrientes económicas y personajes excepcionales, que han intentado llevar a la “globalización” el mundo mayor o menor que los rodeaba, al que pertenecían y que conocían.

El imperio turco y el imperio español de los siglos XVI y XVII trataron de construir sus dos mundializaciones contrapuestas, en parte doctrinarias, que intentaban extender no solamente su idea religiosa, su forma de vivir o un imperio, sino también un hecho socio-económico en sí mismo global, imponiendo esquemas de mercado, de educación y de memoria histórica, y metiendo a todas

las sociedades sujetas a su autoridad a un mismo proceso camino de una misma sociedad asumida como tal, con todo lo que esto supone. Fernando e Isabel, los Reyes Católicos por antonomasia, y sus sucesores los Austria, basaron su poder en un centralismo administrativo progresivo y en un total predominio de la religión católica. El proceso histórico surgido en Lepanto, no podía ser otra cosa que el dominio cristiano o musulmán...

Cervantes, lucho voluntariamente en el lado cristiano, pero en su obra se mueve entre todos estos hechos con la facilidad de costumbres y de presencias que daba la época, como otros escritores, sin tomar una actitud bien definida a favor o en contra de su época aunque sí llevando la libertad de pensamiento en sus escritos. Es cierto que una buena parte de su existencia –y muy significada desde su propio punto de vista- es la de un militar, que lucha contra los musulmanes turcos y renegados en la batalla de Lepanto, y que es cautivo en Argel durante varios años. Sin embargo, no toma en sus obras posiciones contrarias al Islam. Tampoco favorables, pero sí comprensivas. Sobre todo respecto a lo que él llama “moros”, término usado sobre todo para significar “musulmán” de origen andalusí o magrebí, en oposición a “turco”, que suele comportar un mal o un pésimo sentido.

Y, en particular, su posición respecto a los moriscos. Esto queda claro en los episodios unidos del morisco Ricote, vecino y amigo de Sancho Panza, y en las aventuras de Ana Félix o Ana Ricota, su hija. Estos dos moriscos, sus personalidades, su entorno, su comportamiento y el comportamiento de las otras gentes con ellos son modélicas. Las expresiones con que el autor califica o hace autocalificarse a estos españoles exiliados a la fuerza son cuanto menos compasivas y hasta favorables dentro de las justificaciones y tópicos con que vienen envueltas.. “Nación desdichada”, “desventura”, “maltrato”, “su mar de desgracias”, “corriente de su desventura”, “miserable destierro”... “

Los adjetivos referidos a ellos, como los concernientes al “moro aljamiado”, de la I Parte del Quijote, que supuestamente se la traduce del árabe al español, son afables y casi próximos. El arraigo de los españoles musulmanes a su patria queda bien claro en boca de Ricote, de su hija, y en definitiva de Cervantes:

y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella”. (Quijote, II, 54; 995)

También es explícito el motivo por el que bastantes de ellos prefieren no ir o permanecer en el Magreb -y este es el tema de su diáspora hacia otras zonas mediterráneas o trasatlánticas, o del riesgo de su vuelta a España-

doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería, y en todas las partes de África, donde esperábamos ser recibidos, acogidosy regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan”. (Quijote, II, 54; 995)

Cervantes nos da un muestreo interesante de su conocimiento de la idiosincrasia y la estructura interna moriscas, haciendo que en ausencia de Ricote, el vecino de Sancho Panza, huido antes de la expulsión, sean los hermanos de su mujer los que asuman la emigración a Argel del resto de la familia. Incluso el cambio de género en el apellido familiar, de Ricote a Ricota para la mujer, corresponde a un hecho de posible tradición morisca, desde luego presente hoy mismo en las familias de este origen en Marruecos. A esta emigración se une el enamorado de Ana, Gaspar, un hidalgo cristiano que domina las costumbres moriscas.

El autor también alude a posibles intentos de sublevación, “ ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían”, probablemente de los moriscos aragoneses. Y plantea de manera muy interesante el problema del bilingüismo, como el del “morisco aljamiado,” traductor del supuesto Quijote de Benengeli, que no sólo parecía darse entre los propios moriscos, sino también entre algunos cristianos que convivían con ellos en la sociedad española dificultosamente intercultural: “ni en la lengua...di señales de ser morisco”, “que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella”, refiriéndose al español, y el caso del tal Gaspar, que pasa por morisco, “porque sabía muy bien la lengua”, refiriéndose sin duda al árabe.

En la historia de Ricote y sus allegados es patente la filtración entre las costas españolas, en este caso levantinas, y las magrebíes, yendo la gente de un lado a otro ciertamente con riesgo pero con mucha facilidad, o manteniendo una correspondencia con sus familiares. También hay algo que la investigación histórica parece corroborar y es la concordancia, cuando pudo haberla, entre moriscos y protestantes (recuérdese la ayuda que algún español luterano pensaba dar a los moriscos sublevados de Granada facilitándoles la conquista de la Alhambra), en la alabanza de Ricote respecto a Alemania,”porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia”.

La desconfianza magrebí respecto a la diáspora morisca que se le vino encima y, en bastantes casos el aprovechamiento, y el expolio, a los que se intentó someterla, no fueron hechos infrecuentes: “y en Berbería, y en todas las partes de África... allí es donde más nos ofenden y maltratan”, dice Ricote, y su hija habla de cómo el rey de Argel la favorece y ayuda para que vuelva con los tesoros de su padre.

No debemos olvidar que, desde el punto de vista estrictamente islámico y, en muchos casos, de sociedades rurales o semirurales no muy cultas, los moriscos eran unos extranjeros -unos españoles

con su habla, trajes, usos y cohesión diferente no magrebíes y demasiado parecidos a los españoles cristianos enemigos. La gran diferencia era que podían reclamarse de ser andalusíes vinculándose a los flujos anteriores, cosa que hicieron y que, en algunos puntos del Magreb, han mantenido prácticamente hasta hoy. Ya desde España, en donde fue uno de los argumentos fundamentales para la expulsión, los moriscos iban también precedidos por su fama de ahorradores y ricos, lo que junto con su debilidad de arribada y de comienzo en tierras nuevas los hacía susceptibles a toda clase de presiones y abusos.

Los corsarios argelinos, turcos y sobre todo renegados, o los corsarios moriscos tetuaníes, con los renegados correspondientes -que también hubo muchos en Tetuán- navegaban en busca diaria de sus presas y asaltaban de madrugada el litoral español para regresar luego a sus bases. Los corsarios franceses y los ingleses, y evidentemente los españoles, hacían lo mismo o parecido atacando al rival. Sin embargo, al mismo tiempo, había un floreciente comercio entre unas y otras partes en un trasiego de intereses y de personas que a unos parecía natural y a otros asustaba.

La larga y prolija estancia de don Quijote y de Sancho en las tierras de los Duques contiene un episodio pequeño pero significativo. Dentro de una de las farsas,

pareció que todo el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se oyeron por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra (…) Luego se oyeron infinitos lelilíes, a uso de moros cuando entran en las batallas (...)” (Quijote, II, 34; 847).

Los infinitos lelilíes, a uso de moros son los gritos de La ilaha il. là Al. lah -no hay más divinidad que Dios- absolutamente islámicos como profesión de fe en toda circunstancia, a la par que exclamación de combate que no es sino una circunstancia más. Es evidente que los súbditos, o parte de ellos, de los Duques, siguen siendo musulmanes, aunque no sea más que en sus expresiones externas, toleradas y alentadas por lo menos en cuanto al barullo por los mismos Duques. Con toda probabilidad esos campesinos o súbditos eran mudéjares como sus antepasados, con una relación de ‘vasallaje’ por un lado y de ‘protección’ por otro. Pero tengamos en cuenta que la expulsión oficial de los moriscos ya se ha producido. Por lo tanto estos ‘vasallos’ ya no son mudéjares sino moriscos y residuales, que viven en sus viejas tierras con una permisividad amplia en muchas cosas, hecho que no debió ser nada infrecuente en otras partes de Aragón y de Levante.

De raigambre y tradición oriental, quizá más judeo-conversa que morisca, son los personajes de “Rinconete y Cortadillo”, incluso del “Coloquio de los Perros”, tal vez de “La Gitanilla”, tres de las Novelas Ejemplares de Cervantes. En “Rinconete y Cortadillo”, los personajes que aparecen en la casa-patio de Monipodio –ladrones de todos los géneros, matones, prostitutas, aprendices, y su estricto y respetado jefe Monipodio- son una transposición a la Sevilla del XVI-XVII de historias de Las Mil y Una Noches ocurridas en El Cairo y en Bagdad, de las aventuras y engaños del bandido llamado Halcón Gris de la época de al- Mu’tamid ibn ‘Abbad de la misma Sevilla, de los grupos de marginados de la ley pero al servicio de la sociedad de muchas tierras actuales en el Mediterráneo. En el caso de Monipodio y sus afiliados, pueden tener comportamientos más judeo-conversos que moriscos dada su ‘aparatosa’ insistencia, mayor en las mujeres que en los hombres, en los símbolos y ceremonias católicos bien visibles, hecho mucho más común –según el testimonio histórico y literario- entre los conversos que entre los moriscos.

Pero, naturalmente, hubo mezcla. Hasta cierto punto, las circunstancias y los movimientos de “La Gitanilla” se solapan con algunos del “Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán, autor posiblemente morisco, en donde moriscos y gitanos también se entremezclan. La mezcla confusa, la marginalidad, la desobediencia callada, el hecho de ser lo que no se parece, el hecho de no trabajar, junto el imperio, las guerras y algunas falsas soberbias de casta, habían venido a sustituir la convivencia de otros tiempos. Una convivencia tensa y, sin embargo, enormemente fructífera. Y es en medio de esos estamentos de la sociedad que intentaban recomponerse de algún modo, donde Cervantes vive y escribe y, a través de sus personajes –don Quijote, Sancho y otros de otras novelas y teatro- quisiera llevar a mundos ideales o a mundos justos. Madrid, la capital, símbolo de aquel Estado globalizador y obligadamente católico en donde el autor y tantos otros autores y artistas vivían, era una ciudad artificial en pleno crecimiento. España necesitaba, por entonces, dar al mundo la impresión de ser un Estado poderoso, con un elevado nivel de vida y una planificación organizada. Pero bien poco de lo pretendido era real. Y es en medio de esta interculturalidad enferma donde Cervantes crea una obra sana, pese a la locura genial de don Quijote, a la del Licenciado Vidriera y a la esperanza de Sancho.



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