Aunque
la mayoría de la crítica está de acuerdo en un Cervantes
cristiano, a lo largo de su obra podemos apreciar claramente una
mirada antropológica de la vida. Es el hombre el centro de todo y
dueño de su propio destino… Si, era cristiano prefiriendo el
catolicismo al protestantismo, y por supuesto el cristianismo al
islam del que, estando prisionero, intentó huir hasta en cuatro
ocasiones.
Su
obra nos sigue hablando de él: Don Quijote
atesora el más alto ejemplo y el más puro estilo de las
humanidades de todos los tiempos (con la compañía de
Sancho, que no resulta nunca contraria, sino siempre íntimamente
complementaria). Es un resumen completo de todos los
ideales. Figura material del héroe que si bien
se apoyaba en el caballeresco nórdico; su espíritu
es una miscelánea de gestos y sentimientos del
espíritu árabe y cristiano. España tiende a reunir y
sintetizar los factores de universalidad humana.
La
obra de Cervantes nos muestra a una sociedad española imbuida en
parte de la
árabe o lo
moro,
lo morisco, incluso lo aljamiado, hechos todos que Cervantes conoció
bien, junto con lo turco. El personaje de Ricote, el morisco emigrado
que vuelve a su pueblo a recuperar algo y habla familiarmente con
Sancho Panza ofreciéndole repartirse su tesoro, no es el único
rasgo importante de interacción que nos da el autor: hay más y son
concurrentes en otros sectores de su obra en general.
Cide
Hamete Benengeli, segunda de las tres voces narrativas, junto al
escritor y a Sansón Carrasco, encierra una referencia repetida a la
coexistencia de elementos culturales árabes e islámicos imbricados
con los puramente cristianos, interfiriéndose los unos con los
otros. El personaje de Sancho está en relación directa con el de
Yehá –sobre todo en los juicios de la Ínsula Barataria
protagonista popular de una línea de historias famosas en todo el
norte de África y el Oriente de aquellos siglos y aún ahora. Parte
de las obras teatrales de Cervantes se desarrolla en un contexto
magrebí donde está vigente lo llamado moro y lo morisco.
Igualmente,
lo morisco y lo converso parecen ser el tejido sobre el que se mueven
Rinconete y Cortadillo y hablan los perros del Coloquio.
Clavileño, el caballo de madera que vuela accionándole una clavija,
tiene su antecedente en las Mil
y Una Noches
y, cualidad fundamental, hasta el manuscrito
de Hamete, escrito
en caracteres árabes, lo traduce un morisco aljamiado, es decir un
morisco con dominio del castellano y del árabe, según se desprende
del texto.
La
convivencia y el debate, en definitiva el diálogo -con o sin dardo
en la palabra, como escribiría Lázaro
Carreter-
con o sin dardo en la acción, ha sido durante siglos un patrimonio
característico de la sociedad española y, en general, de la
sociedad peninsular. Aquí
se crearon
modelos que fueron ensayados, estilos que se entremezclaron, savias
que acertaron a dar animación a un fruto común de tan amplio legado
como Al-Andalus o Sefarad: las Españas, unas y variadas.
La
sociedad de la Península Ibérica ha sido siempre una sociedad
atípica, que ha necesitado de fórmulas atípicas al estilo de las
que empezaron a formarse en la época de Al-Andalus, en algunos de
los reinos cristianos posteriores o ahora mismo. En Al-Andalus
prevaleció, en
determinados periodos,
la idea de un estado integrador común a todos ciudadanos,
musulmanes, judíos y cristianos, con sus personalidades y sus
culturas a cuestas. Ésta fue la gran riqueza de Al-Andalus musulmán,
del Sefarad de los judíos, de las Hispanias cristianas; éste fue el
modelo de nuestra tradición peninsular.
En
Al-Andalus hubo una cohesión interna que fue dinámica, que supo
conjugar las fuerzas dispares que lo componían. Ese conjunto
histórico fue el resultado de una ligazón activa, laboriosa,
solícita y contrastada; es decir, el resultado de una mezcla
cultural convecina. Si algo tuvo Al-Andalus de edad dorada y de
modelo, obedeció sin duda a su mestizaje cultural, a la conjunción
de sus diferencias. Fue un producto híbrido. La pluralidad interna
que siempre han tenido España, unida, en aquella época, a una
pluralidad de religiones, tres en concreto, tuvo como consecuencia un
producto cohesionado, gracias tal vez a que sus tensiones fueron
cuerdamente resueltas y regidas a lo largo de bastante tiempo.
Indudablemente no se trató de un paraíso, sino de la aplicación
continuada de una idea de estado; de un equilibrio y de la
comprensión de unas gentes por las otras en un interés mutuo, tal
vez egoísta pero confluyente. Duró lo que duró y su ejemplo, no
solamente su recuerdo, nos sigue ocupando y sirviendo como modelo, o
como acicate, para entender que se puede llegar a modelos parecidos y
a comportamientos equivalentes.
En
ese Al-Andalus brillantemente híbrido, del que hablamos, no hubo
intentos serios de homologar a todo el mundo a través del poder
real, del principio de autoridad o del uso de la fuerza. Ni a través
de la fe. Cada comunidad tuvo sus leyes propias y su propia
estructuración interna, sus templos y modos de vivir; sujetas a un
arbitrio real por lo común respetuoso o permisivo. Se
trataba era de convivir juntos
aun
en el desacuerdo.
A
lo largo de la Historia, ha habido culturas, imperios, ideas,
corrientes económicas y personajes excepcionales, que han intentado
llevar a la “globalización” el mundo mayor o menor que los
rodeaba, al que pertenecían y que conocían.
El
imperio turco y el imperio español de los siglos XVI y XVII trataron
de construir sus dos mundializaciones contrapuestas, en parte
doctrinarias, que intentaban extender no solamente su idea religiosa,
su forma de vivir o un imperio, sino también un hecho
socio-económico en sí mismo global, imponiendo esquemas de mercado,
de educación y de memoria histórica, y metiendo a todas
las
sociedades sujetas a su autoridad a un mismo proceso camino de una
misma sociedad asumida como tal, con todo lo que esto supone.
Fernando e Isabel, los Reyes Católicos por antonomasia, y sus
sucesores los Austria, basaron su poder en un centralismo
administrativo progresivo y en un total predominio de la religión
católica. El proceso histórico surgido en Lepanto, no podía ser
otra cosa que el dominio cristiano o musulmán...
Cervantes,
lucho voluntariamente en el lado cristiano, pero en su obra se mueve
entre todos estos hechos con la facilidad de costumbres y de
presencias que daba la época, como otros escritores, sin tomar una
actitud bien definida a favor o en contra de su época aunque sí
llevando la libertad de pensamiento en sus escritos. Es cierto que
una buena parte de su existencia –y muy significada desde su propio
punto de vista- es la de un militar, que lucha contra los musulmanes
turcos y renegados en la batalla de Lepanto, y que es cautivo en
Argel durante varios años. Sin embargo, no toma en sus obras
posiciones contrarias al Islam. Tampoco favorables, pero sí
comprensivas. Sobre todo respecto a lo que él llama “moros”,
término usado sobre todo para significar “musulmán” de origen
andalusí o magrebí, en oposición a “turco”, que suele
comportar un mal o un pésimo sentido.
Y,
en particular, su posición respecto a los moriscos. Esto queda claro
en los episodios unidos del morisco Ricote, vecino y amigo de Sancho
Panza, y en las aventuras de Ana Félix o Ana Ricota, su hija. Estos
dos moriscos, sus personalidades, su entorno, su comportamiento y el
comportamiento de las otras gentes con ellos son modélicas. Las
expresiones con que el autor califica o hace autocalificarse a estos
españoles exiliados a la fuerza son cuanto menos compasivas y hasta
favorables dentro de las justificaciones y tópicos con que vienen
envueltas.. “Nación desdichada”, “desventura”, “maltrato”,
“su mar de desgracias”, “corriente de su desventura”,
“miserable destierro”... “
Los
adjetivos referidos a ellos, como los concernientes al “moro
aljamiado”, de la I Parte del Quijote, que supuestamente se la
traduce del árabe al español, son afables y casi próximos. El
arraigo de los españoles musulmanes a su patria queda bien claro en
boca de Ricote, de su hija, y en definitiva de Cervantes:
“y
es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España,
que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo,
se vuelven a ella”. (Quijote, II, 54; 995)
También
es explícito el motivo por el que bastantes de ellos prefieren no ir
o permanecer en el Magreb -y este es el tema de su diáspora hacia
otras zonas mediterráneas o trasatlánticas, o del riesgo de su
vuelta a España-
“doquiera
que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es
nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que
nuestra desventura desea, y en Berbería, y en todas las partes de
África, donde esperábamos ser recibidos, acogidosy regalados, allí
es donde más nos ofenden y maltratan”. (Quijote, II, 54;
995)
Cervantes
nos da un muestreo interesante de su conocimiento de la idiosincrasia
y la estructura interna moriscas, haciendo que en ausencia de Ricote,
el vecino de Sancho Panza, huido antes de la expulsión, sean los
hermanos de su mujer los que asuman la emigración a Argel del resto
de la familia. Incluso el cambio de género en el apellido familiar,
de Ricote a Ricota para la mujer, corresponde a un hecho de posible
tradición morisca, desde luego presente hoy mismo en las familias de
este origen en Marruecos. A esta emigración se une el enamorado de
Ana, Gaspar, un hidalgo cristiano que domina las costumbres moriscas.
El
autor también alude a posibles intentos de sublevación, “ ruines
y disparatados intentos que los nuestros tenían”, probablemente de
los moriscos aragoneses. Y plantea de manera muy interesante el
problema del bilingüismo, como el del “morisco aljamiado,”
traductor del supuesto Quijote de Benengeli, que no sólo parecía
darse entre los propios moriscos, sino también entre algunos
cristianos que convivían con ellos en la sociedad española
dificultosamente intercultural: “ni en la lengua...di señales de
ser morisco”, “que los más de aquellos, y son muchos, que saben
la lengua como yo, se vuelven a ella”, refiriéndose al español, y
el caso del tal Gaspar, que pasa por morisco, “porque sabía muy
bien la lengua”, refiriéndose sin duda al árabe.
En
la historia de Ricote y sus allegados es patente la filtración entre
las costas españolas, en este caso levantinas, y las magrebíes,
yendo la gente de un lado a otro ciertamente con riesgo pero con
mucha facilidad, o manteniendo una correspondencia con sus
familiares. También hay algo que la investigación histórica parece
corroborar y es la concordancia, cuando pudo haberla, entre moriscos
y protestantes (recuérdese la ayuda que algún español luterano
pensaba dar a los moriscos sublevados de Granada facilitándoles la
conquista de la Alhambra), en la alabanza de Ricote respecto a
Alemania,”porque en la mayor parte della se vive con libertad de
conciencia”.
La
desconfianza magrebí respecto a la diáspora morisca que se le vino
encima y, en bastantes casos el aprovechamiento, y el expolio, a los
que se intentó someterla, no fueron hechos infrecuentes: “y en
Berbería, y en todas las partes de África... allí es donde más
nos ofenden y maltratan”, dice Ricote, y su hija habla de cómo el
rey de Argel la favorece y ayuda para que vuelva con los tesoros de
su padre.
No
debemos olvidar que, desde el punto de vista estrictamente islámico
y, en muchos casos, de sociedades rurales o semirurales no muy
cultas, los moriscos eran unos extranjeros -unos españoles
con
su habla, trajes, usos y cohesión diferente no magrebíes y
demasiado parecidos a los españoles cristianos enemigos. La gran
diferencia era que podían reclamarse de ser andalusíes vinculándose
a los flujos anteriores, cosa que hicieron y que, en algunos puntos
del Magreb, han mantenido prácticamente hasta hoy. Ya desde España,
en donde fue uno de los argumentos fundamentales para la expulsión,
los moriscos iban también precedidos por su fama de ahorradores y
ricos, lo que junto con su debilidad de arribada y de comienzo en
tierras nuevas los hacía susceptibles a toda clase de presiones y
abusos.
Los
corsarios argelinos, turcos y sobre todo renegados, o los corsarios
moriscos tetuaníes, con los renegados correspondientes -que también
hubo muchos en Tetuán- navegaban en busca diaria de sus presas y
asaltaban de madrugada el litoral español para regresar luego a sus
bases. Los corsarios franceses y los ingleses, y evidentemente los
españoles, hacían lo mismo o parecido atacando al rival. Sin
embargo, al mismo tiempo, había un floreciente comercio entre unas y
otras partes en un trasiego de intereses y de personas que a unos
parecía natural y a otros asustaba.
La
larga y prolija estancia de don Quijote y de Sancho en las tierras de
los Duques contiene un episodio pequeño pero significativo. Dentro
de una de las farsas,
“pareció
que todo el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se
oyeron por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas
cornetas y otros instrumentos de guerra (…) Luego se oyeron
infinitos lelilíes, a uso de moros cuando entran en las
batallas (...)” (Quijote, II, 34; 847).
Los
infinitos lelilíes, a uso de moros son los gritos de La ilaha il.
là Al. lah -no hay más divinidad que Dios- absolutamente
islámicos como profesión de fe en toda circunstancia, a la par que
exclamación de combate que no es sino una circunstancia más. Es
evidente que los súbditos, o parte de ellos, de los Duques, siguen
siendo musulmanes, aunque no sea más que en sus expresiones
externas, toleradas y alentadas por lo menos en cuanto al barullo por
los mismos Duques. Con toda probabilidad esos campesinos o súbditos
eran mudéjares como sus antepasados, con una relación de
‘vasallaje’ por un lado y de ‘protección’ por otro. Pero
tengamos en cuenta que la expulsión oficial de los moriscos ya se ha
producido. Por lo tanto estos ‘vasallos’ ya no son mudéjares
sino moriscos y residuales, que viven en sus viejas tierras con una
permisividad amplia en muchas cosas, hecho que no debió ser nada
infrecuente en otras partes de Aragón y de Levante.
De
raigambre y tradición oriental, quizá más judeo-conversa que
morisca, son los personajes de “Rinconete y Cortadillo”, incluso
del “Coloquio de los Perros”, tal vez de “La Gitanilla”, tres
de las Novelas Ejemplares de Cervantes. En “Rinconete y
Cortadillo”, los personajes que aparecen en la casa-patio de
Monipodio –ladrones de todos los géneros, matones, prostitutas,
aprendices, y su estricto y respetado jefe Monipodio- son una
transposición a la Sevilla del XVI-XVII de historias de Las Mil y
Una Noches ocurridas en El Cairo y en Bagdad, de las aventuras y
engaños del bandido llamado Halcón Gris de la época de al-
Mu’tamid ibn ‘Abbad de la misma Sevilla, de los grupos de
marginados de la ley pero al servicio de la sociedad de muchas
tierras actuales en el Mediterráneo. En el caso de Monipodio y sus
afiliados, pueden tener comportamientos más judeo-conversos que
moriscos dada su ‘aparatosa’ insistencia, mayor en las mujeres
que en los hombres, en los símbolos y ceremonias católicos bien
visibles, hecho mucho más común –según el testimonio histórico
y literario- entre los conversos que entre los moriscos.
Pero,
naturalmente, hubo mezcla. Hasta cierto punto, las circunstancias y
los movimientos de “La Gitanilla” se solapan con algunos del
“Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán, autor posiblemente
morisco, en donde moriscos y gitanos también se entremezclan. La
mezcla confusa, la marginalidad, la desobediencia callada, el hecho
de ser lo que no se parece, el hecho de no trabajar, junto el
imperio, las guerras y algunas falsas soberbias de casta, habían
venido a sustituir la convivencia de otros tiempos. Una convivencia
tensa y, sin embargo, enormemente fructífera. Y es en medio de esos
estamentos de la sociedad que intentaban recomponerse de algún modo,
donde Cervantes vive y escribe y, a través de sus personajes –don
Quijote, Sancho y otros de otras novelas y teatro- quisiera llevar a
mundos ideales o a mundos justos. Madrid, la capital, símbolo de
aquel Estado globalizador y obligadamente católico en donde el autor
y tantos otros autores y artistas vivían, era una ciudad artificial
en pleno crecimiento. España necesitaba, por entonces, dar al mundo
la impresión de ser un Estado poderoso, con un elevado nivel de vida
y una planificación organizada. Pero bien poco de lo pretendido era
real. Y es en medio de esta interculturalidad enferma donde Cervantes
crea una obra sana, pese a la locura genial de don Quijote, a la del
Licenciado Vidriera y a la esperanza de Sancho.