En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

jueves, 20 de julio de 2023

Notas de lecturas y relecturas del Quijote

 

El CLASISMO: Los impuestos los pagan los de siempre

El Quijote’ es la historia de una amistad casi imposible. Alonso Quijano era hidalgo con un pasar económico venido a menos, voraz lector y algo pasado de rosca. Sancho, labrador pobre y analfabeto, lanzador incontinente de refranes. Dos clases sociales distintas.

En aquella España, los impuestos solo los pagaba el plebeyo. Pecheros, se les llamaba. Aunque la novela se estructura alrededor de sus diálogos, don Quijote quiso marcar las distancias verbales, escamado porque su escudero se guaseó de él y si le da la mano se toma el brazo.

Aunque no pueda acogerse a ‘el que paga manda’, por jerarquía de clase le impone no darse tanto «cordalejo». Es decir, hablar menos entre ellos. Pero esperar de Sancho que esté callado era pedir cotufas en el Golfo.

La expresión significa ‘pedir cosas imposibles’. Cotufa es el tubérculo de la raíz de la aguaturma, de unos 3 cm de longitud, feculento y comestible; la palabra significa también ‘chufa, golosina, gollería’, de modo que, efectivamente pedir cotufas en el golfo (o sea en el mar) es cosa imposible.
La expresión aparece tres veces en El Quijote y todas ellas en boca de Sancho:
    • En la Parte I, capítulo 30, página 352 (edición de Rico), donde dice:
      (...) Así, noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo.
    • En la Parte II, capítulo 3, página 649 (edición de Rico), donde dice:
      Dígame, señor bachiller —dijo a esta sazón Sancho—: ¿entra ahí la aventura de los yangüeses, cuando a nuestro buen Rocinante se le antojó pedir cotufas en el golfo?
    • Y en la Parte II, capítulo 20, página 791 (edición de Rico):
    A la fe, señor, yo soy de parecer que el pobre debe de contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el golfo.

Sin embargo, y es lo que importa, la carta que le escribe cuando el labrador cree estar gobernando la ínsula Barataria la firmaría: «tu amigo, don Quijote». Un don, que a Alonso Quijano no les correspondía socialmente utilizar, y que será la comidilla en su aldea.

En la primera entrega, la de 1605, es el pueblo el que se carcajea de ellos. Todo queda más o menos en ‘casa’. En la entrega de 1615 será la aristocracia y la clase alta la que para demostrar su propio ingenio les construyan crueles espejismos, pues han leído la novela. Los duques combatirán el tedio burlándose de ellos, desde una pretendida superioridad.

Ya puestos, mejor que la mofa sea de los tuyos. «Ningún hombre es más que otro, si no hace más que otro», argumenta el caballero andante a su escudero.

Después de leer esto, ¿tiene sentido reprocharle a Cervantes que no mencionara los problemas económicos que afectaban a la España de su tiempo?

Todo está expresado ya ahí. Los duques son del linaje de la estupidez. Solo cabe decir en su defensa que, al menos, habían leído el libro original, no el apócrifo de Avellaneda.


EL HUMOR: El humor inglés es un remedo de Cervantes

En el Quijote, el humor cervantino trasciende el escarnio. Lo logra mediante una sutil ternura, aunque no desde los primeros capítulos, pues también Cervantes necesitó tiempo para amar a sus personajes.

El humor cervantino es una de sus mayores aportaciones a la literatura universal, más allá de ser el autor de la primera novela moderna, que no es poco.

Toda la larga tradición de la risa basada en la sátira y el escarnio, con frecuencia sobre los más débiles, quedó superada con la incorporación de la ironía compasiva.

Supuso una revolución que nuestra cultura no supo valorar en toda su importancia, algo que sí hicieron los ingleses y que le sirvió para inventar el humor inglés a partir del cervantino.

Así lo admitieron los primeros maestros del humor inglés, como Sterne y Fielding. Este hasta plasmó en la portada de su Joseph Andrew, diciendo que la novela estaba escrita “a imitación de Cervantes, autor del Quijote”.

Pero ningún pasaje resume mejor qué es el humor cervantino que esas palabras escritas, en el prólogo del Persiles, cuatro días antes de morir:

Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida.

Si alguien se pregunta por qué un hombre con su biografía en la que no faltaron penalidades mantuvo hasta el final su chispa…, la respuesta es sencilla: porque en Cervantes su humor rima con amor y con dolor en dosis muy parecidas.

Otros, con la mitad de reveses en su currículo se hubiesen despedido de la vida con exabrupto y una peineta, pero él no, a quien -como a su Alonso Quijano- podemos apodar “el bueno”, sin caer en demasía romántica, pecado este que el cervantismo académico castiga con manteo.


LA PACIENCIA: Las cosas que tienen algo de complicación parecen imposibles

Varias fueran las pérdidas de libertad que sufrió Cervantes, la primera y más larga de ellas en Argel. En 1575, fue capturado por piratas berberiscos, cuando su galera regresaba a España. El llevar una carta de recomendación de Juan de Austria, posiblemente para que fuese ascendido a capitán, hizo creer a sus raptores que era un personaje por el que podían pedir 500 ducados, cifra excesiva para su familia y que tardó cinco años en reunir, con la ayuda de los monjes trinitarios.

En el cautiverio argelino, según nos cuenta —en tercera persona— en el prólogo de ‘Novelas ejemplares’ (1613), “aprendió a tener paciencia en las adversidades”. Allí intentó cuatro veces fugarse, pues no todas las impaciencias son malas.

Ya en España, estaría varias veces preso, si bien cortas estancias, durante sus años en los que trabajó con los dineros públicos. Finalmente, era liberado, una vez demostrada la inocencia… pero ¡cuántas heridas le volverían a sangrar en aquellas celdas de su patria al recordar los años argelinos!

Él mismo nos dice que su Quijote fue engendrado en la cárcel, cuestión está muy debatida por sus biógrafos, pues admite interpretaciones.

Don Quijote le espeta a Sancho:

como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles.

Le pedía paciencia al escudero, aunque si alguien tenía la capacidad de hacérsela perder era él. A Cervantes la vida le enseñó a resistir, y quizá el humor le ayudó a ello.

¿Cómo reaccionó cuando se rechazaron sus peticiones de un cargo en Indias? ¿Se derrumbó la primera vez que tuvo el Quijote apócrifo en sus manos? ¿Y al ser rechazado para formar parte de la comitiva de escritores que acompañaría al conde de Lemos a Nápoles? “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”, escribió en La Gitanilla. ¿Cuántas pruebas han de pasarse para que la tranquilidad que te corresponde llegue?

Paciencia lo es todo”, recomendaría Rilke mucho tiempo después al joven poeta. Paciencia para:

...llevar algo dentro hasta su conclusión y luego darlo a luz; dejar que cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible al propio entendimiento, hasta quedar perfectamente acabado.


ENVIDIA: La envidia puede ser perversa, la mezquindad más

El cervantismo no suele barajar la envidia como origen del Quijote apócrifo (1613), en cuyo prólogo a Cervantes se le llama viejo, manco, cascarrabias, sin amigos… y además el misterioso Avellaneda alardea de «restarle la ganancia».

Pero ¿la envidia de qué? Se sigue sin saber quién se esconde bajo el seudónimo, pero todos coinciden en que Lope y su círculo debieron de estar detrás, de alguna forma. Pero el Fénix de los Ingenios encarnaba el éxito, ¿por qué iba a envidiarlo? Pero cada envidioso tiene su razón. ¿Acaso no la es que en 1612 el Quijote se tradujese al inglés y en 1614 al francés?. La envidia es hermana de muchos venenos.

Por otra parte, es posible que a Cervantes le perdiese la boca en las tertulias, como le perdió la pluma en el prólogo de su primera entrega del Quijote, repleto de soterradas alusiones burlonas al Fénix de los Ingenios. Y no solo en el prólogo. Lo cómico era bien reído por todos… pero considerado inferior a la poesía o al drama.

Posiblemente, a Cervantes se le envidiaba algo innato, quizá el propio humor cervantino que le servía para encajar los reveses, su confianza en la valía de su propia obra literaria… también, un tipo de inocencia que le impedía caer en el desaliento definitivo. La envidia no necesita razones, sino ocasiones.

En 1610, cuando el Quijote ya era una de las novelas más famosas, los hermanos Argensola recibieron el encargo de organizar una comitiva de literatos que acompañase a Nápoles al conde de Lemos, nombrado virrey. A Cervantes no le aceptaron, pese a que se ofreció y lo necesitaba. Tal rechazo fue decisión de Lucrecio Leonardo, quien quizá le envidiaba por llamarse Miguel. Asimismo, rechazaron a Góngora, el poeta más prestigioso.

La mano del envidioso es muy larga, pero la de la mezquindad aún más. «¡Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!», clamó don Quijote.


LA UTOPÍA: La línea que separa la victoria de la derrota es muy fina

Quedaron gratamente estupefactos los cabreros cuando don Quijote les pronunció el discurso sobre la Edad de Oro, como nos lo seguimos quedando hoy con aquello de que los hombres «ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío». En la Edad de Oro los árboles daban jamones y en los ríos se pescaban doblones. Sancho, más pragmático, era más de creer que los perros no deben atarse con longanizas.

Los de entonces creían que tal maravilla ya solo era posible en algún lugar recóndito de América. Pero lo cierto fue que las muchas riquezas que de allí traían pasaban de Sevilla a los banqueros genoveses y alemanes, con quienes la Corona estaba endeuda. Un desastre de utopía. En aquella Edad, esgrime el caballero andante a los cabreros: «Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia» (…) No había fraude, el engaño, ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza».

Llegados a este punto cabe preguntarse ¿fracasó don Quijote en su utopía, fue la suya una derrota vital tan rotunda como la de la Armada Invencible? Tenue es la línea que separa la victoria de la derrota, si el campo de batalla es el corazón humano.

Algo hubo de quedarle a Sancho de caballero andante. Cuesta crear que con el tiempo olvidó, salvo quizá un ligero pinchazo al pardear. Pero como canta Kristofferson:

Ah, pero lo loco que tú has sido

no es nada con lo loco que yo fui.

Don Quijote el oro lo llevaba dentro, pero la mina es Cervantes. Don Quijote fracasó, la novela es el relato del descalabro de todo idealismo, pero su autor triunfó: construyó la obra literaria más grande de todos los tiempos.


GOBERNAR: Defensor del diálogo, la libertad y del “ni para ti, ni para mí”

Sancho hubiese sido un gran gobernador de la ínsula Barataria si no llega a ser porque todo era burla de quienes el narrador —uno de ellos— concluye: “que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos”.

Alto ahí. ¿Lo era don Quijote por creer que en la cabeza llevaba yelmo y no bacía de barbero? Ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo a golpes propuso recurrir al voto secreto, algo que no suele ser ponderado en las notas a pie de ningún autor. ¿Tonto Sancho, quien resolvió el barroco dilema llamándolo «baciyelmo»? ¿Acaso dijo tontuna el caballero andante al recomendarle que si al juzgar tenía dudas se inclinara por la misericordia? ¿Tonto Sancho, quien renunció a gobernar y salió con más hambre de la que había entrado? “…no es menester otra señal para dar entender que he gobernado como un ángel.” Amen.

Además, en ningún libro de caballería se dice que haya ángeles tontos. Capítulos más adelante, don Quijote le dirá su célebre: “La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos.” ¡Ah, la democracia!


LONGEVIDAD: Que la vejez no te lleve al abandono ante el paso del tiempo

Cuando Cervantes ve publicado el Quijote (1605) tenía 58 años, un anciano para aquel tiempo. Y cuando diez años después publica la segunda entrega, un prodigio andante de la supervivencia biológica. Muy atrás quedaba su La Galatea (1585), tras la cual ya no publicaría más hasta veinte años después, si bien siguió escribiendo, relacionándose con escritores y con la farándula. Mucha de su obra poética y para el teatro se ha perdido. En la recta final de su vida, entre 1613 y 1615, publicará el grueso principal de su obra: Novelas Ejemplares (1613) Viaje del Parnaso (1614), Ocho entremeses y ocho comedidas nunca representadas (1615), Segunda parte del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615)

La necesidad de ganarse el sustento le hizo trabajar de recaudador real de grano y de aceite, cobrador de impuestos atrasados, negociante, intermediario de negocios, posiblemente autor de prólogos y correcciones para el editor y libro Francisco de Roble—. Y pese a ello, siempre debió de andar escaso, sin necesidad de ponernos dickensianos. Eran los tiempos.

Estuvo valorado como romancista, pero no como poeta serio. La llegada de Lope, “monstruo de naturaleza”, trastocó los gustos del público y los intereses del negocio del teatro. En los círculos literarios se le debía considerar una anomalía cronológica.

Alguien sobre el que se hacen chistes nada más salir de la Academia. Y eso que las Ejemplares se vendieron muy bien. En su prólogo de las Ocho Comedias reconoce:

...pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño, quiero decir que no hallé autor [editor] que me las pidiese pues sabían que las tenía.

Conque hizo algo muy de hoy, pero infrecuente entonces: publicó las comedias y entremeses que nadie quería ya representarle. Consciente de que le quedaba poca vida se dedicó a dejar un rastro literario. A construirse una posteridad de papel, diría José Manuel Lucía.

Logró terminar el Persiles, si bien fue ya publicación póstuma, gracias a esposa, esa mujer a la que durante años los biógrafos de Cervantes consideraron que no estaba capacitada para valorar la genialidad de su marido. Ya, ya. “Dos cosas solas incitan a amar, más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama”.

Ella pudo de amarlo por ambas. Nosotros, también.


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