En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 14 de febrero de 2023

Esto es amor, quien lo probó lo sabe


En el amor no basta con la imaginación, que si bien juega un papel de cierta importancia, solo con ella, quedaría una pobre reducción del asunto. Quiero decir que el amor exige una realidad. De ahí, y apoyado en mis notas o apuntes, comentaré dos poemas magníficos que sobre el amor ha dado nuestra literatura.

Añadiré, por si a algún lector se le escapa, que el amor por sí solo no nos hace mejores personas, para eso, ironizando un poco, están los dogmas, las ideologías, los partidos políticos, nuestro equipo de futbol o los amigos de la parcela. Ampliaré el introito diciendo algo que todos intuimos: para saber qué es el amor no basta con acudir al diccionario, pues los académicos nos lo definen con unos términos semánticos normativos, que nos dejan igual que estábamos, y tampoco nos sirven los versos de los poetas, que solo expresan fingidas emociones del autor, que aportan ideas dispares sobre el amor según el ocasional vate al que acudimos. Adicionaré que todos creemos buscar la sabiduría en los libros, pero, curiosamente, cuando los tenemos en la mano y los leemos, nos damos cuenta, que en realidad, la literatura, la poesía, más que enseñarnos, nos exige conocimientos para digerirla adecuadamente. 

Los poemas a los que recurro para hablar de amor con toda mi subjetividad son muy conocidos, dos poemas clásicos, de distinto enfoque: uno, irregular, de mi siempre admirado Antonio Machado; y otro, magistral de -autor refutado en otros temas por el que suscribe-, Lope Vega.

Comenzamos por Machado: el poema pertenece al libro Nuevas canciones, que no es de su mejor época creativa, como lo es la etapa modernista de Soledades, galería y otros poemas, o Campos de Castilla en su madurez. Dice así:

Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.

Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.

Y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pendía, sin flor, fruto en la rama.

Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!

La idea central es de una condena del concepto de amor tímido, insustancial, pacato, frío, sin contenido, muy pensado, apolíneo, un amor que se identifica con el racionalismo. Frente a esta idea, el autor nos dice entre líneas que hay un concepto de amor enérgico, casi diríamos violento, desorbitado, lleno de pasión, que se suele identificar con la locura; una concepción dionisíaca frente a lo apolíneo (la pasión frente al sosiego). Si lo pensamos un poco, identificar este amor pacato con el racionalismo es algo un tanto arbitrario, ya que las pasiones no tienen porque ser irracionales: la locura misma no tiene porque ser irracional, la locura es una falta de cordura (ahora estoy pensando en don Quijote, que para mí, más que un loco, es un adolescente con ganas de divertirse). Un loco puede actuar racionalmente en su locura, y la seducción siempre exige algo de locura que, bien pensada, es racional. Del mismo modo ponerle pasión a los hechos, puede alejarnos en determinados casos de la razón, pero en otros -y esto no podemos dudarlo-, nos ayudan en la empresa emprendida. Para seducir bien hay que pensar, hay que conocer, y establecer una estrategia: como mínimo exige presencia, exige arreglarse, enviar flores, saber aproximarse, hay que preparar un guion…, todo eso no es otra cosa que racionalizar, y lo contrario sería hacer el idiota, descuido que en este asunto se comete con mucha frecuencia.

Esta asociación que hace Machado entre amor pacato y amor racional, refuerza aquel verso en el que decía “todo amor es fantasía”, pues la fantasía conoce poco la realidad, más bien es idealismo pacato. Pero no olvidemos que hablamos desde un punto de vista literario, en el que todos damos por sentado que el amor “pacato” puede ser racional, pero, tan pacatos son esos amores que nada tienen que contar: no son literarios.

El poema se presenta en una dialéctica en la que se nos dice que huyamos del amor triste, sin sustancia, sin peligro, sin venda, que el verdadero amor es ciego, y lleno de aventura. El amor es ciego, impredecible -quiere decir-, porque el enamoramiento, que es el primer paso del amor, ve perfectamente, de hecho por la vista entran las primeras flechas del niño ciego, y como dice la canción: “nunca se ha visto a un tuno dar un beso a la pared”. El amor espera la prenda segura, pues no hay amor desinteresado, siempre busca algo, y casi siempre busca lo mismo; además, el amor, aunque sea lo único en esta vida que no se puede comprar ni vender, no se lleva mal con el dinero, pues su racionalismo le dice, que una buena cartera mal no hace, y, por el contrario, puede venir muy bien. En el cuarto verso nos dice que en amor locura es lo sensato, tomándolo literalmente podríamos decir; “depende”, pero el poeta quiere apuntar que es necesario un poco de chispa, de descarga eléctrica, de que el bello se nos erice ante una mirada, que el pavo se suba ante una sorpresa. Después todo el soneto nos engancha con esa música que provoca la licencia poética de la repetición de sonidos, que los académicos llaman aliteración.

En el segundo cuarteto, nos habla del "niño ciego”, que es el dios Cupido, del que nos dice que no se debe huir -el corazón antes que la cabeza-; y que sería una blasfemia hacerlo. “La brasa pensada y no encendida” un amor falso, interesado; y que el verdadero amor quiere ascuas encendidas, como diría Quevedo: “polvo enamorado”.

El soneto se despide con un tono modernista, proyectando la “negra llave”, con una sucesión de quiasmos de gradación descendente, anunciando que el amor que vendrá, debe evitar: “Desierta cama, y turbio espejo y corazón vacío”.

Podríamos concluir que la pasión no resta valor a la razón, que en el amor, se puede ser pasional y racional a la vez. La locura no es solo un uso patológico de la razón, es también, en muchos casos, el nombre que la ignorancia da a aquellas formas desconocidas de razonamiento.

Antonio Machado es quizás -para mi lo es-, el más grande poeta que jamás dieron los tiempos. Pero, descendiendo a detalles biográficos del autor, no parece ser la persona indicada para hablar de amor desde la experiencia -entiéndaseme-, para hablar literariamente de amor, es el más indicado, pues sufrió pérdida y desengaño..., y todo poeta manierista (refinado y artificioso) no ha ser diestro en lo vivido, en el sentimiento, sino en la capacidad para construir artificiosamente una experiencia, que podrá ser verdadera o fingida. También está eso de la ironía..., sin olvidar la perspectiva con que se enfocan estas líneas: Machado contrae matrimonio en 1909 con Leonor, una chiquilla, una niña de 16 años. Cosas de poetas -diría-; porque me recuerda a Dante, que se enamoró perdidamente de Beatriz cuando ésta tenía nueve años y era una chiquilla rutilante, pintada y encantadora, enjoyada, con un vestido carmesí... pero eso ocurría en 1274, en Florencia, durante una fiesta privada en el alegre mes de mayo. Y también me recuerda a Petrarca que se enamoró locamente de Laura, ésta era una rubia nínfula de doce años que corría con el viento, el polen y el polvo, una esquiva flor de la hermosa planicie que se extiende al pie de las colinas de Vaucluse.

Machado no conoció más amor que el de Leonor, y muchos años después, el de Pilar Valderrama, que no pasó de ser un amor cortés. Un amor sufrido mucho después de la escritura de este soneto, un amor que pudo tener toda la pasión que suponer se pueda por parte de don Antonio, pero ninguna, absolutamente ninguna, por parte de Guiomar, cuya pasión e interés iba unicamente por el lado literario.

Un escenario completamente distinto encontramos en Lope de Vega. Enseguida nos damos cuenta que, aquí, en Lope, de “amor pacato” no hay nada. La modestia de Machado cuando dijo eso, “...Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido…”, es manifiesta. Por el contrario, Lope, fue un crápula en el terreno amoroso, que las “mató callando” hasta donde fue posible. No fue solo Marta de Nevares, antes que ella fueron muchas más (Belisa, María, Elena, Antonia, Micaela...). La locura a Lope, como Platón sopló al oído de Aurora Luque, le viene de un dios: de Eros, como la poética parece llegarle de las propias Musas. 

Pero Lope define el amor con criterios racionales, sin mitologías, desconociendo la inspiración de Calíope o de Erató; su fuente está en la vida, más que en las bibliotecas, viene más de la calle que de la Hélade. Imposible escoger mejor las palabras:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Este soneto solo lo pudo escribir alguien que conoce bien el amor, que sabe que en el amor, en un momento dado, por placer o por dolor, fallan los ánimos, desmayarse; atreverse, por amor es uno capaz de muchas cosas que de otra manera no haría, pues el amor, aunque algunos lo duden, es más fuerte que el sexo. Sigue Lope: estar furioso, quién no se ha enfurecido muchas veces con este tema; quién no se ha puesto áspero o tierno (espachurrado, me gusta decir a mí) en el amor, quién no ha transigido en el amor, quién no ha sido esquivo, aunque, al marcharse, lo haya hecho mirando de reojo; quién no ha tenido un susto de muerte alguna vez, no hallar fuera del bien centro y reposo; quién no se ha sentido cobarde por esa ocasión perdida que no volverá. Quién no ha sido o ha hecho de todo en el amor…

Lope nunca habla de dicha, de felicidad, ni de fidelidad, por eso, porque fue un triunfador en vida que no tuvo necesidad de ciertos desprecios, de entablar ciertas batallas, dije antes que Lope es un crápula, un canalla  que, entre otros saberes, destaca su destreza en la rima y en el amor.

Continúa reiterando las mismas ideas: quien no ha sido valiente, o fugitivo, quién no ha saltado por una ventana alguna vez y ha salido corriendo sin mirar atrás. Quién no se ha sentido despreciado alguna vez “… Huir el rostro al claro desengaño”, que ninguna prevención puede detenerle, que a nada que lo intente le presta cuentas, siguiendo, erre que erre, hasta “beber veneno por licor suave”, esperando una mirada, una atención, dejando incluso de ser un seductor y convirtiéndose en un imbécil. Renunciar a todos los beneficios posibles “olvidar el provecho, amar el daño”; y caer incluso más bajo, admitiendo que “un cielo en el infierno cabe”, ¡qué importa que sea satanás el compañero si es por amor la empresa!

Y, de pronto, el escarmiento, “dar la vida y el alma a un desengaño”, se da todo hasta que te abren los ojos; y al final, por si no nos habíamos dado cuenta, nos dice de lo que nos está hablando: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Intuimos que él lo sabe. Y, con ese "quien lo probó lo sabe", sin duda nos está confesasando que ha vivido.

Una definición impecable, un tanto barroca, basada en la propia experiencia amorosa. Lope no necesita apelar a la locura para dar fuerza a la experiencia amorosa; no necesita acudir a la felicidad para hablar del amor. Está claro que Lope es un experto en vivir pasiones, en saltar ventanas. Lope no entendería el amor pacato de Machado, ni siquiera lo nombraría, para él, eso sería una cursilería, una pérdida de tiempo.

Esta comparación de dos poemas tan dispares nos remite a la idea que la buena poesía también es filosofía que expresa ideas en verso. Creo que el barroco es racionalmente superior al romanticismo, que con mucha frecuencia acude a cuestiones irracionales para definir el amor. Por eso me he olvidado de la diferencia que hace Cervantes de las flechas del "niño ciego", que unas son de plomo y otras son de oro (más eficaces), en la disputa que tienen Lenio y Tirsi (Galatea, Libro IV). En los poemas tratados se plantea el amor en términos humanos, físicos, eróticos. No se habla de mitologías, ni de amores platónicos; ni de amores místicos, como los de Teresa de Avila; ni se habla de un amor ecologista, de contemplar una montaña o una puesta de sol, como en el romanticismo; no se habla de un amor por la naturaleza que, desde el renacimiento, siempre ha estado presente en la literatura; no es un amor floral, o fáunico, aunque el modernismo haya utilizado esa imagen para intensificar los efectos amorosos, como en el caso de Lorca que todos los hombre llevan un clavel en los labios. Aquí, en estos poemas se habla de un amor físico, un amor humano; un amor racional lleno de pasiones. De AMOR: quien lo probó lo sabe.

4 comentarios:

  1. ...para comentar con justeza esta lectura seguramente me faltan dos ingredientes (haciendo honor a "la cocina que me gusta"): uno, el propio conocimiento del amor, y otro el no poder estar a la altura de los razonamientos que esgrimes, por falta de estudio propio personal, todos bien estudiados. Esto segundo me impide entrar en debate mayor, y, sobre lo primero, vengo a recordar aquellos versos del gran Manrique:
    Con dolorido cuidado,
    desgrado, pena y dolor,
    parto yo, triste amador
    d’amores desamparado,
    d’amores, que no d’amor.

    Y el corazón enemigo
    de lo que mi vida quiere,
    ni halla vida, ni muere,
    ni queda, ni va conmigo:
    sin ventura, desdichado,
    sin consuelo, sin favor,
    parto yo triste amador,
    d’amores desamparado,
    d’amores, que no d’amor.
    ...qué escribiremos sobre el amor que no esté ya escrito, y sin embargo está todo por escribir....Me interesan mucho más las vidas de Lope y Antonio, con sus devaneos, sus desconsuelos, sus principios y finales...

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  2. Sé que la modestia es una cualidad tuya. No sé la veces que has tenido que saltar por la ventana, pero si sé que podría hablar de cualquier tema sin desentonar en absoluto; claro, que una vez que Lope ha opinado es mejor dejarlo pasar. Yo me quedo con eso de que, "un cielo en un infierno cabe".

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  3. Miguel Ángel Pérez Abad. Magistral entrada en ese deslumbrante blog que has armado. Y sí, hay que echar mano de los grandes para intentar descifrar lo insondable: "El amor es la causa de la unidad en todas las cosas” (Aristóteles); “No ser amados es una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar” (Albert Camus);“El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los males” (Leonard Cohen); "Amor es ser estúpidos juntos” (Paul Valéry); "El amor es como la música, como la pintura, como los libros… no se busca, se encuentra” (Miguel de Cervantes). Etc. Y aún así, el misterio persiste.

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  4. No hace mucho en un podgast, le oí a Gala una que entendí hacia su persona como degradante, irónica, quizás autocompasiva, pero a la vez genial, y con intención provocadora. Decía don Antonio: "el amor es una amistad con momentos eróticos, a la que hay que añadir disputas, intereses, caprichos y celos". Y es que el amor lo admite todo; cuanto se diga de él tendrá un reflejo siempre en alguien. Gustavo Bueno, diría que como todo tiene su simploqué..., eso de que afecta a unos cuantos, pero no a todos.

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