En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

viernes, 1 de abril de 2022

Requesones, yelmo, y leones.


Viajan don Quijote y Sancho (cap. II,17), con don Diego de Miranda, Caballero del Verde Gabán, persona instruida y discreta, cuyo ideal de vida ordenada, y plácida —tal vez de filiación erasmista, como veía Marcel Bataillon— contrasta radicalmente con la locura de adolescente del hidalgo manchego. En su viaje con este caballero, repleto de un jugoso diálogo, se encuentran con un carro en el que van encerrados dos leones traídos de Orán, que son conducidos a la corte para ser ofrecidos al Rey. Momentos antes, Sancho se había apartado del camino para comprar unos requesones a unos pastores que ordeñaban ovejas:

...y, acosado de la mucha priesa de su amo, no supo qué hacer dellos [de los requesones], ni en qué traerlos, y por no perderlos, que ya los tenía pagados, acordó de echarlos en la celada de su señor. [...] Y volviéndose [don Quijote] a Sancho, le pidió la celada; el cual, como no tuvo lugar de sacar los requesones, le fue forzoso dársela como estaba. Tomóla don Quijote, y sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho:

¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza? Y si es que sudo, en verdad que no es de miedo: sin duda creo que es terrible la aventura que agora quiere sucederme. Dame, si tienes, con que me limpie, que el copioso sudor me ciega los ojos (Cap. II,17).

Cuando don Quijote se encasqueta el yelmo con los requesones dentro, y le gotea la leche por la barbas, tras descartar que se ha roto la cabeza y que le chorrean lo sesos, para evitar que sus acompañantes piensen que es el miedo, postula que lo que fluye por sus barbas es causa del sudor. Así, transforma la amenaza del miedo, en lo contrario: el valor necesario ante una aventura "terrible". Apuntemos que para la mentalidad popular, supersticiosa, de sus tiempo, el sudor, como otro tipo de síntomas somáticos (el estornudo, la ventosidad), puede ser signo de buena suerte. Don Quijote así parece interpretarlo: "sin duda creo que es terrible la aventura que agora quiere sucederme".

Cuando, sin embargo, don Quijote descubra, cómicamente que no es sudor lo que rezuma su cabeza, sino algo que parecen gachas, pero que resultan ser unos requesones, acusará con lógica furia a Sancho, y este se defiende trayendo a colación y echando la culpa del maleficio y estropicio a los tenaces encantadores perseguidores del hidalgo:

"[...] quitóse la celada por ver qué cosa era la que, a su parecer, le enfriaba la cabeza, y, viendo aquellas gachas blancas dentro de la celada, las llegó a las narices, y en oliéndolas dijo:

-Por vida de mi señora Dulcinea del Toboso, que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y mal mirado escudero.

A lo que, con gran flema y disimulación, respondió Sancho:

-Si son requesones, démelos vuesa merced, que yo me los comeré... Pero cómalos el diablo, que debió de ser el que ahí los puso. ¿Yo había de tener atrevimiento de ensuciar el yelmo de vuesa merced?"

El ridículo que ha hecho, ensuciado por los requesones que provocan la risa cruel pero inevitable a sus acompañantes, no ha sido, sin embargo, suficiente para quitarle de la cabeza a don Quijote su disposición inicial de batallar con los leones. Y así, a continuación, para espanto de Sancho y de don Diego de Miranda, y pese a las súplicas del leonero, don Quijote obliga a éste a abrir la jaula del león macho, y espera con osadía que salga para luchar con él. Según apunta Rodríguez, el episodio recuerda, otros de libros de caballería en los que los héroes –Palmerín de Oliva, Palmerín de Inglaterra, Primaleón, Policisne, Florambel de Lucea y otros– habían salido victoriosos de feroces luchas con terribles leones.

Cervantes sabe crear expectación ante la salida inminente del supuestamente feroz rey de la selva, intercalando, primero, los razonables pero inútiles intentos de persuasión de don Diego para que don Quijote ceje en su loco intento, y, luego, una engolada, extensa e irónica "exclamación del autor" como panegírico a la pose firme y valerosa del hidalgo en espera del león. Finalmente, el león, al no tener más remedio el leonero que abrir la jaula, se comporta, pese a su "espantable y fea catadura", de manera ciertamente imprevisible:

Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula, donde venía echado, y tender la garra, y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro. [...] Don Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos. Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte … volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula (cap. II, 17).

¿Qué relación puede existir entre la escena del requesón y el león manso? Parecen pensadas de forma independiente; lo advertimos ya al final del cap.16, Sancho se desvía del camino, porque quiere comprar "un poco de leche". Don Quijote está hablando con don Diego y éste se siente "satisfecho en extremo de la discreción y buen gusto de don Quijote". El autor, parece pretender romper el hechizo en el que ha caído el del Verde Gabán, y como para demostrar su verdadera condición de loco —que contradicen sus serios razonamientos—, don Quijote alza la cabeza, ve por el camino el carro con las banderas, y llama a Sancho para que le dé la celada, viendo venir una nueva aventura. Don Diego, que ya empezaba a dudar del entendimiento de don Quijote, comprobará con esa aventura la real sustancia de su mollera. Lo cierto es que los quesos y el carro aparecen a la vez. Queso, yelmo y leones se ven unidos y desde el final de capítulo 16.

El siguiente capítulo comienza repitiendo este final, con algunas contradicciones sin importancia: la leche es ahora requesón; el carro, por otra parte, no va "lleno de banderas reales", como en el capítulo anterior, son solo dos o tres banderas pequeñas. Sin embargo, de nuevo, requesón, yelmo, y carro de leones continúan unidos. Aunque cada aventura tiene unidad dramática de acción, que la separa de la precedente y siguiente, en esta ocasión Cervantes las presenta juntas, para que se lean desde un primer momento relacionadas. Por eso volvemos a la pregunta: ¿qué tiene que ver el que don Quijote se coloque la celada con los requesones, con el león perezoso? ¿Por qué se conciben y resuelven juntas? El ridículo en ambos casos es de distinta clase, cuestión que no crea tampoco ningún nexo de unión especial. No se advierte una relación causal que justifique que los dos episodios vayan no sólo seguidos dentro del mismo capítulo, sino prácticamente entrelazados. Para un crítico tan agudo y profundo como Edward Riley, el episodio entero es un tanto superficial, que, al comenzarlo con la imagen del chorreo de los requesones exprimidos sobre la cabeza de don Quijote, todo se convierte en una mera farsa.

Don Quijote se presenta aquí como un personaje descerebrado. Como don Diego ha de reconocer con sorna y un punto de resignación (pues había confiado en la cordura de sus palabras): "los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos". Evidentemente, al acercarse el trance definitivo de su aventura, se acrecienta la obsesión de su locura y se deshumaniza. Quizás sea la única manera que tiene Cervantes de mantener su simpatía hacia el personaje: ridiculizando grotescamente, mostrándolo en su acción como un autómata o monigote de farsa (como reprocha Riley), con el objetivo de mantener firme al Quijote sensato en la palabra ("cuerdo que tira a loco") que admira don Diego. Es el Quijote complejo, que combina ambas facetas de forma compleja, pero acertada.

El temblor o sudor de carnes del valiente ante la batalla no es sólo propio de personajes de anecdotario o de ejemplario retórico. Se da también en la literatura de caballerías y hasta en la Tragicomedia de la Celestina.

En uno de los episodios más celebrados de Tirant lo Blanc (caps. 231-233), la doncella Plazer de mi Vida esconde primero a Tirant para que a través de una rendija contemple a su amada la princesa Carmesina desnuda en el baño. Después, la misma doncella lo ayuda a introducirse en la cama de Carmesina, simulando ante la princesa —puesto que están a oscuras— que es ella solamente quien está a su lado. Pero en los momentos de transición entre la escena de la contemplación en el baño y la de la cama: "Como Plazer de mi Vida sintió que todas eran dormidas, levantóse de la cama en camisa y sacó a Tirante del arca, y muy passo le hizo desnudar que no fuesse sentido. Al qual le temblavan las manos y los pies". El caballero no se viste aquí, sino que se desviste. Pero le espera igualmente una peligrosa batalla en campo desconocido. Tirant, desnudo, tiembla de arriba a abajo ("las manos y los pies"). Plazer de mi Vida le reprocha su timidez, y lo hace a través de graciosas pullas en las que insiste en el tópico del caballero animoso en armas pero medroso con mujeres. Pero lo peor es que Plazer de mi Vida, para vengarse de su actitud timorata ("temor de quedar envergongado"), le va a hacer aún más larga la espera. Le suelta la mano. Y Tirant, cuando "se vio sin su guía, y no sabía dónde se estava por la mucha escuridad, con baxa boz la llamava; y ella le hizo estar assí resfriándose cerca de media hora, en camisa y descalgo". Nos encontramos, pues, con el pobre Tirant, desnudo y tembloroso por el frío, por el temor y por la vergüenza. Cuando la doncella ve que "ya seríe bien refriado", se apiada, vuelve a él y le dice que así se castiga a los "que son poco enamorados":

La Celestina nos ofrece un ejemplo de muy parecida ironía, aplicada exactamente al mismo tópico del guerrero tembloroso, pero con otra cita bíblica, aunque inserta con igual grado de irreverencia. En vez de la mano ("manus") que tiembla en Tirant, será el brazo el que tiemble aquí. En el auto XVIII, Centurio, el miles gloriosus de la tragicomedia, dice: "Yo te juro por el santo martirologio de pe a pa, el brazo me tiembla de lo que por ella entiendo hacer". Y lo hace con palabras que traslucen seguramente las de Cristo en el Evangelio: "Spiritus quidem promptus est, caro autem (vero) infirma" (Mateo, 26, 41, y Marcos, 14, 38).

Manos ("manus") y pies que tiemblan en Tirant, brazo que tiembla en La Celestina, cabeza que suda en Don Quijote... siempre del valiente ante la batalla. Las diferencias entre la "mano", el "brazo" o la cabeza se neutralizan. Trasladado del terreno religioso o militar al amoroso, el versículo es "glosado". También tendrá ese sentido desviado el recuerdo de la misma cita evangélica, más adelante, en el encuentro de don Quijote con la Dueña Dolorida: "...ved, señora, qué es lo que tengo que hacer; que el ánimo está muy pronto para serviros" (II, 40). De nuevo: el "ánimo", el "espíritu" está "pronto"... pero la carne es débil.

Es evidente que el episodio del león sirve para confirmar la locura de don Quijote ante los ojos de don Diego, que había llegado a creer en su cordura, y ante los ojos del lector, que, como ha explicado muy bien Agustín Redondo, ve contrapuestos el imposible idealismo del primero y la sensatez prudente y modélica del segundo. Sin el reconocimiento de la locura de don Quijote en el cap. 17, no tendría sentido el amable hospedaje que brinda don Diego a la pareja de viajeros en el cap.18, estancia clave en la evolución de don Quijote —desconsolado y melancólico sin solución desde la transformación de su amada Dulcinea—, porque este episodio "representa una tregua en las burlas que vician sus relaciones con otra gente" y señalan "el punto álgido de la paradoja del cuerdo/loco", pues "ésta es la única vez que don Quijote llega casi a establecer una relación social seria con personajes cuerdos aparte de Sancho".

Don Diego, que le respeta, y tal vez el propio fracaso con el león manso, le hacen mostrarse consciente de su doble vertiente (pública y privada) de su profesión. Sólo ante don Diego llega a reconocer esa doble dimensión de manera lúcida:

¿Quién duda [...1 que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo eso, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido (II, 17).


Entre don Quijote y don Diego hay una dialéctica de cierta altura. Sin entrar en las conversaciones más librescas en casa del segundo (cap.18), a lo largo de todo el capítulo 17, van hilvanando argumentos y entablando toda una discusión bastante sutil entre lo que es "esfuerzo", "ánimo", "atrevimiento", "temeridad" y "locura", que se resuelve de compromiso entre las posturas antagónicas de ambos. El debate entre el Valor y la Temeridad era uno de los preferidos en los tratados bélicos y en las digresiones novelísticas desde la Edad Media. Cuando Sancho defiende a su amo, diciendo que "No es loco ... sino atrevido", y don Diego replica que "la valentía que entra en la juridición de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza", don Quijote despreciará su argumento y despedirá sin más contemplaciones a don Diego, para ir a enfrentarse al león. Y don Diego renunciará en ese momento, definitivamente, a seguir concibiendo a don Quijote como persona con algún gramo de sensatez, aludiendo precisamente a los requesones: "Dado ha señal de quién es nuestro buen caballero: los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos".

El león la deja en nuevo ridículo a don Quijote; actúa como el propio don Diego: "el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas...". El león generoso, como don Diego, se muestra como él —y como cualquier persona sensata—, "más comedido que arrogante", y desprecia inteligentemente "niñerías" y "bravatas" (las de don Quijote). El león, para más inri, se vuelve y le enseña no la noble parte de su cuerpo, como haría el valiente, sino "sus traseras partes", lo que —como dice Agustín Redondo— "degrada ipso facto la acción del héroe". Pero esa "degradación" no es crueldad gratuita, ni ocultamiento de la vida interior del personaje, ni maltrato grotesco al loco para provocar la risa, porque la humanidad suya estaba de algún modo anulada desde la escena inicial. Cuando don Quijote "suda" por culpa de los requesones exprimidos, y nada más que por esa casual y risible circunstancia, se nos quiere demostrar —avisando Cervantes al lector, como otras tantas veces, que no estamos ante un héroe parangonable a los conocidos: ni de la Antigüedad (César), ni de la historia (conde de Cabra), ni de la ficción (Tirant lo Blanc). Porque esos héroes de historia, de leyenda o de ficción, han temblado ante la batalla. Y él no. La degradación sólo puede afectar al ser humano racional. Y en esos momentos, don Quijote ya ha hecho patente que está girando en una órbita distinta: la del arrebato de locura que lo deja frío (sin sudor), insensible (sin temblor), ausente (sin razón). Una vez más sus ideales le conducen al fracaso.

 

 

 

Bibliografía:

- Márquez Villanueva, Francisco (1975) Personajes y temas en el Quijote. (BVC)

- Redondo, Agustín (1998) Otra manera de leer el Quijote. (BVC)

- Riquer, Martín de (1967) Caballeros andantes españoles (Austral)

- Rodriguez-Luís, Julio (1966) Dulcinea a través de los dos Quijotes. (BVC)

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