En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

El cautivo de Amenábar


Este que veis aquí, de rostro aguileño, frente lisa y desembarazada, de nariz corva, barbas de plata que no ha veinte años fueron de oro, la boca pequeña...”

Era julio de 1613 y Cervantes se presentaba ante los lectores de sus Novelas ejemplares con este autorretrato jocoso. Del soldado que participó en Lepanto o del hombre del cautivo que resistió casi seis años en Argel apenas quedaban las heridas y el orgullo, pero tampoco había mucho del hombre desengañado que recorrió Andalucía recaudando impuestos ni del cínico socarrón que se burlaba de la tumba vacía que los sevillanos construyeron para Felipe II. El que entonces escribe es un viejo atento sobre todo, a la salvación de su alma -a la manera de Unamuno, con una fe más pasional que escolástica-: "Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida". Acababa de tomar las ordenes menores, por las que, al menos, se aseguraría la sepultura.

Acabo de ver la película de Amenábar. Nada que ver con lo que había imaginado. La historia del cautivo, inserta en el Quijote, está mezclada con la biografía del autor de forma incoherente; el texto no tiene nada que ver con el poso cervantino que queda en aquel que conoce su obra, con un mundo que carece de lógica interna. El ella se duda del ansia de libertad de Cervantes y la ciudad de Argel de 1580 parece Chueca el día del orgullo. Lo demás, ahora lo veremos.

Empezando por el principio: el aspecto físico no parece muy fiel, “rostro aguileño”, “nariz corva” o esas barbas que dicen fueron “de oro”. Sobre la polémica, de la que tanto gustamos en esta santa tierra, cada uno tendrá que sacar su propia opinión. La mía, ahí la lleváis.

Cervantes fue capturado por corsarios y llevado preso a Argel. Allí pasó cinco años de cautiverio, en los que intentó cuatro fugas, en un claro empeño de volver al mundo, para él, menos malo de su tiempo. Encontró refugio en su talento para narrar historias, pero también en su determinación para enfrentarse a las dificultades, lo que le llevó a que el Bajá de Argel, Hasán, temido por todos, se fijase en él. Con toda seguridad, la carta de recomendación de don Juan de Austria (falseada en su contenido en la película), que sus captores encontraron en sus bolsillos sirvió para exigir un rescate desorbitado, pero también sin duda alguna, por su supuesto valor, le protegió de los grandes castigos.

El espectador moderno, como el lector desocupado e inteligente, al que alude Cervantes en su prólogo, no se va a espantar fácilmente. No hay que explicarle  que lo que está viendo no es un documental; que es una película y como tal es una "obra de arte", que puede gustar o no, pero que es pura ficción la base en la que el autor crea su arte. A ese mismo espectador inteligente no hay que explicarle que ninguna película histórica refleja unos hechos reales. Todas son aproximaciones desde una perspectiva personal, en la que pueden influir numerosos aspectos que nada tienen que ver con la historia.

Ese mismo espectador podría pensar: "es eso lo que a Amenábar le hace estar en paz con su conciencia", y responderse, acto seguido, que está bien lo que haga, pues el amor, la paz y caridad debe empezar por uno mismo. También puede pensar, que por qué no lo hace con todas las consecuencias y convertir su aspiración en un espectáculo cinematográfico fabuloso, consiguiendo así su plena paz de espíritu. Sin embargo, nada de esto sucede en la película porque Amenábar ha sido, en último término, un poco mojigato. La historia de amor que introduce parece propia de unos adolescentes de colegio: pequeñita y sosilla. Un amor pacato, de esos que para Lope no tendrían nada de literario, donde “locura es lo sensato”. Se podría añadir, que no viene a cuento la sutileza en la falacia; puestos a provocar, hagámoslo con todas las consecuencias. O podría pensar que, esa duda pacata,  puede llegar a ser vileza: el espectador puede pensar que, como el autor ha insinuado, solo sea consecuencia de satisfacer su deseo personal; o incluso, lo que sería aún peor, sumarse a esa idea política tan actual como interesada de estar en sintonía con la tribu que bien le subvenciona. Con cierta ironía, podría preguntarse el espectador, cuál sera el próximo de nuestros mitos a derrumbar, ¿Velázquez o la mismísima Isabel la Católica? Es en ese momento en que su inteligencia despeja sus dudas y se dice: “Es que Aménabar sabe hacer arte”.

Siguiendo la línea de hacerse preguntas inteligentes, podría continuar: ¿Qué se puede esperar de una obra de arte basada en la historia? Recordaría entonces otras películas que le impactaron, como lo hizo en su día: Salvar al soldado Ryan, de la que cabe esperar -como he leído por algún lado- que el tema de la película sea la brutalidad de la guerra y no la diversidad botánica de Normandía. Y no porque la flora normanda no merezca atención, sino debido a que, ante un tema mayúsculo, uno no se puede sustraer al riesgo de las distopías, que es el principal mensaje de Spielberg. Sucede lo mismo con El cautivo. No puedes rodar una película sobre el Argel del siglo XVI y que el tema principal no sea el inmenso drama que decenas de miles de españoles y cristianos sufrieron en él. Es, incluso, insultante que no lo sea.” Cervantes lo tenía claro y lo demuestra en el último verso del soneto Al túmulo de Felipe II, con una crítica dirigida al monarca por su abandono a los numerosos presos en Argel: “miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.”

En el Quijote está todo. Por eso llevo un rato preguntándome qué diría Cervantes, entonces acudo al libro infinito y encuentro un párrafo que viene al caso. Es en el capítulo 47 de la primera parte, donde dice: “Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren”. Está rechazando el arte de contenido falso y embustero, en el que condena tanto los libros de caballerías como el teatro comercial de Lope. Borges ha dicho en repetidas ocasiones que es el lector el que da valor a lo que lee. No podemos saber qué diría Cervantes, espectador de Amenábar, pero podemos imaginar... Quizás solo sentiría algo de melancolía, de la que está tan llena su obra. Como ha escrito Jesús G. Maestro, profesor y uno de los críticos más relevantes de literatura: “Cervantes está de moda por ser lo que no fue”. Lo penoso es que a muy pocos le importa hoy lo que significa su obra, desde el punto de vista de la libertad, la justicia, la religión, la política, el esfuerzo personal, la determinación, la búsqueda de la identidad, la defensa de las perspectivas, la negación de los absolutos

En una sociedad como la nuestra, faltar a la verdad es muy fácil como todos sabemos. Es fácil porque, muy al contrario de lo que se cree, es imposible desmentir algo que nunca ha tenido lugar. Podemos decir de cualquier mito todo lo que queramos y así lo moldeamos como nos interesa. Vivir ignorando la realidad es muy divertido. Si, además, es gracioso o polémico tendrá un eco desmedido. Lo que menos importa es la verdad. En el capítulo 59 de la segunda parte del Quijote, Cervantes escribe esa famosa frase que dice: “Retráteme el que quisiere, pero no me maltrate, que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias”. Pero su paciencia ya no cuenta, ni podrá defenderse de lo que podría entender como una "posible" ofensa, ni podrá agradecer, si así lo viera, el buen trato recibido. Todo quedará en el aire.



Algunas puntualizaciones
necesarias:

¿Tuvo Cervantes una relación con Hasán Bajá? En la cinta, el personaje de Hasán Bajá, establece una relación ambigua con Miguel de Cervantes. Hay tensión, afinidad intelectual e incluso destellos de posible atracción. Amenábar ha reconocido que esta posible relación con su captor está en la categoría de lo probable. Históricamente, no existe evidencia alguna. Se ha especulado con esta teoría basándose en el hecho de que el gobernador de Argel lo trató con cierta indulgencia, tal y como recuerda el mayor experto cervantista en la actualidad y asesor de Amenábar en la película, José Manuel Lucía Megías, Cervantes era un cautivo “de rescate”, valorado en 500 ducados, y por tanto un activo demasiado valioso como para ser ejecutado o castigado con rudeza.

¿Era Cervantes homoxesual? No existe ninguna prueba sólida ni testimonios fiables que puedan arrojar luz a este asunto. En nuestros días, en los días de la película, cabe exclamar: ¡y qué importa eso! Las teorías sobre su inclinación sexual se iniciaron en los 70, Arrabal las popularizó en los 90 y ahora, Amenábar, las lleva al cine. Nada más.

¿Es cierta la idea de que El Quijote surgió en su cautiverio de Argel? Tampoco existen pruebas directas de esta hipótesis, aunque sería razonable pensar que esta experiencia le marcaría profundamente, orientando su visión literaria hacia los marginados y los soñadores. Afirmar que “empezó a escribir el Quijote en Argel” es una absoluta licencia propia de la ficción (histórica). La teoría mayoritaria es que, hasta el capítulo VII de la Primera Parte, El Quijote, se formó como una novela ejemplar y que se inició en Andalucía, donde su oficio de recaudador y su escaso tiempo, le impedía pensar en obras de mayor envergadura; después, en cárcel real de Sevilla, en la de Castro del Río o en la de Argamasilla el proyecto de esa novelilla corta mudó a lo que sería la primera parte del Quijote. La segunda no se concebiría hasta muchos después.

¿Qué relación hay entre la película y la historia del Cautivo integrada en el Quijote? El cautivo, el Capitán Ruy Perez de Viedma, relata las duras condiciones de los esclavos cristianos en Argel. Menciona los constantes castigos, los intentos de fuga, y las dificultades para mantener la fe y la dignidad en cautiverio. También, su relación con la mora Zoraida, cuyo deseo es ser bautizada. Sin duda, estos años marcaron e inspiraron al escritor, y en eso profundiza El cautivo. Amenábar crea una historia que se centra en este episodio del Quijote, para imaginar desde la ficción cinematográfica las incógnitas del cautiverio de su autor, mezclando la ficción literaria del Cautivo con la ficción biográfica de Cervantes. Todo ello desde la perspectiva del director.

Así lo explica el mismo Amenábar: "La opción narrativa propuesta en la película es tan solo una de las posibles, pero para mí la más pausible, la más sugerente de todas y, por qué no decirlo, la más hermosa." Y añade unas palabras muy clarificadoras que han desatado la tormenta: "Si hubiera aparcado el tema del homoerotismo entre Cervantes y su captor, habría sido mojigato y habría renunciado a mí mismo”.