En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

El cautivo de Amenábar


Este que veis aquí, de rostro aguileño, frente lisa y desembarazada, de nariz corva, barbas de plata que no ha veinte años fueron de oro, la boca pequeña...”

Era julio de 1613 y Cervantes se presentaba ante los lectores de sus Novelas ejemplares con este autorretrato jocoso. Del soldado que participó en Lepanto o del hombre del cautivo que resistió casi seis años en Argel apenas quedaban las heridas y el orgullo, pero tampoco había mucho del hombre desengañado que recorrió Andalucía recaudando impuestos ni del cínico socarrón que se burlaba de la tumba vacía que los sevillanos construyeron para Felipe II. El que entonces escribe es un viejo atento sobre todo, a la salvación de su alma -a la manera de Unamuno, con una fe más pasional que escolástica-: "Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida". Acababa de tomar las ordenes menores, por las que, al menos, se aseguraría la sepultura.

Acabo de ver la película de Amenábar. Nada que ver con lo que había imaginado. La historia del cautivo, inserta en el Quijote, está mezclada con la biografía del autor de forma incoherente; el texto no tiene nada que ver con el poso cervantino que queda en aquel que conoce su obra, con un mundo que carece de lógica interna. En ella se duda del ansia de libertad de Cervantes y la ciudad de Argel de 1580 parece Chueca el día del orgullo. En El Tralto de Argel, Cervantes nos dejó su impresión sobre la ciudad: 

"Cuando llegué cautivo, y vi esta tierra

tan nombrada en el mundo, que en su seno

tantos piratas cubre, acoge y cierra

no pude al llanto detener el freno."

Argel era un hervidero de piratas que albergaba a más de veinticinco mil cautivos cristianos y no la figuración del deso de Amenábar que nos muestra la cinta. Lo demás, ahora lo veremos.

Empezando por el principio: el aspecto físico no parece muy fiel, “rostro aguileño”, “nariz corva” o esas barbas que dicen fueron “de oro”. Sobre la polémica, de la que tanto gustamos en esta santa tierra, cada uno tendrá que sacar su propia opinión. La mía, ahí la lleváis.

Cervantes fue capturado por corsarios y llevado preso a Argel. Allí pasó cinco años de cautiverio, en los que intentó cuatro fugas, en un claro empeño de volver al mundo, para él, menos malo de su tiempo. Encontró refugio en su talento para narrar historias, pero también en su determinación para enfrentarse a las dificultades, lo que le llevó a que el Bajá de Argel, Hasán, temido por todos, se fijase en él. Con toda seguridad, la carta de recomendación de don Juan de Austria (falseada en su contenido en la película), que sus captores encontraron en sus bolsillos sirvió para exigir un rescate desorbitado, pero también sin duda alguna, por su supuesto valor, le protegió de los grandes castigos.

El espectador moderno, como el lector desocupado e inteligente, al que alude Cervantes en su prólogo, no se va a espantar fácilmente. No hay que explicarle  que lo que está viendo no es un documental; que es una película y como tal es una "obra de arte", que puede gustar o no, pero que es pura ficción la base en la que el autor crea su arte. A ese mismo espectador inteligente no hay que explicarle que ninguna película histórica refleja unos hechos reales. Todas son aproximaciones desde una perspectiva personal, en la que pueden influir numerosos aspectos que nada tienen que ver con la historia.

Ese mismo espectador podría pensar: "es eso lo que a Amenábar le hace estar en paz con su conciencia", y responderse, acto seguido, que está bien lo que haga, pues el amor, la paz y caridad debe empezar por uno mismo. También puede pensar, que por qué no lo hace con todas las consecuencias y convertir su aspiración en un espectáculo cinematográfico fabuloso, consiguiendo así su plena paz de espíritu. Sin embargo, nada de esto sucede en la película porque Amenábar ha sido, en último término, un poco mojigato. La historia de amor que introduce parece propia de unos adolescentes de colegio: pequeñita y sosilla. Un amor pacato, de esos que para Lope no tendrían nada de literario, donde “locura es lo sensato”. Se podría añadir, que no viene a cuento la sutileza en la falacia; puestos a provocar, hagámoslo con todas las consecuencias. O podría pensar que, esa duda pacata,  puede llegar a ser vileza: el espectador puede pensar que, como el autor ha insinuado, solo sea consecuencia de satisfacer su deseo personal; o incluso, lo que sería aún peor, sumarse a esa idea política tan actual como interesada de estar en sintonía con la tribu que bien le subvenciona. Con cierta ironía, podría preguntarse el espectador, cuál sera el próximo de nuestros mitos a derrumbar, ¿Velázquez o la mismísima Isabel la Católica? Es en ese momento en que su inteligencia despeja sus dudas y se dice: “Es que Aménabar sabe hacer arte”.

Siguiendo la línea de hacerse preguntas inteligentes, podría continuar: ¿Qué se puede esperar de una obra de arte basada en la historia? Recordaría entonces otras películas que le impactaron, como lo hizo en su día: Salvar al soldado Ryan, de la que cabe esperar -como he leído por algún lado- que el tema de la película sea la brutalidad de la guerra y no la diversidad botánica de Normandía. Y no porque la flora normanda no merezca atención, sino debido a que, ante un tema mayúsculo, uno no se puede sustraer al riesgo de las distopías, que es el principal mensaje de Spielberg. Sucede lo mismo con El cautivo. No puedes rodar una película sobre el Argel del siglo XVI y que el tema principal no sea el inmenso drama que decenas de miles de españoles y cristianos sufrieron en él. Es, incluso, insultante que no lo sea.” Cervantes lo tenía claro y lo demuestra en el último verso del soneto Al túmulo de Felipe II, con una crítica dirigida al monarca por su abandono a los numerosos presos en Argel: “miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.”

En el Quijote está todo. Por eso llevo un rato preguntándome qué diría Cervantes. Entonces acudo al libro infinito y encuentro un párrafo que viene al caso. Es en el capítulo 47 de la primera parte, donde dice: “Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren”. Está rechazando el arte de contenido falso y embustero, en el que condena tanto los libros de caballerías como el teatro comercial de Lope. Borges ha dicho en repetidas ocasiones que es el lector el que da valor a lo que lee. No podemos saber qué diría Cervantes, espectador de Amenábar, pero podemos imaginar... Quizás solo sentiría algo de melancolía, de la que está tan llena su obra. Como ha escrito Jesús G. Maestro, profesor y uno de los críticos más relevantes de literatura: “Cervantes está de moda por ser lo que no fue”. Lo penoso es que a muy pocos le importa hoy lo que significa su obra, desde el punto de vista de la libertad, la justicia, la religión, la política, el esfuerzo personal, la determinación, la búsqueda de la identidad, la defensa de las perspectivas, la negación de los absolutos… Cervantes pudo parecerse en algo al protagonista, pero, sin duda alguna, fue mucho más que eso: en el plano literario escribió la novela más grande de la literatura universal, y no olvidemos el resto de su obra, por la que ya seria de lo grandes; en el plano humano fue igualmente excepcional, algo que se ve con timidez en la película, aspecto que demostró en numerosas ocasiones en su vida, sobre todo en Lepanto, en palabras suyas "la más alta ocasión que vieron los siglos", donde luchó como un héroe pudiendo haberse quedado en cama, pues se hallaba enfermo -rebajado de servicio, según la milicia-.

En una sociedad como la nuestra, faltar a la verdad es muy fácil como todos sabemos. Es fácil porque, muy al contrario de lo que se cree, es imposible desmentir algo que nunca ha tenido lugar. Podemos decir de cualquier mito todo lo que queramos y así lo moldeamos como nos interesa. Vivir ignorando la realidad es muy divertido. Si además es gracioso o polémico tendrá un eco desmedido. Lo que menos importa es la verdad. En el capítulo 59 de la segunda parte del Quijote, Cervantes escribe esa famosa frase que dice: “Retráteme el que quisiere, pero no me maltrate, que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias”. Pero su paciencia ya no cuenta, ni podrá defenderse de lo que podría entender como una "posible" ofensa, ni podrá agradecer, si así lo viera, el buen trato recibido. Todo quedará en el aire.



Algunas puntualizaciones
necesarias:

¿Tuvo Cervantes una relación con Hasán Bajá? En la cinta, el personaje de Hasán Bajá, establece una relación ambigua con Miguel de Cervantes. Hay tensión, afinidad intelectual e incluso destellos de posible atracción. Amenábar ha reconocido que esta posible relación con su captor está en la categoría de lo probable. Históricamente, no existe evidencia alguna. Se ha especulado con esta teoría basándose en el hecho de que el gobernador de Argel lo trató con cierta indulgencia, tal y como recuerda el mayor experto cervantista en la actualidad y asesor de Amenábar en la película, José Manuel Lucía Megías, Cervantes era un cautivo “de rescate”, valorado en 500 ducados, y por tanto un activo demasiado valioso como para ser ejecutado o castigado con rudeza.

¿Era Cervantes homoxesual? No existe ninguna prueba sólida ni testimonios fiables que puedan arrojar luz a este asunto. En nuestros días, en los días de la película, cabe exclamar: ¡y qué importa eso! Las teorías sobre su inclinación sexual se iniciaron en los 70, Arrabal las popularizó en los 90 y ahora, Amenábar, las lleva al cine. Nada más.

¿Es cierta la idea de que El Quijote surgió en su cautiverio de Argel? Tampoco existen pruebas directas de esta hipótesis, aunque sería razonable pensar que esta experiencia le marcaría profundamente, orientando su visión literaria hacia los marginados y los soñadores. Afirmar que “empezó a escribir el Quijote en Argel” es una absoluta licencia propia de la ficción (histórica). La teoría mayoritaria es que, hasta el capítulo VII de la Primera Parte, El Quijote, se formó como una novela ejemplar y que se inició en Andalucía, donde su oficio de recaudador y su escaso tiempo, le impedía pensar en obras de mayor envergadura; después, en cárcel real de Sevilla, en la de Castro del Río o en la de Argamasilla el proyecto de esa novelilla corta mudó a lo que sería la primera parte del Quijote. La segunda no se concebiría hasta muchos después.

¿Qué relación hay entre la película y la historia del Cautivo integrada en el Quijote? El cautivo, el Capitán Ruy Perez de Viedma, relata las duras condiciones de los esclavos cristianos en Argel. Menciona los constantes castigos, los intentos de fuga, y las dificultades para mantener la fe y la dignidad en cautiverio. También, su relación con la mora Zoraida, cuyo deseo es ser bautizada. Sin duda, estos años marcaron e inspiraron al escritor, y en eso profundiza El cautivo. Amenábar crea una historia que se centra en este episodio del Quijote, para imaginar desde la ficción cinematográfica las incógnitas del cautiverio de su autor, mezclando la ficción literaria del Cautivo con la ficción biográfica de Cervantes. Todo ello desde la perspectiva del director.

Así lo explica el mismo Amenábar: "La opción narrativa propuesta en la película es tan solo una de las posibles, pero para mí la más pausible, la más sugerente de todas y, por qué no decirlo, la más hermosa." Y añade unas palabras muy clarificadoras que han desatado la tormenta: "Si hubiera aparcado el tema del homoerotismo entre Cervantes y su captor, habría sido mojigato y habría renunciado a mí mismo”.

¿Qué dice el informe del cautiverio? En la Información de Argel que llevó a cabo Fray Juan Gil a la vuelta del cautiverio se responde a veinticinco preguntas realizadas a catorce cautivos liberados, entre los que figuraban Sosa y el propio Gil, que avalan el honor de Cervantes y limpian de toda sospecha las calumnias de Blanco de Paz.



jueves, 31 de julio de 2025

El verano de Cervantes

 


¡Cuántas cosas mías hay en Cervantes y en Muñoz Molina!

Cuando yo vivía inmerso en aquella realidad apenas me fijaba en ella. Me escapaba y me escondía en los libros y en las imaginaciones. Y sin embargo todo aquel mundo se estaba asentando en mí sin que me diera cuenta, a una profundidad a la que no llegaba la conciencia, y que por lo tanto el tiempo no gastaba. Yo creo que pasé muchos años, décadas enteras de mi vida, sin mirar bien a mi alrededor, siempre urgido por mis ensueños, mis ansiedades, mis obligaciones, las sombras bellas o temibles que yo confundía con presencias reales. No llegaba a ver bien ningún lugar donde estuviera, porque siempre quería estar en otra parte...(p.443)

Se refiere a la infancia, a la juventud, pero también a la primera madurez; a lo de prisa que pasamos por los años cuando no nos preocupan los años, al ansia de ser otro que de jóvenes tenemos. Pero también vemos ahí a la memoria, trabajando de forma autónoma, grabando caprichosamente esos momentos por los que pasamos sin reparar en muchas cosas, para utilizarlos a nuestro favor cuando las cosas se tuercen.

Después del tercer centenario es lo primero que leo sobre el Quijote y sobre Cervantes que no se apoye en publicaciones anteriores; después vendría el cuarto centenario y, en cuanto a la hipertextualidad, es más de lo mismo. Muñoz Molina, nos habla del Quijote basándose únicamente en una lectura reposada de verano, tan reposada que lee como Cortázar escribió Rayuela: dando saltos y sin ocuparse de orden alguno.

Muñoz Molina no es un crítico al uso: no juzga ideas, no habla de estilos, ni de tendencias, únicamente lee y reflexiona sobre lo leído y su relación con la vida, con su vida, con su pathos. No afirma nada, relata. (Esa es la diferencia que aprecio a favor de los filólogos: que cuentan sin tener que creerse sus mónadas, sus teorías, como lo hacen los filósofos. En contra tienen que se “mojan” poco y, para mí, sobre todo, que con demasiada frecuencia no explican lo que sugieren). Y es que a Muñoz Molina le ocurre con Cervantes aquello que Rosales sugirió en unos portentosos versos de Diario de una Resurrección: "Que hay amores que duran algo menos que un beso/ y besos que han durado algo más que una vida."

Muñoz Molina, en su lectura reposada de Cervantes, como hago yo ahora en la mía sobre Muñoz Molina, nos recuerda con sutiliza el peligro de los absolutos, nos habla con agudeza (tanta que he requerido de una segunda lectura en algunos párrafos), de la perspectiva de las cosas de la vida, de que lo que nos sucede es otra cosa para otro y sin embargo tan verdad como la nuestra, y pensar lo contrario, como apunta Irene Vallejo es “fabricar la ignorancia”. Nadie está exento de nada, ni siquiera de la locura: Casi todo el mundo ha tenido alguna vez convicciones o apasionamientos que lo han llevado a sostener una idea equivocada precisamente de las cosas que más le importaban, e incluso a actuar con insensatez o temeridad en una faceta particular de la vida, mientras que en todas las demás mantiene lo que parece una sólida cordura… (p.108)

O nos quiere llevar al desengaño, advirtiéndonos que el idealismo solo conduce al fracaso, como hace Sancho con su amo, al que defiende ante el Escudero del Bosque porque conoce la bondad que lleva dentro y que es, en realidad, lo que salva a don Quijote. Dice Sancho: no tiene nada de bellaco; antes, tiene un alma como un cántaro; no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día...(II, 12)

Por eso digo que es una lectura filológica: mira al texto y nos dice lo que él siente, explicarlo es secundario. Y lo hace con una estética sencilla, intemporal, lúcida y, a veces, parenética. Lee como lo haría un joven de bachillerato que apostilla su lectura con la maestría de un erudito.

Paralelamente a esta sencilla lectura aparecen en la novela, sobre estos ensoñadores veranos del autor, una vorágine de datos culturales e históricos, así como otros datos minúsculos que son referencias de un conocimiento y una madurez que solo encontramos en los grandes autores. Pero, además, a Muñoz Molina no le basta que la literatura se mida con la literatura; le importa más que se mida con la vida, con su vida misma: en sus comentarios, constantemente, aparece el niño que fue, un niño que, quizás jugara poco, pero que escuchaba mucho y bien a una madre que sabía contar todo aquello que ocurría a su alrededor, o simplemente fabulaba con una emoción embaucadora; un niño que aprendió a leer tebeos o a ver las películas del Oeste con cierto criterio. Sobre estas experiencias nos dice (pág. 111): El héroe de las películas del Oeste que veíamos en los cines de verano era un caballero andante que cabalga siempre para derrotar a malvados, auxiliar a desvalidos, seducir castamente a mujeres hermosas, salir victorioso en combates en los que la rapidez y puntería de su revólver equivale a la destreza con la espada o la lanza de los caballeros antiguos.

Tampoco olvida Muñoz Molina lo que fue, ni lo que es: en un momento del texto (pág. 94) nos habla del autor y el lector, y nos dice que antes de comenzar ambos saben a qué atenerse: como Cervantes en su prólogo del Quijote está hablando de un lector inteligente, yo diría que, en las dos facetas, está hablando de sí mismo y del reflejo que en él y en ese momento está teniendo la omnipresente ironía del Quijote, que para nada tienen un orden preestablecido en su escritura, que todo es a venga lo que viniere. También, como una dualidad -de la que tanto gustan ambos-, podemos intuir que nos avisa sobre la conveniencia de distinguir entre el “yo” real y el ficcional del protagonista, como entre autor y obra.

Como granadino que soy tengo el defecto de los “peros”, por los que muchas veces me he visto trasquilado por la “tijera”, pero mi osadía supera con creces a mi prudencia. Así que, con todo el derecho a equivocarme, digo que encuentro algún anglicismo innecesario como cuando (pág. 35) define a don Quijote como performance artist para decirnos (o al menos así lo entiendo) algo de lo que habló Torrente con tanto tino en El Quijote como juego: que la locura es algo voluntario que Alonso Quijano usa para ser don Quijote; así, la obra, Quijote, y personaje, Quijano, se fusionan para ser una misma cosa en el tiempo que dura la locura. Hasta ese momento en el que el desengaño, algo que venía intuyendo ya nuestro héroe, se hace patente, cuando se ve molido por el golpe, tumbado en la arena de la playa de Barcelona, y ve acercarse la lanza del Caballero de la Blanca Luna a su celada, y oye un susurro, que por ella se desliza, diciéndole: vencidos sois caballero...

En la página 65, Muñoz Molina hace unas diferencias entre labrador, agricultor y campesino que creo son atinadas para Andalucía, pero no tanto para Cervantes y su uso en el Quijote, ni para otras regiones de España, o de América, donde se diluyen o confunden estas diferencias, tal como lo están en el Diccionario de la Lengua Española (RAE) o en el María Moliner, a los que he consultado. Dice Muñoz Molina: El labrador rico es una figura muy señalada en el exhaustivo repertorio social de Don Quijote de la Mancha. La palabra labrador ya indica propiedad, incluso opulencia, aunque no educación ni rango. Cervantes es siempre muy preciso en sus caracterizaciones de clase. Labrador no es sinónimo de agricultor, y menos aún de campesino. El campesino sin tierra es Sancho Panza, que no posee más bien que su burro, ni más dignidad que la de cristiano viejo, y que trabaja a jornal para otros.

En la página 203, dice: “En la aprobación impresa al principio de la novela, un texto administrativo que pudo haber escrito él mismo, se le describe de manera sumaria: era viejo, soldado, hidalgo y pobre. Que todavía siga llamándose soldado sugiere una emoción a la vez íntima y orgullosa. Cervantes era, efectivamente, hidalgo y viejo, y seguía siendo pobre a pesar del éxito del primer Don Quijote. Pero soldado había dejado de serlo justo cuarenta años atrás, cuando al ser hecho cautivo y llevado a Argel se le desbarató una carrera militar en la que ya había alcanzado veteranía y mérito suficientes para aspirar a un puesto de oficial, como el que tuvo su hermano Rodrigo.” De esta descripción que me recuerda otra que Machado hizo en su día de sí, en una silva escrita en Baeza -aquel “voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo”-. Del dibujo que hace de Cervantes, Muñoz Molina, no hay que olvidar el término “emoción”, para constatar que ser soldado puede ser vocacional, como lo puede ser maestro o médico, que un sentimiento no tiene límites, que Cervantes puede sentirse en el umbral de su muerte lo que quiera, y más, habiendo participado en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, y venideros”, ocasión o afirmación cervantina que parece poner en duda Múñoz Molina, y que, sin embargo, relaciona acertadamente en su importancia histórica con el desembarco de Normandía.

A lo largo de sus páginas nos habla de la relación que grandes autores han tenido con el Quijote: Mann, Melville, Salinger, Américo Castro, Ortega, Flauvert, Proust, Twain, Faulkner, Conrad, Steendhal … En uno de sus pasajes se refiere a los entusiastas (p. 213) y a los críticos del Quijote, y se olvida que la primera y más certera crítica fue hecha en el entorno de la Inquisición de su tiempo: fue el Avellaneda quien detectó todas las ideas vertidas por Cervantes en su Primera Parte, así como la implacable crítica que el alcalaíno hizo a la sociedad de su tiempo; crítica que, en su mayoría, vale para el nuestro.

Termino la lectura de El verano de Cervantes y de ordenar mis notas al mismo tiempo que termina julio, en pleno verano; veinte días después de recibir este hermoso regalo. Lo he alternado con Días de Reyes Magos, del que también he reunido algunos florilegios; también con La península de las casas vacías, que no sé si acabaré: le daré unas páginas más de cortesía, pero es que son tantos los que hay en cola, que sin remedio y a mi pesar tengo que elegir. Hasta ahora, unas treinta páginas, con ciertas limitaciones me ha recordado al Alfanhuí de Ferlosio y me ha parecido ver entre sus líneas un aire frívolo de realismo mágico... ¿Qué he dicho? Tras un receso es la escritura de esta página, en mi rincón favorito, me he leído unas cuantas páginas más y se me ha ido casi una hora sin darme cuenta: ahora puedo decir que sí, que seguiré con "Odisto" y la gente de "Jándula" hasta el final. Aún queda verano.  

Entre los proyectos que me esperan seguirán presentes, siempre lo estarán, Cervantes y el Quijote. El Quijote, el libro infinito como lo llamó Francisco Rico; el libro que, para mí, no se acaba nunca. El libro que nunca podré concluir, en el que como dice Múñoz Molina: En cada nueva lectura está contenida la riqueza armónica de todas las lecturas anteriores, su memoria activa e inconsciente. En el ahora mismo en el que siento con tanta agudeza la extrañeza de un tiempo que tal vez ya no es el mío, una mañana el pasado se vuelve presente y terrenal, no en el mismo lugar en el que entonces lo viví, sino en otro que descubrí mucho más tarde.

Presiento que como para Muñoz Molina, que, como yo, recientemente, ha echado un huerto para volver a sus orígenes, mi vida fue hace mucho tiempo y es ahora mismo, conscientes ambos, como dice Cide Hamete, el filósofo mahomético, al final del gobierno de Sancho, que sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo, o más que el “viento”, como apunta Francisco Rico, en una de sus notas, que quiso decir Cervantes. En mi caso, coincido con el ubetense, en que mi preferencia va por el termino cervantino de “tiempo”.



La cursiva hace referencia a textos tomados de:

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Edición de Francisco Rico para Real Academía. Círculo de Lectores.

Muñoz Molina, Antonio. El verano de Cervantes. Seix Barral. 2025.

jueves, 19 de junio de 2025

Sobre la soberbia, por ejemplo

  Sé como predicar contra la soberbia, el vicio que mejor practico.

(Eso podría haberlo dicho Quevedo, o Unamuno, o cualquier otro cínico)

 

Sólo odiamos, lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, y de una o de otra manera, se nos parece; lo absolutamente contrario o en absoluto diferente de nosotros no nos merece ni amor ni odio, sino indiferencia. Y es que, de ordinario, lo que aborrezco en otros aborrézcolo por sentirlo en mí mismo; y si me hiere aquella púa del prójimo, es porque esa misma púa me está hiriendo en mi interior. Es mi envidia, mi soberbia, mi petulancia, mi codicia, las que me hacen aborrecer la soberbia, la envidia, la petulancia, la codicia ajenas. Y así sucede que lo mismo que une el amor al amante y al amado, une también el odio al odiador y al odiado, y no los une ni menos fuerte ni menos duraderamente que aquél.

Así comienza un sabroso texto de Unamuno Sobre la soberbia (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes que he leído en mi pc). Como me ha dado por los clásicos, sigo una referencia que me lleva a el Ejercicio de perfección y virtudes cristianas del padre Alonso Rodríguez (de 1616), al referirse a aquel evangélico pasaje "los que  se humillen será ensalzados" (Mateo, 23, 12). Choca la advertencia que nos hace: que si el humillarse va con el fin de ser ensalzado, entonces no vale, es la mayor y más refinada soberbia (complicado, ¿verdad?). Algo que, con otras palabras, siempre le repito medio en broma a un amigo excepcional que peca de modestia. También tengo a mano Del sentimiento trágico de la vida, donde la filosofía y la religión se contemplan desde el desasosiego que nace del ser humano (el mío, como ha ocurrido hoy, se eleva aritméticamente tras cinco horas de Corpus. Por cierto muy pocos altaricos, y la hierba cortada de hace días -apenas si olía-).

 

Situándose en otra perspectiva, Alonso Rodríguez, añade que San Ambrosio decía:

muchos tienen la apariencia de la humildad, pero no tienen la virtud de la humildad; muchos que parecen que exteriormente la buscan, interiormente la contradicen”.

Unamuno expone al respecto que la falta de sinceridad lo echa todo a perder, y añade sabiendo que puede escandalizar:

..no pocas veces la comisión de un acto pecaminoso nos purifica del deseo terrible de él, que no nos dejaba vivir, que nos estaba carcomiendo el corazón. ”

Esto lo habías oído antes ¿verdad? Pues lo dijo Unamuno que además de ser un lince en muchos aspectos, actuó y pensó siempre por sí. Tuvo grandeza.

Viene a decir que lo peor son los malos sentimientos contenidos; es mejor que la mala sangre estalle hacia fuera. Al menos avisa, y todos reconocemos como atinado eso de “perro ladrador…” Y, desde luego, no es lo mismo hacer el mal que ser malo. Con el instinto a veces lo distinguimos y es por eso que admiramos a ciertos pícaros, y por el contrario despreciamos a personas de conducta irreprochable. Aquí veo yo una clara diferencia entre la moral y la religión: la primera nos enseña ha hacer el bien, mientras la segunda persigue que seamos buenos, no sólo a hacer el bien, a pagar la bula para poder pecar. Pero es combatiendo como se aprende a amar; de la miseria surge la compasión, y de la compasión el amor. Desconfío del que no lucha, y presiento un mayor enemigo en el que se somete que en el que se resiste.

Son muchos los que creen que es un buen camino para llegar al Cielo romperle a un hereje la cabeza de un cristazo, esgrimiendo a guisa de maza un crucifijo. Después van y se confiesan de sus malas acciones pero nunca lo hacen de sus malos sentimientos. En este punto recuerdo la vida de Lope de Vega, uno de los grandes de la historia de la literatura, que tuvo una vida tan activa en lo personal como en su obra literaria: fue amigo de la Inquisición (colaboraba con trabajos para ella); en cuanto a su vida, ya ordenado sacerdote salia todas las noches y pecaba, sobre todo con mujeres, que era su mayor debilidad (dudo si hoy llegaría a la altura de Ábalos), pero, por la mañana se confesaba para que todo quedara arreglado.

"¡Espero que se queme en el infierno!" -oímos con frecuencia, hablando del prójimo que además suele ser próximo- ¿Lo deseamos de verdad? Si es así, supongo que tememos que la gloria sea pequeña para albergarnos a todos, y que cuantos más vayamos a ella, más pequeña será la parcela que nos toque a cada uno; se nos amargaría la eternidad si la compartiéramos con ese vecino molesto o con un hereje a quien en vida combatimos a sangre, fuego, y cristazos. Allí arriba, porque tiene que ser "arriba", lo que queremos todos es estar "como en el cielo".

La humildad rebuscada no es humildad, y lo más verdaderamente humilde en quien se crea superior a otros es confesarlo, y si por ello le tachan de soberbia, sobrellevarlo tranquilamente con elegancia. Todo lo rebuscado es malo, y lo es, por tanto, la humildad rebuscada, que, ya digo, no es sino soberbia.

Ciertas personas se tienen a sí mismos por genios cuando, a su alrededor, muchos les ven como majaderos. No es soberbia, es falsa soberbia -dice don Miguel que en paz descanse- y lo hacen -digo yo- con la esperanza de que a fuerza de mostrarse como tal, alguno llegue a creérselo, porque saben que lo difícil de los hombres es conocerse. Sin embargo cuando los hombres se enfrentan a sí mismo llegan a conocerse bastante bien, se juzgan con severidad, reconociendo sus propias faltas y si se les hiere al echarles sus defectos en cara, es porque ellos mismos se lo han echado antes, pero que, ante los demás, las justifican.

Pero la peor de las soberbias es la soberbia ociosa, que se limita a la propia contemplación y a repetir “¡Si yo quisiera!...”, “¡Con lo fácil que es...”! "¡Como yo me ponga!" Pero ni quieren, ni les parece fácil, ni se ponen, no hacen nada. La mala soberbia de que por no ver discutida, o aun negada, su superioridad, no la ponen a prueba. Y son estos los soberbios de verdad, los que se enfurecen de que se pongan en duda su virtud, los que se amedrentan ante la censura pública. Estos, sólo se decidirían a obrar si se les garantizase el éxito. Para "ese viaje no se necesitan alforjas".

Sin embargo presumimos de hacer algo, cuando la soberbia es activa puede llegar a ser virtud, desde luego es un valor, que es la etimología de virtud. La lucha purifica toda pasión. Así el acto mayor de humildad es obrar. Sí, no dejar que lo hagan otros, hacerlo nosotros. No se puede huir para encontrarse a sí mismo, muchas veces nuestro peor enemigo. Obrar, fracasar, y seguir obrando es el mayor acto de humildad, también de valentía.

Acabo como empecé, con Unamuno:

Muchas veces se ha fustigado, aunque nunca tanto como se merecen, a nuestras clases neutras, a los que se están en sus casas, so pretexto de que corremos malos tiempos para que los hombres honrados se den a la vida pública; pero no sé si al fustigarlos se ha visto que es soberbia lo que principalmente lo retiene en sus casas.

¡Qué actuales son estas palabras! 

En resumen: participemos, actuemos; si nos equivocamos, reconoscámoslo y volvamos a actuar. Esa es la menor de las soberbias. Sobre todo que no hagan, que no piensen por nosotros. El obrar es el mayor acto de humildad. También de valentía.

 

Del cinamomo al laurel, 80