Jesús
Hernández
Ex
Ministro de la República Española
Ex
miembro del Ejecutivo de la Komintern
Framento del capitulo III, Sin comentario alguno, tal como el
ministro comunista lo escribió:
"Cuando la guerra comenzó a agravarse
en el norte de España, la U. R. S. S. nos hizo la oferta de estar
dispuesta a recibir a unos cuantos millares de hijos de combatientes
para salvarles de los horrores de los bombardeos y para educarles
convenientemente. Yo era entonces ministro de Educación Pública y
organicé la salida de varias expediciones de niños de ambos sexos,
haciéndoles acompañar de profesores españoles para facilitar la
educación en el propio idioma.
Estaba convencido de que era una
verdadera suerte la de aquellos niños tanto al alejarles de los
riesgos de la guerra civil como de poder ser educados en el país del
Socialismo.
Los primeros informes y cartas que nos
llegaron tanto de los niños como de los profesores que les
acompañaban eran altamente satisfactorias. Todos hablaban de la
magnífica acogida que les dispensaron las autoridades y del cariño
que les demostraban los ciudadanos de Leningrado y de Moscú, lugar
este último donde estuvieron concentrados en una gran mansión de la
calle de Piragovskaia hasta que fueron organizadas las distintas
colonias donde deberían establecerse. Los niños gozaron de un
excelente trato mientras en España hubo guerra. Al terminarse la
lucha con nuestra derrota, las consecuencias comenzaron a reflejarse
en las atenciones y cuidados de nuestras criaturas. Ya no eran niños
con la perspectiva de regresar en cualquier momento a su patria y
maravillar a sus padres con el relato de la exquisita hospitalidad de
la U. R. S. S. Ahora eran cinco mil refugiados más que de invitados
pasaban a constituir una carga permanente para el Estado soviético.
Y comenzaron los reajustes en los presupuestos y la introducción de
medidas disciplinarias y de reglamentos educativos que trastornaron
la vida y la enseñanza de nuestros niños y del personal docente
español. Nuestros profesores pasaron a un plano secundario. La
dirección de las Colonias se encomendó a burócratas rusos, la
mayoría de los cuales no tenía ni siquiera nociones de pedagogía.
El idioma español pasó a segundo plano.
Los niños deberían estudiar
fundamentalmente en un idioma que no les era conocido y con textos
escolares propios para el infante ruso pero no para el niño español.
Protestaron los niños y los maestros españoles y protestamos
nosotros cerca del Comisariado de Educación, sin obtener éxito
alguno.
Los burócratas rusos sometieron a
nuestros alumnos a un régimen escolar en el que se alternaba el
estudio con la tala de leña en los bosques en el invierno para el
abastecimiento de la cocina y de la calefacción, y se obligaba a los
pequeñuelos a levantarse en los gélidos amaneceres del invierno
ruso para cumplir, antes del desayuno, con la «norma» de leña. En
el verano les obligaban, desde que apuntaba el día, a realizar toda
clase de faenas agrícolas y sembrar y recolectar para la atención
de su propio consumo.
Los pequeñuelos se resistían y como
no podían eludir la realización de aquellas faenas impropias de su
edad y de su condición de colegiales, se vengaban en sus propios
estudios, especialmente del ruso, dando índices bajísimos de
asimilación y capacitación.
Una excesiva fatiga y una deficiente
alimentación limaron la salud de los niños. En 1941-1942, una
inspección médica que obligamos al Comisariado de Educación a
realizar en todos los planteles de niños españoles, dio la
proporción aterradora de más de un 50 por 100 de tuberculosos y de
otro 30 por 100 de pretuberculosos. El porcentaje de mortalidad
aumentaba de día en día, registrando en el primer año de guerra en
la U. R. S. S., un 15 por 100, es decir, unos 750 fallecimientos.
Algunos, los casos más graves, pudimos conseguir el trasladarles a
sanatorios. Pero la mayoría siguieron un calvario de penalidades y
sufrimientos inauditos arrastrándose a través de toda la inmensidad
territorial soviética huyendo de los alemanes. No había un plan de
evacuación. Cada director tiraba para donde se le antojaba y unas
veces a pie y otras en furgones de tren, emprendían las repetidas
huidas, sin organización ni aprovisionamiento, dándose casos de que
pasaran días enteros sin probar bocado bajo el clima implacable del
invierno ruso. En las cercanías de Krasnoarmeinsk, en Stalingrado,
16 niños que se quedaron rezagados por el cansancio de las tremendas
jornadas a pie, con los alemanes en los talones, fueron atrapados por
éstos. Los niños fueron conducidos a Alemania donde fue a hacerse
cargo de ellos una comisión de falangistas españoles. Entre los
pequeños prisioneros se encontraba la hija de Virgilio Llanos,
dirigente socialista y comisario durante nuestra guerra. Asqueados de
la vida soviética, resentidos por los tratos recibidos, estos niños
fueron hábilmente utilizados por la propaganda hitleriana y por la
Falange española.
Las colonias españolas fueron a parar
a los lugares más distantes e inhóspitos de la Unión Soviética.
Unas llegaron a Samarkanda y Kakan en la Rusia Asiática y otras
hasta las estribaciones de los Urales, en Siberia Central.
Muchos de nuestros niños eran ya
adolescentes de ambos sexos. Habían pasado seis o siete años desde
que salieron de España. Los más pequeños sufrían llorando las
terribles calamidades de aquellas marchas y contramarchas, de las
huidas empavorecidas durante semanas y meses, muertos de hambre,
comidos de miserias y ateridos de frío. Los mayorcitos con quince o
dieciséis años rompieron todas las amarras de la cuartelera
disciplina y comenzaron a vivir por su propia cuenta. En Taskhent
llegaron a organizarse en bandas de salteadores que robaban a mano
armada y realizaban toda clase de tropelías entre los habitantes de
la región. Preferían la muerte o el presidio a continuar pereciendo
de hambre en los colectivos escolares. En Samarkanda y en Tibliss
(Georgia) las jovencitas aprendieron que podían mitigar el hambre
prostituyéndose, entregándose a los oficiales del Ejército o a los
altos burócratas del Partido o de la Administración que eran los
únicos que podían pagar sus caricias con un pedazo de pan. No pocas
de ellas quedaron embarazadas.
Algunos de nuestros pilletes se
dedicaron a robar en los trenes. Fueron a parar a las cárceles. En
Kakan asaltaron una panadería. Aprehendido uno de ellos resultó ser
el hijo de Carrasco, coronel del Ejército republicano y a la sazón
coronel del Ejército Rojo en la Escuela Frunce de Moscú. El niño
murió tuberculoso en la cárcel.
Gracias a la enérgica actuación de
refugiados españoles adultos que, en la mayoría de los lugares, se
hicieron cargo del cuidado de los niños y de los adolescentes, se
pudo aminorar la tragedia de nuestros pequeñuelos y corregir en gran
modo el bandidaje y la prostitución entre los jóvenes.
El anhelo de salir de la Unión
Soviética se apoderó tan inconteniblemente de los jóvenes
españoles que llegaban a extremos de desesperación como en el
conocido caso de Florentino Meana Carrillo que, al perder las
esperanzas de poder abandonar la U. R. S. S., escribió una carta en
la que explicaba su decisión de arrancarse la vida antes de
continuar encerrado «en el inmenso campo de concentración y de
hambre» que era la Unión Soviética. Ingirió un vaso de ácido
sulfúrico. Al enterarse su hermano, otro jovencito, tomó un
cuchillo, se trasladó al Hotel Lux donde creyó encontrar a
Pasionaria, que era la que le había denegado la autorización a su
hermano para regresar a España (Pasionaria era la única persona
autorizada por las autoridades soviéticas para conceder o denegar
los permisos de salida de la U. R. S. S. a los adultos y a los niños
españoles) y al no encontrarla, descargó su furia contra el
representante del Partido, cargo que desempeñaba en aquellos
momentos, José Antonio Uribes, suplente del Buró Político, quien a
duras penas pudo eludir la agresión del enfurecido muchacho, que fue
a parar a la cárcel por intento de asesinato.
Cuando en 1943 salí yo de la Unión
Soviética, el problema que más profundamente me había distanciado
del resto de la dirección del Partido Comunista Español fue
precisamente el de los niños y jóvenes, reclamados por sus padres o
que habían expresado deseos de regresar a España junto a sus
familiares, y que la obstinación criminal de Pasionaria y Antón,
retenían en la U. R. S. S., «hasta educarlos como buenos
bolcheviques», pues -decía Pasionaria-«no podemos devolverlos a
sus padres convertidos en golfos y en prostitutas, ni permitir que
salgan de aquí como furibundos antisoviéticos».
Por referencias verbales de algunos
jóvenes llegados desde Rusia a México, gracias a la porfiada
reclamación de los padres a través de las autoridades mexicanas, he
podido saber que un grupo de los que allí quedaron fueron enviados a
estudiar a ciertas universidades y la mayoría destinados a las
fábricas. Los cálculos de mis informantes elevaban los
fallecimientos a la aterradora cifra de un 40 por 100 del total de
los enviados a la U. R. S. S. en los años 1936-1937. ¡Dos mil niños
españoles no podrán ya regresar a España!"
Hoy hace un año que se aprobó en el parlamento europeo este texto sobre la memoria histórica: https://www.europarl.europa.eu/doceo/document/TA-9-2019-0021_ES.html
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