Por
lo menos he asistido ya a tres catas de vinos. Una ha sido en Cuatro
Vientos, recientemente, con la Casa de la Alpujarra; otra en Cádiar,
mi pueblo, y también la impartió Paco Molina; y la tercera, que en
realidad fue la primera, hace ya muchos años en Aranda de Duero,
cuando era Consejero sin voz ni voto, sólo presencia, de la Caja de
Ahorros del Círculo Católico de Burgos. Puede que haya alguna más,
pero así como “cata formal” no la recuerdo.
Siempre
te enseñan, Paco lo hace muy bien, que, para limpiar el paladar,
para que no se quede impregnada la boca de esos aromas del vino que
acabas de probar, para que no se confundan los sentidos al tomar la
siguiente copa, ya de otro vino, con diferente tono y con otros
aromas, para que se pueda apreciar correctamente toda la información
que de nuevo te inunda el paladar, entre una y otra, hay que tomar un
sorbo de agua.
Beber
agua, por tanto, limpia. Es un punto y aparte: implica que uno
degustó el vino anterior, que, con mesura y traguitos cortos, lo
miró, lo balanceó para ver su lagrimeo, movió el buche en la boca
para que la lengua se empapara y que todas las papilas gustativas se
activaran, lo resbaló despacito por la garganta, y antes, tras
agitarlo, lo olió, cerrando un poco los ojos para buscar una mayor
concentración, y aspiró los efluvios de sus partículas.
Pero,
como todas las buenas experiencias de placer, eso es un instante
efímero, quedando sumido en la memoria como patrón de nuevas
experiencias, que parecen hechas a hurtadillas y que deben terminar a
poco de comenzar, como esta acaba con el trago de agua, que simboliza
purificación, limpieza, pero también disposición para nuevas
prácticas de olor, color y sabor que nos han de venir, para que con
la siguiente experiencia, de nuevo, se sorprendan nuestras
expectativas y acumulemos más referencias.
A lo
largo de mi vida, he probado distintos vinos. Lo que quiero decir en
realidad es que he participado en diversas batallas. Para dejarlo
claro: que he estado o vivido en diferentes lugares, en variadas
circunstancias, y por períodos de tiempo más o menos largos. Las
razones de mis regresos han sido igualmente dispares y en condiciones
diferentes cada vez. Recuerdo y añoro a todos esos vinos que probé
y creo que no sabría escoger entre ellos, que en cada uno cerrando o
abriendo los ojos y mirando al trasluz podría destacar algo:
matices, colores, olores, sabores, flavores, momentos y compañías.
Ahora
que estoy anclado en la parte norte de esta sierra nevada y, a veces,
me pesa esta asombrosa y desenfrenada monotonía que soporto, siento
que el agua es buena pero además tengo alterado el estómago, lleno
de reflujos y ansiedad, y se me antoja pensar que este trago de ahora
es ya demasiado largo. Antes, necesitaba mi vaso de agua entre copa y
copa de vino; si no lo bebía, si abría una segunda botella, perdía
reflejos, me parecía no estar listo para lo que sin duda acabaría
por llegar, notaba que mis sentidos no se prestaban de la misma forma
para captar (o catar) lo que estaba presto a probar.
Es
esencial quedarse un tiempo y desintoxicarse para tener la mente
clara, pero, hoy, esta terapia dura ya demasiado y me ha dejado tan
lúcido que podría volverme loco en cualquier momento. Necesito
moverme, no quiero más agua que ya siento croar las ranas en mi
estómago.
Quisiera
saber donde tomaré mi próxima copa de vino, quizás la tome por
aquí cerca, quizás deje de tomar vinos y, para mi salud y a mi
pesar, me quede con el vaso de agua que todo lo limpia. Todo puede
ser. Por ahora, aquí estoy varado, confinado, en esta tierra fría
del sur y calurosa como la que más, pero deseando levantar el ancla
y empinar el codo, siempre con moderación, y así, de nuevo, ansiar
el volver a refrescarme con el agua de esta sierra que hoy, a pesar
de la fecha, está tan poco nevada.
Echo
de menos esa nieve, y como Aurora en su poema “Lo numinoso” de Un
número finito de veranos, rezo por ella:
Esa
nieve acunada en frías nieblas
sobre
las sierras altas de Granada
promete
tal potencia de vida en su blancura
que
apenas puedo hacer
otra
cosa que orar. Rezar, sí, yo, pagana.
Los
paganos decimos oraciones
cuando
la vida urge arrolladora.
Rezamos
al presente los paganos.
...
Texto inédito de: Del cinamomo al laurel. 29
Joder, Pepe Álvarez, leo tu escrito al regreso a Barcelona tras la noche y el día de montaña, y estoy viendo las puras aguas hoy atravesadas...y me gustaría acompañarte oirte hablarde vinos y catas...gracias.
ResponderEliminarLo tenemos pendiente Antonio
ResponderEliminar