Me he perdido muchas veces pero aquella serendipia con tu sonrisa inmarcesible me dejó, para siempre, en limerencia.
En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.
Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.
lunes, 20 de julio de 2020
El agua de Sierra Nevada
domingo, 19 de julio de 2020
Juan Marsé
Hoy, afuera, parece un día de finales de verano; el viento agita los árboles que se inclinan y se saludan con el codo, y trae con fuerza cuatro gotas enormes de de lluvia, tan gordas que hacen daño al golpear en la cabeza, tan dispersas que ni siquiera mojan el suelo, solo lo salpica haciendo lunares grises de feria en desbandada. Ruge amenazador el cielo que parece quebrarse sobre nosotros y ahuyenta pájaros y animales en busca de refugios más seguros.
Este final prematuro del verano me ha recordado a Juan Marsé, que ayer nos dejó. Quizás lo cohetes del cielo hoy vayan por él.
Así relató maravillosamente el final del verano en la tercera parte del libro “Ultimas tardes con Teresa”, que leí en mi juventud y releí no hace mucho, en un capítulo titulado “El lento deterioro del mito trajo sus delicias”, que dedicó a Baudelaire:
“...cogidos por la cintura, se alejaron lentamente calle abajo, en medio de una selva multicolor de serpentinas que colgaban del techo, de papelitos y de guirnaldas estremecidos por la brisa, mientras pisaban la muelle alfombra de confeti... Al llegar a la Florida, la primera bofetada de viento otoñal les hace cerrar los ojos y las blancas alas de confeti surgen de sus pies y se despliegan en torno a ellos, envolviéndoles por completo, extraviándolos."
Arturo Pérez Reverte
Hombres Buenos
Cambiar el mundo con libros. De la negra España parten a la ciudad de las luces y el progreso dos miembros de la Real Academia Española, el bibliotecario don Hermógenes Molina y el almirante don Pedro Zárate. Recibieron de sus compañeros el encargo de viajar a París para conseguir de forma clandestina los 28 volúmenes de la Encyclopédie de D'Alembert y Diderot, que estaba prohibida en España.
Dos “hombres buenos” que creen que, mediante la cultura, es posible el dialogo y la concordia entre hombres de ideas opuestas. Esos hombres son la España que pudo ser, pero que no fue. Y propio de la España que fue, “hombres malos” surgidos del mismo seno Academia, que a pesar de sus ideas contrarias, conspiran y se ponen de acuerdo para impedir el progreso por temor a perder sus privilegios. Hombres malos como el abate Brincas, inspirado en el personaje real, “el abate Marchena”, un fanático honrado que es respetable en la sociedad de París por ser un canalla, un paralelismo con “Alatriste”, que entronca tan bien con la Revolución Francesa, en definitiva un reflejo del mismo Robespierre.
Los dos académicos se enfrentan a una peligrosa sucesión de intrigas, a un viaje de incertidumbres y sobresaltos que los llevaría, por caminos infestados de bandoleros e incómodas ventas y posadas, desde el Madrid ilustrado de Carlos III al París de los cafés, las tertulias filosóficas, de vida libertina con putas que al menor contacto te hacen “coronel de caballería”, como a las agitaciones políticas en vísperas de la Revolución francesa.
Basada en hechos y personajes reales, documentada con rigor, conmovedora, narra la aventura de quienes, orientados por las luces de la Razón, quisieron cambiar el mundo con libros.
Antes que este libro me he leído tres EN de Galdos y, es curioso, aunque el estilo es muy diferente he tenido momentos que me he confundido, creyendo que seguía con Galdós. La referencia al "coronel de caballería" que hace Pérez Reverte cuando habla de la vida libertina de París, es un guiñó a Galdós, que con más delicadeza, en uno de los EN, habla que cuando los coroneles de caballería se bajaban del caballo, no hacían nada más que colocarse los testículos; los "güevos" diría Arturo.
Dice nuestro amigo y paisano de Turón Francisco Gil Craviotto, ha escrito sobre "Hombres buenos": "Hombres buenos” toca muchos géneros –novela histórica, galante, negra y de aventuras-, y es extraordinariamente amena. Es evidente que se trata de una gran novela. Sin embargo le he encontrado dos o tres cositas que no me explico cómo se le han podido escapar a un autor tan experimentado. Una de ellas (página 574) es el diálogo que mantienen los dos académicos que han enviado a París al sicario. Hablan de dineros y el más descarado le dice al otro: “Ni media peseta”. Frase imposible en el siglo XVIII: la peseta nace en el XIX, exactamente el 19 de octubre de 1868. Páginas antes hay otro anacronismo parecido: nuestro autor nos informa que los dos académicos pasan delante de la Ópera. Ocurre que la Ópera de París, también conocida por Ópera Garnier, se construyó en tiempos de Napoleón III y se inauguró en la III República (1875). El precedente de la Opera fue la Academia Real de Música, fundada por Luís XIV, que durante el siglo XVIII cambió trece veces de sede. Sacar a relucir la Ópera cuando aún falta un siglo para su inauguración me parece prematuro.”
Sidi. Un relato de frontera
Otro episodio que tacho de la “Enciclopedia Alvarez”
El historiador David Porrinas ha escrito una biografía espectacular: 'El Cid: historia y mito de un señor de la guerra', un descomunal trabajo, resultado de veinte años de investigaciones obsesivas.
Artículo de "El País".
Juan Soto Ivars. 09/12/2019
Admito que la fascinación era comprensible entonces y que lo sigue siendo. La prueba es el western 'Sidi' de Arturo Pérez-Reverte, que ha elegido un tramo temprano de la cabalgada del Cid para recrear, con conocimiento histórico e imaginación de novelista, la atmósfera fronteriza de los reinos de taifa. En las páginas de Pérez-Reverte, manadas salvajes de tipos duros cabalgan por un escenario violento al servicio de bandoleros con espada. Las lealtades se miden más por el valor en la batalla que por la religión, lo cual es, ya de por sí, una buena aproximación a la realidad del Cid.
El Cid: ¿Héroe nacional o traidor y mercenario?
Me papeé el libro de Pérez-Reverte en una sentada y, como supongo que pretendía su autor, la lectura despertó en mí un súbito apetito histórico. Leyendo 'Sidi' me di cuenta de que las lagunas que tenía sobre la verdadera historia del Cid eran enormes y de que este periodo de Al-Andalus lo tenía agarrado al cerebro con alfileres. Pensé que mis carencias no pasaban necesariamente por ser un producto de la Logse, puesto que la generación de mis padres, obligados a memorizar el Cantar, terminó viendo al Cid casi como un agente al servicio del Nacionalcatolicismo, cuando el personaje fue de todo menos patriota o buen cristiano.
¿Guerra Santa de 800 años?
Es hora de desmontar mentiras como las de la infame Enciclopedia Álvarez, que en su entrada sobre Rodrigo Díaz dice textualmente: “Hace mucho tiempo entraron en España unas gentes que no eran cristianas. Se llamaban árabes y se apoderaron de casi todo nuestro suelo. Los cristianos españoles lucharon durante ochocientos años con ellos y por fin los echaron de nuestra Patria. Entre los guerreros cristianos sobresalió uno que se llamaba el Cid. Este famoso guerrero venció a los árabes en muchísimas batallas y les quitó la ciudad de Valencia. El Cid es considerado modelo de caballeros porque era muy bueno y todo lo hacía bien”.
Por favor... Hoy en día, cuando la mera idea de que hubiera una Reconquista con ochocientos años de Guerra Santa no resiste ni los análisis históricos más miopes, lo que necesitaba Rodrigo Díaz de Vivar era una nueva biografía, y la casualidad ha querido que se publique en diciembre de 2019 una que es espectacular. La ha escrito el historiador David Porrinas, de la Universidad de Extremadura y la editorial Desperta Ferro la ha publicado. Es 'El Cid: historia y mito de un señor de la guerra', un descomunal trabajo, resultado de veinte años de investigaciones de Porrinas obsesivas sobre el Cid.
Desde el prólogo, el autor nos deja claro que su libro no está escrito con el deseo de sentar cátedra, sino con el de aclarar las cosas. Su libro es una mezcla de curiosidad, obsesión y humildad, y a lo largo de sus cuatrocientas páginas, documentadas con infinitas notas al pie y redactadas con la claridad y concisión de un informe, el autor se dedica a contraponer versiones, rastrear fuentes y buscar las incoherencias para liberar al retrato biográfico de Rodrigo Díaz de siglos y siglos de propaganda.
A través de la lente de Porrinas vemos al Cid Campeador descompuesto como un haz de luz blanca que atraviesa un diamante. De la misma forma que “Cid” viene de “sidi” (señor en árabe) y “Campeador” de “campidoctus” (en latinete, sabio de la batalla campal), la figura se nos va presentando como un híbrido entre el héroe, el oportunista, el bruto y el político. Conocemos a un hombre que hacía tratos con cristianos lo mismo que con moros, y con una inteligencia táctica muy hispánica terminó alcanzando una dignidad que quedaba mucho más allá de los derechos que le dio la cuna.
Pero quizás lo más fascinante de este libro sea un aspecto tangencial a la figura central, y es que el Cid, lo mismo que su señor Alfonso, su adversario catalán Berenguer y sus fieros enemigos almorávides, hicieron fortuna gracias a la disolución de un país. Todos ellos supieron cabalgar con oportunismo por las tierras de un Al-Andalus descompuesto en reinos de taifas, es decir, en regiones egoístas y enfrentadas, donde visires de tres al cuarto se enfrentaban entre sí después del colapso del Califato Omeya. Será que estoy neurótico, pero ahí hay un aviso y una lección.
Julia Navarro
El país de la gran mentira
martes, 14 de julio de 2020
La Señora Cornelia. Qué es la libertad y para qué sirve.
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Don Juan de Gamboa que recibe al niño en medio de la noche y su primera preocupación es alimentar y proteger al niño para después resolver el conflicto.
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Don Antonio que encuentra al la madre en mal estado y la socorre.
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Lorenzo que lo que le preocupa el el honor de su hermana.
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Cornelia que presenta sus problemas con una total falta de libertad ante los hechos y un temor por la conclusión.
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Y el duque de Ferrara, con una actitud dubitativa.
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Libertad genitiva. Explica o precisa el significado de libertad.Es la libertad de hacer cosas. Designa el poder, atribución que una persona tiene para hacer algo sin tener en cuenta las consecuencias. En la sabana la libertad dativa del león es muy superior a la que tiene la cebra; es el más fuerte el que ostenta mayor libertad (por eso me parece tan cursi, tan ridícula la frase esa que repiten algunos “quisiera ser civilizado como los animales).
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Libertad dativa. Designa el beneficio o perjuicio de ejercer la libertad. Pretende conseguir algo. Ahora podemos preguntarnos, respecto a esta libertad, ¿libertad para qué? Al usarla nos puede dar fama, ser considerado un héroe, pero también puede ser muy negativa para nuestros intereses. Se articula en un contexto en que ya la fuerza física no es todo; implica poseer la libertad genitiva “de hacer”, porque no se puede “conseguir algo” si no se tiene la voluntad y los recursos para hacer algo, pero tiene en cuenta al adversario (el león lo tiene fácil con la cebra, pero si el adversario es un cazador con un rifle…).
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Libertad ablativa. Designa las limitaciones que tenemos para ejercer la libertad.Supone un reconocimiento de la confrontación. La limitación de la libertad es algo que articula el estado en las sociedades modernas, donde la política es la organización del poder que articula la libertad. A cada ser humano, en relación al escalafón donde está situado, le corresponde unas posibilidades de ejercer el poder, de asumir el poder o de obedecer el poder que ejercen otros. En esa posición podemos tener la libertad física (dativa) para hacer cosas, pero ablativamente estar impedido para hacerlas. El estado con sus normas y procedimientos regula el ejercicio de la libertad (no es cuestión que yo tenga o no derecho a decidir, se tendrá derecho con respecto a la normativa del estado en que se viva. Si un estado deja de ejercer su facultad ablativa en cuanto a la libertad, pierde la organización del poder).También puede haber individuos que nos limiten la libertad (puede haber alguien con quien no queramos, por la causa que sea, encontrarnos, que limite nuestra libertad de movimiento; puede haber alguien que nos intimide, nos presione o nos acose -ocurre en Rinconete y Cortadillo, que un grupo de delincuentes intimida a los ciudadanos de Sevilla.
El viaje con aventura según La española inglesa
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Eje circular: que nos remite a las relaciones que el ser humano mantiene en una sociedad organizada políticamente (ir al médico, ir a la universidad…) Los animales se pueden organizar socialmente, pero nunca políticamente.
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Eje radial, es el eje de la naturaleza que determina las relaciones del ser humano con los espacios naturales. Un viaje a la luna requiere una dimensión radial, una dimensión cósmica. El viaje de Colon en el descubrimiento fue radial. Para él podía estar algo reglado pero para muchos era totalmente desconocido, y no se cumplieron sus previsiones al toparse en medio de su camino con un continente que no existía geográficamente, ni para sus propios habitantes que no sabían dónde vivían, ya que no estaba cartografiado.
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Eje angular que nos remite a las relaciones del ser humano con la religión. Una peregrinación se hace en este eje. El viaje de Dante y Virgilio en la Divina Comedia ya que recorren el más allá, un espacio literariamente metafísico (nadie en su sano juicio lee la Divina Comedia para hacer una prospección de lo que es el infierno, no consiste en amueblar el más allá, sino que es una construcción literaria que remite a un viaje por el ámbito de las creencias religiosas articuladas en una teología conforme a la escolástica medieval).